VIII

El «Boniato» está mustio. Se siente como estafado. El «Boniato» había soñado ya con participar de una manera sustancial en todos los sentidos en el encumbramiento de la Bella Otero. La aspiración es legítima. El ha sido quien ha logrado que Carolina se convirtiese, de ser una oscura «girl» en un café cantante de pueblo, en una figura relevante en los «music-halls» de París.

Sin su intervención —piensa el «Boniato»— la Bella Otero tal vez hubiese terminado en un burdel. Es el refugio de infinidad de artistillas de café cantante al fracasar en las tablas. El burdel es el hoyo adonde van a parar sus ilusiones de emular a la Lola Montes o a la Malibrán. Cuando la belleza física se les va agostando, los empresarios no quieren ni verlas. Dicen que les espantan a los espectadores con su aire tristón y macilento.

Sí, la muy ingrata, que se lo debe todo a él, ahora que está lanzada, le da la espalda. Pero primero ha permitido que él se arruinase por ella, cumpliendo todos sus caprichos.

Porque la Bella Otero, a poco de llegar a París, ha descubierto que el dinero es para gastarlo en el propio embellecimiento. De pronto, se ha aficionado tremendamente a las joyas, a los vestidos caros, a las cenas con champaña de marca extranjera, al caviar.

Para colmo de desdichas, ahora precisamente que Carolina Otero está a punto de levantar el vuelo, Paco, el «Boniato», Francisco Coll, el descubridor de la Bella Otero, se ha enamorado de ella. Cuando ella estuvo a su merced, el «Boniato» no le concedió mayor importancia a Carolina como mujer. Sabía que era una buena hembra, una mujer hermosa que podía dar mucho juego en las tablas si se dirigían bien sus pasos. Eso cabalmente, dirigir bien sus pasos, es lo que ha hecho Francisco Coll, alias el «Boniato».

¿Quién iría a decirle a él, hombre experto en asuntos de faldas, que, después de haber sido durante años el amante de aquel diamante en bruto que había descubierto en un cafetín de mala muerte de Mataró, después de vivir a costa de lo que ella ganaba, iba a perder la chaveta por ella?

—Carolina, piénsalo bien, mujer...

Carolina lo tenía más que pensado. No le convenía seguir liada con el «Boniato».

Día tras día, hora tras hora, había ido viendo Francisco Coll que a su Carolina se la habían cambiado los aires de París.

Carolina había sido siempre dulce con él. Siempre le había mostrado apego. Puesto a pensar en ello, Francisco Coll estaba seguro de que la Bella Otero le tenía cariño. ¿Por qué, pues, precisamente ahora, cuando él más la necesitaba, ella, la muy ingrata, se le mostraba esquiva?

¿Se la estaría pegando con otro?

El «Boniato» no se atrevía a pensar tal cosa. Ella no podía hacerle una jugada así.

¿No?

Bueno, de las mujeres nunca puede uno estar seguro. Pero Carolina se lo debía todo a él. Ella no, podía olvidarlo.

Sin embargo, había llegado el momento fatal...

-Carolina, piensa bien lo que vas a hacer... Mira, Carolina, que no sabes en qué mundo te estás metiendo. Tú, sola, naufragarás.

¿Naufragar? ¿Quién hablaba de naufragar, teniendo un cuerpo como el suyo y una cara única en belleza y expresividad femeninas?

No, por favor, que Paco no le hiciese escenas. Las cosas son como son. Nunca puede durar todo en esta vida. Sí, ya lo sabía, Paco se había portado bien con ella. Pero una mujer con ambición, una artista, no puede estar atada para toda la vida a un mismo hombre. Sería echar a perder su futuro artístico.

Ella ahora tenía otros proyectos. Unos proyectos maravillosos. Unos proyectos que ella sabía muy bien que se realizarían. Pero, para que estos proyectos no se frustrasen, era preciso que Paco hiciese mutis y desapareciese por el foro.

Tenía que comprenderlo. Sería mejor para él. De todos modos, ella no estaba dispuesta a ceder. No tenía derecho a hipotecar su porvenir de una manera tan estúpida.

¡A buena hora le iba ahora con la comedia del amor! ¡Bah! ¿No habían ya vivido su amor? Ahora tocaba separarse. Cada uno por su lado. Les quedaba el recuerdo...

Pero el recuerdo, antes de ser recuerdo, se le antojaba al «Boniato» demasiado triste, demasiado insoportable.

El se había arruinado prácticamente por ella. Había gastado hasta el último céntimo en cumplir todos los caprichos de Carolina. Si ella lo abandonaba ahora, ¿quedaría destruido, sin voluntad para poder rehacerse?

¿Es que ella no lo comprendía?

Sí, claro, era triste. Pero nadie se muere nunca de amor. Un hombre puede encarrilar siempre su vida, por muy duro que haya sido el golpe recibido. Ella lo sentía mucho. Pero no estaba dispuesta a ceder.

—Pero, Carolina...

¡Bah! ¿A qué seguir implorando?

¡Aquella mujer se había vuelto dura como una piedra!

Y él estaba cada vez más blando.

¡Maldito amor!

La Bella Otero estaba cada día más resplandeciente. Cada día se la veía más dueña de sí, más segura de los pasos que daba.

Era el comienzo de una gran carrera, de una deslumbrante carrera.

¿Y él?

¡A él que lo partiese un rayo! ¡Era como para matarla! Era lo de siempre: ¡las mujeres!

Volver a España como volvía. Nunca lo hubiese pensado. Si al menos, hubiese tenido la prudencia de haber vigilado que la cartera no se le vaciase. ¡Qué tonto había sido!

Pobre «Boniato».

Mientras la Bella Otero iniciaba con paso alegre y triunfal la ascensión hacia la fama y la fortuna, Francisco Coll, el hombre que la había descubierto y lanzado, regresaba a Españ arruinado y con el corazón rebosando de amargura.