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La primera reunión fue con Paula y Mireia Trupet, la directora. Había oído hablar mucho de ella. Revolucionó la escena catalana en los años noventa. También había visto algunos de sus montajes (no me acababan de convencer). A veces la admiración que sentimos por alguien a quien hemos visto o leído es proporcional a la decepción que nos llevamos cuando lo conocemos. Era una mujer menuda, pero muy fuerte, segura de sí misma y con un sentido del humor afilado y un cigarrillo perpetuo en los labios, como si la hubiesen dibujado así. Me miraba con cierta desconfianza, que me parecía ostensible. ¿Quién era yo? ¿La amiguita desconocida con la que no había trabajado nunca? ¿La jovencita que tenía que demostrar su valía? Pero hizo un esfuerzo, que también pude intuir, por mostrarse simpática. Hacía unos cuantos años que no trabajaba y seguramente aquella producción en el Romea era un rayo de esperanza para recuperar la fortuna encima de los escenarios.
Me confirmaron que Jasón sería Joan Màrquez. A Paula le gustaba desde siempre aquel hombre con aire de perdedor, de personaje secundario en blanco y negro. La cara demacrada, la voz profunda y cascada. Tenía el tono de voz de quien se lo ha comido todo, se lo ha bebido todo y se lo ha follado todo. En su caso, cumplía al dedillo con la imagen. A mí me dejaba indiferente.
Yo iba a la reunión rebosante de ideas. Me había leído y releído la obra entera; todas las obras de Eurípides, de hecho. Había visto documentales, me había pasado horas en galerías de arte y exposiciones para encontrar un color diferente, un diseño de vestuario único. Pero no me atreví a enseñar nada, porque en aquella reunión yo estaba para callar y asentir a cada frase lapidaria de la Trupet.
—Quiero que vayan desnudos. —Esta fue su primera frase.
—¿Cómo? —Para Paula también fue una sorpresa.
—Tú, como quieras, pero el resto, desnudos. Habrá elementos puntuales, claro, y para la figura de Jasón, que es evidentemente el heteropatriarcado, tendremos que pensar algo nuevo, diferente, excesivo.
—¿Por qué los quieres en pelotas?
—Representamos una tragedia. Vayamos a nuestros orígenes. La base de la democracia, de la civilización, nace aquí. Medea es un ser irracional. Pero nosotros tenemos que verlo con otros ojos, como Edipo.
Chiste teatral que nadie rio.
—Quiero que los demás personajes vayan desnudos porque haremos un trabajo minimal, de matiz, de sutilezas. El cuerpo desnudo es belleza. La pornografía reside en el ojo de quien la mira.
Recibí un whatsapp. De Paula.
Ni puto caso.
—Me parece muy bien, Mireia.
—Llámame Trupet, por favor, no me gusta que nadie del equipo me llame por el nombre de pila.
—De acuerdo. Trabajaré en esta línea, si te parece bien. Creo que a partir de aquí podemos encontrar cosas muy interesantes.
Otro whatsapp. De Paula.
Brava.
Después la Trupet se fue porque tenía clase de yoga y quería releer unas cartas de Alejandra Pizarnik que había publicado no sé qué editorial. Todo muy oscuro. Cuando nos quedamos a solas, Paula le quitó hierro a la situación. Haremos lo que queramos. Tú tienes que sentirte cómoda. No te preocupes.
Y reconozco que durante aquellos días me olvidé un poco de Clara. Mi cerebro no estaba pendiente de su tristeza, de su vergüenza. Era muy injusto, porque cuando murió mi madre su brazo fue el primero que me tendieron, pero de pronto no quería verme rodeada de gente triste; yo tenía ilusiones, quería que a mi alrededor la alegría —o como mínimo el optimismo— no molestase a nadie.
Un día, cuando llegué a casa, Clara estaba esperándome en el portal. Apestaba a cerveza y tenía los ojos rojos de tanto llorar.
—Tengo que hablar contigo.