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Hemos quedado en el Les Gens que J’aime de la calle València. Es un local tan pequeño que para entrar hay que agacharse porque, si no, te dejas los cuernos en la puerta, pero una vez dentro te parece entrañable, íntimo, con muy buen karma. Hace años había una mujer que echaba las cartas del tarot. Nunca lo consiguió conmigo. Qué miedo.

Nos hemos sentado a una mesa con un sofá enorme en el que me he repanchingado, en un rincón discreto y con buenas vistas. Además, a esta hora el local está prácticamente vacío; solo hay una pareja hetero que acaba de pagar. A mi lado se ha sentado Pol, que viste impecable: camisa blanca de cuello ancho abierto, vaqueros skinny, unas deportivas Nike Air Zoom, el desgraciado, y encima un jersey de color gris marengo. El perfume es Dunhill Desire, como el otro día. Todo perfecto.

Pedimos dos gin-tonics sin flores ni vegetales. El Gin Mare es magnífico. «Copa de balón», por favor. El diálogo es sencillo, sin demasiados filtros, pero sin grandes temas que nos lleven al callejón sin salida. Soy un agonías y no tengo respuesta a la pregunta de qué coño pasará esta noche. No sé si salir corriendo Eixample abajo, si quedarme pegado a este tío o si ponerme a gritar.

Qué pérdida de tiempo; que si cómo es el trabajo de investigador, que si el cambio climático por el calor que hace los últimos meses del año, como si en los últimos meses del año no hubiese habido desde siempre temperaturas mediterráneas, que si los atentados de agosto, que si su trabajo… No hay duda de que él y Rubén son tal para cual. No se calla ni bebiendo el gin-tonic, hecho que lo convierte en arte, algo digno de participar en el Got Talent: cómo beber un gin-tonic sin parar de hablar. No lo recuerdo tan embalado en la cena de la Bodega.

Recibo un mensaje a la vez que su móvil emite un sonido.

Qué hacéis?

Rubén por partida doble. Nos reímos y le enviamos a la vez:

Calla, coño, y tápate.

Pol y yo nos miramos y, de pronto, como si no nos viera nadie, empezamos a darnos besos sin línea de meta, sin miedo a nada. Es un morreo descontrolado pero que, sin discusión, formará parte de los besos más apasionados de mi currículum. Las manos de ambos se cruzan sobre su muslo mientras, ya solos en el bar, y con el camarero desaparecido váyase a saber dónde, le pongo la mano en el paquete y noto un bulto que amenaza premio y reventar la banca. Él hace el mismo movimiento mientras prolonga el beso pero, además, intenta bajarme la bragueta. Le freno la maniobra mientras los dos nos echamos a reír. Uff. Qué calentura. De repente, me vibra el móvil y el de Pol emite el timbre de un mensaje entrante. Los dos sabemos quién es.

Pasadlo bien. Me voy a dormir. Creo que me está subiendo la temperatura. Buenas noches.