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Poco a poco se hace de día, poco a poco.

Y yo no puedo quitarme de encima la peste a sangre de la carnicería.

He salido de la Boquería, he atravesado el Raval, Sant Antoni, Poble-sec…

Ahora estoy en el atrio del Institut del Teatre.

No tengo tabaco. Ahora fumaría, destrozaría todos estos cristales o gritaría hasta quedarme afónica.

No sé dónde está Clara. La necesito. No tengo batería en el móvil. La necesito. No sé cómo ha pasado todo. Hay vacíos en mi cerebro, en la memoria. Parece una pesadilla. Y de pronto veo los ojos de Paula pidiendo clemencia. La sangre desparramada por la tienda. Hija de puta.

La plaza de Margarida Xirgu está desierta.

Quisiera ser un perro y huir o esconderme o despertarme y que todo esto hubiera sido una pesadilla. ¿Adónde puedo ir?

Podría ir a casa de mi padre. Sí, sería la mejor opción. Pero tengo que hacerlo rápido. Porque, si no, pueden encontrarme por la calle; seguro que la policía ya anda buscando. Una chica de madrugada, sola, ensangrentada, corriendo por Barcelona. Llevo colgado un cartel en la frente que dice CULPABLE.

Tengo que llegar allí antes de que amanezca.

Piensa, Mònica, piensa.

¿Cojo el Bicing? No, eso sería dejar pistas. Podrían saber mi recorrido, llegado el caso. Mejor no tener batería, mejor no dejar rastro de ninguna clase.

Mi padre ahora vive en el barrio de Les Corts.

Bajaré hasta la plaza de Espanya, subiré por la calle Tarragona y después me perderé por las callejuelas de la estación de Sants hasta llegar a Travessera de les Corts.

Una vaharada de sangre me tapona la nariz.

Cuento hasta tres y hago todo lo posible por desaparecer.