AGRADECIMIENTOS

Escribir una página de agradecimientos es un error porque siempre se quedará algún nombre en el tintero. Conscientes de ello, los autores consideramos, sin embargo, que sería imperdonable cerrar este libro sin agradecer a los magistrados que lo protagonizan la ayuda prestada para que este proyecto haya llegado a buen puerto. Sobre todo a aquellos que lo han hecho a pesar de su convicción de que un juez debe mantener una relación educada pero muy distante con los medios de comunicación. Sabemos que la invitación a presentarse en público, a explicar a los ciudadanos el cómo y el porqué de sus actos, ha sido para varios de ellos un duro trance, por lo que reconocemos y valoramos el gesto.

Como se menciona en otra parte de esta obra, la magistrada Mercedes Alaya declinó la propuesta de colaborar con nosotros en la elaboración de este libro. Es una postura que comprendemos y respetamos. Y queremos agradecer en público a su marido, Jorge Francisco Castro García, el trato cordial y la ayuda prestada.

Baltasar Garzón forzó un hueco en su endemoniada agenda para atendernos, y no podemos dejar de reconocerlo pese a ser conscientes de que lo hizo por pura amistad y, por lo tanto, no podía hacer otra cosa.

Sería interminable la lista de familiares, amigos, conocidos, compañeros y colaboradores de todos estos magistrados que nos han brindado su auxilio. Pero sería imperdonable no mencionar a los funcionarios de sus respectivos juzgados: cuando hemos tenido que acudir a ellos solo hemos encontrado amabilidad y apoyo, que responde al respeto que les profesan y que ellos se han ganado con su actitud diaria en el juzgado.

En ciertos casos, nuestros interlocutores nos han facilitado no ya datos u opiniones sobre el personaje por el que los interrogamos, sino reflexiones y valoraciones que nos han ayudado a dimensionar la trascendencia de la labor que desarrollan los protagonistas de este libro. Es el caso de los abogados Manuel Ollé y Antonio Segura, batalladores incansables. Y por supuesto David Couso, con quien compartimos un café que nos brindó mejor visión de la importancia que puede llegar a tener para cualquier ciudadano una determinada resolución judicial. No podemos evitar mencionar también a Julián Ríos Martín, profesor en el Icade, al magistrado Jesús Villegas y los abogados Miguel Arbona, Virginia López y Antonio Alberca.

Insistimos en que entre otros muchos. Manuel Madrid, director del centro Tierra de Oria de Almería, y Carlos Morán, colega en el periódico El Ideal, nos enseñaron cómo digerir el síndrome de Estocolmo que el magistrado Emilio Calatayud genera en todo aquel que se cruza en su camino. Aunque quienes nos permitieron dibujar mejor la personalidad del popular juez fueron dos de sus clientes, Jesús López y Adrián Villanueva.

El Departamento de Comunicación del Consejo General del Poder Judicial es una joya poco y mal valorada. Su principal patrimonio son sus profesionales. Este libro habría sido imposible sin los consejos y el impulso del maestro Agustín Zurita y sin la ayuda de José María Redondo. Y para los autores ha sido un privilegio tener como entusiastas embajadores a Luis Salas en Madrid, María Ferrer en las Islas Baleares e Inmaculada Martínez en Andalucía.

Debemos un agradecimiento especial a Mercedes Díaz, por soportarnos. Y, aunque ellos no lo saben, este libro ha sido posible gracias a los muchos años que hemos compartido con un nutrido pero selecto grupo de compañeros con los que disfrutamos de todos los sinsabores que provoca la información judicial. Periodistas de altura, de esos que dignifican la profesión, pero que, con el tiempo, se han visto maltratados por sus propios e ingratos medios. En parte, esta obra intenta ser un modesto homenaje a su profesionalidad y sacrificio. Intentar citarlos a todos es una irresponsabilidad por la injusticia que supondría olvidar a alguno, así que en representación de todos ellos mencionaremos solo a Julio Martínez Lázaro, porque para los aludidos sigue siendo nuestro decano.

Los autores no han necesitado de musa alguna para la elaboración de este libro. Pero si han podido hacerlo ha sido porque han contado con la mejor hada madrina posible. El problema es que no sabemos cómo agradecer a nuestra editora, Ángeles Aguilera, sus desvelos, su buen hacer, su comprensión y su cercanía.

Para terminar, debemos un agradecimiento muy especial a Txetxo Yoldi. Pero en su caso no vamos a dar unas explicaciones que, por otra parte, él no necesita.


Los autores