SONIA CHIRINOS RIVERA

IGUALDAD SENTIDA, NO PENSADA


Ante las atrocidades tenemos que tomar partido.

El silencio estimula al verdugo.


ELIE WIESEL

La cara de la letrada refleja sincera preocupación: «Señoría, hay un grupo de rumanos amigos del novio de mi clienta que se han colado en el edificio y está asustada por lo que puedan hacer».

La jueza Sonia Chirinos, que acaba de conceder la orden de protección a la joven rumana, llama de inmediato a uno de los agentes judiciales. Mientras le expone la situación, ella misma se asoma desde la barandilla de la escalera en busca de los intrusos. Apenas dos minutos después, el agente judicial le susurra al oído que ya habían sido localizados los amigos del denunciado y han sido expulsados del edificio judicial. Aun así, la jueza ordena que se acompañe a la joven hasta la salida para que pueda coger un taxi sin contratiempos.

Cinco minutos después, la jueza vuelve a su puesto en el estrado para resolver el siguiente asunto: una mujer de treinta años denuncia agresiones y malos tratos verbales por parte de su pareja, incluso delante de sus hijos. El joven permanece esposado y custodiado por dos guardias civiles en el exterior de la sala de vistas. Sonia Chirinos hace pasar a la denunciante y le pide con dulzura que narre su situación. Escucha con atención un relato, escalofriante para los profanos, al que ella está acostumbrada. El delito más común que llega a los Juzgados de Violencia sobre la Mujer es el de malos tratos con resultado lesivo leve.

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ada caso es único, su descripción es importante y la jueza pregunta con insistencia para asegurar que consten en acta todos los detalles pertinentes. Entre balbuceos, la joven logra describir escenas de patadas en el parque, de peleas en casa. La magistrada trata de tranquilizarla y le explica con palabras llanas lo que va a ocurrir a continuación. La denunciante toma asiento y la agente judicial cambia el micrófono al otro lado de la sala para que responda el denunciado, que acaba de entrar en la sala de vistas. Un agente de la Guardia Civil le quita los grilletes mientras escucha el contenido de la denuncia y el enunciado de sus derechos.

El presunto agresor niega todos los hechos. Su relato incluye algunas imprecisiones y lagunas mentales sobre lo ocurrido y por qué su pareja ha tenido que ser atendida en un centro hospitalario. Sonia Chirinos le mira de frente, analiza sus gestos y su expresión corporal. Agita de manera impulsiva un bolígrafo y consulta el ordenador como si estuviera ausente. Pero su experiencia y olfato están alerta y lanza una última pregunta rápida, casi distraída, que interrumpe el relato del presunto agresor.

—Entonces, ¿su pareja se lo inventa todo?

—Todo no.

Estas vistas preliminares en los casos de violencia de género resuelven la adopción de medidas cautelares que tratan de impedir que continúe el maltrato a la mujer denunciante; en los casos más graves, pueden incluir el ingreso en prisión preventiva del presunto agresor. En un partido judicial como el madrileño, cada juez resuelve una media de veinticinco casos durante los tres días seguidos de guardia. En otros partidos más pequeños, estas guardias se prolongan una semana.

Concluida la vista, el hombre es conducido, esposado, hasta los calabozos del edificio de los juzgados de la plaza de Castilla, al norte de Madrid. Desde allí será puesto en libertad tras la entrega de una orden escrita que le impide acercarse a su pareja y a sus hijos hasta que sea juzgado por un delito de maltrato en el hogar y lesiones leves. En ocasiones, explica la propia juez, «es muy difícil ser justo, porque las dos versiones pueden ser muy creíbles, pero para eso está la inmediación, que permite mirar a la cara a los dos actores y distinguir cuál de las dos versiones es la que más se aproxima a la verdad». Y Sonia Chirinos reconoce que, en su particular modo de ejercer la jurisdicción, ella invierte el latinajo y aplica la ley in dubio pro víctima.

Cuando la juez Chirinos se dirige a la mujer o al agresor, lo hace de una forma entendible. Explica en términos sencillos cuál es la situación y su conclusión sobre lo ocurrido de manera clara. Y resuelve en consecuencia. Su decisión no siempre devuelve la tranquilidad a la víctima, pero no puede hacer más. Reconoce con frustración que a veces le gustaría dar un abrazo a las mujeres que tiene delante, y no son pocas las ocasiones en que ha tenido que contener las lágrimas cuando escucha el relato de las agresiones. «Esto es como una representación teatral, y aunque tengas ganas de llorar, aguantas el tipo y sigues para delante, porque después me podré implicar en mis resoluciones», se consuela.

Pese a todo, el trabajo le gusta porque tiene «la sensación de hacer un poquito de justicia, aunque sea con la letra superpequeña». Su agilidad, la capacidad de adoptar decisiones rápidas es fruto de los años de servicio, más de diez en su Juzgado de Violencia sobre la Mujer Número 2 de Madrid, desde el que ha sido pionera en la aplicación y desarrollo de la Ley Integral contra la Violencia de Género que aprobó el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en diciembre de 2004. Un buen texto, opina la jueza Chirinos, aunque «en el fondo nadie cree en ella; es una buena herramienta como medio para la lucha contra la violencia de género, pero hay que creérsela hasta el fondo y especializar a los jueces que la desarrollan, como se ha hecho con los de Mercantil o los jueces de lo Social».

Esta jueza se especializó en violencia de género a fuerza de compromiso y constancia en el trabajo, y el dominio de la materia le ha permitido aplicar medidas innovadoras para unas leyes incompletas. Un fenómeno de tal calado requiere soluciones arriesgadas. Por desgracia, ese nivel de responsabilidad no está tan arraigado en toda la judicatura. No faltan colegas de Sonia Chirinos que en este ámbito cambian el entusiasmo por la precaución. En los primeros balbuceos de esta jurisdicción, el ingreso en prisión provisional del presunto agresor era casi automático. «Protégete a ti misma», le aconsejaba algún colega ante el riesgo de que le pasara algo a la víctima sin que ella hubiese ordenado medidas cautelares contra su pareja. Pero ella decidió romper con esa mala praxis, porque «tengo la sensación de que así se hace más justicia, precisamente por no partir de arquetipos ya preestablecidos».

El compromiso de Sonia Chirinos con la lucha contra la violencia machista no es acrítico. Con los años ha desarrollado una especial sensibilidad contra el papel sumiso que todavía juega la mujer en la pareja y que es uno de los orígenes del problema. Por eso se le quedó grabada la película Still Alice, de los estadounidenses Richard Glatzer y Wash Westmoreland, en la que Julianne Moore borda el papel de una enferma de alzhéimer a quien ni su marido ni sus hijos ayudan en casa, lo que la obliga a seguir encargada de las tareas domésticas —sirviendo— mientras lucha por retrasar el deterioro de su salud mental.

Son patrones comunes en todas las partes del mundo. Una de las peculiaridades del macho español, sostiene la jueza, es que «dice lo que siente, tú eres mía y vas a hacer lo que yo quiera». Y buscando la raíz del problema, o intentando descifrar cuáles son las matrices comunes que dibujan el perfil del machista violento, Sonia Chirinos describe un proceso en exceso habitual: «Comienza con los insultos, al principio leves y luego más groseros, o las salidas de tono que hasta hace unos años en España se consideraban de poca importancia. Al principio es “no me gusta que te pongas esa ropa”, continúa con “solo serás mía” y, consecuentemente, el que se cree propietario de una vida puede, incluso, acabar con ella».

Los Juzgados de Violencia sobre la Mujer nacieron en 2005 en un intento de dar respuesta a una problemática que requiere reacción especializada y, sobre todo, «inmediata, resolutiva e integral, porque trata de dar una respuesta global» a la violencia de género que, en consecuencia, debe incorporar y regular medidas de todo tipo: políticas, laborales, sociales, educativas y judiciales.

En España funcionan ciento seis juzgados especializados. Otros cuatrocientos compatibilizan esta función con otras investigaciones penales. Además, el Estado ha movilizado a miles de policías y guardias civiles, equipado las prisiones con terapeutas, creado oficinas de atención, desarrollado decenas de campañas publicitarias. Es un esfuerzo descomunal que parece baldío. Según el Instituto de la Mujer, entre 1999 y octubre de 2015 son 1.025 las mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas. La violencia de género, en estos años, se ha cobrado más víctimas mortales que ETA en toda su historia.

El empeño diario de la jueza Chirinos por reducir y sancionar la violencia ejercida sobre la mujer sería inane sin un equipo de trabajo «brillante, en el que todo el mundo está más o menos sensibilizado». La jueza presume del personal de su juzgado, así como de los profesionales externos que colaboran con él. Es un equipo que vive bajo tensión, pero tan profesional como humano, y que puede resolver con la misma diligencia un trámite jurídico enrevesado como cuidar a los niños que acuden con sus madres a presentar la denuncia.

En el juzgado se trabaja «como una piña» y para ello es fundamental que quien dirija la oficina muestre tanta serenidad como autoridad. Funcionarios, abogados defensores o incluso la Fiscalía aseguran que esas son las características de Sonia Chirinos, una jueza de esas que no necesitan alzar la voz para que todo el mundo sepa quién manda en su territorio judicial.

Una de las leyendas urbanas que ensombrecen la lucha judicial contra la violencia machista es la del exceso de denuncias falsas, extremo que la jueza Chirinos rechaza. Y recuerda que los casos que llegan a los juzgados especializados «tienen que ser necesariamente leves porque, si la víctima resulta herida grave o muerta, se trata de un delito que se resuelve en otra jurisdicción». Los juzgados de violencia centran su labor, más que en la sanción, en la prevención y en la protección.

Las denuncias, en todo caso, no se resuelven solo con autoridad. Es necesario que la información que proporciona la víctima a los jueces sea lo más precisa posible. Su relato debe incluir datos «fundamentales», motivo por el que Sonia Chirinos ve con buenos ojos las campañas divulgativas que difunden los medios de comunicación, aun a riesgo de que creen «más frustraciones» en víctimas que pueden ver defraudadas sus expectativas. «Una mujer puede pensar que todo ocurre como dice la propaganda de la televisión, que si llama al 016 en veinticuatro horas estará todo solucionado con una orden de protección», pero puede que no, puede que la realidad sea otra y que el juez no sea capaz de verlo con tanta claridad, «y entonces llega una frustración inútil».

Interrogada sobre vías efectivas para combatir la violencia machista, Sonia Chirinos no lo duda y apuesta por campañas de concienciación, empezando por la escuela, «y le pediría a todo el mundo que se tomara el tema en serio, porque cada vez aumentan más los casos protagonizados por jóvenes». La educación de los adolescentes, tanto en los centros educativos como en casa, junto a la información que reciben a través de los medios de comunicación y de las redes sociales «debe ser íntegramente igualitaria».

Para ello, la experiencia le ha demostrado que las nuevas tecnologías deben asumir un papel protagonista en favor de la igualdad de género «para superar cierta ausencia de percepción real de la desigualdad y la violencia desde la concienciación y la denuncia».