Saltos de cama

  1. No sé qué es más calentador, si contemplarte cuando en dulce atolondramiento te desnudas, o cuando desnuda y campante, comienzas lenta y ondulantemente a vestirte.
  2. Fue un placer, muchacha, un verdadero placer, pero rogaríate que a la próxima —así más no fuera por respeto a la profesión— tuvieras la delicadeza de hacerlo sin mascar chicle. Na-da-más-que-sin-mas-car-chi-cle.
  3. Y yo que me enamoré de ella creyendo que era mozuela, pero tenía marido y amante. ¿Y yo por dónde?
  4. Preferible, mujer de mala fama, ver tu nombre rayado en las paredes de ciertos lugares públicos —con ilustraciones alusivas y todo— que, perfumado de incienso y en letras góticas, leerlo inalcanzable al pie de un altar.
  5. Aquella noche le hice todo lo que debía, después la tipa me salió con que le debía todo lo que le hice.
  6. No te abaniques tanto, mi rubiecita aburguesada, que la última vez que tu recuerdo, dejándose venir en puntillas por la espalda, me cerrara los ojos y me preguntara engreído: «Adivina quién soy», fue sólo por uno de nuestros orgasmos, y tu manía de mascar hielo, que te adiviné. Mañana, te lo aseguro, será sólo por tu manía de mascar hielo.
  7. Perdona mi desconfianza, vida mía, este cuidado de no darte mucho la espalda ni cerrar los ojos cuando estoy contigo. Perdona que no me abandone ciegamente en tus brazos, que no apague la luz, que no eche el cerrojo. Perdona mi recelo, vida mía, vi(u)da negra mía.
  8. Unas me olvidaron en el espaldar de algún catre. Otras, sin darse cuenta, me llevan pegado detrás de la oreja. Más de alguna —quisiera creerlo— aún hará globitos con mi recuerdo.
  9. El peor error de mi vida fue haberme casado; el mejor acierto, haberlo hecho contigo.