El obsceno lamento de un príncipe

En la de disfraces palaciega fiesta, ella, de eslava princesa vestida, bailó la santa noche toda (la no muy santa noche toda) con el disfrazado de arisco jumento. Y aunque una virtuosa en el arte de la danza precisamente no era (según argumentó encendidas de pudor las mejillas cuando, luciendo mi traje de príncipe, le reverencié me concediera el honor de bailar una pieza conmigo), aunque una virtuosa, repito, en el arte de la danza no era, en los románticos y bien ceñidos valses (en los románticos sobre todo y bien ceñidos valses) la impresión daba la muy princesa de las mil y una desplazándose feliz en los brazos de aquel sátiro jumento, la inquietante impresión daba (aunque una virtuosa de la danza no era), que no tocaban sus pies el piso.