Colo-Colo campeón
Colo-Colo, el club de nuestros amores, ha ganado una nueva estrella para el firmamento de su muy glorioso escudo. Y nosotros, colocolinos de tomo y lomo, nosotros que llevamos al indio en el corazón y que no hemos trepidado en llegar a las manos por defender su nombre; nosotros, que somos capaces de recitar la alineación completa —incluida la banca— de cualquier partido jugado en el país o en el extranjero; nosotros, los del último pliegue de la galería, incondicionales en las buenas y en las malas, nos apersonaremos a la directiva de nuestra querida institución a pedir —más bien a exigir— que se nos preste esta flamante estrella así más no sea por un solo fin de semana.
Para qué querrán estos locos una estrella, se preguntarán ustedes, los colocolinos de marquesina. Vayan anotando:
1. Para alumbrar el cuarto de la abuelita a la que le cortaron la luz.
2. Para adornar el velatorio de nuestro último angelito muerto de diarrea.
3. Para tapar las goteras.
4. Para cubrir el agujero de nuestros zapatos.
5. Para ponerla bajo la pata de la mesa, crónicamente coja.
6. Para hacerla hervir junto a los huesos de la semana pasada.
7. Para dejarla como garantía en el boliche de la esquina a cambio de la matinal y urgentísima caña.
8. Para pegarla como calcomanía en los letreros «NO HAY VACANTE» y así hacerlos un poco más amenos.
9. Para mostrársela al chofer del micro y, poniéndole la cara, rogarle: «Oiga, nos lleva por una estrella».
10. Para colgárnosla como un medallón en el pecho e irnos a pasear por las calles alegres, engatusando con su brillar olímpico a las putas más pintadas, las que, seguro, sensibles y amorosas como son ellas, caerán redonditas a nuestros brazos —y hasta puede que nos den una gratis—, porque al fin y al cabo ellas también son chilenas, y Colo-Colo es Chile, ¿o no?