Henry James creó en su último relato sobrenatural uno de sus mejores espectros: el fantasma de un hombre en busca de sí mismo y del aspecto de sí mismo que ha repudiado. En 1904 y 1905, tras una ausencia de veinte años, el novelista había visitado Estados Unidos, donde recuperó su vieja Nueva Inglaterra y su vieja Nueva York, y viajó al sur y al oeste por primera vez. Sin embargo, fue en Nueva York donde transcurrieron algunas de sus mejores horas, en el barrio de la Washington Square de su infancia y en las calles del Village, descubriendo algún que otro edificio y ciertos viejos rincones de su niñez que aún se mantenían en pie. A consecuencia de ello, escribió en 1907 «El rincón de la dicha»: el yo enfrentado al yo, el estadounidense repatriado que va en busca de la persona que habría podido ser de haber permanecido en su hogar. James incluyó en este cuento el mito central de su vida: el de América y Europa, y la cuestión de su identidad personal. Es uno de sus cuentos más autobiográficos, y al mismo tiempo una parábola de toda vida, una investigación de «lo que pudo haber sido».

Antes de ese viaje, había planeado una novela sobre un joven estadounidense que hereda una casa en Londres —una casa perteneciente a la rama inglesa de la familia— y que, al entrar en esa casa, penetra en el pasado. Esa novela (que James llamó El sentido del pasado) había quedado a un lado; debía de ser una de las más sobrenaturales que hubiese escrito jamás. En ella, en efecto, el hombre del presente, al entrar en el pasado, resultaría aterrador para los diversos personajes de esa época anterior, y ellos, a su vez, resultarían aterradores para él, pues él viviría en la inquietud constante de delatarse. Al ir a Estados Unidos, James comprendió que en realidad estaba invirtiendo este relato. Estaba proyectando a un estadounidense europeizado que entraba en la casa de su pasado norteamericano. «El rincón de la dicha» representaba así un préstamo de su novela inacabada, que siguió estándolo hasta la muerte de James. Tanto el fragmento de la novela como «El rincón de la dicha» son complementarios, y en ambos está presente un magnífico enfrentamiento: el hombre vivo que se encuentra a sí mismo en otro tiempo.

Para entender el efecto de ello, hay que reconocer el extraordinario «sentido del pasado» del propio Henry James. Mejor que la mayoría de los historiadores, había sido capaz en muchas páginas de evocar personas y cosas en viejos salones. Ningún artista de su tiempo se había preocupado tanto por los artefactos de otras épocas, ninguno los había estudiado en su calidad de reliquias de la vida humana, de «documentos» de las costumbres antiguas. Hay un hermoso pasaje en su novela inacabada en el cual el joven historiador estadounidense mira al pasado y piensa en las cosas que le gustaría introducir en la historia:

Quería la hora del día en que había sucedido esto y aquello, y la temperatura y el ambiente y los ruidos, y todavía más el silencio de la calle, y la imagen exacta del exterior, con la correspondiente del interior, a través de la ventana, y la sombra oblicua proyectada sobre las paredes por la luz de los atardeceres de otro tiempo. Quería los accidentes inimaginables, las pequeñas notas de verdad para las que la lente común de la historia, aunque la musa taciturna hundiera en ellas su nariz, no era lo bastante poderosa. Quería esos indicios para los que nunca había habido documentos suficientes, o para los cuales los documentos, cualquiera que fuese su número, nunca serían suficientes. Tal era, en cualquier caso, el método del artista: tratar de conseguir un metro para alcanzar un centímetro.

Debemos reconocer en este pasaje el anhelo del novelista curioso aún más que el del historiador, y en «El rincón de la dicha» nos encontramos con lo contrario: el historiador que conoce el pasado —el suyo propio— pero que nunca conocerá «lo que pudo haber sido».

William Dean Howells intentaba en esa época (1899) lanzar un proyecto para la publicación sindicada de obras de novelistas norteamericanos en periódicos. De él partió la sugerencia de que James hiciera un «fantasma internacional», el cual tenía que combinar el éxito de Otra vuelta de tuerca con el tema de los americanos en el extranjero que había hecho famoso a nuestro autor. James respondió que acababa de empezar un relato así pero que le estaba resultando «dificilísimo». No estaba seguro de poder llevarlo a cabo en cincuenta mil palabras, la longitud que propuso Howells. James explicó que «cuando ya lo has hecho, como yo, en muchas ocasiones, no es fácil confeccionar un “fantasma” de cierta frescura. Por otra parte, la falta de comodidad resulta sumamente marcada si tiene que hacerse con una longitud determinada. Uno podría crear un par de fantasmitas más si solo se tratara de la dimensión del “relato corto”; pero la prolongación y la extensión constituyen una carga que no puede mitigarse solo con meras apariciones, descartadas, además, por mis pasados tratos con ellas».

El plan de Howells fracasó, y Henry James, por su parte, decidió que no quería seguir con El sentido del pasado. Había empezado Los embajadores, y esa era una novela que instaba a los lectores a «vivir»; por consiguiente, la muerte y los aparecidos estaban lejos de su mente en ese momento. James escribió a Howells que dejaba a un lado las ciento diez páginas de la novela de fantasmas, pero que no la descartaba «por algo que hay en ella, aunque ahora estoy demasiado apurado y preocupado para dedicar más tiempo a sacarlo a la luz».

Ese «algo que hay en ella», en palabras de Henry James, era «El rincón de la dicha».

Ese «rincón de la dicha» (esa vieja casa de Nueva York en la que Spencer sigue el rastro del fantasma de sí mismo) está situado en la «Avenida», una de las antiguas casas que Henry James había visitado hacía poco tiempo: «Ir y venir por los lugares donde la calle Once Este y la Diez Oeste abrían sus cortos brazos amables […] Me encontré reconociendo íntimamente cada una de las casas que mi diligente décimo año me había presentado como aventura imaginaria […] de modo que aquí estaban las esquinas de la Quinta Avenida, con las que la conexión de quien escribe era bastante exquisita». El regreso a Nueva York había representado para el autor un regreso al «hogar», y ese hogar simbolizaba el techo maternal y paternal. En «El rincón de la dicha» hallamos una figura maternal que estuvo esperando a Brydon durante todos los años de su expatriación europea: se llama Alice y vive en Irving Place. Hay asociaciones familiares, pues la hermana de Henry se llamaba Alice, y William James se había casado con una Alice y vivía en Irving Street, en Cambridge.

El principal elemento de El sentido del pasado, que Henry James quiso «birlar» para «El rincón de la dicha», es el tema del atormentador y el atormentado. Esta era la idea general de la novela de fantasmas que tenía proyectada: la confrontación entre hombre y fantasma que Bernard Shaw habría querido hallar en «Owen Wingrave». De forma curiosa, en la pesadilla que se describe en la introducción de este volumen, Henry James reproducía la idea de Shaw al irrumpir a través de una puerta en un momento de gran violencia e impulsar a un fantasma intruso a huir por la galería de Apolo del Louvre. En su Un chiquillo y otros, al describir esta pesadilla, James escribió: «La nitidez, no digamos la sublimidad, de la crisis venía dada por la grandiosa ocurrencia de que yo, en mi terror, resultaba quizá todavía más terrorífico que el horrible agente, criatura o presencia».

Este texto fue escrito durante 1912. En 1914, cuando empezó a trabajar otra vez en El sentido del pasado, comentó que había utilizado la situación central de esta novela de fantasmas en «El rincón de la dicha», y siguió:

Di con lo que me pareció en un principio el núcleo de mi tema, y el elemento del mismo en el que, según he afirmado más arriba, basé en cierta medida «El rincón de la dicha». La idea más íntima consiste en que la aventura de mi héroe radica, por así decirlo, en que cambia la situación, como creo que dije, ante un «fantasma» o lo que sea, una aparición que le visita o atormenta, que, por lo demás, tiene todo lo necesario para aterrorizarle a él; y por lo tanto obtiene una especie de victoria mediante la apariencia, y la evidencia, de que este personaje o presencia siente más pavor ante el héroe que el héroe ante él.

James nos vuelve a contar la pesadilla, que en 1914 —siete años después de escribir el cuento— representó como el tema de «El rincón de la dicha». Sin embargo, en el relato, Spencer Brydon no aterroriza al fantasma; es él quien siente terror y pavor. James era más valiente en la fantasía inconsciente de su pesadilla que en la fantasía más consciente de su relato, y quizá sea ese el motivo de que recordase mejor la pesadilla que el relato que basó en ella.

El relato fue rechazado por los directores de varias revistas, y Henry James planeó incluirlo en la edición neoyorquina sin publicación previa. Estaba reuniendo el volumen sobre fantasmas (vol. XVII) cuando le surgió la oportunidad de publicarlo en la revista fundada poco antes por Ford Madox Hueffer, la English Review, en la que apareció en diciembre de 1908. Fiel a su práctica de revisión, incluso este texto tardío experimentó algunas modificaciones insignificantes al pasar de la revista al libro, como la alteración del apellido del ama de llaves, que pasó de Muldoody a Muldoon. Pero en otros aspectos el relato es el mismo: el último y definitivo testimonio o «análisis», como dijo James, de un estado de ansiedad, un fantasma de la mente, un álter ego localizado y al fin aceptado.