Este relato podría considerarse que contiene una aparición sin fantasma alguno, siendo en este caso una bestia simbólica que John Marcher espera ver surgir algún día en la jungla de su propia existencia. A lo largo de sus cuarenta páginas, James hace que sintamos el transcurso de una vida. Lo consigue sugiriendo los estados de ánimo, las estaciones, la monotonía de los días y los hábitos fijos de unos personajes solitarios, cuyas vidas se entretejen mientras se mueven contra un telón de fondo impersonal, una vaga escena urbana. Los nombres ya expresan la climatología, los meses, los atardeceres, los crepúsculos que dan lugar a las escenas. La casa en que se encuentran el hombre y la mujer se denomina Weatherend (palabra compuesta por «weather», clima, y «end», fin). El nombre de la mujer es May; el del hombre, Marcher. La entrevista crucial entre ambos tiene lugar en el mes de abril, y el hombre avanza entre la multitud anónima en un viaje existencial entre la vida y la muerte. El cuento posee coherencia de tono y una honda melancolía. La imaginería histórica de James busca naciones eternas —Asia, Egipto, India—, grandes monumentos, desiertos y templos. En el punto álgido del relato, Marcher ve a May Bartram como una esfinge, mitad bestia y mitad mujer. Ella ha descubierto la respuesta a su enigma, pero no quiere revelársela. «Debía padecer su destino —dice—. Eso no significa necesariamente conocerlo». Y le deja con ese misterio que le corroe.
James escribió este relato cumplidos los sesenta años, y es considerado por muchos su mayor logro en este género. El autor parece haberlo proyectado como la imagen de un estado atormentado, y por eso lo agrupó con sus cuentos sobrenaturales. Es la imagen de una obsesión, pero va más allá al describir lo que llamó «una aventura negativa». A Marcher no le ocurre nada en realidad; no obstante, siempre está atormentado por sus miedos. En su tono y atmósfera, el cuento sitúa a James entre los escritores modernos, los que han intentado descubrir de nuevo el enigma de la existencia y reconocer la tragedia universal del siglo XX: el individuo alienado de la humanidad y por lo tanto del amor. Marcher es el más estremecedor de su larga lista de egocéntricos.
El contenido biográfico de este cuento —su elemento personal dentro de lo impersonal— se remonta a su proceso de comprensión de que, a pesar de su enorme perspicacia, no había sabido entender su relación con una novelista estadounidense amiga suya, la señorita Woolson, que se suicidó en Venecia en 1894. El escritor la había tratado con simpatía e incluso devoción, pero en su egocentrismo no fue capaz de percatarse del efecto que ejercía en ella ni del gran amor que le inspiraba, tal como atestiguan algunas de las cartas que le escribió su amiga. Al cabo de una década, la profunda experiencia interior fue transmutada por James en este cuento extraño y obsesivo.
Gracias a los registros que llevaba la mecanógrafa de Henry James, sabemos que el relato «La bestia en la jungla» fue escrito muy deprisa, en tan solo tres o cuatro mañanas de trabajo constante, durante 1902, justo después de que el autor finalizara su novela Las alas de la paloma. Esta obra abordaba una «muerte en Venecia», y por lo tanto daba una forma concreta a la tragedia del fallecimiento de la señorita Woolson, que James había experimentado ocho años atrás. La heroína, Milly Theale, muere sola en su palacio veneciano, rodeada solo por criados y por una amiga. La señorita Woolson también había muerto sola, y el escritor escogió la misma estación del año, es decir, la época en que los canales y la gran plaza se ven sometidos a frecuentes lluvias y tormentas. Él estaba en Londres cuando ella murió. No hubo encuentro final. Lo mismo ocurre con el héroe de Las alas de la paloma: él también está en Londres y nunca vuelve a ver a Milly. En «La bestia en la jungla» da la impresión de que James intenta imaginar las escenas que habían quedado fuera de su vida y también de su novela. Tiene lugar un encuentro entre los protagonistas, la heroína muere, y más adelante Marcher visita su tumba —igual que había hecho el autor en Roma en 1894— y tiene una revelación.
James consignó una nota solitaria para «La bestia en la jungla» en 1901. En Los embajadores había retratado a un caballero maduro que descubre, cuando todavía no es demasiado tarde, que puede seguir experimentando la vida, y aconseja: «Viva al máximo». Lambert Strether encuentra áreas sumergidas de sentimiento en su propio interior, estando en París durante el cambio de siglo. Tras escribir esta historia, escribió en su cuaderno de notas una idea para un relato sobre un hombre que no hará este descubrimiento, que de hecho llegará «demasiado tarde».
James había efectuado antes una serie de anotaciones en sus cuadernos reflexionando sobre la «idea del “demasiado tarde” —sobre la idea de una pasión, amistad o vínculo—, de un afecto largo tiempo deseado y esperado que se materializa ¿demasiado tarde? […] una pasión que habría podido ser». Con ello venía el pensamiento de vida desperdiciada, y escribió: «El desperdicio de la vida lleva implícita la muerte». Un año antes había anotado, en otra fantasía similar, el tema de un hombre que sacrifica la ambición de ser un artista creativo por una carrera política, casándose por interés y abandonando a la muchacha que había escuchado sus poemas y creído en su genio y en su futuro. La idea del autor era que ese hombre escoge el camino de la muerte espiritual y vive para ser el espectador de su tragedia. «La mujer con la que se casa lo aparta de su lado; pero, por así decirlo, en sus manos él ha muerto. Política, públicamente, el cadáver está galvanizado; tiene éxito, notoriedad, hijos, pero en medio de esa situación ha desaparecido para sí mismo. Vuelve a encontrarse con la primera mujer, y la parte de él que estaba muerta resucita. También ella, tiempo después, se casó, y su marido y sus hijos han muerto. Aunque está rodeada de muerte, palpita de vida. La otra mujer —la esposa— está rodeada de vida y sin embargo vive con la muerte…». De ese modo expuso el tema en 1894, y al año siguiente lo resumió así: «Ella es su “identidad perdida”: él está vivo en ella y muerto en sí mismo».
De esta telaraña de fantasía podemos retirar los hilos utilizados por Henry James al elaborar «La bestia en la jungla»: el tema del «demasiado tarde», de la muerte en vida, del desperdicio, de la mujer comprensiva con una «identidad de sensación, de vibración […] el “dolor de la afinidad”». En todas esas fantasías aparece la nota recurrente y de gran manera sentida de la vida no vivida. Pero, con una insistencia aún mayor, esos temas tomaron la forma de una vida no vivida con alguna mujer, la vida no vivida de la pasión.
James acabó considerando su relato una fantaisie, «un hombre que, a lo largo de su vida, es presa de un miedo cada vez mayor a que le ocurra algo; no sabe exactamente qué». El autor parecía olvidar que los cuadernos de notas de la señorita Woolson, que él debió de haber visto, pues le permitieron revisar sus obras póstumas, contenían una idea similar: «Imagino a un hombre que se pasa la vida buscando y aguardando su “momento espléndido”: “¿Es este mi momento?”, “¿me lo traerá esta situación?”. Pero el momento nunca llega. Cuando es viejo y está enfermo, le llega a un vecino que nunca lo ha pensado ni se ha preocupado de ello».
Como Balzac, James utilizaba muchas imágenes animales, y en sus relatos sobrenaturales ve siempre al cazador y a su presa, al atormentador y al atormentado, y en términos de bestias de la jungla. La institutriz de Otra vuelta de tuerca describe el período de calma que precede a las visitas de los espectros, «ese sosiego donde algo se fragua o agazapa. Realmente, el cambio fue como el salto de un animal salvaje». Y en el último relato de fantasmas de James, «El rincón de la dicha», el hombre que busca a su «otro yo» en la vieja casa de Nueva York se ve a sí mismo como un cazador de caza mayor que sigue el rastro de su espectro, como si fuese un tigre de Bengala, o un gran oso en las Rocosas. Él mismo adopta la forma de una bestia en su imaginación: al enfrentarse al otro animal, es como «un monstruoso gato furtivo […] sus enormes y brillantes ojos amarillos también tendrían una mirada feroz».
Con esas profundidades de su experiencia interior y con su imaginación creadora de símbolos, James escribió este luminoso relato. No intentó publicarlo por entregas; estaba destinado a formar parte de un volumen de cuentos que necesitaba ampliarse, The Better Sort (1903). Ligeramente revisado, volvió a publicarse en el volumen de la edición neoyorquina que contenía sus relatos sobrenaturales. Ese texto definitivo es el que reflejamos aquí.