El fantasma de este relato breve y vivaz es el fantasma de la familia: la conciencia del peso muerto del pasado utilizado para coaccionar al joven Owen Wingrave para que ingrese en el ejército, donde sus antepasados sirvieron con distinción y gloria. Su nombre simbólico sugiere el heroísmo y el honor de la dinastía: Owen significa, en galés o escocés, «joven soldado», y Wingrave se compone de las palabras inglesas «win» («ganar») y «grave» («tumba»), de modo que el título del relato es, en realidad, «El joven soldado que gana su tumba».
Cuando James intentaba rememorar qué fue lo que puso en su cabeza un relato como «Owen Wingrave», solo recordaba que una tarde de verano de hacía muchos años, sentado en los jardines de Kensington, un joven se acercó, «un discreto joven, alto, delgado y estudioso, un tipo admirable». Se sentó debajo de un árbol en una de las sillas de pago y empezó a leer un libro. «¿Se convirtió el joven, en aquel mismo instante, en Owen Wingrave, estableciendo la situación por la simple magia del tipo, creando de una pincelada todas las implicaciones y completando todo el cuadro?». Si era así, «¿dónde, cuándo, por qué y cómo se había colado en unos pocos segundos tanta perspicacia y tanta precisión?».
Una respuesta parcial a las preguntas del escritor se encuentra en sus cuadernos de notas. En los días que siguieron a la muerte de su hermana estaba leyendo las memorias de uno de los generales de Napoleón, Marcelin de Marbot (1782-1854), publicadas en Francia en 1891 y traducidas en Inglaterra en 1892. El novelista escribió: «Idea del soldado, inducida en parte por la fascinada y cuidadosa lectura de las espléndidas memorias de Marbot: la imagen, el tipo, la mirada, el carácter, como una fuerza transmitida, hereditaria, mística, casi sobrenatural; como un acicate, un desafío, una presencia fabulosa, casi posesiva en la vida y la conciencia de un descendiente, un descendiente de temperamento y cualidades totalmente distintos». Estaba tan encantado con las memorias que pocos días después le envió los tres volúmenes en francés a su amigo Robert Louis Stevenson, quien se hallaba en la lejana Samoa. «Te envío con este correo las espléndidas Mémoires de Marbot. […] Algunas personas, creo, consideran a este fascinante guerrero un Munchausen bien-conditionné. ¡Dios no lo quiera! Él no solo encanta, sino que también convence».
La densa, vivaz y anecdótica historia de las guerras Napoleónicas, vista a través de la mirada franca de un militar cuya familia dio tres generales a Francia en menos de medio siglo, había cautivado la imaginación de Henry James. Sus ejemplares de esas memorias sugieren la naturaleza de su fascinación. El lápiz subraya pasajes de violencia y gloria: la descripción de una carga de caballería; el coraje de los desconocidos; las batallas de Austerlitz y Aspern; los leales ordenanzas; las coincidencias del combate; Marbot recuperando la conciencia tras resultar herido y encontrándose desnudo en la nieve, despojado de su uniforme y equipo por quienes le habían dado por muerto; las referencias constantes de Marbot a su madre; el emperador diciéndole a Marbot: «Observa que no te doy una orden; solo expreso un deseo»; la magia de la personalidad napoleónica y su efecto magnético en las tropas; el gran frío en Vilna; el placer de dormir en una cama tras semanas de dormir en el suelo. Si bien James rehuía toda violencia, admiraba el valor físico y la idea de la «gloria».
El autor marcó de forma similar las memorias del vizconde Wolseley, mariscal de campo, y en particular los pasajes «una nación sin gloria es como un hombre sin coraje o una mujer sin virtud» y «la gloria para una nación es lo mismo que la luz del sol para todos los seres humanos». En una carta a Wolseley, James afirmaba que «para un pobre gusano de paz y sosiego como yo el interés de comunicarse así con el temple y el tipo militar resulta irresistible». También le escribió que daría todas sus posesiones a cambio de una hora «de su conciencia retrospectiva, de uno de sus recuerdos más densos».
Los recuerdos que tenía el propio James de la guerra de Secesión, la única guerra cercana a él hasta la Primera Guerra Mundial, eran los de alguien que no combatió. Pero había visto cómo traían a casa a su hermano, herido en el ataque a Fort Wagner, y recordaba el campus de Harvard lleno de tiendas de campaña y su propia y profunda depresión al visitar algunos campamentos y hablar con soldados inválidos. Volvería a hacerlo después de 1914, considerando que emulaba a Walt Whitman. Esos recuerdos debieron de resurgir con la lectura de Marbot en la época de la muerte de su hermana; los pensamientos sobre la familia más allegada y las vivaces escenas bélicas se combinaron quizá para suscitar muchos recuerdos y llevaron al autor a escribir «Owen Wingrave».
En el cuento puede apreciarse la postura ambigua de James: el pacifista y partidario de la no violencia admiraba al mismo tiempo a los hombres de acción y valor. Napoleón le emocionaba, aunque en el relato hace que un personaje hable de él tachándole de «bruto» y «rufián». «¡Al diablo con el temperamento militar!», dice otro.
Desde un principio vio elementos fantasmales en el tema. En su primera nota hablaba de «fuerza sobrenatural […] presencia fabulosa, casi posesiva». Desde luego, había un fantasma, el severo espectro de la tradición militar, y un miembro de una familia así prefería leer poemas de Goethe en los jardines de Kensington en una tarde de verano a la dura prosa de Clausewitz. Sin embargo, existía un giro adicional: «El heredero de esta tradición debería ser, a pesar de sí mismo, un soldado, capaz de un heroísmo marcial». El 8 de mayo de 1892, en otra nota de su cuaderno, James escribió: «se podría incluso introducir un elemento sobrenatural». El autor fue elaborando la historia en su mayor parte a medida que avanzaba, poco después. «Se trata de una pequeña historia —comentaba— para el Graphic, por lo tanto no debe ser “psicológica”; entienden menos el género de lo que un burro entiende un solo de violín».
No obstante, «Owen Wingrave» es un relato «psicológico», el de un joven expuesto a la presión familiar, con sus lealtades divididas, su hombría puesta en entredicho, y no solo por la familia sino también por la muchacha con la que desea casarse. Se halla en un grave conflicto. Aunque es un inflexible objetor de conciencia, está destinado a la guerra. En la obra de Henry James escasean los soldados: para encontrarlos (salvo los pocos británicos de uniforme que aparecen en algunos cuentos o los americanos con títulos militares) debemos volver al primer relato que publicó, «Historia de un año» (1855), que trata de la guerra de Secesión, y «Un caso de lo más extraordinario» (1868), que aborda las secuelas de la guerra. Sin embargo, no escribe sobre esta en sí, sino sobre cómo afectó a las historias personales, en ambos casos un soldado herido que regresa de la batalla. A diferencia de Owen, los soldados han quedado destrozados por el combate: son criaturas frustradas, hundidas e impotentes que han luchado con valentía por una causa y han perdido las fuerzas para luchar por sí mismos, que están dispuestos a ceder ante el fantasma y, de hecho, lo hacen.
El fantasma de «Owen Wingrave» nunca resulta visible. Solo sabemos que Owen ha dormido en la habitación embrujada y ha muerto allí. James tampoco pretende que se vea. El espectro existe solo como el sombrío espíritu del lugar, de la familia, como un antepasado amenazador. En el texto original la señora Coyle pregunta: «¿Quieres decir que hay un fantasma en la casa?». James modificó la frase en la versión revisada, y esa modificación contiene una alusión al fantasma «autentificado» de la investigación psíquica: «¿Quieres decir que en esta casa hay un fantasma de verdad?». Este punto se aclara aún más en la versión dramática del relato, una obra de un solo acto no publicada que escribió en 1908. La obra fue producida en Londres por Gertrude Kingston, quien en el momento culminante sacó a escena una fugaz figura blanca. Cuando Henry James lo supo (se hallaba en Estados Unidos cuando se representó), se apresuró a escribir horrorizado a la señorita Kingston: «No hay absolutamente ninguna justificación ni indicación para ello en mi texto, y desapruebo por completo esa modificación».
La versión dramática fue leída por Bernard Shaw, quien le escribió una larga y característica carta de protesta:
Es un pecado condenable trazar con un arte tan consumado un montón de basura, y el íncubo muerto de un padre esperando a ser eliminado; traernos al héroe con su antorcha y su pala, y, luego, cuando el público está cargado de interés y eufórico de esperanza, esperando el triunfo y la victoria, anunciar con tranquilidad que la basura ha ahogado al héroe, y que el íncubo es el fuerte amo de todas nuestras almas. ¿Por qué lo ha hecho? Si fuese auténtico, si fuese científico, si fuese de sentido común, yo diría «afrontémoslo, digamos amén». Pero no lo es. Todo hombre que quiera de verdad su llave la consigue. Ningún hombre que no crea en fantasmas los ve jamás. Familias como esas se destrozan cada día y sus miembros caen bajo el yugo, no por los actos de jóvenes heroicos, sino por los de una muchacha que sale a ganarse la vida u obtiene un título en alguna universidad. ¿Por qué preconiza cobardía a un ejército que tiene la victoria siempre y con facilidad a su alcance?
James respondió que el sentido artístico de la historia consistía precisamente en que el antimilitarista Owen muriese como un soldado. «Simplifica usted demasiado», escribió. Shaw le replicó con aspereza: «No puede eludirme así. La cuestión de si el ser humano va a superar al fantasma o el fantasma al ser humano no es una cuestión artística, ya que el autor puede otorgar la victoria a un bando de forma tan artística como si se la otorgara al otro». Y Henry James contestó: «Lo cierto es que habríamos aullado contra un Owen Wingrave superviviente, que habría encarnado para nosotros un fracaso y una ineptitud».
Al revisar el cuento para la edición neoyorquina, James subrayó con claridad la ironía que pretendía transmitir. La última frase de «Owen Wingrave» en su primera publicación decía: «Tenía el aspecto de un joven soldado caído en el campo de batalla». Por su parte, la versión revisada dice: «Era el típico soldado joven caído sobre el territorio conquistado». Al morir, en opinión de James, Owen había logrado una victoria. Había sido soldado hasta el final. El espíritu de la familia había triunfado tanto en él como sobre él. Lo que James, el artista, que había descrito con precisión el poder aplastante de la familia y la tradición, no podía ver (y lo que Shaw, el cruzado y reformista, tanto se esforzó por decirle) fue que la de Owen resultaba una victoria pírrica. El espíritu de la familia gana. Mata a Owen y este muere como un Wingrave. Pero en el proceso ha acabado con el último de la estirpe, se ha destruido a sí mismo. En esencia las visiones de James y Shaw no eran irreconciliables. El primero era el artista creativo, que reflejaba la experiencia y aceptaba el mundo que le rodeaba tal como existía; el segundo se consideraba a sí mismo primero como un socialista y después como un artista.
«Owen Wingrave» apareció en el especial de Navidad de 1892 del Graphic, y volvió a publicarse en La rueda del tiempo en 1893 en Estados Unidos y en La vida privada en Inglaterra durante el mismo año. La versión revisada de la edición neoyorquina es la que reproducimos aquí.