Capítulo 37
Kane se despertó sobresaltado al sentir que la luz inundaba la habitación.
Era de día.
Se levantó de un salto, esperando no haber despertado a Campanilla, pero entonces se dio cuenta de que no estaba en la cama. Se vistió a toda prisa, seguro de que la encontraría desayunando.
Seguramente era mejor así, pensó. Ya se había despedido de ella de la única manera que podía hacerlo y, si volvía a verla, corría el riesgo de cambiar de opinión. Podría venirse abajo y echarse a llorar. Si le decía la verdad, cosa que no podría negarle porque no podía negarle nada, ella intentaría impedírselo y quizá él se lo permitiera. Estaría dispuesto a cualquier cosa con tal de pasar un poco más de tiempo con ella.
Salió al jardín por los pasadizos para evitar a los guardias y al servicio. Fue entonces cuando notó que sentía un ardor en el torso y, al mirarse bajo la ropa, comprobó que el tatuaje de la mariposa estaba desapareciendo. ¿Sería por qué el demonio por fin estaba muriéndose?
Lo cierto era que sentía una extraña calma, teniendo en cuenta que estaba a punto de morir.
Al dar la vuelta a la esquina vio a Malcolm y a Campanilla y se quedó paralizado por el asombro.
–... el anillo que querías –decía Campanilla, poniéndole el anillo en la mano al guerrero.
–Me encantaría aceptarlo, pero yo había hecho el trato con Kane.
–Ahora tendrás que hacerlo conmigo. He absorbido su demonio y ahora soy yo la que lo lleva dentro.
El Enviado frunció el ceño.
–No tienes pinta de estar poseída.
–Porque está muy débil como para ocasionar problemas.
Kane no comprendía nada. Se llevó la mano al dedo y... no encontró nada. No tenía el anillo.
–Sin el demonio, Kane no tardará en morir de todos modos –le explicó Malcolm–. ¿Por qué habría de ayudarte a morir también?
–Él va a... ¡No! ¡No puedo creerlo!
–Pues me temo que es cierto.
–Pero... pero –se quedó inmóvil, como si apenas pudiera respirar–. Nunca ha podido disfrutar de la vida que quería; una vida sin Desastre. Quiero que sepa lo que es estar en paz antes de que muera.
–¿Estás dispuesta a sacrificar tu vida solo para darle tal oportunidad? Piénsatelo bien porque una vez que lo hagas, no habrá marcha atrás.
–Ya lo he pensado y quiero hacerlo.
Malcolm asintió.
–De acuerdo. Acepto el trato –abrió la mano y apareció en ella una espada de fuego.
En ese momento, Kane se dio cuenta de algo que le hizo estremecer. Campanilla le había quitado el anillo y el demonio, y estaba a punto de quitarle también el lugar. Iba a morir en su lugar solo para darle unos días, quizá algunas semanas, de libertad.
–¡No! –gritó Kane–. ¡No se te ocurra hacerlo!
Pero ya era demasiado tarde.
Malcolm ya había asestado el golpe. El fuego atravesó el pecho de Campanilla y su grito de dolor le rompió el corazón.
–¡No! –gritó una y otra vez.
Vio caer al suelo a Campanilla y Malcolm desapareció de su lado. Kane corrió hasta ella y bramó con todas sus fuerzas.
Kane tomó el cuerpo de su mujer entre los brazos y la apretó contra su pecho durante una eternidad.
No había sangre por ninguna parte. La espada de fuego le había cauterizado la herida, sin dejar ni rastro del terrible dolor que había sufrido. Kane habría preferido mojarse con su sangre para tener el constante recuerdo de la terrible tragedia que había permitido que ocurriera. Las manchas le habrían recordado su error, su fracaso, todo.
Pero allí no había nada. Nada. Eso era todo lo que tenía.
Su esposa, su amor, se había ido. ¿Para qué? ¿Acaso no sabía que no podría encontrar la paz sin ella?
De pronto sintió la humedad de las lágrimas en la cara, corriendo como ríos de angustia. Se echó a llorar como un niño y no le importó quién pudiera verlo. Se acercaron varios guardias y algunos opulens que trataron de hablar con él, de enterarse de lo que había ocurrido, pero él los echó a gritos.
–¿Cómo has podido hacerlo? –le preguntó a Campanilla, pero en realidad ya sabía la respuesta. Lo había hecho porque lo amaba más que a su propia vida.
Le pasó la mano por el pelo... ¿rubio? Sí, tenía el pelo rubio. Hasta sus rasgos habían cambiado y ahora se parecía a Petra, lo que por un momento le hizo albergar la esperanza de que fuera la fénix la que había muerto y no su esposa. Pero entonces volvió a cambiar su aspecto y se encontró mirando a una mujer que no reconoció.
Cambió por tercera vez y fue entonces cuando asumió que la mujer tenía entre los brazos era su Campanilla. Era la mujer rubia del cuadro y estaba muerta.
Al absorber los poderes de la fénix, había adquirido su capacidad de cambiar de aspecto, eso era todo.
Kane levantó la mirada al cielo y gritó con todas sus fuerzas.
Era libre, pero había pagado un precio demasiado alto por ello.
Deseaba matar a alguien, destrozar algo, y sin embargo no soportaba la idea de soltar a Campanilla, así que permaneció allí sentado hasta que el sol se ocultó tras las nubes y se puso a llover. Hasta que el día se transformó en noche.
Malcolm apareció a pocos metros, con la piel pálida y los labios apretados.
Kane gritó de nuevo.
–Sé que soy la última persona que deseas ver en estos momentos, pero debo decirte lo que he descubierto. Mi jefe me ha asegurado que podrás seguir viviendo sin tu demonio, tal y como esperaba tu mujer.
Kane apretó los puños con rabia.
–Pues tú no.
–Escúchame, guerrero.
–¿Cómo has podido matarla? Se supone que no puedes llevarte vidas humanas y ella era mitad humana.
–Dejé de verla así al llevar el demonio dentro.
–Pero eso no cambia las normas.
–No y voy a sufrir el castigo que me corresponde por ello –hizo una pausa, pero no había terminado–. Me equivoqué al pensar que te quedarías vacío. El amor había vuelto a llenarte y eso es lo que te ha salvado. Siento mucho que tu esposa haya muerto.
–Ya no importa –murmuró Kane al tiempo que sacaba dos cuchillos.
El Enviado respiró hondo.
–No creo que quieras luchar conmigo.
–Tienes razón, lo que quiero es matarte –se lanzó sobre él con la intención de clavarle el cuchillo en el cuello, pero Malcolm desapareció y el cuchillo acabó en el tronco de un árbol.
–Tu mujer –dijo el Enviado en cuanto volvió a aparecer–. Está ardiendo.
Kane se dio media vuelta y, al verla envuelta en llamas, volvió a albergar esperanzas. Si había absorbido los poderes de Petra, podría renacer del fuego como hacían todos los fénix.
Pero, ¿y si Petra se enfrentaba a su muerte definitiva?
Kane observó con desesperación mientras las llamas consumían su cuerpo. Los pies, las rodillas, la cintura, los hombros... la cabeza. Hasta que no quedó nada.
Los restos empezaron a temblar y se amontonaron.
Entonces desaparecieron las llamas y no quedó nada excepto ese montón de cenizas.
Volvió a bramar al cielo y a golpear el suelo de rabia.
De pronto sintió una oleada de calor que lo obligó a ponerse en pie. Apareció otro fuego en las cenizas.
«Por favor», pensó. «Por favor».
Entonces surgió entre las llamas una forma femenina que quedó flotando en el fuego. Primero vio los rasgos de Campanilla, luego su pelo y su cuerpo. Y el corazón estuvo a punto de explotarle dentro del pecho.
Apenas abrió los ojos, las llamas desaparecieron y cayó desnuda al suelo.
Pero respiraba.
Kane acudió junto a ella, que le tendió una mano y lo miró.
–Estoy aquí –le dijo, con los ojos abiertos de par en par–. De verdad estoy aquí, Kane.
La estrechó en sus brazos, impaciente por tocarla y comprobar que era real.
–Nunca me había alegrado tanto de ver a alguien consumirse en el fuego –le dijo, apretándola contra sí–. Has renacido de tus cenizas, amor mío.
–Pero eso solo pueden hacerlo los fénix... –entonces lo comprendió–. ¡La fénix! Ella me pasó su poder.
–Sí –era un milagro. Un milagro provocado por las decisiones que había tomado, por el destino.
–William debió de matarla –explicó Malcolm–. Es la única manera de que hayas podido quedarte con su poder, lo que significa que ya no lo perderás. Ya no eres mitad humana, ahora eres completamente inmortal.
Kane se echó a llorar. Campanilla era inmortal. Sería suya para siempre.
–Gracias –le dijo a Campanilla, a Malcolm y a William–. Muchas gracias.
Malcolm miró al cielo y esbozó algo parecido a una sonrisa.
–Me dicen que el pequeño también ha renacido de las cenizas junto con su madre. Aunque solo tiene unos días, tiene un don especial y muy fuerte –y una vez les dio semejante noticia, se desvaneció en el aire.
Un niño.
Apenas podía creerlo. Puso la mano en el vientre de su mujer y la miró a los ojos. Ella se echó a reír, encantada.
–Un bebé, Kane.
–¿Estás contenta?
–Más de lo que jamás habría creído posible. Siempre pensé que mis poderes eran una bendición y una condena, pero ahora me doy cuenta de que solo son una bendición. Estoy viva y vamos a tener un hijo, un niño que será libre igual que tú. Porque el demonio ha muerto.
Kane hundió la cara en su cuello y respiró hondo.
–Lo que has hecho por mí... jamás podré pagártelo –se estremeció solo de pensar en el dolor que había sufrido por él–. No vuelvas a hacer nada parecido jamás. Te necesito y tenemos que estar juntos.
–Ahora y siempre.
Se apartó solo lo justo para mirarla a los ojos. Seguía teniendo la marca de la mejilla y la del pecho.
–Te hirieron antes de que fueras completamente inmortal, así que las marcas no desaparecerán nunca.
–¿Tan feas son? –preguntó tocándose la cicatriz del pecho.
–¿Feas? Son increíbles. Como tú. Son una prueba de tu valor y de tu amor por mí –la miró de arriba abajo antes de quitarse la camisa y taparla con ella. Después se quitó también los pantalones y se los puso.
Ella lo miró, sonriendo.
–Las mujeres van a babear cuando te vean en ropa interior.
–Pueden babear cuanto quieran, pero no tocarme.
–Porque eres mío –añadió ella–. Y yo soy tuya.
–Para siempre –dijo Kane.
–Para siempre –repitió ella.
–Quiero traer la paz a este reino antes de que nazca nuestro hijo –anunció–. Quiero encontrar a Cameo y a Viola y pagar la deuda que tengo con los Enviados, así que tendré que ayudarlos a encontrar a los demonios que mataron a su rey.
–Juntos, podremos hacerlo todo.
–Por el momento me basta con abrazarte y sentir el latido de tu corazón para estar seguro de que de verdad estás viva.
–Creo que en realidad lo que quieres es quitarme la ropa –le susurró, provocadora.
Kane volvió a besarla con más ímpetu.
–Sí, pero eso solo es el primer paso.
–¿Y cuál es el segundo?
–Ven conmigo y te lo demostraré.