Capítulo 35
Josephina y Kane pasaron el resto de la noche comprobando la seguridad del palacio. Los bichos se habían propagado por todo el reino y sus habitantes habían empezado a luchar los unos contra los otros por cualquier tontería mientras intentaban escalar el muro del palacio para llegar hasta Josephina.
Cuando por fin consiguieron calmar a todo el mundo y atender a los heridos, estaba tan cansada que apenas podía mantenerse en pie. Había visto tanta sangre y tanta violencia.
Kane la tomó en brazos y la llevó a su antiguo dormitorio.
–Siento mucho lo que te dijo tu padre. No es cierto, supongo que lo sabes.
–Sí, ahora lo sé.
–Nunca se dio cuenta de tu valía, pero eso no es culpa tuya, sino suya –dijo, utilizando el mismo argumento que había utilizado ella con él–. Ahora necesitas descansar –añadió con un beso.
–No.
–Tengo que limpiarte las heridas y no quiero que te duela.
–Puedo soportar el dolor.
–Pues no tendrías por qué tener que hacerlo –la dejó en el suelo y le puso una mano en la arteria del cuello.
–No se te ocurra... –no pudo terminar la frase.
Cuando volvió en sí, Kane seguía a su lado y estaba hablando por teléfono.
–Ya sabes tanto como yo –decía–. Lo siento mucho, pero me gustaría mucho que vinierais. Las cosas están igual en los dos reinos, así que el peligro es el mismo.
–Kane –le dijo ella.
Él colgó el teléfono y la miró. Había mucha culpa en sus ojos.
–Estaba hablando con Lucien. No hay ni rastro de William y de sus hijos. Los bichos han llegado al reino de los seres humanos y nadie sabe exactamente qué daño pueden ocasionar.
Se acercó a ella al tiempo que se quitaba la camisa.
–Las puertas están cerradas y los soldados de confianza están haciendo guardia. ¿Estás enfadada conmigo? –le preguntó mientras le desabrochaba la ropa también a ella.
–Sí.
–¿Entonces quieres que pare?
–No –el enfado nunca podría ser más intenso que el deseo que sentía por él.
Se tumbó lentamente sobre ella, dejando que sintiera el calor de su piel y sin apartar la mirada de sus ojos ni un instante.
–Kane, tengo que confesarte algo. Creo que... te amo –le dijo–. ¿Qué te parece?
Lo vio cerrar los ojos con absoluto placer.
–No sé cómo explicarte lo feliz que me hace la idea de que me ames, pero quiero que estés segura. Sé que no está bien, pero...
–¿Cómo que no está bien? Estamos casados.
La miró solo un instante antes de besarle el cuello con la intención, sin duda, de distraerla y hacerle olvidar la pregunta que le había hecho. Pero no iba a... ¡ah!
Su boca, y su lengua, fueron bajando por el cuello y siguieron hasta llegar a sus pechos mientras le quitaba el resto de la ropa. Una vez desnuda, pudo acariciarla por todas partes y recordarle el poder que tenía sobre ella, un poder que demostraba haciéndole sentir un placer que jamás habría creído posible.
–Soy toda tuya –le dijo cuando sintió su boca entre las piernas.
Al oírlo, él subió y volvió a besarla en los labios, pero sin un ápice de dulzura; ahora era todo pasión y deseo.
–Y yo soy tuyo –dijo entre besos. Un segundo después estaba dentro de ella.
–Te amo –le dijo ella sin dudarlo.
–¿Estás segura?
–Completamente.
–Otra vez.
–Te amo.
Aquellas palabras eran como combustible para él, que parecía poseído por la necesidad. No tardaron en fundirse en un solo grito de placer.
Pero apenas se derrumbó encima de ella, volvió a mirarla con deseo y le pidió más. Ella estuvo encantada de dárselo.
–He encontrado un vestido para ti –le dijo Kane mucho después–. ¿Te lo pondrías para mí?
–Claro –respondió ella, saciada de placer.
–Estupendo. Nos vemos en el salón del trono dentro de una hora –le dijo antes de salir de la habitación.
Fue entonces cuando Josephina se dio cuenta de que él no le había declarado su amor, pero no tenía la menor duda de que la amaba. Lo sabía.
Pero quería oírselo decir. «Tendré que encargarme de hacérselo confesar».
Sobre la silla encontró un precioso vestido de noche confeccionado con una delicadísima tela azul. Ni siquiera Synda se había puesto nunca algo tan exquisito. Josephina se dio una ducha y luego se vistió con manos temblorosas.
El único fallo de su imagen era la herida de la mejilla. Después de dejarla sin sentido, Kane se la había cosido y le había puesto un discreto vendaje, pero seguía notándosele mucho.
No vio ningún guardia ni ningún sirviente cuando salió de la habitación. Solo habían encerrado a los dirigentes y a la familia real; el resto del ejército y de los trabajadores del palacio le había jurado fidelidad a Josephina.
Encontró a Kane esperándola junto a la puerta del salón del trono. Se había cambiado de ropa para ponerse una impecable camisa blanca y unos pantalones negros. Llevaba el pelo perfectamente peinado y las heridas que había recibido durante la batalla ya habían empezado a curársele.
Sonrió al verla y fue una sonrisa llena de luz.
–Estás preciosa.
–Gracias. Pero, ¿por qué...?
Abrió la puertas del salón.
–Hoy es tu coronación y tu boda.
Allí estaban el resto de miembros de la clase alta, atados de pies y manos y mirándola como si quisieran lanzársele a la yugular, pero en completo silencio. ¿Los habría amenazado Kane?
Josephina volvió a mirarlo.
–Espera. ¿Has dicho boda? Pero si ya estamos casados.
–Pero no fue una ceremonia digna de recordar con cariño. Así que he decidido celebrar otra –le ofreció el brazo–. ¿Preparada?
Ella lo aceptó con una mano temblorosa mientras se decía a sí misma que debía de amarla para hacer lo que estaba haciendo.
Fue en ese momento cuando vio que... «me he casado con un hombre maravilloso». Allí estaba Maddox con la hermosa Ashlyn, aunque sin los niños. También estaba Lucien con la vivaz Anya. Reyes con Danika y la joven Gilly a su lado. Sabin con la pequeña Gwen. Aeron con la angelical Olivia. Gideon con la feroz Scarlet. Amun con la resplandeciente Haidee. Strider con Kaia. Y Paris, sin la poderosa Sienna.
Todos ellos la saludaron y le sonrieron. La alegría derribó el muro que había levantado siendo niña y la inundó por completo.
–No te preocupes por los opulens –le dijo Kane–. Nos viene bien que conozcan tan bien mi pasado porque saben de lo que soy capaz cuando me enfado.
–Pero me odian.
–Acabarán adorándote. No podrán evitarlo –entonces la miró, le tomó el rostro entre las manos y le dijo–. Yo, Kane, prometo cuidarte todos los días de mi vida. Prometo tener siempre en cuenta todo lo que necesites y hacerte cumplidos siempre que tenga ocasión. Prometo hacerte sonreír por lo menos una vez al día y prometo ser tuyo y solo tuyo para siempre.
Estaba ocurriendo de verdad, pensó sin apenas poder creerlo.
–Yo, Josephina... Campanilla Aisling, prometo cuidarte todos los días de mi vida. Prometo hacer frente a todos los desastres que provoque tu demonio y valorar siempre tu fuerza. Siempre serás el primero al que llamaré cuando decida entrar en guerra –miró a sus amigos y les sacó la lengua, todos ellos sonrieron–. Ahora y siempre, te pertenezco en cuerpo y alma.
Kane se inclinó a besarla, pero no con la dulzura que ella imaginaba, sino con una pasión arrolladora que la llenó de deseo y provocó los aplausos de los asistentes, unos aplausos que los obligaron a volver a la realidad.
–¿Sigues estando segura de lo que sientes? –le preguntó, mirándola a los ojos.
–Totalmente.
–Genial porque tú eres mi destino, Campanilla. Lo eres todo para mí –apoyó la nariz sobre la de ella–. Es increíble, pero lo que siento por ti ha dejado sin fuerzas al demonio. Parece dormido.
Josephina sintió que el corazón se le llenaba de júbilo. Por fin era libre. Los dos eran libres.
–Kane, es maravilloso.
–Sí –dijo, aunque sonrió con cierta tristeza antes de apartarse.
Alguien ocupó su sitio y le puso algo muy pesado sobre la cabeza. A punto estuvo de protestar antes de darse cuenta de lo que era. Ahora cargaba con la corona real, símbolo del poder que tenía sobre toda aquella gente.
No era lo bastante fuerte, ni lo bastante inteligente. ¿Y si se equivocaba? ¿Y si tomaba una mala decisión? Se le revolvió el estómago y sintió ganas de salir corriendo. No estaba hecha para semejante responsabilidad y no estaba segura de poder con ello.
–Vuestra reina –anunció Kane.
Pero debía hacerlo.
Kane se detuvo un momento a pensar en todo lo positivo y olvidarse de lo negativo. Se había enamorado. Se había casado con la mujer más maravillosa del mundo y la había ayudado a ocupar el puesto que le correspondía.
Había derrotado por fin a Desastre, que no tardaría en morir. Y poco después, lo seguiría él.
Danika se había equivocado por primera vez. Su cuadro no iba a suponer ningún problema. Si la rubia era Blanca, cosa que él creía, ya estaba muerta. Eso significaba que las Moiras también se habían equivocado, tal y como había vaticinado Campanilla. Blanca no iba a acabar con el hombre que provocaría el apocalipsis, no iba a acabar con nadie.
Las decisiones que habían tomado habían cambiado el curso de los acontecimientos y de sus vidas. Pero no quería pensar en nada de eso en aquel momento, solo quería pensar en Campanilla. Le había hecho el amor dos veces sin preservativo, así que quizá ya estuviera embarazada.
Deseaba tanto tener hijos con ella... También deseaba estar ahí para verlos crecer, pero eso era otro sueño imposible.
Tenía que asegurarse de que estuviera preparada para cualquier cosa. Para todo.
A pesar del miedo que reflejaban sus ojos, allí sentada en el trono, Kane estaba seguro de que Campanilla sería una magnífica reina porque por fin empezaba a darse cuenta de lo mucho que valía.
Anya y las demás se acercaron a hablar con ella, mientras que los guerreros lo rodeaban a él.
–Mi reina es mejor que la tuya –bromeó Paris, dándole un puñetazo en el brazo.
Kane meneó la cabeza.
–No hay una reina mejor que la mía –aseguró él a pesar de lo mucho que apreciaba y respetaba a Sienna.
La nueva reina de los Titanes estaba haciendo mucho por su pueblo y en aquellos instantes estaba ayudando también a Torin, pero no era Campanilla.
–¿Quieres apostar?
–Claro –respondió Kane.
–El que pierda tendrá que ir a la boda de Anya con un vestido.
«Para entonces estaré muerto», pensó, pero aceptó el reto.
–Te vas a quedar aquí, ¿verdad? –le preguntó Maddox.
Todos se quedaron en silencio, a la espera de su respuesta.
–Sí. A Campanilla la necesitan aquí y yo voy a ayudarla en cuanto pueda –iba a ser lo último que hacía.
Detestaba ir a dejarla sola frente a una guerra que él había ayudado a provocar. Odiaba tener que abandonar también a sus amigos, pero se dijo a sí mismo que todos estarían mejor sin él, aunque eso no iba a hacer que resultara más fácil.
–La familia es lo primero –dijo Reyes.
–Gracias por entenderlo.
–Para eso están los amigos –añadió Strider–. Pero déjame una habitación libre para cuando venga a visitarte.
–Puede que vengamos todos ahora que nos vamos a quedar sin casa –le recordó Sabin.
Kane abrazó a todos y cada uno de los guerreros mientras lamentaba que Cameo y Torin no estuvieran allí. Incluso sintió que no estuviera Viola.
Sabía que las encontrarían a las dos sanas y salvas y, fuera lo que fuera lo que le estaba ocurriendo a Torin, también se resolvería.
Al volver a mirar a Campanilla, vio detrás de ella a Malcolm, el Enviado de pelo verde estaba escuchando la conversación de las mujeres y ninguna de ellas parecía haberse dado cuenta.
Por lo visto había querido que Campanilla lo viera en la habitación del hotel y que ahora fuera él el que se enterara de su presencia. ¿Qué pretendía?
–¡Tú! –le gritó Kane con furia–. ¿Qué crees que estás haciendo aquí?
Malcolm lo miró a los ojos y desapareció.
–No te voy a preguntar con quién hablabas –le advirtió Maddox–. Me voy a ir porque Ashlyn y yo tenemos que volver con los niños. Los hemos dejado al cuidado de Lysander y más le vale haberlo hecho bien si no quiere morir.
Lysander era uno de los siete líderes de los siete ejércitos de Enviados. Estaba casado con Bianka, que era la hermana gemela de Kaia. Quizá Zacharel hubiese enviado a Malcolm, su soldado, para proteger a Campanilla.
«Quizá debería haber sido más amable con él».
–Os voy a echar de menos, chicos.
–Si alguna vez necesitas algo, solo tienes que llamarnos –le recordó Sabin.
–Te avisaremos en cuanto encontremos la caja de Pandora –le aseguró Reyes.
Kane llevaba siglos buscando la caja, por lo que era muy duro asumir que no estaría vivo cuando por fin la encontraran. Pero prefería deshacerse de Desastre ahora que estaba demasiado débil para luchar.
Los hombres fueron a buscar a sus respectivas mujeres y Lucien los transportó de dos en dos. Ya sin sus amigos, Kane fue junto a su esposa.
–Ya eres oficialmente la persona más poderosa del reino.
–No, eres tú, el nuevo rey.
¿Él? No, él solo era su hombre, con eso le bastaba.
–El reino es tuyo. Esta es tu gente y siempre tendrás la última palabra.
Ella lo miró, aterrorizada.
–No sé si sabré hacerlo –susurró.
–Dime que eso no lo dice la misma mujer que ha puesto a los antiguos reyes donde debían estar, en las mazmorras.
–Pero lo hice con ayuda –lo rebatió–. La tuya y la de las chicas que me cedieron sus fuerzas, y la de William y sus hijos –le tembló la barbilla–. No podría haberlo hecho sola.
Deseaba decirle que nunca tendría que hacer nada sola, pero no podía hacerlo.
–Puedes hacerlo, Campanilla. Yo creo en ti.
–Yo también creo en mí misma... a veces.
–Vas a ver como cada vez crees más a menudo en ti misma.
–¿Estás seguro?
–Desde luego.
–Porque me quieres –le dijo–. Sé que me amas, aunque no me lo hayas dicho.
–Campanilla, soy todo tuyo. No hay nada en este mundo que no haría por ti. Te amo tanto que apenas puedo pensar. Estoy obsesionado contigo. Te respeto, te admiro y muchas otras cosas para las que no tengo palabras.
–Pues acabas de explicarlo bastante bien –le dijo, con los ojos llenos de lágrimas–. Y es lo más bonito que me han dicho en toda mi vida.
–Porque siempre has estado rodeada de imbéciles.
–Ay, Kane... No debería dejar que renunciaras a tu vida por mí. Debería obligarte a volver a tu casa. Por fin llevo las riendas de mi vida y tú deberías poder llevar las de la tuya.
–Las tengo –colocó una mano en cada reposabrazos del trono y se inclinó hacia ella–. Mi lugar está a tu lado. Te he elegido a ti y siempre te elegiré. Pero intenta obligarme a que me vaya. Adelante, inténtalo –la retó.
Ella lo miró a los ojos con gesto resplandeciente.
–Gracias.
–Ya te lo he dicho. Aquí me tienes, todos los días de mi vida.