Capítulo 29

 

Reino de Sangre y Sombras

 

 

Torin no tardó mucho en encontrar el vídeo que le había pedido Lucien para Kane. Después de enviárselo, dio la vuelta a la silla.

Primero miró el cuadro que seguía junto a la pared. Aún no lo había visto.

Después miró a la mujer que estaba sentada al borde de la cama.

Aún no había resuelto el misterio de su nombre, aunque había ido a verlo todos los días, tal y como había prometido. Torin no había querido presionarla para que estuviera más relajada y le había permitido que lo observara mientras investigaba la Vara Cortadora, tratando de buscar respuestas sobre Cameo y Viola; así había ido conociendo sus costumbres y sus gestos. Le había dado de comer y había dejado que paseara por todos los rincones de la habitación.

¿Cómo podría romper aquella coraza?

–Eres muy bueno con tus amigos –le dijo ella.

–Ellos también son muy buenos conmigo.

–Los quieres.

–Mucho.

Se comió la fresa que él le había dado y se chupó los dedos.

–Yo tengo una amiga –un momento de silencio–. La echo de menos.

Por fin. Por fin un poco de información personal. «Tranquilo. No la presiones».

–¿Se ha... ido?

–No. La veo todos los días y hablo con ella, pero siempre hay alguien observándonos y escuchando, por lo que no podemos hablar libremente.

–¿Quién os observa? –le preguntó, cautelosamente.

–Los demás.

Eso no aclaraba nada, pero era un comienzo.

–Los demás os escuchan a tu amiga y a ti... –adoptó una postura aparentemente relajada para no parecer impaciente–. ¿Cómo se llama?

–Probablemente sea mejor que no sepas su nombre –respondió ella–. Pero te diré el mío.

–Sí, por favor.

–Me llamo... Mari.

La emoción de saber por fin su nombre estuvo a punto de hacerle pegar un bote.

–¿De dónde eres, Mari?

–De... del pasado.

–No comprendo.

–Cronos me encerró en una de sus residencias y no sé cuánto tiempo pasó hasta que pusieron a mi amiga en la celda de enfrente. No puedo visitarla, ni ella a mí. Solo podemos hablar a través de las rejas.

Torin repasó todo lo que había observado en ella y lo comparó con lo que veía en esos momentos. Siempre aparecía con el pelo enmarañado y la cara manchada a pesar de las veces que se duchaba allí. Pero el temor había ido desapareciendo de su mirada y ya no estaba tan demacrada, gracias a todo lo que comía cuando estaba con él.

–Cronos murió –le dijo–. No tienes por qué regresar. Puedes quedarte aquí sin ningún temor.

–Sigues sin entenderlo. Estamos atrapadas allí, atadas de algún modo. No tenemos comida, ni agua, y aun así hemos podido sobrevivir... aunque no sé cómo. Cronos debió de hacernos algo.

Claro. Había maneras de mantener alimentados a los prisioneros sin darles de comer. Métodos que convertían a los prisioneros en unos seres dóciles y débiles.

–Hemos intentado escapar por un túnel, pero no lo hemos conseguido. Puedo transportarme para venir a verte porque Cronos me dio permiso para hacerlo antes de morir, pero no puede salir nadie más, ni siquiera transportándose con la mente.

Torin seguía sin comprender qué quería decir eso de que era del pasado. ¿Habría viajado en el tiempo? ¿O sería una inmortal que Cronos habría encontrado en otra época y desde entonces la había tenido prisionera?

–Deberías habérmelo dicho antes –le dijo, tratando de seguir hablando con suavidad.

–No te conocía. No sabía lo que... lo que quería de todo esto.

–Yo puedo ayudarte. Las residencias de Cronos ahora pertenecen a una de nuestras amigas, Sienna Blackstone, que también tiene ahora los poderes del rey titán –la mayoría, al menos–. Si le dices todo lo que sabes de la casa, ella podrá encontrarla y liberaros a tu amiga y a ti.

La esperanza le iluminó el rostro.

–¿De verdad?

–Sí –«así podrás quedarte conmigo».

–No sé qué decir –se puso en pie con la mano en el pecho.

–Puedes darme las gracias –por el momento bastaría con eso.

–Gracias, gracias y mil gracias –le dijo con una enorme sonrisa en los labios.

–De nada –Torin se levantó también–. Voy a llamar a Sienna –la nueva reina de los Titanes repartía su tiempo entre prepararse con los Enviados y buscar a los Innombrables, unos monstruos que habían quedado en libertad–. Vendrá a conocerte y podremos empezar a buscar. ¿De acuerdo? –le tendió una mano.

Ella miró la mano cubierta con un guante, luego a sus ojos y después otra vez al guante. Se lo quitó lentamente y él... la dejó hacerlo. Después observó aquella mano a la que hacía décadas que no le daba el sol y tragó saliva.

–¿Mari?

–De acuerdo –le puso la mano sobre la de él y entrelazó los dedos con los suyos.

El cuerpo de Torin reaccionó de inmediato, como si estuviera preparándose para el sexo más salvaje. Se le estremeció la piel y le ardió la sangre.

«Necesito más».

 

 

Cameo iba de un lado a otro del despacho. Era extraño. Podía ver todos los rincones de la habitación, pero no podía pasar por todas partes.

Cada vez que se acercaba a las estanterías, experimentaba una intensa sensación de vértigo y cuando quería darse cuenta, se encontraba en el otro extremo del despacho.

Era lo mismo que le había ocurrido a Lazarus, aunque en su caso había sido solo una vez. Después había dejado de intentarlo; ahora estaba apoyado en la pared, observándola con gesto sarcástico.

–¿Sigue ahí ese tipo? –le preguntó Cameo–. Por cierto, no me has dicho quién es.

–Sí, sigue ahí. Pero en realidad es más un monstruo que un hombre. Prefiero no decirte su nombre.

¿Por qué?

–¿Qué hace?

–Observarte.

La idea la hizo enfurecer.

–¿Por qué no puedo verlo? ¿Por qué no puedo llegar a él? –¿dónde estaba Viola? ¿Qué había sido de ella? ¿Seguiría atrapada en la Vara?–. Me hiciste creer que tendría que participar en una peligrosa batalla.

–Me equivoqué. Ya ocurrió una vez.

–Bueno, pues deja de holgazanear y ayúdame a encontrar una solución.

–No. Comprendo que el monstruo se lo pase tan bien. Es muy divertido verte utilizar los mismos métodos una y otra vez y fracasar de la misma manera solo para intentar alcanzarlo.

Estaba muy furiosa.

–Espero que te ahogues con tu propia lengua.

–¿Para qué, para poder sacármela con la tuya?

–¿Estás coqueteando conmigo?

–Vaya –dijo mirando a un punto en el vacío–. La pequeña guerrera no distingue entre una pregunta lógica y un coqueteo.

¿Estaría hablando con la bestia invisible, con su supuesto enemigo?

Cameo se acercó a la pared en la que estaba apoyado y se sentó junto a él.

–Lo cierto es que eres bastante atractiva, pero tienes que mejorar tu voz.

–¿Tú te atreves a insultarme? Me acuerdo de ti, sabes. Hace unos meses estuviste en los Juegos de las arpías con Strider y Sabin. Eres el acompañante de la arpía que estaba al mando.

En sus ojos se encendió un pequeño fuego... de verdad.

–Yo no soy el acompañante de nadie.

Parecía que había encontrado un punto débil.

–Me pregunto qué diría tu acompañante al respecto. Se llama Juliette, ¿verdad?

Lo vio resoplar por la nariz, lo que daba cuenta de su furia.

–Cuando salga de este despacho, cosa que haré, estará tan muerta que no podrá decir nada.

–¿Piensas matarla?

–Sí –así de simple–. Una vez elegí la muerte antes que a ella y volveré a hacerlo, solo que esta vez lo haré al revés.

–Puede que te mate yo antes y le regale a ella tu cabeza –respondió Cameo amablemente.

–Puede que yo te corte la lengua y le haga un favor al mundo.

–Puede que yo te destripe, solo para reírme un rato.

–Puede que te mate a puñaladas y así me hago un favor a mí mismo.

«¡Basta!», pensó Cameo al tiempo que se ponía en pie de un salto.

–¿Quieres hacerlo, guerrero? Porque yo estoy preparada.

Lazarus se levantó también.

–No creo que quieras provocarme, pequeña, porque perderás.

Se acercó a él hasta rozarle el pecho.

–No estoy de acuerdo. En ninguna de las dos cosas.

–Entonces haz lo que tengas que hacer y yo haré lo mismo –dijo sin dejarse intimidar.

Lo único que tenía que hacer era no actuar como él esperaba, así le sorprendería.

Como si estuvieran en la escuela, le pegó un empujón que lo tiró contra la pared y lo dejó mudo de asombro.

Cameo se acercó al lugar que había ocupado él y de pronto se encontró al aire libre, rodeada de árboles y de una suave brisa. Los pájaros cantaban junto a un riachuelo y el cielo estaba soleado, sereno y perfecto.

–¿Qué me has hecho? –quiso saber Lazarus, saliendo de entre las sombras de los árboles.

–¿Yo? Te empujé contra la pared. Supongo que te pasaste al otro lado y yo te seguí.

Él miró a su alrededor, analizando el lugar.

–Creo que estamos entre dos dimensiones –murmuró como si estuviera hablando consigo mismo–. Eso significaría que la Vara nos lanzó a otra dimensión, el despacho estaba en otra y esto es una tercera dimensión.

Era la primera vez que oía hablar de distintas dimensiones.

–¿Podrías explicarme qué quieres decir con eso?

–Existen dos mundos, el natural y el espiritual, y entre ambos hay distintas dimensiones; espacios de vida que se encuentran entre lo natural y lo espiritual.

El temor le encogió el corazón.

–¿Qué implica eso para nosotros?

La miró fijamente mientras le decía:

–Que no podremos volver a casa.