Capítulo 31

 

Reino de Sangre y Sombras

 

 

Josephina trató de ver tanto cuanto pudo mientras Kane la llevaba por un pasillo y luego por una escalera de la fortaleza.

–Casi no me creo que esté en tu casa. Es el sueño de cualquier mujer fae.

Le llamaron la atención los retratos que había en las paredes. En cada uno de ellos había un Señor del Inframundo en cueros, pero con el sexo tapado por algún objeto femenino como un lazo, un osito de peluche, un trozo de encaje. Luego estaban los retratos de aquella delicada rubia que sería el ideal de belleza de los fae.

–Es guapa –comentó, intentando no compararse con aquella belleza–. ¿Es pareja de alguno de tus amigos?

–No.

Le sorprendió la sequedad con que respondió Kane. Se fijó en que tenía la espalda rígida y caminaba como a tirones.

–¿Estás bien, Kane?

No le hizo caso alguno, como tampoco se lo hizo a la gente con la que se cruzaban.

–¿Eres tú de verdad? –le dijo un tipo de pelo negro y ojos violetas.

Josephina enseguida lo reconoció como el famoso guardián de la Violencia. Lo tenía lo bastante cerca como para poder tocarlo. Llevaba un bebé en brazos. Madre mía, ¿tenía una hija? ¿Por qué no se habría hecho pública tan jugosa noticia?

Kane siguió de largo sin decir nada.

–Encantada de conocerte –dijo ella–. Soy Josephina y me encanta...

Kane tiró de ella sin dejar que terminara lo que estaba diciendo. Al dar la vuelta a la esquina, salió Strider de una habitación.

–¿Qué hacéis aquí? Pensé que estaríais de luna de miel.

–Me alegro de volver a verte –le dijo Josephina.

Junto a Strider había una pelirroja bajita que le dio un codazo en el estómago.

–¿Qué he hecho ahora, amor? –le preguntó él con gesto de inocencia.

–¿Tu amigo se casa y ni siquiera te molestas en decírmelo?

–Oye, no estarán por aquí Paris y Torin, ¿verdad? –le preguntó Josephina a Strider–. Si los viera, podría darme un ataque al corazón, pero merecería...

Kane se colocó detrás de ella y le tapó la boca.

–Ya basta.

Se detuvo frente a una puerta, que pronto comprobó que era de un dormitorio, donde entraron y él cerró la puerta a su espalda. Josephina lo observó todo, absolutamente maravillada. Era una estancia muy amplia, con paredes de piedra y suelos de mármol. Los muebles eran antiguos pero elegantes. No había cuadros de ningún tipo, ni tampoco ningún otro detalle personal.

–Tengo que... –empezó a decir Kane, luego hizo una pausa y se pasó la mano por la cara–. Tengo... que irme –consiguió terminar sin mirarla.

Josephina se volvió para mirarlo de lleno.

–¿Vas a dejarme aquí?

–Pero volveré –se apresuró a añadir–. Y te presentaré a todo el mundo. Haré lo que desees.

–Tú eres lo que deseo.

Ya no era la chica pasiva que había conocido. Había vivido muchas cosas desde entonces, muchas cosas a las que habían sobrevivido. Josephina había decidido luchar por sus derechos y estaba dispuesta a luchar por lo que quería, aunque tuviese que enfrentarse con el propio Kane.

–¿Qué ocurre, Kane? ¿Qué te pasa? No me apartes. Esta vez no.

–Tengo la cabeza hecha un lío –respondió, angustiado–. Esas semanas que estuve en el infierno... los demonios...

–Lo siento. Debería haberme dado cuenta –eliminó la distancia que los separaba y le puso las manos en el pecho, donde pudo sentir los latidos acelerados de su corazón. El infierno le había hecho recordar todo lo que había sufrido allí y aun así había ido en su busca. Era un hombre increíble. «Mi hombre»–. Déjame que te ayude, por favor.

–Yo... sí. Está bien –la tomó en brazos y la llevó hasta la cama, donde se tumbó a su lado.

–Habla. Suelta todo el veneno que llevas dentro.

Pasó un minuto. Y luego otro.

–No sé si lo sabes –comenzó a decir por fin–, pero una mujer puede hacer que el cuerpo de un hombre se excite aunque dicho hombre no sienta la menor atracción por ella. Por eso, mientras estaba en el infierno, miles de siervas me... hicieron cosas. Fue mucho peor de lo que te he contado. Una tras otra, tenía sus manos y sus bocas por todas partes, intentando robarme mi semilla porque querían tener hijos míos y no me dejaban en paz. Y mientras Desastre no dejaba de reírse ni un momento. Igual que se ríe ahora, porque disfruta con mi dolor y mi humillación.

–Ay, Kane –su pobre Kane–. No te atormentes por ello. La culpa es de Desastre y de las siervas.

–Pero yo podría haber luchado más.

–¿Tú crees? –le preguntó Josephina–. Eres más fuerte que ningún otro hombre que yo conozca.

–No es cierto –respondió, meneando la cabeza.

–Claro que lo es. Hoy mismo lo has demostrado. A pesar de todo lo que has sufrido, viniste a buscarme al infierno.

Sintió que el corazón se le detenía un instante.

–Sí, ¿verdad? Pero... cuando oí que se acercaban los demonios, tuve ganas de vomitar y me sentí un cobarde. Debería haberme enfrentado a ellos y haberlos destruido. Algún día lo haré, pero hoy solo quería salir corriendo.

Josephina se daba cuenta de que esas ganas de huir suponían una vergüenza para su alma de guerrero.

–La cobardía no tiene nada que ver con lo que se siente, sino con cómo se actúa y, a pesar de todo, tú actuaste como un valiente y en ese momento tenías otras cosas en que pensar aparte de la venganza. Estabas intentando protegerme. Sabías de lo que son capaces las siervas y supongo que querías alejarme de ellas cuanto pudieras. ¿Es así?

Solo dudó un instante antes de admitir.

–Sí –después se puso de lado en la cama y hundió la cara en el cuello de Josephina.

Ella sintió algo cálido y húmedo... ¿una lágrima? La rodeó con los brazos y la apretó con fuerza. Las lágrimas siguieron cayendo una a una, cada vez más seguidas, hasta que Kane estaba llorando con desesperación, con unos sollozos desgarradores.

Josephina lo abrazaba y le pasaba la mano por la cabeza con ternura. ¿Cuánto tiempo habría estado conteniendo esas lágrimas? ¿Cuánto tiempo llevaban abiertas aquellas heridas?

Poco después se calmó y se apartó un poco de ella, lo justo para que no tuviera que cargar con su peso.

–Lo siento –dijo con un hilo de voz.

–¿Por qué?

–Acabo de comportarme como una mu... como un niño.

–Llorar no es de niños, tonto, ni tampoco algo exclusivo de las mujeres. Estabas sufriendo y tienes todo el derecho del mundo a reaccionar.

Le pasó la mano por la mejilla.

–Eres muy sabia

–Es verdad que soy inteligente, sí.

Él se echó a reír, pero solo un instante antes de volver a ponerse serio.

–No lo consiguieron, sabes. No dejé embarazada a ninguna de las siervas.

Josephina se alegró de ello porque sabía que Kane no habría soportado tener esa clase de vínculo con el Inframundo.

Lo miró y se olvidó de pronto de lo que iba a decir.

–No es justo. Cuando yo lloro, acabo pareciendo una vieja a la que le hubieran pegado una paliza. Tú sin embargo estás más guapo que nunca.

Kane sonrió lentamente.

–¿Te parezco guapo?

–Creo que ya te dije que para mí eres la encarnación de la belleza –le dijo mientras le quitaba la camisa.

–No, me dijiste que era sexy, que no es lo mismo. No me quejo, pero... ¿qué estás haciendo?

–¿Te acuerdas cuando te dije que quería borrar todos tus malos recuerdos y sustituirlos por buenos? Bueno, pues voy a empezar ahora mismo –lo siguiente que le quitó fueron las botas y luego los pantalones y la ropa interior.

Una vez completamente desnudo, lo observó descaradamente. Lo cierto era que decir que era guapo y sexy era quedarse muy corto. Era fuerte, tenía la piel bronceada y perfecta, con el adorno de la mariposa sobre la cadera.

Recorrió los bordes de las alas.

–Este dibujo siempre me atrae la atención.

–A veces el mal va envuelto en belleza.

Muy cierto.

–Estás deseando librarte de ello. De él.

–Es lo que más deseo en el mundo.

–Entonces encontraremos la manera de hacerlo –le besó suavemente en los labios, con dulzura–. Juntos podemos hacer todo lo que nos propongamos. Ahora agárrate al cabecero de la cama.

–Campanilla... –comenzó a decir.

–No voy a hacer nada que no te guste. Te lo prometo.

–No lo dudo.

Estiró los brazos e hizo lo que ella le pedía. La siguiente vez que lo besó, él lo aceptó sin reservas, respondiendo con la misma pasión, que crecía con cada nuevo beso. Entre ellos siempre había mucha pasión, pero en esos momentos, Kane la besaba con una intensidad y un respeto que hacía pensar que ella era lo más importante de su vida. Que siempre iba a desearla y a necesitarla, que no soportaba la idea de estar sin ella.

Josephina se tomó todo el tiempo del mundo para saborear y explorar hasta el último rincón de su cuerpo, aprendiendo a hacerle disfrutar con las indicaciones que él le daba, adorándolo y buscando en cada momento el más mínimo indicio de tensión o de incomodidad. Pero Kane parecía completamente entregado a la fuerza del deseo.

–Campanilla, tienes que parar porque estoy a punto de... Yo también quiero tocarte y hacerte cosas –le dijo con la voz rasgada–. Quiero hacerte mía.

Josephina se dio cuenta que no solo quería hacerlo, sino que lo necesitaba. Antes de que pudiera darse cuenta, había perdido el control y se lo había entregado a él, pero no le importó. Quizá Kane nunca pudiera cederle todo el control y tampoco pasaba nada, porque para ella era un placer ver lo que hacía con su cuerpo.

–Soy toda tuya –le dijo–, puedes hacer lo que quieras conmigo.

Un segundo después tenía puesto el preservativo y la había agarrado por la cintura. La levantó y se metió dentro de ella, llenándola por completo. Josephina se aferró a él y se dejó llevar por la pasión más maravillosa que había experimentado.

Kane estaba asilvestrado, indómito, pero también tenía muchísima dulzura. Porque, a la vez que la poseía, se entregaba también a ella y le daba cuanto tenía. Y, cuando el dolor se hizo incontrolable, Josephina solo pudo echar la cabeza hacia atrás y dejarse arrastrar. Lo oyó rugir mientras se zambullía aún más en ella, llevándola hasta alturas jamás imaginadas.

Después, aún jadeando, se derrumbaron el uno en brazos del otro.

–No me dejes nunca –le pidió él, dándole un beso en la sien.

–No lo haré –le prometió ella.

–Sé que no está bien, pero te necesito a mi lado.

–¿Por qué no está bien?

Kane se aclaró la garganta.

–Sé una manera de hacerlo.

Josephina tardó unos segundos en darse cuenta de que había vuelto a otro tema de conversación.

–¿De matarlo de hambre?

Él asintió.

–Puede que las cosas se pongan un poco difíciles y que estés mejor sin mí, pero...

Ahora entendía por qué había dicho que no estaba bien que la necesitara a su lado.

–No voy a ir a ninguna parte sin ti –le aclaró ella.

Él cerró los ojos, como si quisiera saborear aquellas palabras.

–No, no vas a ir a ningún lado sin mí.

 

 

Kane se apoyó en el umbral de la puerta y sonrió mientras veía a Campanilla con las demás mujeres de la fortaleza. Le había presentado a todo el mundo esa misma mañana, pero ya parecía una más de la familia.

Solo había pedido tres autógrafos.

Todo el mundo estaba tan ocupado tratando de averiguar qué les había ocurrido a Cameo y a Viola, que se habían olvidado de comer o de dormir. Necesitaban un descanso, una distracción, y Campanilla les estaba proporcionando ambas cosas.

Las mujeres la adoraban y no dejaban de adularla. Quizá fuera porque él les había advertido que mataría a cualquiera que le hiciera el menor daño, pero no lo creía. Más bien pensaba que era por la dulzura que desprendía, por el modo en que se le iluminaba la cara cuando sonreía. Cuando hablaba salía por sus labios la sabiduría de varias vidas. Siempre incluía a todo el mundo en la conversación y no mostraba parcialidad alguna ante nadie. Para ella todo el mundo era especial.

–Cuéntanos cómo se vive en el palacio de los fae –le pidió Ashlyn mientras acunaba a su hija.

Kane sabía que debería marcharse. Debería contarles a sus amigos el trato que había hecho con Taliyah; seguramente ellos querrían matarlo por haberle ofrecido la fortaleza. Lo mejor sería decírselo ahora que Campanilla estaba distraída. Se giró hacia el lugar donde estaban los guerreros.

–Ahora mismo en Séduire –oyó decir a Campanilla–, soy la mujer más envidiada porque me he casado con el famoso guardián del Desastre.

Oyó el orgullo que había en su voz y no pudo evitar volverse a mirarla. Lo vio también en sus ojos y se le llenó el corazón de alegría. Sus amigos podían esperar.

–Quiero que me cuentes cuando Kane le dio una lección al lascivo de tu hermano –le pidió Anya–. ¡Seguro que se te cayeron las bragas! A mí se me habrían caído, si las llevara.

La esposa de Amun, Haidee, meneó la cabeza.

–Perdónala, es que está un poco loca.

–No, estoy muy loca –matizó la propia Anya como si fuera un cumplido y seguramente para ella lo era–. Deberían haberme encerrado hace siglos. Espera... ¡sí que me encerraron!

–Calla, Anarquía, Josephina iba a decirnos si Kane es tan bueno en la cama como yo creo –dijo Gwen, la mujer de Sabin.

–Estoy casi segura de que no era eso lo que iba a decir –aclaró Campanilla.

–Claro que sí –dijo Kaia, pareja de Strider–. Pero antes te voy a regalar uno de mis cambios de imagen. Strider me ha contado que tu familia te trataba fatal y creo que la mejor manera de vengarse, aparte de matarlos, es hacer que se mueran de envidia.

La esposa de Paris, Sienna, chascó los dedos y aparecieron un montón de vestidos y un completo maletín de maquillaje.

–¡Que empiece el cambio!

–Tengo entendido que has estado bastante tiempo con William –le dijo Gilly, la protegida de William–. ¿Te fijaste en la clase de mujeres que... conoce?

–Mis pobres oídos –protestó Anya–. No quiero oír nada de eso.

–Debería mataros a todos mientras dormís –dijo entonces Scarlet–. Así dejaría de preocuparme por perder a mis amigos... porque ya no tendría amigos –era la guardiana de las Pesadillas, esposa de Gideon y no había nadie que diera más miedo que ella. Mucha gente salía huyendo al verla.

Pero Campanilla no.

–Ni se te ocurra acercarte a Kane, o tendré que matarte yo a ti –le advirtió.

–¿Qué me dices de William? –insistió Gilly.

–Puede acercarse a él cuanto quiera –respondió Campanilla.

–No, ¿qué me dices de sus mujeres?

–¿Puedo irme ya a mi habitación? –las interrumpió Legion, hija adoptiva de Aeron. Era una muchacha pálida y retraída que, al igual que Kane, había pasado algún tiempo en el infierno.

Ese mismo día, Kane había ido a verla a su habitación. La había encontrado hecha un ovillo en un rincón, haciendo dibujos en las paredes. Dibujaba a Galen, el que había sido el segundo al mando de los Cazadores y que ahora estaba en poder de Sienna.

Galen había intentado una vez esclavizar a la pobre muchacha.

–Legion –le había dicho Kane y la había visto ponerse en tensión. Tenía el cuerpo de una actriz porno, pero en ese momento parecía apenas una niña.

–Odio ese nombre –le había dicho ella sin mirarlo–. No pienso volver a responder a él.

–¿Cómo quieres que te llame?

–De cualquier otra manera.

–Está bien. Entonces te llamaré Honey.

–Como quieras. Quiero estar sola.

–Solo quería que supieras que he estado donde tú estuviste y he pasado por lo mismo que tú, así que, si alguna vez quieres hablar de ello con alguien que te entienda, puedes recurrir a mí. No te curará, pero... hará que te sientas mejor.

Volviendo al salón en el que estaban todas las mujeres, Olivia, la esposa de Aeron, le pasó un brazo por los hombros a Legion... Honey y le dijo:

–No te vayas todavía. Por favor.

Honey se puso en tensión, pero asintió.

–Bueno –Campanilla las miró a una a una como si no pudiera creer que realmente estuviera con ellas... y que la hubieran aceptado–. Voy a responder vuestras preguntas una a una. Primero, el palacio de los fae es enorme y lleno de lujos, pero la gente que vive en él es un asco.

–Creo que deberíamos hacerles una visita algún día –propuso Kaia con sarcasmo.

–Desde luego –asintió Gwen.

–En segundo lugar, no voy a contaros ni un solo detalle de lo que hacemos en la cama Kane y yo. Solo os voy a decir que es maravilloso. Seguramente soy la mujer más satisfecha que hay en la fortaleza, si no en el mundo.

–¡De eso nada! ¡Soy yo! –protestó Anya.

–¡No, yo! –respondió Kaia.

–En tercer lugar, estaría muy bien hacerme ese cambio de imagen, gracias. Cuarto, William... sí. Estuvo con una rubia muy cruel, la reina, que además es mi madrastra. Lo siento.

Gilly asintió con tristeza.

–Con una mujer casada –murmuró–. No es el hombre que yo creía.

Campanilla le agarró la mano y se la estrechó. Era un gesto de consuelo y comprensión, pero de pronto se dio cuenta de que no llevaba puestos los guantes y la retiró bruscamente.

–Lo siento, no debería haberte tocado. No... espera, sí que puedo. Kane tenía razón.

Kane sonrió, lleno de orgullo.

«¡La odio! ¡Las odio a todas!». Desastre le golpeaba la cabeza por dentro, rugiendo y gritando.

Se explotó una bombilla y se resquebrajó el suelo de mármol.

«Ya está», pensó, luchando contra el temor. «Empieza a tener hambre».

Todos los ojos se volvieron hacia él, que apretó los dientes y asintió para decirles que era justo lo que pensaban.

Entonces sintió una mano en el hombro.

–¿Estás preparado?

–William –dijo, sorprendido de ver al guerrero–. ¿Qué haces aquí?

–¿Así es como me recibes después de todo lo que he hecho por ti? Gracias, tío.

Kane levantó el brazo y le dio un puñetazo en la nariz.

–No, así es como te recibo.

William sonrió con sentido del humor.

–Mucho mejor.

–La próxima vez que intentes engañarme, no me bastará con un puñetazo.

–No lo dudo.

Una vez solucionado eso...

–La última vez que te vi, te disponías a luchar con las siervas. ¿Cómo terminó?

–En una matanza. Puedes estar seguro de que recibieron su merecido, así que, me debes una –les tiró un beso a las damas y se dirigió a la biblioteca. Solo se volvió a mirar a Gilly una vez.

Kane lo siguió, pero también se volvió a mirar a Campanilla antes. Ella le dedicó una sonrisa dulce y hermosa que le hizo sonreír también.

–No te debo nada –le dijo a William.

No sabía si alegrarse de que sus enemigos hubiesen muerto o molesto por no haber podido vengarse personalmente.

Más bien molesto.

–Dime, ¿de dónde sacaste mi anillo? –le preguntó, solo para provocarlo.

El guerrero clavó en él una dura mirada.

–Dirás mi anillo.

–Eso he dicho. Mi anillo.

William se detuvo un instante y se encogió de hombros.

–Está bien. Quédatelo. Se lo robé a una mujer con la que me acosté antes de matarla. ¿Qué? ¿Por qué me miras así? Da igual. Seguramente esté maldito y solo te esté transmitiendo una falsa sensación de calma.

En ese momento explotó otra bombilla y salieron varias llamas disparadas hacia Kane. Entró a la biblioteca en silencio, William cerró la puerta con cerrojo, por si las mujeres trataban de interrumpirlos. Kane miró a todos los presentes. Lucien, Sabin, Strider, Amun, Paris, Gideon, Aeron, Reyes, Maddox y Torin, situado en el rincón más lejos de la puerta. Hacía semanas que no estaban todos juntos.

Unidos tenían una fuerza que pocos se atreverían a menospreciar.

–Así que tu chica tiene problemas, ¿verdad? –le dijo Strider–. William nos ha contado lo que pretende hacer su padre.

–¿Qué podemos hacer para ayudar? –preguntó Sabin.

Querían ayudarlo. Sabin no quería controlar la situación, ni pretendía abandonar a Kane, sino que comprendía que quisiese contribuir a liberar a su mujer. Eso lo ayudó a relajarse un poco...

Hasta que estalló otra bombilla.

–Antes tengo que ser sincero con vosotros –anunció–. Necesito que nos vayamos todos de la fortaleza dentro de menos de tres meses, sin hacer preguntas.

–¿Qué?

–¿Por qué?

–¿Qué ocurre?

Sin preguntas, pensó meneando la cabeza. Era inútil.

–Hice un trato con alguien a cambio de que me diera la información que necesitaba para encontrar a Campanilla y le prometí la fortaleza.

–¿A quién? –quiso saber Sabin.

–No es asunto vuestro. Solo necesito que os vayáis de aquí.

Hubo protestas, como era de esperar, pero cualquiera de ellos habría hecho lo mismo por su mujer y todos lo sabían. Al final se irían sin poner problemas.

Después de eso, Kane les explicó el plan que había ideado para luchar contra el rey de los fae y los demás lo aprobaron sin dudarlo. Era un plan peligroso que requería de esfuerzo, pero era la manera más rápida de demostrarle al rey y a todos los fae lo valiosa que era Campanilla.

Solo entonces comprendería Tiberius que Kane no iba a renunciar a ella y que no serviría de nada que intentara recuperarla. Jamás volvería a ser una esclava de sangre.

Una vez explicado todo, Sabin se frotó la barbilla con gesto pensativo.

–¿Dolerá?

–No –respondió Kane.

–¿Y causará algún daño duradero? –preguntó Reyes.

–No.

–¿Estás seguro?

–Sí.

–Ya cuentas conmigo –declaró Strider, encogiéndose de hombros–. Ahora solo tienes que conseguir la aprobación de Kaia.

Kane asintió, pues esperaba algo así.

–Lo haré.

William lo miró, poniéndose una mano sobre el pecho.

–Es un plan tan retorcido que es como si lo hubiera ideado yo. Estoy impresionado.

Kane hizo caso omiso al comentario, pero lo cierto era que en aquel momento se sentía mejor de lo que se había sentido desde hacía mucho tiempo, incluso mientras se resquebrajaba la pared que tenía al lado, a punto de caérsele encima. Se sentía... libre. Liberado del pasado, del dolor, de los recuerdos y del odio.

Campanilla había hecho algo increíble la noche anterior; quizá había calmado a la bestia que llevaba dentro. O quizá había cerrado sus heridas.

Ahora quería hacerle algo parecido él a ella.

–Saldremos por la mañana –anunció.