Capítulo 26
Josephina deambulaba de un extremo a otro de la enorme cama que había compartido con su marido hacía solo una hora. El cambio que había sufrido Kane la había dejado en estado de shock; en solo unos segundos había pasado de estar afable y seductor a comportarse como un grosero. Había visto en sus ojos una terrible combinación de culpa, desprecio por sí mismo y vergüenza.
¿Cómo pensaba alimentar al demonio? Si se ponía en peligro...
Apenas podía respirar, pero se tumbó en la cama y cerró los ojos. Hasta entonces solo se había proyectado a la mente de otra persona; nunca había intentado ver el mundo a través de los ojos de otro. Pero tenía que probar.
Kane la necesitaba, aunque seguramente él no lo supiera. Si descubría dónde estaba, podría ir en su ayuda. Iba a demostrarle que ya no tenía por qué luchar solo contra el mal.
–Quieres un desastre, pues yo te daré un desastre –murmuró Kane.
«Quiero matar a la chica», fue la respuesta del demonio. «Eso es lo quiero».
–Pues eso no vas a conseguirlo –antes moriría él. Pero eso tampoco serviría de nada, claro.
Tenía que alejarse de Campanilla lo suficiente para que el demonio no pudiese alcanzarla. Pero, ¿adónde podía ir?
No, no era él el que tenía que irse. Era ella la que debía marcharse. Llamaría a Lucien y le pediría que fuera a buscarla para llevarla a la fortaleza del Reino de Sangre y Sombras, tal y como había planeado en un principio. Kane no se acercaría a ella y así estaría a salvo.
El demonio estaría contento.
Apretó la alianza con fuerza. Muy pronto aquel trozo de metal sería su única conexión con Campanilla. Le pegó un puñetazo a la pared que tenía al lado. No debería haber intentado llevar una vida normal con ella. No hasta que el demonio estuviese muerto.
Desastre rugió dentro de su cabeza.
Al dar la vuelta a la esquina se rompió una enorme cristalera de un edificio, la gente se puso a gritar, alejándose del mar de cristales rotos.
–¿Qué haces ahora? –le preguntó a la criatura–. Voy a darte lo que quieres.
«Mientras planeas mi muerte. Puede que haya llegado el momento de que te mate yo a ti y así me libero».
–Te volverás loco.
«¿Acaso no lo estoy ya?».
No iba a perder los nervios.
Un coche se estrelló contra una farola, al tratar de esquivarlo, un ciclista se dio contra el bordillo de la acera y salió volando hasta aterrizar sobre Kane.
Él siguió caminando mientras apretaba los dientes.
–Estás haciendo daño a inocentes.
«Lo sé. ¿A que es genial?».
–Deja de hacerlo.
«Negociemos. No intentaré matarte a ti, ni a los demás, si...».
–¿Si qué?
«¿Ves a esa mujer de ahí? La quiero. Consíguemela».
Al otro lado de la calle había una mujer atractiva observando el caos que se había desencadenado a pocos metros.
–No –respondió Kane.
Entonces se rompió una tubería de agua y salió un chorro del centro de la calle que hizo chocar a dos coches.
–No –repitió Kane, secándose la cara.
Un pájaro negro cayó en picado del cielo y se estrelló contra el pecho de Kane antes de desplomarse en el suelo. Kane se agachó a ver si podía hacer algo, pero el animal murió antes de que pudiera siquiera tocarlo.
«La chica. Dame a la chica».
Kane cerró los ojos un momento. Sabía perfectamente lo que quería el demonio. Quería que engañase a su mujer, que traicionase la confianza que acababan de forjar y destruyera así cualquier esperanza de futuro. Después, cuando Lucien se la llevara, la distancia que los separaría no sería solo física; sería mental y emocional. Entonces ya no importaría si Desastre moría o no porque el daño estaría hecho y Kane habría arruinado su vida para siempre.
¿Qué mayor catástrofe que esa podía imaginar?
«No puedo», pensó Kane. «No voy a hacerlo».
Pero cuando vio caer un enorme cartel publicitario y la gente tuvo que salir corriendo para que no los aplastara, la palabra «apocalipsis» retumbó en su mente y de pronto se encontró caminando hacia la mujer.
«Puede que tu fae no se entere», le dijo Desastre con euforia. «Puede ser nuestro pequeño secreto».
No. Los secretos no existían, la verdad siempre acababa sabiéndose. Pero sobre todo, jamás le ocultaría algo así a Campanilla.
En un rincón de su mente sintió de pronto otra presencia, algo mucho más suave y delicado, una presencia dulce e inocente. Alguien que olía a romero y a menta.
¿Campanilla? Miró a su alrededor, buscándola, pero no halló ni rastro de ella. Debían de ser los remordimientos. O quizá fuera cosa de Desastre.
–No voy a hacer lo que quieres –dijo.
«Besa a esa mujer y dejaré en paz a tu Josephina».
Campanilla estaría a salvo.
–Señora –dijo, con la bilis quemándole la boca del estómago.
La mujer lo miró con temor.
–¿Qué está pasando?
–La calle está muy peligrosa. ¿Qué le parece si la llevo a un lugar más seguro?
Se rompió la ventana que tenían detrás. La mujer se lanzó a sus brazos.
«Manos por todas partes... bocas... Sin poder hacer nada...».
Los recuerdos lo invadieron de golpe. Mientras luchaba contra la necesidad de apartarla de su lado, de alejarse del pasado, la soltó tan suavemente como pudo.
«¡BÉSALA!».
Tenía la frente empapada en sudor. A su espalda, se derrumbó el tejado de un edificio.
Parecía... el apocalipsis.
La impaciencia se unió al pánico.
–Júralo –le ordenó a Desastre–. Jura que dejarás en paz a Campanilla.
–¿A quién? –le preguntó la mujer.
«Lo juro».
Antes de poder convencerse a sí mismo de no hacerlo, Kane se inclinó sobre la mujer y la besó. Ella se puso rígida, pero no lo apartó; las ganas de vomitar lo obligaron a separarse de ella.
En un abrir y cerrar de ojos, la otra presencia lo abandonó.
Desastre se echó a reír a carcajadas.
«Te he mentido, por supuesto. No sé cómo eres tan tonto de creerme».
Kane pegó otro puñetazo a la pared y le dio igual que el impacto le rompiera los nudillos. Debería haberlo imaginado. El demonio haría cualquier cosa para estropear su relación... y seguramente lo había conseguido. «Y yo lo he ayudado». Dio otro puñetazo a la pared.
–¿Está... está bien? –le preguntó la mujer, asustada.
–Te estaba buscando –dijo una voz masculina.
El poder que transmitía aquella voz sobresaltó a Kane. Y también a Desastre, que se escondió, atemorizado, en un rincón de su mente. Al darse la vuelta, Kane se encontró con la mirada de un Enviado. No conocía personalmente a aquel guerrero, pero reconoció la cresta verde, los rasgos asiáticos, la túnica blanca inmaculada y, claro, las enormes alas blancas y doradas que se desplegaban por encima de sus fuertes hombros hasta tocar el suelo.
–¿Quién eres y qué estás haciendo aquí?
Kane no tenía nada en contra de los Enviados, de verdad. Habían ayudado a su amigo Amun, guardián de los Secretos, en el peor momento de su vida. Estaban entrenando a la mujer de Paris para que pudiera sacar a los Titanes de la oscuridad. Y no habían matado a Aeron, al menos no para siempre, cuando se había casado con un miembro de su familia. Pero aquel no era buen momento.
–Oye, ¿con quién hablas? –le preguntó la mujer.
–Soy Malcolm –respondió el guerrero como si la mujer no estuviese allí–. He venido a ver qué tal estás. Sabíamos que estabas en el infierno, pero oímos que habías escapado. Me pidieron que te encontrara y comprobara que de verdad estabas vivo y bien.
–Estoy vivo –pero ni mucho menos bien–. ¿Eso es todo?
–Bueno –dijo la mujer–. Me da igual que puedas salvarme del fin del mundo. Me largo de aquí.
Kane oyó unos pasos, pero no apartó la mirada del Enviado en ningún momento.
Malcolm se cruzó de brazos.
–No, eso no es todo. Seis demonios mataron a Deidad, nuestro rey, y ahora esos mismos demonios están en la tierra, tratando de poseer al mayor número posible de seres humanos. Si estás bien, debes ayudarnos a encontrarlos.
Había oído lo de la muerte del rey y sabía que había habido ciertos cambios en la cúpula de los cielos.
–Ahora mismo no puedo ayudaros, lo siento. Si miras a tu alrededor, te darás cuenta de que ya tengo suficientes problemas.
Hubo un momento de silencio.
–Acabo de estar en el reino de los fae, donde te has casado, ¿no es cierto?
–Sí –Kane levantó la mano para mostrarle la alianza–. ¿Y qué?
–Que la mujer a la que estabas besando era humana –el guerrero apartó la vista un instante, pero volvió a mirar el anillo como si hubiera visto algo extraño–. ¿De dónde has sacado eso?
–¿Qué más te da? –espetó Kane con nerviosismo.
El gesto del guerrero se ensombreció de golpe.
–¿Qué haces aquí, sin tu mujer?
«Arruinar mi vida». Kane cerró los ojos un instante, deseoso de huir de una realidad muy dolorosa.
–No voy a hablar de eso contigo.
El guerrero se mordió el labio mientras miraba el anillo, luego a Kane y después otra vez al anillo.
–Me lo imagino. Llevas dentro a Desastre y estás tratando de alimentarlo para que se calme.
–¿Para qué preguntas si ya lo sabes? –oírlo en voz alta resultaba muy irritante.
–Quería saber si tú también lo sabías.
–Ahora que ya lo sabes, me largo.
Malcolm lo miró, echando la cabeza a un lado.
–¿Piensas matar al demonio?
–Sí.
–Morirás tú también.
–Puede que no. Aeron llevaba dentro el demonio de la Ira y ahora sigue vivo y libre.
–A Aeron le dieron un cuerpo nuevo.
–Entonces que me lo den a mí también –dijo Kane. Quizá había una tienda en algún lugar.
–No es así como funciona.
–Escucha. El demonio ya me abandonó una vez... –cuando lo absorbió Campanilla–, y no me pasó nada.
–Estuviste solo muy poco tiempo.
¿Cómo sabía él eso?
–Sí, ¿y qué?
–Pues que la criatura te dejó vacío, por lo que habrías acabado muriendo.
Era absurdo no creer lo que decía porque los Enviados no podían mentir, así que Kane se pasó la mano por la cara con frustración.
–Explícate.
–Piensa en un vaso lleno de aceite; si se vuelca el vaso, el aceite se derrama hasta que el vaso queda vacío.
El cuerpo de Kane era el vaso.
–Un hombre no puede vivir vacío –Malcolm hizo una pausa antes de preguntarle–. ¿Odias a tu esposa?
Se acabó la camaradería.
–Cuidado, guerrero –le advirtió Kane, preparado para atacar–. No dudaré en matarte.
–Me lo tomaré como un no. Pero, si no odias a tu mujer, ¿por qué has besado a otra mujer para calmar al demonio? No era necesario.
Kane se llevó la mano al puñal. ¿Cómo se atrevía aquel cretino a...? De pronto reparó en lo que había dicho. «No era necesario», había dicho.
–¿Qué quieres decir con que no era necesario?
–Vosotros, los Señores del Inframundo, lleváis tanto tiempo conviviendo con el mal que habéis acabado aceptándolo. Habéis dejado de luchar contra él.
–Yo lucho día tras día.
–¿De verdad?
–Te repito que tengas cuidado con lo que dices.
Pero Malcolm no se dejó intimidar.
–Si alimentas algo, se hace más fuerte –dijo, con la mirada clavada en el anillo de Kane–. Si lo matas de hambre, acaba muriendo.
–Ahora me has despistado.
–¿Siempre eres tan obtuso?
–¿Y tú eres siempre tan grosero?
–Sí.
Los Enviados y su sinceridad.
–Alimento al demonio para calmarlo porque está poniendo en peligro a mi mujer.
–No, lo que pone en peligro a tu mujer es precisamente que alimentes al demonio.
–No comprendo lo que dices. Explícate mejor –estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de acabar el día junto a Campanilla–. Si no alimento al demonio, se pondrá como loco.
Malcolm volvió a cruzarse de brazos.
–¿Y qué? Cuando privas de comida a tu cuerpo, te suenan las tripas. El demonio es igual. Si tiene hambre, protesta, pero si no le haces caso, cada vez tendrá menos fuerza para protestar.
–Podría matarlo –dedujo Kane–. Puedo matarlo de hambre.
–Exacto.
–Pero entonces me quedaría vacío.
–Sí, eso también.
Y se mataría a sí mismo.
Triste, pero cierto. Para proteger a Campanilla, debía morir y, si moría, no podría vengarse de Desastre. ¿Cómo podría hacerlo? Los dos acabarían igual.
No había manera de encontrar un final feliz.
Deseaba protestar. Tenía que haber otra manera, algo que le permitiera vivir con su mujer para siempre y ver morir a Desastre. Pero al ver el modo en que lo miraba el Enviado, tuvo la certeza de que no la había. Prefería morir sabiendo al menos que Campanilla estaría bien, a vivir sabiendo que estaba poniéndola en peligro.
Ella era más importante para él que... que ninguna otra cosa. Más incluso que la venganza.
–Tengo que irme –anunció, con el corazón acelerado. Pero se detuvo a solo unos pasos al recordar algo–. No puedo ayudarte con esos demonios, pero sé que uno de vuestros amigos ha desaparecido –dijo, acordándose de lo que le había oído decir a Taliyah sobre Thane, otro de los Enviados–. He oído que apareció en uno de los campamentos de los fénix. El que tiene un rey nuevo. Tengo entendido que lo tienen prisionero.
A Malcolm se le iluminaron los ojos.
Kane volvió a ponerse en marcha, decidido a hacerlo. Mataría de hambre al demonio y después moriría también él. No sabía cuánto tiempo necesitaría para hacerlo. Lo mejor sería llamar a Lucien para que se llevara a Campanilla cuanto antes, antes de que Desastre protestara por falta de alimento. Pero, hasta que llegara su amigo, quería pasar cada segundo con ella. La necesitaba a su lado para poder morir con una sonrisa en los labios.