Capítulo 8

 

Texas,

Club The Teaze

 

 

La música rock retumbaba en toda la sala del club, hacía temblar el suelo y las paredes. Las luces estroboscópicas lo inundaban todo con los colores del arcoíris y giraban sin parar, creando un efecto mareante que, por algún motivo, hacía que la gente se olvidase de sus inhibiciones. Los inmortales, tanto hombres como mujeres, bailaban en la pista, paseaban por el local en busca de una nueva presa u ocupaban las mesas coqueteando con unos y con otros entre trago y trago del líquido que hacía que todo fuera hermoso.

Por muy horrible que fuera el mundo, después de tomar un trago de whisky de ambrosía, todo se volvía bello. Al menos durante un rato.

Kane quería irse, no dejaban de atormentarle los recuerdos de la última vez que había estado en un club y tenía el estómago revuelto, pero le había pedido a Torin información sobre Campanilla y el guerrero lo había enviado allí por alguna razón.

Como de costumbre, William estaba por ahí con alguna mujer.

Kane echó a un vampiro del taburete que quería y se sentó frente a la barra. El otro no protestó; apenas lo miró, salió corriendo. Kane pidió un trago del mágico brebaje. Cualquier cosa que calmara un poco sus emociones.

¿Dónde estaba Campanilla?

–¿Estaría bien?

Desastre ya no estaba con ella, si era eso lo que había pasado, como él sospechaba. No había otra explicación. El demonio había vuelto con él unas horas después de que saliera del bosque. Aunque para él era una decepción, se alegraba por ella; no le gustaba la idea de que un ser medio inmortal tan delicado como Campanilla tuviera que cargar con semejante mal.

Claro que al menos ahora tenía la respuesta a una de sus preguntas. Los Griegos le habían mentido. En realidad el demonio no era una parte inherente a él como los pulmones o el corazón. Kane no podría sobrevivir sin aquellos órganos, pero lo había hecho sin desastre durante unas horas. Quizá pudiera estar más tiempo.

«Te odio», rugió Desastre.

«Te aseguro que el sentimiento es mutuo».

De pronto se rompió una de las patas del taburete en el que estaba sentado y a punto estuvo de caer al suelo. Apartó el taburete de una violenta patada y optó por quedarse de pie.

–Ya era hora de que llegaras –dijo una mujer.

Kane miró hacia el lugar de donde procedía la voz. Era una rubia alta, de cuerpo exquisito, con una melena larga que le caía hasta la cintura, la piel blanca como la nieve y unos ojos azules que lo miraban fijamente sin el menor atisbo de temor.

«Es mía», gritó Desastre. «Toda mía».

Kane apretó los dientes. ¿Cuántas «mías» podía tener?

–Taliyah Shyhawk –Kane la reconoció de inmediato. Era la cuñada de Sabin y Strider, además de una arpía conocida por su frialdad–. ¿Sabías que iba a venir?

–Me lo dijo Torin.

–¿Tienes información para mí?

Taliyah le hizo un gesto al camarero y esperó hasta que le dio una botella de vodka. Como sabía que las arpías no podían comer o beber nada que no fuera robado o que no se hubiesen ganado de algún modo, Kane dejó unos billetes sobre la barra.

–Estoy esperando –le recordó con impaciencia.

Bebió directamente, después se limpió la boca con la mano y por fin lo miró con gesto impasible.

–A tu fae la persigue una fénix. Se llama Petra y es un ser tremendamente despiadado.

Menuda noticia.

–¿Cómo lo sabes?

–¿Recuerdas cuando mi amiga Neeka la No deseada acabó en manos del fénix a pesar de ser una arpía, para salvar a mi hermana? Bueno, pues resulta que la pequeña Neeka no deja de sufrir secuestros; todo el mundo quiere algo de ella, lo que resulta irónico teniendo en cuenta su nombre. Está aburrida de tanto viaje y se dedica a espiar para mí. Sabía que te interesaría la información sobre Petra porque mis hermanas me hablaron del encuentro que habías tenido con la fae.

Sabin y Strider eran un par de bocazas.

–Pero el resto de la información tendrás que pagarla –anunció Taliyah.

Kane enarcó una ceja.

–¿Cuánto quieres? –estaba dispuesto a pagar lo que hiciera falta.

–Quiero la fortaleza del Reino de Sangre y Sombras.

¿Una monstruosidad de mil metros cuadrados a cambio de unas cuantas palabras? En su opinión era un intercambio justo, pero no estaba seguro de que sus amigos estuvieran de acuerdo.

–El problema es que esa fortaleza no es mía y, por lo tanto, no puedo dártela.

Taliyah se tomó el último trago de la botella con una elegancia de la que pocos podían presumir.

–Es una lástima. Habría estado bien hacer negocios contigo, Kane. Bueno, ya nos veremos –se alejó sin decir nada más.

Tan fría como de costumbre.

Kane fue tras ella y la arrastró de nuevo hasta el bar, ella se dejó, lo que quería decir que se jugaba más de lo que quería que él supiese.

–Es tuya –le dijo Kane–. La fortaleza es tuya. ¿Cuándo la quieres?

Sus ojos azules adquirieron un brillo triunfal.

–Dentro de tres meses y dos días. Ni un día antes, ni un día después.

–De acuerdo. Yo mismo echaré de allí a mis amigos.

–¿Y a mis hermanas?

–No –dijo, creyendo que sería eso lo que Taliyah querría oír–. Ellas pueden...

–Entonces no hay trato. Lo siento –volvió a alejarse y Kane volvió a ir tras ella.

–Está bien –le dijo impacientemente–. Las echaré a ellas también –en realidad querrían acompañar a sus esposos, así que no habría problema.

Taliyah asintió, satisfecha.

–¿Por qué no puedes vivir allí con todos los demás? –como había hecho en otra época.

–No le dirás a nadie que estoy aquí. Si lo haces, iré en tu busca y los inmortales relatarán durante siglos todas las atrocidades que te haré.

Ay, las arpías. Tenían la fuerza y la falta de escrúpulos necesarios para cumplir cualquier amenaza, lo cual era una seria desventaja si uno no las tenía de su lado.

–¿Para qué quieres la fortaleza?

–No es asunto tuyo. Bueno, ¿quieres la información o no?

–Sí.

–De acuerdo. Parece ser que hace unas semanas apareció de pronto un Enviado... creo que se llama Thane, en un campamento fénix y mató a muchos guerreros. Entre ellos estaba el rey. Finalmente consiguieron dominarlo y ha ocupado el trono otro rey. Ese nuevo rey pudo por fin hacer suya a la mujer que deseaba desde hacía siglos, que era la esposa del difunto rey.

–¿Qué tiene que ver todo eso conmigo?

–Ahí voy. El nuevo rey convirtió a la viuda en su concubina, pero solo unos días después, murió a manos de Petra. Como castigo, Petra fue enviada a lo Interminable. Ahora que está suelta, el rey quiere atraparla como sea y quién sabe lo que le hará cuando la encuentre... va a ser algo legendario. Por cierto, la concubina era la hermana de Petra, para que te hagas una idea de la clase de criatura que es; no respeta nada. Así que, si va tras tu fae, está en un serio peligro.

Tendría que encontrarla antes que ella.

Apretó tanto el vaso que tenía en la mano que lo hizo pedazos. Los cristales se le clavaron y le cortaron la piel.

Maldito demonio.

Se limpió las heridas con una servilleta y siguió esperando. Pero Taliyah no dijo nada.

–¿Eso es todo lo que tienes?

–Neeka no es tan mala espía. Solo estaba esperando a que lo asimilaras. Ahí va más. Han visto a Petra comprando una llave para entrar en Séduire.

Séduire. El reino de los fae, situado en un reino entre reinos. Allí vivían muchos humanos y algunos inmortales podían transportarse hasta allí con el pensamiento. Pero la mayoría no podían hacerlo. Kane estaba entre los que no podían, por lo que necesitaba una llave especial para abrir las puertas invisibles que conducían a dicho reino.

–Si Petra está siguiendo el rastro de Campanilla y ha comprado una llave para entrar a Séduire, es que Campanilla ha vuelto allí –dedujo Kane, pensando en voz alta.

–¿Campanilla?

Desastre protestó a gritos dentro de su cabeza.

La llegada de William le evitó tener que responder. El guerrero iba acompañado por unas cuantas mujeres y tenía cara de pocos amigos.

–¿Qué haces aquí, Bruja de Hielo? ¿Cómo nos has encontrado? Estas vacaciones son solo para chicos.

Taliyah meneó la cabeza.

–Ya he respondido a las preguntas de Kane, pero a ti no pienso decirte nada. Por cierto, vaya manera de saludar, Prostituto.

Parecía que ahora se odiaban el uno al otro. Interesante.

William lo miró y Kane pudo ver la excitación que había en sus ojos.

–¿Vas a dejar que me hable así? Debería hacer el equipaje y dejarte solo.

–Me parece muy buena idea –Kane pidió otro whisky, pero el vaso se rompió mientras bebía y se tragó un cristal que se le clavó en la garganta. Se puso en pie mientras tosía sangre–. Tengo que encontrar una llave. No me llames si me necesitas.

«¿Qué haces?», preguntó Desastre. «No te alejes de la arpía. Es mía. La quiero».

Taliyah fue tras él y lo agarró de la muñeca. Kane se dio cuenta de que no sintió dolor alguno, ni tampoco deseo. Parecía que nadie le causaba el mismo efecto que Campanilla.

–Recuerda lo que te he dicho.

Sí, lo recordaría. Nadie debía saber que quería la fortaleza.

–¿Qué le has dicho? –quiso saber William.

–Más vale que me lo digas porque acabaré sacándotelo de algún modo.

Kane meneó la cabeza, consciente de que tendría que soportar las constantes preguntas de William durante días, pero se marchó antes de que la arpía pudiera responder.

 

 

En cuanto salió, sacó el teléfono para mirar la foto que le había hecho el día anterior al cuadro de Danika.

Aparecía en él arrodillado, con lágrimas en los ojos y con las manos levantadas hacia los cielos. Junto a él había una rubia tumbada en el suelo, tenía en el pecho un agujero del tamaño de un puño. No se le veía la cara, así que no tenía ni idea de quién era... y no estaba seguro de querer saberlo.

Pero el misterio del cuadro tendría que esperar.

Llamó a todos los contactos que tenía en el mercado negro para intentar hacerse con una llave que le diese acceso a Séduire. También iba a necesitar alguien que lo guiara hasta una de las puertas del reino. Pero todas y cada una de las llamadas fueron infructuosas. Nadie era capaz de ayudarlo.

Caminaba con impaciencia hacia los callejones más oscuros de la ciudad, donde los inmortales comerciaban con todo tipo de cosas. Drogas, sexo y cualquier otra mercancía. Si no encontraba a nadie que le vendiera una llave, al menos podría dar con alguien que conociera a alguien que tuviera los contactos necesarios para ayudarlo.

De pronto se tendió sobre la ciudad una densa niebla a través de la que vio la forma de... ¿una mujer? Sí, sin duda era una mujer. Iba hacia él. Llevaba un vestido blanco y le caía sobre los hombros una larga melena negra que le recordó a...

–¿Campanilla? –preguntó, casi sin aliento.

Desastre le golpeó la cabeza por dentro.

Kane corrió hacia ella e intentó agarrarla a pesar del dolor que sabía que le provocaría, a pesar del deseo que no quería sentir y a pesar de lo que le había hecho en el bosque, pero sus manos solo agarraron la niebla.

Tenía los ojos tan blancos como la niebla y tan brillantes como dos diamantes.

–¿Podrías dejar de llamarme así? –le dijo, exasperada.

Le sorprendió que su voz sonara tan normal teniendo ese aspecto tan sobrenatural.

–¿Qué ocurre? ¿Estás... muerta? –apenas podía decirlo sin querer matar a alguien.

–No, no estoy muerta. Solo estoy proyectando mi imagen en tu cabeza.

Sintió un profundo alivio al oír aquello, un alivio que borró su ira y una tristeza sobrecogedora que prefería no analizar.

–¿Cuántos dones tienes, mujer? ¿Y qué fue lo que me hiciste en el bosque?

–No hay tiempo para hablar de eso. Estoy muy débil y tengo que darme prisa.

¿Débil? La furia volvió de golpe.

–¿Por qué?

–No importa. Escucha, Señor Kane, sé que en estos momentos no soy tu persona preferida y que seguramente no te fíes de mí, pero te ruego que me creas si te digo que estás en un grave peligro.

Él. Era él el que estaba en peligro, no ella. Mejor así.

–¿Más de lo habitual? Y no me llames Señor Kane, no necesito ningún título –y menos viniendo de ella–. Solo soy un hombre –su hombre.

La idea lo golpeó con la fuerza de un tsunami y, sin darse cuenta, apretó los puños. De pronto estaba preparado para demostrarle lo que decía; a desnudarla y poseerla tal y como había deseado hacer en el bosque. Una tentación que le resultaba tan emocionante como aterradora.

«No puedo tocarla».

Pero si pudiera...

¿Qué haría si pudiera? ¿Cómo reaccionaría ella?

¿Y él?

¿Tendría la piel tan suave como parecía a simple vista? ¿Se amoldarían a él aquellas curvas perfectas?

De repente saltó por los aires un cubo de basura que había a pocos metros de él y el viento le hizo llegar el contenido del mismo, seguramente por cortesía de Desastre.

Campanilla golpeó el suelo con el pie.

–¡No puedo concentrarme cuando me miras así! –dijo.

–¿Cómo?

–No sé cómo describirlo. Es como si quisieras estrangularme o algo así.

O ponerle las manos encima de otro modo. Kane comprendió lo que decía, sabía que el deseo estaba teñido de oscuridad.

Asintió, avergonzado.

–Dejaré de hacerlo.

–Mi familia sabe que me estás buscando y vienen a por ti.

–¿Los fae o los humanos?

–Los fae.

–¿Estás con ellos ahora?–le preguntó para confirmar la información que le había proporcionado Taliyah.

–Sí. No sé qué habrás oído de los fae, pero debo advertirte de que pueden ser brutales, sanguinarios y sin una pizca de compasión. Te llevarán frente al rey, que te condenará a muerte solo por haberme mirado. ¡Por muy impresionado que se quede de estar ante una estrella!

No comprendía ese último comentario, pero no iba a perder el tiempo en preguntárselo.

–¿Por qué querría matarme? –la única respuesta que se le ocurrió despertó sus instintos de depredador–. ¿Eres su amante?

Ella volvió a golpear el suelo con el pie.

–¿Lo dices en serio?

–Contéstame –insistió sin la menor suavidad.

–¡Claro que no soy su amante! ¡Qué desagradable!

Kane volvió a relajarse, aunque no quería pensar en por qué le molestaba tanto que pudiera estar con otro hombre, si no podía hacerla suya.

–No sería la primera vez que soy prisionero de unos seres brutales y sanguinarios.

–Lo sé, pero los fae tienen unos dones muy especiales. Como causarte dolor con solo decir una palabra.

¿Como el dolor que le causaba ella? Claro que ella no tenía que decir nada para hacerle sentir dicho dolor.

–¿Tú puedes hacer eso?

–No, mi hermano –respondió ella.

–Tú puedes proyectar tu imagen y arrancar los demonios de otros cuerpos.

Eso la dejó boquiabierta un instante.

–Así que es eso lo que pasó. ¿Me llevé tu demonio?

–¿Quieres decir que no lo sabías?

Se puso un mechón de pelo detrás de la oreja, un gesto tan femenino, tan dulce y, misteriosamente, más erótico de lo que sería un striptease de cualquier otra mujer. Tenía que controlar sus pensamientos y su cuerpo de una vez por todas si no quería acabar mal.

–Lo que hago es robar la fuerza y los dones de los demás durante unas horas, a veces días o semanas –le explicó–. Pero lo del demonio... nunca lo había hecho.

–Pues está claro que puedes hacerlo. Y también debes de robar la debilidad –que era precisamente lo que era el demonio–. No vuelvas a hacerlo –le ordenó. Su vida ya era tan horrible como para que quisiera morir, quién sabía qué le ocurriría si además tenía que cargar con Desastre. ¿Y si el demonio se quedaba atrapado en ella para siempre? ¿Sería posible?

Kane no quería correr el riesgo. Aquella chica era... no sabía lo que era para él, pero sí que no soportaba la idea de que sufriera.

–Que no se te pase por la cabeza el venir a rescatarme. Hago lo que quiero y cuando quiero –declaró ella con gesto desafiante.

Era adorable.

El suelo se agrietó bajo sus pies, pero no le importó.

–¿Puedes controlar tus dones? –le preguntó.

–No lo sé –reconoció ella–. Nunca he puesto a prueba mis límites con alguien a quien no quisiera robar –bajó la mirada hasta sus labios y cambió de postura con inquietud.

«No puede estar pensando en besarme. No puede ser».

–¿Necesitas tocar a alguien para hacerlo?

–Sí.

–En eso también puedo ayudarte.

Ella lo miró con los ojos brillantes, convertidos en dos océanos sin fondo. Pero no duró mucho, enseguida se cubrieron de nubes.

–No puedes ayudarme, Kane. Al menos sin ponerte en peligro. Quiero que me escuches y te prepares para luchar o para huir. ¿Lo harás?

–No. ¿Por qué iba a querer matarme el rey de los fae solo por mirarte?

Estaba claro que no quería hablar de ello, pero debía de haberse dado cuenta de que era tan obstinado como ella y que haría lo que fuese necesario para obtener las respuestas que esperaba.

No quería ni pensar en lo que ocurriría la próxima vez que estuvieran juntos de verdad.

–Cree que debe deshacerse de todo aquel que amenace con alejarme del reino.

–¿Crees que me llevará hasta allí, o me ejecutará donde me encuentren?

–Te llevará hasta él. Le gusta mirar.

Bien.

–Entonces me alegro de que vengan a por mí.

–¿Te alegras?

–Así me ayudarán.

–¿A qué?

–A encontrarte. Porque te voy a encontrar –era una promesa.

Una promesa cargada de deseo.

Las grietas del suelo se hicieron más grandes. Kane estaba a punto de caer por alguna de ellas.

–Kane, no seas tonto. Por favor.

El sonido de unos pasos atrajo su atención. Se llevó la mano al cuchillo y miró a su alrededor, pero solo vio niebla... Luego aparecieron tres... no, cinco... no, ocho hombres a pocos metros de él.

–Lo encontré –anunció uno de ellos.

No parecía que pudieran ver a Campanilla.

–Pero si es el Señor Kane, el guerrero del Inframundo –dijo otro.

Se oyeron murmullos.

–Es increíble. No puedo creer que esté delante del Señor Kane –comentó un tercero con fascinación.

Y de pronto empezaron a hacerle preguntas.

–¿Podrías contarnos cómo fue la batalla de los cielos? Nuestros hombres no pudieron ir, así que no conocemos los detalles.

–¿Es cierto que le cortaste el pie a un Cazador y luego se lo metiste en la boca, solo porque dijo que Cameo era una abominación de la naturaleza?

En ese momento, Campanilla se quedó pálida y dio un paso atrás.

–Te han encontrado, Kane. Lo siento mucho –dijo y desapareció.