Capítulo 15
Torin, guardián del demonio de la Enfermedad, iba de un lado a otro de la habitación donde había visto a Cameo por última vez. Hacía ya varios días que había desaparecido, dejando atrás todos los artefactos, pero Torin no podía dejar de pensar en lo ocurrido. Cameo había clavado la mirada en los ojos de Maddox, había alargado una mano y luego había desaparecido sin dejar rastro. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado?
Los demás guerreros habían estado allí, registrando la habitación antes de salir en busca de alguien que pudiera saber cómo salvar a la mujer a la que Torin amaba con todo su corazón. No como amante, aunque lo habían intentado una vez, sino como amiga, su mejor amiga.
Si por sus amigos estaba dispuesto a morir, por su mejor amiga era capaz de matar.
Pero estaba allí atrapado, sin poder hacer otra cosa que esperar. Había estado mirando en Internet, pero allí no estaba la información que necesitaba. O, si estaba, aún no la había encontrado.
No podía salir de la fortaleza porque no podía arriesgarse a tocar a nadie. Si su piel se rozaba con la de otro inmortal, dicho inmortal tendría que cargar con su maldición; contagiaría la enfermedad a todo aquel que tocara. Si su piel rozaba la de un humano, ese humano enfermaría y moriría, no sin antes contagiar la enfermedad a otros. Así se propagaría la epidemia. Otra vez.
Sí, una vez había deseado a una mujer que no podía tener. La había salvado de las garras de su enemigo, que había descubierto lo importante que era para él. Después se había quitado los guantes y la había tocado, dejándose llevar por la desesperación. Había sentido su piel, su calor. Había llegado a creer que ella era una excepción, que el deseo que sentía por ella era tan fuerte como para superar cualquier obstáculo.
Ella había cerrado los ojos, en sus labios se había dibujado una sonrisa y él había quedado abrumado por el placer. Pero después había caído enferma y también habían enfermado su familia y sus amigos. Habían muerto todos, además de muchos otros.
Y ahora que Cameo lo necesitaba... No podía hacer nada. Era un auténtico fracaso. Había llegado a tiempo para salvarla, pero no había podido hacerlo. La frustración y la ira lo quemaban por dentro y le envenenaban aún más la sangre.
Se detuvo frente a la Jaula de la Coacción. Dentro se encontraban otros artefactos, en el mismo sitio en el que habían caído cuando había desaparecido Cameo. La Vara estaba apoyada fuera de la jaula. Si hacía lo mismo que había hecho Cameo, ¿llegaría al mismo sitio que ella? ¿Donde estaba Viola?
Era posible.
«Merece la pena arriesgarse», pensó.
Dio un paso adelante y estiró el brazo.
–¡Oye! ¿Qué crees que estás haciendo? –dijo una voz a su espalda.
–¿Tú qué crees que estoy haciendo?
Allí estaba Anya, encarnación de la Anarquía y novia del guardián de la Muerte, apoyada en el marco de la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho. Era alta y rubia, una de las mujeres más guapas que habían existido, pero también era una de las más problemáticas, pues prefería el caos a la calma. Ese día llevaba puesto un ajustadísimo vestido azul que parecía... un momento, no, realmente lo llevaba pintado.
Por todos los demonios.
–La pregunta es, ¿vas a decírselo a Lucien?
–Esta mañana antes de irse a llevar unas almas al más allá no me ha dado un beso, ni me ha dicho que me amaba, así que no le dirijo la palabra.
Y Lucien estaría encantado con ello, pero Torin jamás diría algo así en voz alta.
–¿Has cambiado de estilo? –le preguntó, cambiando de tema.
–Es una forma nueva de torturar a Lucien, verás como no vuelve a irse sin darme un beso.
–Probablemente pensó que le pedirías algo más que un beso y no tenía tiempo para dártelo.
–Siempre hay tiempo para eso.
Sintió ganas de sonreír, cosa que le sorprendió enormemente. Pero ese era el efecto que tenía Anya en la gente.
–¿Quieres intentar convencerme de que no lo haga? –le preguntó Torin sin rodeos.
–No. Quiero que vuelva Cameo tanto como tú. Si mueres, me pido tu habitación. Estoy pensando hacerme con una mascota que se coma al demonio de Viola, además mi hija necesita un sitio para ella sola.
–Toda tuya.
Anya asintió, como si no esperara menos.
–Quiero que sepas que siempre me ha gustado mucho mirarte y que voy a echar de menos esa cara tan sexy.
La sonrisa volvió a aparecer en el rostro de Torin con todo su esplendor.
–A mí también me gusta mirarte.
Anya le tiró un beso.
Como llevaba dentro la Llave que Todo lo Abre, Torin podía abrir cualquier cosa con solo tocarla, incluida la jaula. Entró en ella y la puerta se cerró tras de sí.
–Creo que es el momento adecuado para confesar que soy la propietaria de la caja –anunció Anya–. Me la dio Cronos. Así que podría ordenarte que te desnudaras y no tendrías más remedio que obedecerme.
Torin no le prestó atención, estaba ocupado observando el cuadro. Un despacho. Una urna de cristal. Varios objetos, uno de los cuales era una caja hecha con huesos. ¿Sería la caja de Pandora? Quizá. ¿Por qué no se habría fijado antes en ella? Se echó la capa sobre los hombros, como le había visto hacer a Cameo, luego se quitó el guante, alargó la mano y agarró la Vara. Pero...
No ocurrió nada.
–Vaya, qué decepción –dijo Anya–. Hasta luego, Enfermedad.
De nuevo solo en la habitación, Torin lanzó unas cuantas maldiciones.
–¿Es que no quieres mi enfermedad? –le gritó a la Vara–. ¿Es eso? ¿Puedes elegir a quién aceptas y a quién no?
Tiró el objeto al suelo, salió de la jaula y se marchó por donde se había ido Anya.
Cameo se sentía como si estuviera atrapada en una lavadora, zarandeada y girando de un lado a otro sin parar. ¿Cuántos días, meses o años habían pasado desde que se había metido en la Jaula de la Coacción y había tocado la Vara Cortadora? No estaba segura. El tiempo había dejado de existir.
–¡Viola! –gritó.
Chocó con algo sólido... algo que protestó y maldijo. No podía ser Viola. ¿Había alguien que no era la diosa en aquel agujero oscuro?
Sintió algo en la cintura que tiró de ella hasta chocar de nuevo con un hombre... sí. Debía de medir por lo menos dos metros y medio y era ancho como un edificio. La envolvió con su calor y con su aroma a sándalo y a humo... e incluso hizo que dejara de girar.
–¿Quién eres? –le preguntó con una voz profunda.
–Cameo –consiguió responder. Habría deseado poder verlo, pero al mismo tiempo se alegraba de no hacerlo porque entonces tampoco él podía verla a ella y no podía darse cuenta de que estaba a punto de vomitar. Le dolía el estómago–. ¿Y tú?
–Lazarus.
Sintió el calor de su respiración en la cabeza.
–¿Dónde?
Él supo de inmediato a qué se refería.
–En la Vara Cortadora. Estamos atrapados en su interior. Te has precipitado por ella y tiran de ti desde algún lugar –hablaba con esfuerzo, como si necesitase todas sus energías para sujetarla–. Estoy tratando de retenerte y, créeme, soy muy fuerte, pero lo que sea que tira de ti te reclama desesperadamente porque está consiguiendo arrastrarme a mí también.
–Entonces suéltame –o lo que era lo mismo, «sálvate tú».
–No. Si vas a salir de aquí, soy capaz de matar a mi propia familia para poder ir contigo.
–Podría ser peligroso –respondió ella. «Respira. Solo tienes que respirar».
–Hay cientos de personas atrapadas aquí dentro y nadie ha conseguido escapar nunca. Si cabe la posibilidad de que sea eso lo que te está pasando, tengo que correr el riesgo.
No. Todavía no. Aún no había podido buscar a Viola.
–No puedo irme sin una rubia bajita enamorada de sí misma.
–Lo siento, pero me temo que no puedes elegir.
–Pero...
La apretó más fuerte, hasta aplastarle los pulmones.
–Necesito... aire.
–No soy yo –dijo él con la misma dificultad con la que había hablado ella–. Son las paredes... se están acercando.
De pronto desapareció la presión y Cameo chocó contra algo, quizá era el suelo. Sí, era un suelo, pensó al palpar lo que tenía alrededor. Era sólido y frío.
–¿Habremos llegado al fondo? –preguntó jadeando. Eso significaría que ahora ella era del tamaño de un dedal y eso no le gustaba nada.
Lazarus la soltó y se apartó de ella.
–He estado en todos los rincones de la Vara y nunca había estado aquí. Creo que hemos conseguido escapar –añadió con entusiasmo.
Quizá Viola hubiera podido escapar también, pensó Cameo con la misma alegría.
Se puso de rodillas mientras parpadeaba para adaptar la vista, pero al cambiar de postura aumentaron las ganas de vomitar. El mareo se hizo insoportable y... sí, echó todo lo que llevaba en el estómago en los zapatos de Lazarus.
–Estupendo –le oyó decir.
Al menos no le había pegado un golpe.
–Necesito que te apartes inmediatamente –le dijo él–. Quiero quitarme los zapatos.
«Toma aire. Muy bien. Ahora suéltalo».
Tardó varios minutos en poder levantar la cabeza lo suficiente para ver lo que había a su alrededor. Era un despacho. El mismo que aparecía en el cuadro. Había una mesa llena de papeles amontonados. Había una urna con varios objetos. Y ahí estaba la caja de Pandora.
Muy cerca de ella.
Por el momento se olvidó de Viola. Se puso en pie y se limpió la boca con la mano.
–¿Cómo hemos acabado aquí? –dio un paso adelante sin saber en realidad dónde estaban exactamente.
Lazarus tiró los zapatos lo más lejos que pudo. Se acercó a ella y la agarró del brazo con tanta fuerza que a Cameo no le quedó más remedio que volverse a mirarlo. Y se quedó boquiabierta. No era tan alto como lo había imaginado, pero seguía siendo enorme. Tenía más músculo de lo que había conseguido nunca el más fuerte de sus amigos. Pero lo que realmente atrajo la atención de Cameo fue su rostro.
Era guapísimo. No necesitaba hablar para despertar el interés de cualquier mujer, solo tenía que mirarla. Tenía el cabello negro y unos ojos negros e insondables. La nariz orgullosa y la mandíbula cuadrada. Los labios del color del rubí, el contraste perfecto con una piel deliciosamente bronceada.
–¿Estás bien? –le preguntó él.
–Sí –«eres un guerrero, compórtate como tal». La única razón por la que consiguió apartarse fue que él se lo permitió–. Yo te conozco.
Strider estaba saliendo, o algo así, con Kaia y había decapitado a Lazarus para protegerla. Él era pareja de otra arpía aún más molesta que Kaia que estaba desesperada por vengar su muerte.
–¿Cómo es posible que estés vivo? –le preguntó Cameo.
–Acabaron con mi cuerpo, pero no con mi espíritu. Llevo todo este tiempo atrapado en la Vara.
¿Realmente habrían conseguido salir?
–Pero, si acabaron con tu cuerpo, ¿cómo he podido tocarlo?
–Porque tu cuerpo también ha sido destruido al entrar a la Vara.
–No.
–No te preocupes. Puedo conseguirnos cuerpos nuevos en cuanto llegue a casa.
No iba a perder los nervios. Iba a creer lo que él decía porque no le gustaba nada la otra alternativa.
–¿Vas armada?
Cameo no lo recordaba. Buscó en su propio cuerpo, pero no encontró nada. Se quedó callada, negándose a admitirlo y por fin levantó bien la cabeza.
–¿Es que quieres que luchemos? Antes de que respondas deberías saber que carezco de toda clase de sentimiento y que puedo hacerte cosas que no le desearías ni a tu peor enemigo.
–Quiero luchar, pero no contigo, aunque ahora tengo cierta curiosidad por saber qué eres capaz de hacer. Con quien quiero luchar es con él –dijo mirando a algo que había detrás de ella–. Tendremos que unir nuestras fuerzas para derrotarlo. Soy muy buen luchador, probablemente el guerrero más fuerte que hayas tenido el placer de conocer, pero da la casualidad de que estamos frente al único ser que podría ser capaz de vencerme.
¿El tipo delgaducho de ojos rojos al que había visto después de echarse la Capa sobre la cabeza y mirar al cuadro? ¿Ese había podido vencer a Lazarus? Debía de tener poderes que el cuadro no había reflejado. El miedo se apoderó de ella mientras se giraba, pero... no vio nada.
–¿Está aquí? –preguntó–. ¿Quién es?
–¿No lo ves?
Cameo se humedeció los labios, una vez más no quería admitir sus carencias.
–Él decide quién puede verlo y quién no. Ha debido decidir que no merece la pena jugar contigo –Lazarus resopló con furia–. Así que supongo que tendré que hacerlo solo.