SAUL

Año 2141

La mitad del parque Stormfield estaba transformada en un jardín de infancia. La vieja rueda centrífuga había sido reforzada para que girase más deprisa, suministrando una décima parte de la gravedad terrestre, con el fin de ayudar a los jóvenes huesos a desarrollarse vigorosos. Eso era duro para algunos de la vieja generación, pero no obstante acudían con frecuencia, al término del trabajo, para oír las voces agudas y cantarinas que gritaban entre juegos y risas.

Así era como Saul se sentía, mientras caminaba cuidadosamente por el curvado sendero, cubierto de hierba, al borde del parque rodante, en donde los hologramas creaban la ilusión de un paisaje urbano, exactamente al otro lado de un seto bajo, con cielos salpicados de nubes húmedas y tibias. Las madres y los encargados de la guardería infantil cuidaban de su creciente y bulliciosa multitud, observando sus juegos, admirando la belleza esbelta, de ojos claros, de los chiquillos.

Los niños habían salvado a la colonia Halley… Sin otros medios que su capacidad para alegrar los espíritus de quienes sabían que ya nunca volverían a ver la Tierra, Marte, los asteroides ni una cara humana desconocida.

Somos la primera astronave, había empezado a comprender Saul, dos o tres siglos por delante del horario.

Oh, el Halley seguía cosido a las faldas del sol, pero su nave hogar estaba ahora en curso irreversible hacia la nube exterior, donde billones de bolas de hielo iban a la deriva en la extensión no-tan-del-todo-vacía entre las estrellas. Tierra extraña. Vivirían o morirían según su habilidad, y según lo que hubieran llevado con ellos.

Saul había acabado de completar un importante estudio sobre ese tema, un inventario de las reservas genéticas disponibles para las generaciones venideras. La cuestión era fundamental, puesto que podía marcar la distinción entre la supervivencia de la colonia o un lento y prolongado declive hacia la degeneración y la muerte.

Hay una cantidad cigotos más que suficiente, había decidido. Una amplia sección representativa de los tipos que pueblan la vieja Tierra. Eso tendría que proporcionar la variedad necesaria. En especial, con el índice de mutación que podemos esperar. El mayor problema será mantener una población lo bastante numerosa.

Halley contaba con suficientes recursos, por el momento, para consolidar el avance de la colonia hacia el indefinido futuro. El deuterio extraído del hielo encendería las pilas de fusión colocadas de nuevo en la superficie para minimizar la pérdida de calor, hasta que dominasen la técnica que les permitiera montar un generador de energía protónica, basándose en uno de los diseños de Fobos. Su destreza en el reciclaje y en la dirección ecológica eran ya impresionantes, e irían en aumento. Si se economizaban cuidadosamente el billón de toneladas de hielo e hidrocarburos, podrían mantener a unos cientos de humanos despiertos durante unas cien generaciones, junto con sus plantas y animales.

Tiempo suficiente. Porque en unos dos mil años, la tremenda velocidad del cometa disminuiría cada vez que se aproximase su nuevo afelio, fuera, donde el sol sólo sería la estrella más brillante. Y allí, derivando lentamente, había cientos de miles de millones de otras enormes masas de materia primordial sobrantes de la formación del sistema solar. En cuanto su actual velocidad casi hiperbólica se hubiera reducido a simples metros por segundo, habría infinidad de posibilidades de tropezar con otras cabezas de cometa.

Saul se detuvo en un punto donde el seto de seguridad se abría al borde de la rueda rotatoria. Pensaba todavía en las imágenes que Virginia le había mostrado sólo unos minutos antes, en el pequeño claro junto a su casa de té… Un simulacro de esos días, tan lejanos aún, cuando los hombres y los mecánicos de Halley podrían desviar a su exhausto y agotado viejo hogar hacia nuevas bolas de hielo en la gran oscuridad. Quizás se apoderarían de dos, tres o más de ellas y se alejarían otra vez, a la deriva, en sus nuevas colonias.

¿Y después? El simulacro de Virginia no proyectaba límites. La nube Oort era inmensa, y los humanos notables colonizadores.

La imagen que había presentado era desalentadora. Ya calcula en términos de eones… Me costará mucho tiempo acostumbrarme a pensar así. Mi estilo de inmortalidad es diferente. No considera la noción del tiempo como una aliada.

Pasó por delante de Lani Nguyen-Osborn, que estaba sentada en un banco del parque, a la sombra de un arce enano, meciendo a su nuevo hijo. Su hija mayor, la pequeña Angélica, jugaba en la hierba cercana.

Lani sonrió y le saludó con la mano. Saul le devolvió la sonrisa. Habían hablado sólo una hora antes, cuando se dirigía a ver a Virginia. Estaba invitado a cenar con la familia de Carl aquella noche. Hasta entonces aún tenía trabajo que hacer.

La vista de una ciudad de la Tierra desaparecía a medida que su sección de la rueda se aproximaba al nivel del suelo. Atravesó la abertura del seto de protección, entró en la microgravedad de las cavernas Halley, y se dejó llevar hasta la arena blanda del terraplén de frenaje. Una nube de partículas salió despedida cuando se posó sobre ella, y luego descendió pausadamente hasta el pavimento.

Se dio impulso hacia la salida que conducía a su laboratorio. La semiviva compuerta le trasladó a los túneles con un suave y húmedo suspiro.

El examen de los recursos genéticos había producido muy buenas noticias…, aunque le hubiera recordado que ni Virginia ni él contribuirían nunca. Todos sus clones eran estériles, y el cuerpo físico de ella se había convertido en una pequeña, ínfima parte de la ecosfera hacía mucho tiempo.

Quizá fuera mejor así, puesto que sus propios clones prevalecerían en el curso de las generaciones. Los descendientes de Carl y Lani, Jeffers y Marguerite, mezclarían sus genes, separando y volviendo a separar, hasta que surgiese una nueva especie de humanidad. Si todos aquellos modelos «Saul Lintz» tuvieran hijos durante siglos, el proceso perdería pureza.

¡Que el cielo no lo permita! Rió ante este pensamiento. Hacía mucho tiempo había aceptado la ironía de su situación… El inteligente diseño de su bendición y su maldición.

Aunque ahora estaba ocupado investigando en otra cosa. Algo aún más importante. Más asombroso.

Al final de una galería poco utilizada, Saul dijo una frase código en arameo y una puerta siseó, abriéndose. Se deslizó al interior de su laboratorio privado, pasando junto al basilisco guardián de creación genética. Tuvo el conector neural insertado en su sitio antes de que su cuerpo se acomodara horizontalmente sobre la red.

Programa… Roca de Siglos… le ordenó a su computador personal. Resplandecieron colores trémulos y se estabilizaron.

La imagen del holotanque central pertenecía a aquella profunda y secreta estancia, en el corazón del dominio de los fenómenos, dónde Suleiman Ould-Harrad había encontrado la fe, a su manera. El féretro de piedra tallada, provisto de cuernos, giraba en la imagen holográfica.

A la derecha, otra pantalla exhibió una muestra tomada de aquella antigua roca… Costillas fósiles simétricas que delimitaban los contornos de una criatura de un mar muy antiguo.

Fluctuaron más pantallas con datos, con primeros planos de enfoques de microscopio, con detallados perfiles isotópicos.

Hacía un año que Saul había vuelto a tener contacto con los especialistas de la Tierra. Al confirmarse que Halley se encontraba en una trayectoria casi hiperbólica, el nerviosismo de la Tierra había disminuido. Por esos días, la culpa y la vergüenza actuaban sobre lo que pasaba por nuevos canales. Algunos de los regalos enviados por los colonos habían intensificado el sentimiento de que el contacto debía mantenerse hasta que los planetas se sumergieran en el estruendoso ruido del sol y toda la conversación entre hermanos acabara en el siseo de la estática.

Los científicos de la Tierra habían trabajado basándose en sus datos, confirmando en detalle lo que él ya había resuelto de forma general.

Hacía casi cinco mil millones de años, en uno de los gaseosos y polvorientos brazos espirales que adornaban la Vía Láctea como transparentes radios de una rueda, una joven gran estrella ardiente había acumulado furia a lo largo de su corta vida y estallado con la titánica explosión de una supernova. A causa de ello, había sembrado el espacio que la rodeaba con nubes resplandecientes de elementos pesados, desde carbón y oxígeno a plutonio y osmio… todo preparado mientras el gigante azul había vivido su breve pero gloriosa juventud. Excepto el hidrógeno y el helio, todos los elementos que constituían los planetas y los seres humanos, se habían originado de ese modo, a partir de grandes explosiones de calor y luz primarios.

Esa supernova no sólo lanzó grandes gotas de materia al espacio. También desató gigantescas ondas de choque, las cuales comprimieron el gas y el polvo interestelares, formando remolinos y concentraciones giratorias.

Un Colapso de Jeans, denominado así en honor de un importante astrónomo del siglo veinte, se desencadenó. Aquí y allá, entre las nubes convulsas enriquecidas con metal, los torbellinos se condensaron, se allanaron, constituyeron centros incandescentes… soles.

Y alrededor de esas nuevas estrellas, pequeños fragmentos procedentes de cuerpos rocosos cercanos, se unieron a enormes mundos de gas, a distantes e inmensos enjambres de diminutos grumos de vapor helado…

Hasta ahora, toda la geoquímica databa de la supernova que desencadenó la formación del sistema solar. Nunca asunto alguno originado fuera de aquel acontecimiento había caído en manos humanas. Hasta ahora.

La roca que Suleiman Ould-Harrad había encontrado bajo el corazón del Halley no tenía ninguna de las proporciones isotópicas con las que los científicos estaban familiarizados. Provenía de un episodio de la creación completamente distinto.

Y eso le habría gustado a Joao Quiverian, pensó Saul, lamentando la pérdida de una mente lúcida a causa de la locura de aquellos largos y desesperanzados años.

Y también a Otis Sergeov. Espero que hayamos aprendido la lección.

Los datos finales se desplegaron ante él; la configuración de varios años de conjeturas y trabajo.

Probado. La piedra procedía de sedimentos oceánicos depositados mucho antes de que la Tierra hubiera empezado a arremolinarse y configurarse a partir de desechos cósmicos. Los pequeños animales, cuyos fósiles había encontrado, nadaron en los mares de un mundo no muy distinto a la Tierra, con una química bastante similar. Pero habían vivido antes de que el sol fuese siquiera una estrella que centelleara en sus cielos salpicados de nubes.

Saul leyó fragmentos del mensaje de la Tierra.

Los daños de radiación en los cristales resultantes indican una gran proximidad a la explosión. No más de un cuarto de año luz de distancia de una supernova.

Cogió un trozo de la piedra, ahora alisado por el roce de su mano. El planeta del que provenía debía de haber girado alrededor de una estrella menor, que tuvo la desgracia de hallarse cerca del gigante cuando éste explotó volándola en pedazos y dispersándolos en los anillos de humo de los brazos espirales.

¿Habría observadores aquella noche?, se preguntó. ¿Podía la inteligencia haber mirado hacia arriba, sabiendo lo que se avecinaba, haciendo frenéticos planes, o entregándose a una resignada paz?

Las probabilidades estaban contra esto. El planeta no debía de estar habitado más que por animales y vegetación, y el final llegó rápidamente, sin anunciarse. Esto no hacía el acontecimiento menos pavoroso, o menos bíblicamente terrible.

Todas las criaturas nativas, desde microbios y plantas hasta pequeños animales inteligentes, habían muerto en el proceso que más directamente conducía a la propia aventura de la Tierra.

¡Qué universo! pensó.

Era ahora una cuestión marginal que esto ayudara a explicar la presencia de vida en Halley. Las mentes científicas de la Tierra dedujeron al fin que los fragmentos de la biosfera del planeta condenado debían de haber sido arrastrados en la onda de choque, congelándose en el frío del espacio. Esquirlas de roca e incluso de materia viva en otros tiempos podrían haber sido las semillas en torno a las cuales los gases del exterior de la periferia de un nuevo sistema solar se aglutinaran. Halley, al parecer, se había condensado alrededor de un trozo del viejo planeta, del modo en que las gotas de lluvia se reúnen alrededor de las partículas de polvo en suspensión en el fecundo cielo de la Tierra.

No era asombroso que las huellas fueran más visibles en las profundidades del cometa. Había existido una matriz, en torno a la cual los componentes prebióticos de la nebulosa presolar se agruparon durante aquellos tempranos días.

Saul se preguntaba cuántos cometas más se habrían formado alrededor de tales semillas. Imaginaba que no muchos. Supongo que tuvimos suerte, pensó con ironía.

¿O eran realmente ciertas las viejas historias de desastres producidos por los cometas? ¿Podría ser que la Tierra hubiera sido «reanimada», desde siempre, con nuevas dosis de la vieja biología que entraban flotando en la atmósfera cada vez que pasaba un cometa? Eso ayudaría a explicar porqué las formas de Halley eran tan compatibles. La vida terrestre seguía incorporando nuevos trocitos y piezas del almacén del espacio profundo.

En cierto sentido, el planeta destruido aún vivía. Fragmentos del preancestral código orgánico flotaban en todos ellos, y especialmente en los colonizadores de Halley. Después de la muerte y el miedo de los primeros días, era irónico que todo aquello resultara ser provechoso a la larga, contribuyendo a la diversidad que necesitarían durante los siglos venideros.

Tal vez la gente de Halley ya no fuese «humana», no en el sentido clásico. No en la forma que los hombres de la Tierra estaban desarrollando, preparando su propia introducción en la galaxia.

Ellos irán a las estrellas. Saltando de un punto luminoso a otro punto luminoso, morando allí donde la gravedad envuelve estrechamente él espacio, y los soles calientan mundos pesados y rocosos.

Nosotros, por el contrario, viajaremos con más lentitud. Pero tendremos el universo real… Los espacios intermedios.

Acordándose del simulacro que Virginia le había mostrado, Saul sonrió.

Por el conector neural sintió un suave roce de presencia. ¿Otra vez escuchando, cariño? proyectó.

Sí, amor mío. Deberás acostumbrarte. Estamos juntos EN ESTO, DURANTE UN LARGO CAMINO.

Sí. Sonrió. Cuando su cuerpo lo hubiera abandonado, sus recuerdos conducirían a otro clon…, y seguirían amando a Virginia. El Judío Errante y la Señora de la Máquina serían un recurso para las personas, sirviéndolas todo el tiempo que ellas quisieran.

La inmortalidad es servicio, pensó.

Se abrazaron con fríos brazos de electrones. Y los dos imaginaron que oían en la distancia, débil y fantasmagóricamente, una risa baja y aseverativa.