CARL

Jim Vidor no servía de gran ayuda.

Tosía, cubriéndose la boca con las manos, apoyado contra la pared en el sector de trabajo de la cámara de sueño. Estaba lívido, con las mismas manchas pastosas y el extraño embotamiento que se había iniciado en Quiverian hacía menos de dos días.

Carl terminó de ajustar la red de nutrición en torno al cuerpo de Quiverian y fijó las presillas sensorias. Todo parecía estar en orden, pero revisó de nuevo la línea química y la distribución del circuito. Nunca se pecaba por ser demasiado cuidadoso. Una conexión errónea hacía que murieran en tus manos. El monitor del computador debía registrar los errores, pero en el momento en que empezabas a confiar en los sistemas de apoyo… Bien, era el principio del fin en lo que a él se refería.

Mientras la crisis se alargaba indefinidamente, Carl se dio cuenta de que cada vez obraba con más meticulosidad; era su modo de compensar la fatiga.

—PH sanguíneo estabilizado. Q-10 metabólico en curso. Podríamos almacenarlo ya —dijo.

Vidor asintió. Con ojos llorosos y arrastrando los pies, se dispuso a ayudarle. Colocaron el cuerpo en el interior de la cápsula, la cerraron herméticamente y acoplaron las mangueras externas. Las cápsulas llenas almacenadas formaban una esfera a su alrededor, de manera que trabajaban bajo una cúpula helada. Nubes algodonosas se desplazaban lentamente sobre sus cabezas, entre las corrientes de aire. Aquellas cápsulas habían sido descargadas del Sekanina y poseían delicados conectores de mangueras. No sé por qué, en una misión nunca hay nada que esté del todo estandarizado, pensó Carl taciturno. Por eso te pasas años avanzando y retrocediendo.

—¿No hay ceremonia, esta vez? —preguntó Carl.

—No me siento preparado para eso —dijo Vidor.

Estaban demasiado cansados para andarse con sutilezas.

—Ve a descansar un rato —dijo Carl amablemente, aunque sabía que no iba a servirle de mucho.

Registró a Quiverian en los programas de control mientras Vidor se alejaba, moviéndose como si le dolieran todas las articulaciones. Igual que Quiverian, pensó Carl. Pero ninguno de ellos había contraído la erupción cutánea de color pardo que se extendió por todo el cuerpo de Samuelson. Síntomas diferentes…, ¿o enfermedades diferentes?

No es que ahora importase mucho. A aquel ritmo, todos habrían desaparecido en menos de una semana; lo cual significaba que debía iniciar nuevos descapsulamientos en seguida. Ya.

Se encontraban en un punto crucial. Los seis descongelados de la enfermería no serían suficientes para ocuparse del núcleo de Halley, y menos sin estar recuperados del todo. Si las enfermedades atacaban a Virginia, a Saul, a Lani o a él mismo… la expedición fracasaría. Desatendidas, las cápsulas se averiarían una a una. Halley se convertiría en un cementerio de cadáveres helados en órbita sin fin.

Activó su código de control de prioridad y se puso a trabajar. Algunos sistemas sencillos requerían un p recalentamiento, efectuar cálculos, recurrir a los inventarios de drogas. Carl poseía cierta experiencia con los procedimientos desde la misión en Encke. Lo hizo lo mejor que pudo, recurriendo al manual siempre que tenía dudas. Saul podría aconsejarle si era absolutamente necesario… A pesar de su escasa destreza, Saul aún era el médico. Pero…

¿Pero qué? Sí, ya lo sé. No quiero llamarlo. No me importaría no volver a ver a ese bastardo. Y también sé que sólo son celos infantiles. Pero eso no facilita las cosas. Puede que todo lo contrario.

De todos modos, era una buena idea realizar esa práctica por su cuenta. Era probable que pronto tuviera que encapsular a Saul. Espero que Virginia no se contagie.

Trabajaba despacio, lleno de pesimismo. Tenía que apartarlo de sí, lo sabía, para no cometer alguna estúpida equivocación. ¿Música? Era casi todo lo que le quedaba en aquellos días. Había escuchado a Mozart, Liszt y Haydn dieciséis horas al día, como única forma de distanciarse de la interminable y agotadora tarea de limpieza, de la obligación de estar siempre mirando hacia atrás para ver si algún maldito púrpura había irrumpido a través del recubrimiento y estaba esperando que lo rozara para corroer su traje e infectarlo con sus letales venenos, de tener el mismo fin del astronauta Garner…

—¡Carl!

Se volvió, sorprendido por la voz femenina. ¡Virginia! Así que no estaba con él, después de todo.

Pero fue Lani quien entró acabando con su repentina esperanza.

—Oí lo de Quiverian, pensé en bajar y…, oh. ¿Ya lo has hibernado?

Carl asintió.

—¿Sin ceremonia?

—No me pareció adecuado. Jim no se siente muy bien, y una ceremonia a solas…

Lani lo miró con simpatía.

—Lo comprendo.

—Podemos reunimos todos esta noche, brindar con unas cervezas…

Dejó la frase sin terminar, recordando que habían estado a punto de iniciar un romance, hacía una eternidad. Durante algún tiempo no había pensado en ello. Cada día valoraba más a Lani, pero su pulso aún se aceleraba por Virginia. No es que importe… Todos estamos hechos un lío.

Ella asintió con énfasis.

—Sí. Podríamos organizar un pequeño acto de solidaridad en grupo. Ahora tú eres el jefe, Carl. Tendrás que mantenernos unidos.

Llevaba siendo el jefe en funciones más de una semana, pero no había tenido tiempo de considerarse como tal.

—¿Los seis? ¿Con dos o tres enfermos? Algunos de la tripulación. La mitad del turno uno ha entrado…, ¿cuánto hace?, ¿diez días? No, menos. —Sacudió la cabeza—. Las cosas van demasiado aprisa.

¿Qué habría hecho el capitán Cruz que yo he omitido? ¿Qué se me ha pasado por alto?

—Estás cansado. —Le puso una mano en el hombro y se lo palmeó con afecto.

Igual que si fuera un animal grande y estúpido, pensó. Bueno, en estos momentos no soy mucho más.

—Me… me alegro de que hayas venido.

—Yo también. Está claro que te hace falta ayuda.

—Empecé a descapsular a otros dos.

—¿No necesitaremos al menos a una docena?

—Sí, más o menos. Debemos seleccionar gente capacitada, pero…, bien, ¿a quién escogerías para introducirlo en esta casa de muerte?

Lani movió la cabeza en silencio, con él rostro pensativo e inescrutable. Carl se preguntó cuál era su estado emocional ante la perpetua amenaza. En aquel momento, ella podía estar contagiándose de él, o viceversa. No tenían una idea concreta del vector que seguían las enfermedades en cuestión.

—No a mis amigos…

Él se sorprendió.

—No lo había considerado bajo ese aspecto. Me refería a gente que pueda resistirlo.

—Ya veo. Mi primer pensamiento fue proteger a mis amigos. Por el contrario, tú tratas de escoger a aquellos en quienes puedas confiar. Ésa es la razón por la que tú eres adecuado para el mando y yo no.

Carl se encogió de hombros. Sabía que no era un auténtico líder, ni de lejos comparable con el capitán Cruz; sólo hacía lo que parecía obvio. Sin embargo, el punto de vista de Lani era razonable. Es mucho menos doloroso ver enfermar y morir a gente casi desconocida.

—No me gusta tener que cargar con estas decisiones. No soy más que un simple astronauta. Por Dios santo, aquí se juega con la vida y la muerte.

—Eso es.

De forma sutil Lani se alejaba, se quedaba al margen, con rostro impasible y ojos expectantes, esperando sus órdenes. No quería la responsabilidad. Yo tampoco, pensó Carl.

—Vale, he de decirle al sistema cuáles son las cápsulas que debe empezar a calentar, o no adelantaremos nada. —Se volvió hacia la gran consola y comenzó a recorrer con las manos la lista en que constaban las características de cada miembro del personal. Con un dedo oprimió los puntos cóncavos que había junto a dos nombres.

—Jeffers y Sergeov —dijo, y emitió una seca y malhumorada risita—. Se van a llevar una sorpresa.