CARL

Carl y Virginia estaban rígidamente sentados en sillas de red, uno al lado del otro. La rueda de gravedad se había estropeado hacía años y los sutiles efectos secundarios de la baja gravedad constante se manifestaban. Exceptuándolos a ellos, el salón estaba desierto, con su vivido paisaje mural funcionando sin que le prestaran atención. Un soñoliento camello se bamboleaba lentamente a lo largo de la parte más alta de una distante duna de arena.

—Lo que quería preguntarte es si crees que está en sus cabales —dijo Carl sin rodeos.

—No cabe duda de que Saul está del todo bien —respondió ella indignada, mostrando tensión en sus ademanes.

Debo recordar que ella ama de verdad a ese memo, pensó Carl. Vale, sé diplomático.

—Estoy preocupado por su… salud.

Virginia no compartía en absoluto sus dudas.

—¿Quieres decir que su descubrimiento es una ilusión?

—Bueno, es exagerado. —Carl elevó las manos y tronó—. ¡Yo, Saul Lintz, soy como un dios inmortal! ¡Inmune! ¡Impenetrable! ¡Arrodillaos, simples mortales!

—Ésa no es su actitud.

—Bueno, digamos que se comporta como un megalómano tranquilo.

—Estaba describiendo una teoría.

—Con él mismo como prueba principal.

—Bueno, sí. ¿Quién más en esta colonia posee el complejo N?

—Buena pregunta. Podrías verificar el ADN de los hibernados.

Los ojos de Virginia se movieron un milímetro hacia un lado, sólo un momento, pero él la conocía bien.

—Ya lo has hecho, ¿verdad?

Ella asintió, entrelazando los dedos y fijando la mirada en ellos.

—Hay otros tres.

—Bien. Una forma fácil de comprobar su teoría, ¿eh? Deshibernémolos y veamos si cogen un microbio.

—Saul sugirió lo mismo cuando se lo dije ayer.

—Hmmmm. Me pregunto por qué a mí no me mencionó ese pequeño detalle.

—Ha estado ocupado. Supongo que quiere pensar las cosas un poco más antes de experimentar.

—O quizá, sólo quizá, quiere hacerlo todo él solo. El Gran Saul.

Virginia se enfadó.

—¡No tienes ningún derecho a decir eso!

Él levantó las manos.

—De acuerdo, puede que no. Digamos que he estado tratando con un montón de locos estos años. Me he acostumbrado a ponerlo todo en duda.

Ella se mordió el labio. ¿Conteniendo su cólera? ¿O la sospecha de que tal vez tengo razón?

—Si las inoculaciones de Saul surten efecto —dijo ella, en tono mesurado—, podremos salvarnos. La expedición será un éxito. Debes tener confianza en él. Vas a dar el visto bueno a sus pruebas iniciales de tratamiento de voluntarios, ¿verdad?

Carl se encogió de hombros.

—Mi autoridad es limitada. Las «tribus» aportan su trabajo. Yo me encargo de dirigir rutinariamente y de redactar una lista de mantenimiento. No soy el capitán Bligh[6]. No veo de qué forma podría impedirle que reclutase voluntarios. —Poco había faltado para que dijera cobayas.

—Bien. Tú verás, Carl. Ésa es nuestra esperanza.

¿Esperanza? Estuvo tentado de explicarle a Virginia el efecto secundario de la maravillosa simbiosis de Saul… su esterilidad. Pero si Saul ya lo había hecho, quedaría como un mezquino.

Se contuvo. Por encima del hombro de Virginia, una caravana de camellos de color canela sucio avanzaba lenta pero infatigablemente a través de un inmenso desierto de arena, dirigiéndose hacia un grupo de palmeras verdes a medio camino del bien definido horizonte. Mercaderes vestidos de rojo se balanceaban sobre los camellos, mirando directamente hacia Carl con manifiesto recelo. Sus imágenes ondeaban a causa de la calina, haciendo que la enorme caravana oscilase como en un sueño. Psicológicamente efectivo, sin duda, pero los pies de Carl seguían fríos.

—¿Te preocupa algo, Virginia?

—Jon Von está…, enfermo.

—Ya me he enterado. ¿Funciona… se comporta defectuosamente?

—Recuerda que es una matriz bioorgánica. Saul opina, que sufre alguna infección debida a las formas de Halley. Espero que él pueda encontrar un remedio.

Empezó a esbozar el problema, la analogía entre los orgánicos no vivientes como Jon Von y la carne y sangre normales, y como podría Jon Von «coger un resfriado» de una manera más que metafórica. Carl escuchaba, sin dejar de mirarla a los ojos. Aún sentía la vieja atracción, aquel pausado y tibio anhelo que aumentaría en su interior si él lo permitía. Su boca reflexiva y expectante, la distinción de sus altos pómulos…

—¿Es Jon Von inmortal, tal y como se supone que lo es Saul? —preguntó Carl.

—Saul podría convertirlo en inmortal, si encuentra un remedio. Si no se equivoca acerca de sí mismo…

—Sigo creyendo que todo es un camelo.

—Hemos de someter a una prueba a los tres de las cápsulas de inmediato —dijo ella.

Parece muy segura. ¿Podría Lintz estar en lo cierto?

Virginia era demasiado honesta para dejar que el amor la cegara totalmente. Si dudara de Saul, habría dado alguna muestra de ello…

—De acuerdo, suponiendo que se produzca un auténtico milagro, será preciso activar más áreas habitables. Queremos sacar de las cápsulas a todo el mundo. Tal vez, ¿quién sabe?, Saul pueda curar a los que tienen tarjetas con ribetes negros.

—¿Incluso al capitán Cruz?

Aquella pregunta produjo en Carl una fuerte impresión.

—Podría ser —repuso, para encubrir su aturdimiento.

Revivir a oficiales de categoría superior… Entonces yo perdería importancia. Pero sería estupendo volver a trabajar con el capitán, con alguien que sepa de veras cómo hacer las cosas…

—Tendremos que correr endemoniadamente con los pocos años que quedan para llegar al afelio —dijo después.

Virginia se animó.

—Podemos hacerlo. Yo sé que podemos.

—Tienes toda la razón. —Y Carl forzó una sonrisa esperanzada.

¿Por qué no ser optimistas? No puede hacer ningún daño, después de todo lo que ha pasado. Lo peor es que se demuestre que Saul Lintz está loco. Lo mejor… Bueno, lo mejor es que podamos terminar los impulsores de sesgo, mover al Halley, incluso tener éxito en la misión.

Pero Carl sabía que hasta los milagros tenían sus consecuencias desagradables. ¿Cómo pueden reaccionar las tribus?, se preguntó.

Entonces será cuando comiencen las verdaderas luchas, en el momento que sometamos a esta vieja bola de nieve a una caída de treinta años.