VIRGINIA
Ella desplegó las líneas escritas el día anterior e intentó juzgarlas desapasionadamente. Éste era su período de descanso, y escribir poesía le parecía la mejor forma de emplearlo, una salida mental más rápida del agotador e incesante trabajo con mecánicos que tomar café en el salón. Sobre todo porque lo más probable era que no encontrase a nadie allí; quien no estaba trabajando, sin duda se encontraría sumido en exhausto Sueño.
Se suponía que el personal pasaba la mayor parte de su tiempo de ocio en la rueda, donde la pseudogravedad centrífuga podía imitar los sutiles flujos que evitaban los desequilibrios de la gravedad cero. Pero el reposo era más real en el campo débil de Halley. Los supervivientes descubrieron rinconcitos aislados, libres de la porquería verde, y en el acto los aprovecharon para recuperar horas de sueño.
Ahora la lucha infundía menos pánico, pero seguía siendo difícil. Habían logrado alejar las plagas de las cápsulas y las estaciones de energía. Soldando el hielo detrás de los lugares más críticos, les habían negado a los seres una fácil vía de acceso.
Debería descansar, dormir…, pero el sueño no llegaba.
Al diablo con el exterior, con lo, horrible realidad. Se sumergió en su poesía.
Los pezones, el ombligo
y el pubis
forman una especie de rostro.
Confío
y confío con brío
y mi brío es duradero.
Mis muslos carnosos
te dan la bienvenida, compañero.
—Hum —se dijo—. No es artístico. Terapéutico, quizás.
DESDE LUEGO REVELA EL CURSO GENERAL DE TUS PENSAMIENTOS.
Letras verdiazules flotaron en la holozona por encima de ella.
—¡Jon Von, esto es sólo para mí! Tendría que haberte desconectado.
—PERDÓN. NO SABÍA CÓMO DECIRLO.
—El sentido común debería…, de acuerdo, esto no es una característica sobre la que yo haya trabajado, ¿verdad?
ALGUNAS DE MIS PERSONALIDADES SIMULADAS CONOCEN LAS NORMAS, PERO YO CAREZCO DE LA COMPRENSIÓN BÁSICA DE «SENTIDO COMÚN», ¿ACASO NO ES ÚTIL EN EL TRABAJO COTIDIANO?
—No, es que no ha habido tiempo…, no importa.
¿LAS CUESTIONES SEXUALES REQUIEREN SENTIDO COMÚN?
—Cuando tratas con seres humanos, sí. En realidad sería mejor que permanecieras en silencio. Nadie cree que las máquinas tengan algo que decir respecto al sexo.
HAY PROGRAMAS PSICOANALÍTICOS QUE PUEDO INVOCAR, SISTEMAS EXPERTOS QUE TIENEN UNA DISTINGUIDA HISTORIA DE DIAGNOSIS…
—¡No, Jon Von! Limítate a dejarme seguir con mi poesía.
¿PUEDO OBSERVAR?
—Me es difícil impedir que leas mis horribles versos, ¿eh? Esto está incluido en Manuscritos Generales.
PUEDO OCULTARLOS EN MIS PROPIOS BANCOS.
—Es realmente una buena idea. No quiero que nadie los encuentre.
Clavó la vista en la pantalla. La intromisión de Jon Von la había cohibido. Nunca se había mostrado tan abiertamente sexual en sus escritos, y sentía que su pasión era algo muy privado, sólo para Saul. En Hawai los hombres la habían considerado un poco pudibunda.
Así que siempre has sido un poco cautelosa en este asunto… ¡Tienes que sobreponerte a eso!
Frunció el ceño hacia el poema. La costumbre secular dictaba que la poesía de amor debía escribirse con tinta fluida sobre grueso y lujoso papel color crema…, no con letras brillantes en el espacio abierto. Bien, al diablo con eso. Veamos… realmente mis muslos no son carnosos…, ¿es ese adjetivo digno de ser conservado por la aliteración?…, omítela y prueba otra cosa…
Cuerpos encendidos y ágiles.
Tu rostro con la ansiedad esculpida
sobre mí, siempre febril… sublimando la vida.
Locura prolongada
baile sin fin.
¡Aprisa!
corta mis pechos
con tu barba acerada.
No tengo miedo,
no retrocederé
ni me avergonzaré
por tomar esto de ti cara a cara.
Sudorosa, antihigiénica,
resbaladiza y húmeda acometida
en cuarentena,
puesto que tú lo estás.
Soy de esa raza
en el fango nacida
y por él sostenida,
motor a pistón, amor de bola de nieve,
oh profesor
poseedor.
Enséñame a vivir en el presente
sin un pasado perfecto.
Las órbitas no son las únicas
que buscan un encuentro tangencial
con audaces propósitos.
Jadeante, al saber que
él es mío
se derrite mi hielo
en lívido gotear.
¡No ceses!
Reino viscoso de fuego y miel
rómpeme, sonríeme, encuéntrame, piérdeme.
Se detuvo, con el corazón desbocado.
ESTRUCTURA SINTÁCTICA.
—¡Cállate!
Virginia se soltó de su hamaca, arrojó a un lado el acoplamiento de enlace, y se lanzó hacia la puerta.
¿ORDEN DE ALMACENAMIENTO?
—¡Suprímela, me da lo mismo!
Atravesó los corredores a toda prisa, los largos planeos entre zancadas parecían durar una eternidad. Tardaría sólo unos minutos en llegar al laboratorio de Saul, un tiempo increíblemente corto, considerando lo inalcanzable que le había parecido, lo mucho que lo había echado de menos.
Un momento antes de girar hacia el Pozo 1, que la llevaría hasta él, se encontró con Carl Osborn y Jim Vidor, que bajaban por la sala sin los cascos. Los trajes de ambos estaban arañados y salpicados de sustancias químicas. Vidor iba sin afeitar, tenía la cara hinchada y su mirada parecía perdida en la distancia. Transportaban un cuerpo en una camilla improvisada.
—¿Quién…?
—Quiverian —dijo Carl—. Se ha puesto muy enfermo. No podemos perder tiempo, o morirá.
—Ai Jo, Ai Jo —canturreó Vidor con cierto humor— a las cápsulas a trabajar.
Virginia se colgó a un asidero.
—Tendremos… que deshibernar a alguien.
—Exacto —repuso Carl preocupado—. Tenemos a seis casi descongelados. ¿Quieres decidir quién será el próximo?
—No, yo… —Sabía que su obligación era ayudar, pero…—. Voy a ver a Saul.
—Aún es terreno vedado, salvo en caso de extrema necesidad —dijo Carl fríamente. Detuvo su pausado deslizamiento e hizo lo propio con el cuerpo. Vidor compensó torpemente su desequilibrio, con gesto fatigado.
—Vosotros le veis. ¡Trabaja a vuestro lado! —Claro, pero nosotros no tenemos relaciones íntimas con él. Tú y yo sabemos lo que haréis…
—¡Métete en tus malditos asuntos, Carl! —Sintió como se ruborizaba.
Carl desvió la mirada, tratando de conservar la calma. —Malenkov dijo que Saul estuviese al menos bajo cuarentena parcial.
—No creo que eso signifique ya nada, ahora que Malenkov se está muriendo. Ahora Saul es nuestro médico. —No creo que sea buena idea arriesgarse… —Carl, tomaré precauciones.
—Entonces mantente alejada del resto —dijo Vidor con severidad—. Lintz es un buen tipo, pero no quiero que se me acerque demasiado. Si lo tocas, eso también es aplicable a ti.
Virginia se alarmó. Simpatizaba con Vidor, pero en aquellos momentos el rostro del hombre era una rígida máscara, hostil y recelosa. Tiró del cable de remolque del comatoso Quiverian y empezó a moverlo de nuevo. Pero su habitual destreza y seguridad habían desaparecido, y daba la impresión de tener dificultades en mantener las fuerzas actuando a través de un único axis. Parecía tan poco ágil como una marmota.
—No te preocupes, lo haré —repuso Virginia enfadada—. ¡Quizá también habría de ponerme yo misma en cuarentena!
Pateó y se alejó con rapidez, sin molestarse en mirar atrás. Diablos, Vidor parece estar peor que Saul. Entonces superó su irritación lo mejor que pudo.
Cuando entró en el laboratorio, Saul levantó la vista con sorpresa. En el esmaltado brillo del lugar, su cara gris y ojerosa se iluminó de alegría.
—Realmente no deberías arriesgarte… —dijo sin mucha convicción.
Ella avanzó hacia él.
Al cuerno con la poesía, pensó. Me quedo con lo real.