CARL
—¿Alguna señal de otros? —preguntó Carl, tenso.
—Ninguna —contestó Virginia—. He extendido mi búsqueda a una hora luz a nuestro alrededor, y no he encontrado nada.
Lani entró deslizándose a la Central, con el rostro pálido y cansado.
—He oído tu aviso, Virginia. ¿Llegaron muy cerca?
—Como dijo el duque de Wellington después de Waterloo… —La voz de Virginia cambió a un marcado y aristocrático acento británico—. Fue algo condenadamente próximo.
—Y volverán a intentarlo, si continuamos con la trayectoria prevista —dijo Carl con preocupación—. No tolerarán que usemos el acercamiento a Júpiter para entrar en el sistema solar interior. Disponen de años para dispararnos, acuérdate. Cuando volvamos hacia dentro, atacarán de nuevo. Ese ataque puede fallar también. Y el siguiente. Pero con el tiempo…
—¡Esos asesinos! —gritó Lani—. ¡Queríamos aceptar la cuarentena, pero no fue suficiente para ellos! Sólo para protegerse de cualquier posibilidad de exposición a las formas de Halley, nos matarán a todos.
Carl sintió que era inevitable decir lo que debía, el final de muchas esperanzas.
—Es hora de enfrentarnos a los hechos. No podemos abandonar nuestro exilio.
Lani frunció el ceño.
—Pero eso significa…
—Exacto. Hemos de elegir una trayectoria que nos llevará al exterior, pasado Júpiter. Es la única forma de situarnos fuera del alcance de la Tierra.
—¿Crees que bastará para detener a la Tierra?
Él movió la cabeza.
—Tendremos que confiar en que sí. Trazaremos una trayectoria que nos lleve lejos dentro del sistema solar exterior.
Lani lo miró, mordiéndose el labio, silenciosa.
—De todas formas —dijo Virginia lentamente—, creo que no se contentarán con menos de una órbita de partida.
Los ojos de Lani se dilataron.
—¿Qué? ¿Abandonar por completo el sistema solar?
—Así es—dijo Virginia amablemente—. Entonces se convencerán de que a las formas de Halley les será imposible llegar a la Tierra.
Carl asintió.
—Es inútil que nos persigan. Y demasiado caro, de todas formas.
—¿Qué haremos allí? —preguntó Lani, llena de dudas.
—Viviremos. Moriremos. —Carl miraba sin verla la pantalla principal, donde fluctuaban cifras—. En la nube Oort… —dijo distante—. Se supone que allí hay billones de mundos de hielo, del tamaño de asteroides. Eso era Halley antes de que algún empujón, tal vez de una estrella que pasaba, lo hiciera caer en el sistema interior.
—Y una vez allí, ¿podremos utilizar sus recursos? —preguntó Lani.
Él se encogió de hombros.
—Quizá. Tendremos cientos de años de camino para pensar en ello.
Lani se acomodó en una red, con expresión sosegada.
—Antes de entonces todos habremos muerto, a pesar de las cápsulas de sueño.
Carl experimentaba una extraña y entumecedora resignación. De alguna forma, siempre había sabido que nunca saldría de aquel lugar. No se estaban sepultando sólo a sí mismos, sino también a las generaciones posteriores de Halley, en una oscuridad exterior de ilimitadas incógnitas. Huyendo hacia el abismo.
Lani dijo:
—Supongo que hemos de planear lo que podemos hacer, no lo que preferiríamos hacer.
La vida es una serie de muertes que se superan, una cada vez, pensó Carl. También sabía que podían hacerlo, si tan sólo se resistían a entregarse a la desesperación. Si tenemos algo por lo que vivir.