CARL
Empezó con un alto y agudo silbido.
Carl trabajaba en el ajuste de una tubería, maldiciendo la porquería verde que la hacía resbaladiza, cuando lo oyó. Al principio fue un pitido lejano y penetrante. Estaba en un extremo del Pozo 3, cerca de la esclusa de superficie, y supuso que la única y persistente nota procedía de alguien que trabajaba a más profundidad, en dirección a la Central.
Se encontraba solo debido a la escasez de mano de obra. Había estado trabajando con uno de los mecánicos reprogramados de Virginia, pero los evitaba siempre que le era posible. Alteraban su forma de trabajar cuando hablaban con el melodioso acento de ella.
Los primeros despertares por «deshielo» se preveían para el martes siguiente, y él esperaba que aligerasen un poco sus obligaciones. La porquería era viscosa, repulsiva y persistente; Carl la odiaba.
Y aquellas malditas hebras que se prendían en los respiraderos. Quizá Jim Vidor tenga razón, habría de levantar la cuarentena de Saul, dejar que estudiase de cerca esta sustancia.
De haber tenido un compañero, no se hubiera ensimismado tanto y lo hubiera captado antes. El sonido prosiguió mientras apretaba la junta con la llave inglesa, con el rrrrrttttt rrrrrttttt rrrrrttttt enviando vibraciones a sus hombros.
Carl levantó la cabeza y percibió una brisa.
En el espacio siempre había circulación de aire, originada por los ventiladores de aumento de presión si las diferencias de temperatura no proporcionaban la convección apropiada. Pero no tan lejos de la Central, no un continuo roce de pluma sobre sus orejas.
Se detuvo y escuchó. La misma nota uniforme. Venía de abajo, del interior del pozo, en la dirección de la Central.
Entonces se le taparon los oídos.
Recogió las herramientas y se impulsó, todo en un movimiento ágil y suave. Sus propulsores entraron en acción, haciéndole avanzar. Los fósforos moteaban el pozo con manchas de luz amarillo-verdosa cada cien metros; los usaba automáticamente para medir su velocidad, para evitar un impulso que no sería capaz de detener. Acumulaciones de porquería verde cubrían algunos de los fósforos, creciendo sobre la débil energía que eliminaban.
Rebasó túneles que discurrían horizontalmente, los 3B, 3C y 3D, pero el sonido no procedía de ellos. Al aproximarse al 3E, aminoró la velocidad porque el silbido se hizo más fuerte y una succión constante trataba de absorberle hacia abajo. Carl siempre había detestado los ruidos demasiado agudos, como aquél, estridente y áspero. Buscaba una juntura desgarrada en el aislamiento, pero no estaba preparado en absoluto para lo que descubrió.
¡Gusanos! Parpadeó, aturdido.
Seres púrpura, con aspecto de serpiente, que rezumaban y culebreaban. Húmedos y brillantes, se retorcían con lentitud, rodeando la entrada 3E. Era como una boca viva que gritase con un cortante gemido de sirena. El viento se quejaba y tiraba de él, succionándolo hacia los cilios púrpura que le hacían señas y se doblaban ansiosos, suspiraban y se extendían…
Tanteó en busca de los propulsores y los activó a toda potencia en sentido inverso. El viento arreció a sus costados, haciendo ondear las correas de sus herramientas, arrancándole el gorro de lana de la cabeza, alborotando su pelo. Dio media vuelta y se agarró a un asidero de la pared del pozo. Ahora el sonido era ensordecedor y supo que estaba consiguiendo desconcertarlo.
¿Qué demonios…?
Desgarró su bolsillo de emergencia y extrajo un casco de lámina de plástico. Le llevó un largo momento meterlo en la anilla de sellado de su dermotraje. Hace mucho que no practico este ejercicio.
Lo enganchó. Quitó el seguro de la botella de fluido. La burbuja se expandió con un tranquilizador fuuuush de aire. Esto le proporcionó cierta insonorización, pero no mucha. No suficiente.
—Está en el Pozo 3, Túnel E —emitió por el canal de emergencia—. 3 E, 3 E, 3 E. Daños. Toda el área en torno a la abrazadera se ha roto.
Una tenue voz habló en su receptor.
—… puede reparar con espuma pulverizada? Arreglamos algunos así.
—Lo dudo. Algo…, algo se ha abierto paso. Seguro que no es sólo un desgarrón.
Carl se mordió los labios. No sabía cómo describirlo. El equipo sólo tardaría unos minutos en llegar allí, pero el pozo perdía enormes cantidades de aire.
Los seres… púrpura… deben de haber salido a la superficie por una grieta.
Se lanzó a través del pozo. El viento le empujó varios metros antes de que alcanzara el otro extremo e intentara fijar un cierre provisional en el aislamiento. Se sujetó y observó el más próximo de los gusanos púrpura retorcerse y latir, riachuelos de sudor ocre fluyendo desde la puntiaguda extremidad. El viento arrastraba las gotas hasta el agujero que rodeaba la base del gusano, donde eran de nuevo absorbidas.
El horrible ser se hinchaba, se contraía y volvía a hincharse…, agrandando cada vez más la rotura del aislamiento, alargándose a medida que iba saliendo al pozo. El más próximo tenía al menos un metro de longitud y crecía visiblemente, convulsamente, en una lenta agonía de expansión y compresión, expansión y compresión. Su boca brillaba con lo que semejaban azulados cristales de hierro nativo.
Van detrás de la porquería verde, comprendió cuando los gusanos se apretaron contra las capas de vegetación de aspecto musgoso que se encontraban a su alcance. Parecían absorberla directamente. ¡Se nutren de la sustancia! Y aspiran hebras del aire.
Alrededor de la abrazadera de aluminio y acero de la entrada 3E, Carl contó trece de ellos. Desenrolló un poco de cuerda y el aullante vendaval le absorbió, hacia uno de los seres ciegos y viscosos.
Carl apretó los dientes. Ahora respiraba aire embotellado, pero juraría que podía olerlo; empalagoso, espeso, húmedo, como hojas podridas y enmohecidas.
Desenfundó su cortadora láser, la puso al máximo, y disparó contra uno. El rayo describió una delgada línea roja que pasó a través del ser… sin ningún efecto significativo.
Hizo que la siguiente descarga durara más tiempo y cortó al gusano a unos pocos centímetros por encima de la base. Una rociada rojo púrpura se esparció en el viento. La parte superior se tambaleó y cayó a un lado; luego rodó lentamente.
De la herida rezumó más fluido, el cual comenzó a cuajarse. Ante los ojos de Carl, el ser empezó a formar una costra que iba endureciéndose. La nueva materia tenía una piel de un oscuro púrpura brillante como la de una berenjena. Entonces empezó a extenderse hacia delante, hacia los lados, de nuevo hacia delante, hacia el pozo, la herida sólo había supuesto una momentánea interrupción.
Carl sintió que el pelo de la nuca se le erizaba de miedo.
—… aspecto tiene ahora? Repite, no puedo recibirte, quiero saber…
El resto se perdió. Carl no veía a nadie en el pozo. ¿Dónde estaban?
Extrajo su pistola parcheadora de la funda de su pantorrilla izquierda. Estaba diseñada para pequeñas reparaciones, pero no se le ocurría qué otra cosa podía hacer.
Para acercarse más desenrolló otro metro de cuerda; luego la recogió un poco, apresuradamente, cuando el ser en fase de regeneración enfiló en dirección hacia él. ¿Podría percibirlos? ¿Sin ojos o cualquier otro órgano visible? Tal vez su calor corporal. No iba a arriesgarse.
La pistola lanzó una bola de cola amarilla hacia el agujero. Se aplastó sobre la abertura, extendiéndose rápidamente mientras la larga cadena de moléculas se agarraba al área máxima de superficie a cubrir. La succión la atrajo hacia el interior, pero el parche resistió.
Durante casi un minuto. Luego el gusano cabeceó contra la pegajosa película amarilla, empujó, la estiró… y la desprendió. El viento se encarnizó con el extremo suelto. Onduló inútilmente, como una bandera rota.
—Necesitaremos material pesado —emitió Carl—. Traer todo el que podáis conseguir.
—… no oigo…, cualquier otra medida…, adoptar para estar seguros…
—Sí. Sellar todas las esclusas. En todas partes.
—… no bajo ningún…, enviamos todos…
—Si se nos agota el sellante, las esclusas son nuestra única defensa.
Y si esto falla, pensó, tendremos que vivir en trajes.
Diez minutos más tarde, eso no parecía tan descabellado.
Sólo Lani, Samuelson y Conti se encontraban disponibles para ayudar de inmediato, la tripulación estaba esparcida por todas partes. Lani era una astronauta, rápida y competente, pero a los otros dos se les habían tenido que adjudicar tareas que no conocían.
Trabajaban tan rápidamente como les era posible. Cortar los zarcillos no ofrecía dificultad, pero ya había otros que empujaban antes de que el sellante pudiera endurecerse. Carl y Samuelson descubrieron que para lograr algún progreso, tenían que conseguir acercarse al extremo del aislamiento y limpiar el área completa, cortando todas las vías de regreso al hielo.
—Tenemos que hacerlos picadillo —dijo Samuelson. El hombretón se mordió los labios nerviosamente—. Son la cosa más horrenda que he visto nunca.
—Maneja bien la linterna, estás cerca del hielo. —Carl tuvo que sujetar a Samuelson con una cuerda para evitar que el hombre fuera aspirado de inmediato hacia el agujero. El grupo se había provisto de un juego de pivotes de sostén y cables para impedir que el aullante viento los arrancara de un tirón de las paredes del pozo. Ahora el estridente y profundo chillido se apagó progresivamente mientras el aire del Pozo 3 se extinguía por fin.
—¡No te acerques tanto! —gritó Carl.
Demasiado tarde. El gran láser industrial de Samuelson había acabado con la materia púrpura, de acuerdo…, y entonces golpeó una veta de dióxido de carbono helado, vaporizándola en el acto. Un chorro de vapor se disparó del agujero y se llevó a Samuelson dando vueltas.
—¡Lani! ¡Aplica el sellante ahora mismol —emitió Carl.
Aflojó la cuerda, permitiendo que Samuelson controlara la situación. Aquello iba a convertirse en un embrollo dentro de un segundo.
Lani maniobró al extremo de un cable, sujetando la serpenteante cuerda con ambas manos.
—Allá va.
El pegajoso sellante amarillo se esparció sobre los agujeros ya limpios. Carl y Conti activaron láseres de abanico a mínima potencia, para secarlo con rapidez.
Lani se abrió camino en torno a la abrazadera del 3E, disparando espesas capas amarillas sobre las hendiduras. Aquí y allá, éstas se torcían a causa de la presión, pero Lani lanzaba más sellante a toda prisa para reforzar la barrera.
—No debemos usarlo así —emitió Conti—. Demasiado espesor. Se nos agotará.
Samuelson regresó, escalando las paredes del pozo para reunirse con ellos.
—Si ponemos menos grosor, lo romperán y pasarán.
—No quedará ninguno.
—Cortad el rollo —dijo Carl ásperamente.
Guando el personal empezaba a hacer comentarios, perdía la concentración y no rendía al máximo en el trabajo.
—Ya está —informó Lani—. El vapor ha desaparecido.
El repentino silencio era sobrecogedor. Carl se apartó de la pared del pozo, capaz de flotar ahora que la brutal corriente había cesado. Apenas había presión. Quizás aquello los contuviera.
—¿Qué diablos era eso? —preguntó Samuelson.
—Algo que crece en el hielo —dijo Conti.
—Anda ya, ¿en el hielo? —Samuelson sonrió con incredulidad.
—No hay otra posibilidad —repuso Conti apagadamente—. ¿O acaso salieron de grietas? ¿O a través de vetas de nieve más blanda? ¡No es una forma de vida terrestre!
—Pero tan grandes —intervino Lani—. La mayor parte de lo que descubrió Saul eran microorganismos, ¿no es cierto?
—Sí —añadió Conti—. Y la porquería verde y las hebras no andan persiguiéndote por todas partes, según mis últimas noticias.
—Estas cosas son más grandes.
Samuelson rió.
—Y fuertes. Se abren paso a través del aislamiento —dijo Carl.
Colgaban en el semivacío, mirándose entre sí. Samuelson propinó una patada a la pared y señaló hacia arriba, donde las manchas de los fósforos se perdían en la distancia, formando una larga V.
—Podría haber ocurrido en cualquier parte de este pozo.
Carl movió la cabeza.
—Salieron cerca de la abrazadera, y en ningún sitio más. ¿Qué tiene de especial ese punto?
—Algo respecto a la abrazadera, ¿dónde encaja con el hielo? —dijo Conti—. Tendremos que revisar cada una de ellas, cada intersección.
—Exacto —agregó Samuelson—. Y también debemos recoger todos los fragmentos de esas cosas que han quedado esparcidos por el pozo.
—Buena idea —emitió Carl—. Manos a la obra.
Se dispersaron por el pozo y los túneles próximos. Carl encontró varios grumos púrpura que iban a la deriva y los guardó en una bolsa plástica de mano. Grumos de gelatina flotaban libremente o se habían adherido a las paredes. Eran pegajosos y manchaban todo lo que tocaban. Se mantuvo en comunicación permanente con la Central, describiéndole a Malenkov la forma de vida. Intervino Saul Lintz, acribillándolo a preguntas que no sabía cómo rerponder. Saul exigió que le llevaran muestras de inmediato.
—Tendremos que descontaminarnos antes de volver a las zonas presurizadas, eso está claro —dijo Carl.
—Bueno, haz lo que puedas. Te proporcionaré algunos recipientes para muestras. Iré yo. No permitas que nadie entre en esta sección.
—¿Cree que es peligroso?
—Exacto.
Cortó la comunicación y siguió buscando. Su grupo se desplegó por todas partes, examinando las intersecciones por si había signos de deformación. Algo le estaba aguijoneando, pero no tenía tiempo de pararse a pensar. Los desechos púrpura se habían desplazado a mucha distancia, y disponía de muy pocas personas para recuperarlos todos.
En el túnel que conducía horizontalmente a la Central, Samuelson descubrió una punta púrpura que empezaba a asomarse a través del recubrimiento. Avisó a Conti y ambos tomaron una muestra.
No tuvieron cuidado.
Cuando Carl llegó unos minutos más tarde, los dos estaban tirando parches sobre sí mismos y aullando de dolor. A través de sus placas faciales se veía su expresión de asombro; estaban pálidos, con ojos desencajados.
—¿Qué ha ocurrido?
—Extraje este fragmento y se me escapó —dijo Samuelson—. Conti lo agarró y… le corroyó el guante.
Había una mancha grande y de mal aspecto en la mano derecha de Conti.
—Y supongo que tú lo rozaste con el brazo—dijo Carl.
—Sí, y el condenado bicho me picó.
La cara de Conti estaba distorsionada por una mueca de agonía.
—Estoy…, peor.
—Samuelson, quédate con él. Id los dos a la compuerta de emergencia. Llamaré a Malenkov y le avisaré de que vais para allá.
—¿Qué…, qué piensas que está haciendo? —preguntó Conti.
Comiendo, pensó Carl, pero lo guardó para sí mismo.
—Id al médico—les empujó hacia adelante—. ¡Rápido!
A lo largo de una hora, Malenkov le envió informes de su estado. El ser púrpura había corroído la fibra que cubría sus trajes, probablemente reaccionando a ella como alimento potencial. «Tal vez sólo le gustan las largas cadenas moleculares», había sugerido Malenkov. Una vez dentro, quemó la piel. Era probable que una parte hubiera penetrado en la corriente sanguínea. Conti y Samuelson manifestaban un difuso y sordo dolor. Les había dado sedantes y estaban bajo observación.
Carl informó a Lani y siguieron buscando. Casi una hora después, le llegó la idea.
—¡Saul! ¡Lintz! ¿Está ahí?
La conexión cruzada chasqueó, zumbó y dijo:
—Sí.
—Esta sustancia púrpura es ligera, se desplaza fácilmente. La mayor parte de lo que cortamos fue aspirado hacia dentro de los agujeros.
Carl visualizó las capas alternadas de material inerte y de vacío que constituían la pared de aislamiento. Al otro lado había unos dos centímetros de helio, cuya finalidad era aislar la pared del hielo. También proporcionaba una ruta para que la evaporación subiera a la superficie y escapara.
—¿Adónde conduce el respiradero del pozo?
—La línea de vacío del Pozo 3 lo une todo; desde la cámara de sueño uno hasta la superficie. Pero ése no es mi departamento. Sería mejor que se lo preguntases a Vidor.
—No, escuche. Siempre imaginamos que la evaporación escapa hacia arriba, ¿no? Pero aquí sopló un fuerte viento.
—Sí. Perdimos una gran cantidad de aire.
Pero lo importante es que la corriente era lo bastante intensa como para soplar también hacia adentro.
—Quizá. Sin embargo se filtrará bastante rápido, incluso… Oh, ya lo veo. Lo que te preocupa es…
—Exacto. La sustancia púrpura. El aire ha vuelto a llevarla hacia la Central.
—Allí hay compartimientos de almacenaje por todas partes, y…
—Así es. —Carl vaciló, luego se decidió—. ¡Saul! Las órdenes de Malenkov quedan anuladas durante esta crisis. A partir de ahora, está fuera de cuarentena. Reclute a Quiverian y a cualquiera que pueda encontrar. Bajen al 3J. Será mejor que ustedes los biólogos piensen con rapidez. Apuesto a que esos seres se han metido en la cámara de sueño uno.