Capítulo 25
HABÍAN pasado otros dos meses. Entre una cosa y otra, y tras algunas reformas en los cuartos de baño, Paula y Alex se habían mudado; en realidad, más por voluntad de ella que de él, puesto que todavía quedaban detalles por arreglar en la vivienda. Los decoradores aún tenían que ultimar algunas cosas en las habitaciones de los niños y también había un equipo de trabajadores acondicionando la pista de tenis y el embarcadero, ya que Alex se había empecinado en reconstruirlo, pues necesitaba estar seguro de que el lugar sería sólido y seguro.
Por la noche, después de cenar y de un día muy intenso, se sentaron en el sofá del salón frente al ventanal que daba a la playa. Paula se recostó en el sillón, con los pies sobre Alex, para que él le hiciera un masaje.
—No puedo creer que ya estemos acá, en nuestra casa.
—Yo hubiera esperado a que las obras terminaran, pero te empecinaste de tal forma... Además, tengo claro que no hay quien te haga cambiar de parecer.
—Pero, Alex, lo que falta por hacer no nos incomoda para nada.
—¡Terca, sos una terca!
—Creo que me contagiaste. ¡Mirá que emprender semejante obra en el embarcadero cuando no era necesario!
—Paula, esa madera era demasiado vieja. Necesito saber que cuando te pongas de pie sobre él no pasará nada.
Ella le tiró un beso y él levantó su pie y se lo mordió.
—Necesito un baño y unos muy buenos masajes de mi esposo; me duele mucho la espalda.
—Muy bien, señora Masslow, sus deseos siempre son órdenes para mí. Y si de bañarme con usted se trata, me parece una proposición sumamente irresistible.
Se metieron en el jacuzzi y Alex le masajeó la cintura, mientras le daba besos en el cuello.
—Hum, qué afortunada soy. Primero, por tener un marido tan atractivo; luego, porque me mima mucho, y, por último, y es lo que más me gusta, porque es sólo mío.
—Me encanta consentirte, Paula, te lo he dicho millones de veces: jamás me cansaré de hacerlo.
—¿Aunque esté gorda y nada atractiva?
—Sos la mujer más atractiva del universo. Además estás panzona, no gorda, y esta barriga es el regalo más grande que Dios nos ha podido enviar. —Él pasó sus manos sobre su prominente vientre de seis meses.
—Lo sé, y también creo lo mismo, sólo que a veces tengo miedo de que... no sé, de que otra chica delgada y bonita te haga caritas y vos te obnubiles con sus curvas.
—¡Hey, hey! ¿Qué estás diciendo? —La cogió por la barbilla y le giró el rostro para que ella lo mirase—. Paula, te amo, ¿por qué creés eso? No tengo ojos y pensamientos más que para vos. —Le dio un sonoro beso en los labios.
—Yo sé que me amás, Alex, pero tengo miedo, a veces me siento insegura, pues soy consciente de que no es sólo mi cuerpo el que ha cambiado. Con esta transformación, también han pasado otras cosas... por ejemplo, nuestra intimidad no es como era antes.
—Pero es algo circunstancial, Paula, ya retomaremos la intensidad más adelante. Paula, mi amor, cuando te hago el amor, aunque haya posiciones y cosas que ahora no podamos hacer, no me importa, lo disfruto igual, porque sé que te estoy cuidando a vos y a los bebés. Y vos tendrías que gozarlo de la misma forma.
—Yo siempre disfruto, Alex, ¿cómo no hacerlo? ¡Mirá el cuerpazo que tenés! —Hizo una pausa mientras lo admiraba—. No seas vanidoso, no te rías así. —Ella se acercó y le besó el pecho—. Pero me angustia pensar que te quedás con ganas de más.
—Paula, mi vida, me enfada y me ofende lo que decís. ¿Acaso no te demuestro lo mucho que me hacés vibrar con cada orgasmo que consigo con tu cuerpo?
—¿De verdad?
—Me estás cabreando en serio, nena, no me parece justo que, a estas alturas, tenga que estar explicándote esto.
—No, Ojitos, por favor, no te enojes; intentá entenderme.
—No puedo, Paula, esta conversación es una estupidez total.
—Yo no lo creo así, son inseguridades que me genera mi estado y, si no las comparto con vos, ¿con quién voy a hacerlo? —Lo besó en la boca y luego le pidió—: Haceme el amor acá.
—Paula acá es medio incómodo. Estás pesada, la barriga está muy grande, vayamos a la cama, ¿para qué esforzarte? Tendrías que moverte vos y tu vientre es realmente voluminoso.
—Probemos, al menos probemos.
Él la miró con muchísima ternura: ella estaba angustiada y Alex no quería verla así. Le retiró el pelo de la cara y, con el dedo pulgar, le resiguió la boca, se acercó despacio, la olisqueó y le habló sobre la comisura de sus labios.
—Te amo, mi amor, te amo con el alma.
Apresó su boca, la acarició con su lengua y la hizo estremecer. Se apartó unos centímetros y le guiñó un ojo sonriéndole francamente por la sensación que había desatado tan sólo con un pequeño lametazo. Entonces cogió su mano y la llevó hacia su sexo.
—¿Todavía tenés dudas sobre cómo me excitás? Mirá cómo me tenés, Paula, mirá lo duro que estoy.
Paula apresó su pene y se lo acarició de arriba abajo una y otra vez, mientras él se apoderaba de sus labios con los suyos. Alex se apartó un instante para tomar oxígeno y se movió para besar su cuello; lo recorrió con su lengua ansiosa, mientras ella tiraba la cabeza hacia atrás.
—Decime que me deseás.
—Como el primer día, Paula, igual que la primera vez que te vi.
Soltó su cuello, la recostó sobre su pecho, estiró el brazo y, con su mano, buscó su vulva y se la acarició. Le pasó el dedo corazón por la hendidura y notó la viscosidad de su sexo. Sus manos ansiosas se apoderaron de su clítoris, le dio unos pequeños pellizcos, luego lo rodeó con su pulgar y lo acarició una y otra vez hasta que la sintió muy tensa y jadeante. A él también le faltaba la respiración, estaba muy excitado. La cogió por las caderas y la levantó, para colocarla sobre su pene. Paula se aferró al borde del jacuzzi y descendió despacio, probando la textura de su esposo. Ambos soltaron una espiración y a ella se le escapó un gritito, y entonces comenzó a moverse guiada por las manos de Alex, que la ayudaban a meterse y salir de su miembro. El agua se movía a su alrededor formando remolinos que acompañaban su excitación. Sus resuellos marcaban el momento, Alex emitía primitivos gemidos, perdido en su deseo.
—Necesito que te muevas, mi amor, metete más profundo, Alex.
Él se hundió un poco más, exhalando en cada embestida, y en ese instante la notó tensarse. Paula ladeó la cabeza hacia atrás y pescó sus labios. Mientras buscaba la lengua de Alex con intenso frenesí, su cuerpo encontró el placer absoluto. Su sexo devoró al de su hombre, lo apresó y lo oprimió, consiguiendo aumentar sus sensaciones y que él también llegara a la cumbre. Al darse cuenta de que su esposa gozaba así, Alex se dejó ir y eyaculó gritando su nombre, le apretó las nalgas mientras la oprimía contra su sexo, su cuerpo se estremeció, se le erizó la piel y hasta sintió vértigo. Para intentar recomponerse de la agitación, él la acunó entre sus brazos y la rodeó con sus manos para acariciarle el vientre.
—¿Estás bien, mi amor?
—Perfectamente, Alex, y tus hijos están muy felices también, mirá cómo se mueven.
—¡Uf!, creo que con tanto bamboleo se despertaron —dijo él, lo que provocó sus carcajadas.
Poco después, se secaron y se metieron en la cama. Paula descansaba de costado con la cabeza apoyada en el pecho de Alex.
—¿Pensaste en lo que te dije en el trabajo?
—Sí, lo estuve pensando, pero aún no quiero dejarlo, no me siento tan pesada como para no poder trabajar. Te prometo que no me esforzaré más de la cuenta.
—Pero ¿qué necesidad tenés, Paula? ¿Por qué sos tan necia?
—Alex, un mes más, quiero esperar hasta entrar en el séptimo mes. Luego aceptaré trabajar desde una terminal instalada acá, pero, por ahora, deseo seguir yendo a Mindland.
—Terca, sos muy terca, así no vas a llegar a término.
—No es terquedad, Alex. Recordá lo que dijo la doctora. Cuanto más activa esté, mejor; si me quedo todo el día en casa sola, voy a terminar comiéndome todo y me voy a poner como una vaca. Además, mamá va a venir el mes que viene para esperar el parto con nosotros, así que todo será diferente con ella acá.
Aquel día tenían cita con la doctora Martín Toribio. Paula ya estaba a las puertas del séptimo mes del embarazo.
—Adelante, Paula, Alex. —Se sentaron frente a su mesa después de estrecharle la mano—. ¿Qué tal estás, Paula? Veo que tu barriga ha crecido mucho.
—Estoy empezando a notarme muy pesada y, además, siento cierta presión en la pelvis.
—Ahora lo miraré, pero seguramente es por el peso de los dos bebés.
—¿Es normal que orine tanto? —preguntó Alex.
—Sí, Alex, es normal, es por la presión que los pequeños ejercen en la vejiga. Es posible que eso se mantenga así hasta el final. Dime, ¿has sangrado? ¿Algún síntoma fuera de lo normal? ¿Hinchazón?
—No, nada, doctora.
—Perfecto. Alexander, ¿por qué no la ayudas a cambiarse y a que se tumbe en la camilla? Le haré un ultrasonido y revisaremos el cérvix, quiero estar segura de que todo marcha bien y que el parto no se adelantará.
Estaban cogidos de la mano; la imagen de los niños era muy nítida, incluso se veía que uno de ellos estaba con los ojos abiertos y el otro se chupaba el dedo.
—¿No se puede ver su sexo, doctora? ¿Siguen sin dejarse ver? —preguntó Alex ansioso.
—A ver... vamos a intentarlo, pero estos críos están empecinados en no mostrarse, es increíble. Vale, Paula, ya están los dos con la cabeza hacia abajo, eso explica la presión que estás sintiendo. Si siguen en esa posición, podrá ser factible un parto natural.
Paula le apretó la mano a su marido y él se la levantó y le besó los nudillos.
—Se están moviendo menos, ¿eso está bien?
—Considerando que casi no tienen espacio es lo normal, pero igual debes estar atenta a sus movimientos. Veamos, éste ha apartado su pierna... Mirad lo que tenemos aquí: un hermoso varón, ¿lo veis?
—¡Dios, un varoncito! —Paula empezó a llorar y Alex se inclinó para besarla emocionado.
—Mirad, mirad, ahí tenemos en primer plano al otro. ¿Lo estáis viendo?
—¡Es una niña! —gritó Alex.
—Si, papá, ésa es tu niña —corroboró la obstetra—. ¡Mirad, os ha hecho una caída de ojos muy seductora!
—¡Qué bonita se ve su cara! —exclamó Paula y se tapó la boca conmovida.
—Mi hija es hermosa, quiero tenerla ya entre mis brazos. ¿No se puede ver la carita de mi hijo?
—Ahora la buscamos, Alex.
Pasó el transductor hacia el otro lado, buscando el rostro del bebé hasta que también lo tuvo en primer plano.
Habían salido de la consulta. Todo iba bien y el embarazo avanzaba a la perfección. Paula y Alex caminaron hacia el aparcamiento, mirando obnubilados las imágenes de sus hijos; la ginecóloga había hecho unas capturas de sus rostros y se las había impreso.
Subieron al coche y se pusieron en camino hacia Great Neck.
—No puedo creerlo, Alex, este embarazo no deja de sorprendernos.
—Aunque abrigaba esperanzas de que fuera una parejita, te juro que pensaba que no sería posible. ¿Estás feliz?
—Muy feliz, llamaré al decorador para definir ya el empapelado de las habitaciones.
Alex le acarició el vientre, mientras estaban parados en un semáforo. Paula no dejaba de mirar las imágenes.
—Aunque sólo son ecografías, se nota que son muy bonitos. ¡Me está entrando una ansiedad, Paula!
—¡Qué papá tan baboso...! Tendrías que haberte visto la cara cuando descubriste a tu niña.
—Presiento que me pondré muy celoso con ella.
—Creo que el niño tiene tus labios. Por cierto, ahora que ya sabemos su sexo, no podemos seguir diciéndoles bebés, deberíamos decidir ya sus nombres.
—Yo tengo un nombre de niña que me gusta mucho, me gustaría que nuestra hija se llamase como vos.
—No, Alex, si querés de segundo nombre, como vos llevás el de tu padre, pero elijámosle otro. Quiero que ellos tengan su propia identidad. —Se estiró y le acarició la nuca—. ¿Te parece bien?
—Pero tu nombre me encanta.
—Pensemos otro, por favor, ¿o vos querés que el niño se llame Alexander?
—No me molestaría, aunque... pensándolo bien, tenés razón.
Llegaron a la casa y Paula se sentía bastante fatigada, así que se quitó la ropa y se recostó en el sofá del salón. Alex trajo unas almohadas para que estuviera más cómoda y, mientras se las colocaba, entró la señora Doreen.
—Permiso, señor. Señora Paula, ¿cómo la han encontrado?
—Todo está muy bien, gracias.
—Ya sabemos el sexo de ambos bebés —intervino Alex mostrándose muy entusiasmado.
—¿Se han dejado ver?
—Sí, Doreen, por fin, ¡son un niño y una niña!
—¡Ah, señor, señora, felicidades! Ahora podrán definir los colores de las habitaciones de los niños.
—¡Uf, cómo te conocen, mi amor! Es de lo que vino hablando todo el camino, Doreen.
—¡Pobre Doreen! Es que esta semana la volví loca pidiéndole su opinión.
—A mí me encanta cuidarla, señora, conversar con usted me fascina.
—Sí, pero reconozco que estuve bastante obsesiva y preocupada por no poder definir los colores de los dormitorios y sé que te aburrí en más de una oportunidad.
—Usted sabe que no es así. —Paula extendió su mano y la señora Doreen se la estrechó—. ¿Desean que les prepare la comida ya?
—Yo ya me voy, prepare únicamente la de la señora —dijo Alex y Paula hizo un puchero—. Sabés que tengo una reunión, bonita, no me pongas esa cara.
—Lo sé, pero pensé que quizá tendríamos tiempo para comer juntos. ¿A qué hora es la reunión?
Alex miró la hora en su Tourbillon Saphir, levantó la vista y le dijo a la señora Doreen:
—Si hay algo rápido para comer, me quedo.
—Sí, señor, en seguida les cocino algo rapidito. —La empleada se retiró y los dejó solos.
—Gracias, mi amor. ¿Puedo pedirte algo más? No me mires así, no es nada descabellado. Ya sé que últimamente estoy insufrible, pero esta vez sólo se trata de que me alcances el Mac, quiero conectarme con Bárbara y con mamá para contarles lo de los bebés y enviarles las fotos.
Alex se inclinó, le dio un beso y fue en busca del ordenador. Ambas abuelas, vía Skype, se enteraron de la noticia a la vez. Estaban superemocionadas. Julia, de paso, les confirmó que viajaría la semana siguiente y les pasó el día y la hora en que llegaba para que fueran a esperarla. Después de almorzar, y de consentirla un poco más con besos, masajes y muchos mimos, Alex se fue.
—¿Vas a extrañarnos?
—Por supuesto. Regresaré en cuanto me desocupe.
—De acuerdo. Yo intentaré contactar con los decoradores por lo del empapelado, y luego intentaré trabajar un poco desde acá.
Se besaron y se despidieron.
Alexander partió en su Alfa. Desde que Paula estaba en casa, Heller se quedaba siempre allí, por si ella se sentía mal y había que trasladarla a la clínica.
Al llegar a la Interestatal, le dio la sensación que un Chevrolet Cruze negro con los vidrios tintados lo había acompañado durante todo el camino y le pareció extraño. Aminoró la marcha y dejó que lo adelantara, pero entonces el vehículo se perdió de su vista. Más tranquilo, siguió su camino hacia la reunión de negocios que tenía.
Hacía una semana que Julia había llegado de Mendoza y estaba instalada en la casa de Great Neck, para hacerle compañía a su hija, pero esa mañana había quedado en encontrarse con Bárbara para ir a almorzar. Los Masslow también habían dejado temporalmente Los Hamptons y se habían instalado en el Belaire para estar más cerca mientras esperaban el nacimiento de los mellizos, ya que era muy factible que no llegasen a término. Paula ya había pasado de las 37 semanas y media de gestación y ese día se sentía hastiada en la casa, así que se fue al vestidor, se arregló y llamó a Heller, que no tardó en aparecer en el salón de la casa.
—Necesito que me lleve hasta la empresa, Heller. —El empleado dudó, sabía que ella debía hacer reposo y que su jefe se iba a enfadar con él, pero no podía desautorizar a Paula.
—No lo tome a mal, pero... ¿quiere que avise al señor de que vamos para allá?
—De eso se trata, Heller, quiero sorprenderlo. Estoy bien, no se preocupe, sólo será un rato.
Llegaron a Madison Avenue y Heller la ayudó a descender del coche y le abrió la puerta de la entrada del edificio.
—¿Quiere que la acompañe hasta arriba?
—No es necesario, Heller, muchas gracias por todo. Puede regresar, porque volveré con Alex.
—Perfecto, señora.
—Y no haga trampa ahora que me aparto de usted, no le avise de que estoy subiendo.
—¿Cómo podría hacer eso?
—Es lo que siempre hace, Heller, sé que le cuenta todo. —Él se ruborizó—. No se aflija, está bien que cuide su trabajo.
Paula desapareció tras la puerta y el conserje, al verla entrar, se aproximó para saludarla y acompañarla hasta el ascensor.
—Muchas gracias, Charlie.
Llegó hasta el piso de Mindland y entró en la recepción con su tarjeta.
—¡Señora Paula, qué sorpresa!
—Hola, Marjorie.
—¡Guau, qué panzota!
—¿Viste? Primero llegan mis niños y después entro yo. —Paula se carcajeó y la recepcionista también—. Luego te veo.
Entró en la sala de las oficinas y Alison y Mandy la vieron de inmediato; ambas salieron raudas de sus despachos para saludarla.
—¡Paula, por Dios! Hace sólo una semana que no te veo, pero tu barriga es un fenómeno.
—¿Viste, Ali? Ya pesan casi 2,200 kilos cada uno.
—Está hermosa, señora Paula.
—Gracias, Mandy. —Alison estaba acariciándole la barriga cuando los niños se movieron.
—¡Se han movido!
—Todo el tiempo, Alison, aunque su ajetreo no es tan intenso como antes, pues ya casi no tienen espacio. Dame tu mano, Mandy, para que los sientas.
—¡Oh, qué maravilla! Tener esos niños en su vientre es, sin duda, una gran bendición.
—Así es, Mandy. ¿Alex está?
—Sí, señora, está con la ingeniera Marshall. ¿Desea que la anuncie?
—No es necesario.
—Perfecto, señora, en ese caso voy a seguir con mis actividades.
—Adelante, Mandy, te veo antes de irme.
—Estaba pensando en enviarte al mensajero con unas cosas que tenés que firmar —le explicó Alison—, pero ya que estás acá te las alcanzo después, ¿te parece?
—Perfecto.
Paula caminó despacio hasta la entrada de la oficina de Alex y, cuando estaba a punto de entrar, advirtió que se carcajeaban y se quedó escuchando en la puerta. Se oía cierto bullicio, aunque sin mucha claridad. Finalmente, decidió abrir la puerta y lo hizo con sigilo. Entonces, pudo ver que estaban mirando unos planos que reposaban sobre la mesa de la oficina. Alex estaba de espaldas, con los codos apoyados en la mesa, y la ingeniera estaba apoyada con descaro en su hombro, mientras le enseñaba algo. Sin poder ni querer disimular su rabia, entró y golpeó la puerta al cerrarla. Alex se giró de inmediato y, al ver que era ella, empalideció. Paula se lo quería comer, de sus ojos salían chispazos, estaba furiosa y se le notaba.
—Paula, mi amor, ¿qué haces aquí?
—¿Me contáis el chiste, así me río con vosotros?
Alex se acercó a la entrada para recibirla; la quiso guiar hacia los sillones, sin hacer caso al comentario, y le dio un beso en la boca.
—¡Qué sorpresa, mi amor!
—Sí, una sorpresa enorme, ¿verdad? Ya me he dado cuenta de que no me esperabais. No quiero sentarme, Alex, ¿qué estabas haciendo?
—Estábamos mirando con Ruth los planos del proyecto de Boston y de East Hampton.
—¿Ah, sí? No se notaba que estuvierais trabajando; hubiera jurado que, cuando entré, Ruth te estaba contando un chiste: primero, por la cercanía a tu oído, y segundo, por cómo te reías. —La ingeniera Marshall tenía las mejillas rojas de vergüenza y Alex no sabía qué decir, pues Paula, en parte, tenía razón o, al menos, eso era lo que le había parecido.
Paula se acercó a la mesa, a revisar los planos.
—¿Por qué no me lo cuentas a mí también, Marshall? Quiero reírme tanto como se estaba riendo mi esposo, una dosis de risas dicen que es siempre curativa o que, por lo menos, puede atenuar la mayoría de nuestros males, aunque yo no estoy enferma. ¿Amor, quizá te sentías mal y la ingeniera te estaba haciendo risoterapia?
—Bueno, Paula, ya está bien.
—Me voy, Alex —dijo Ruth—, luego seguimos. Lo siento, Paula, no malinterpretes nada, por favor, me siento triste y avergonzada.
—Haces bien en sentirte así.
—Ruth, no tienes por qué sentirte así, no estábamos haciendo nada malo, sólo estábamos trabajando en un marco cordial; las sonrisas no son algo infame en una oficina.
—Estás preciosa con tu barriga, Paula, me alegra verte bien. Te pido disculpas si mi actitud te ha ofendido. Yo me encargo de cancelar las reservas, Alex.
—Perfecto.
La ingeniera se fue y los dejó solos. Paula rodeó el escritorio y se sentó en el sillón de Alex.
—¿Qué haces acá? Deberías estar haciendo reposo.
—Claro, así no te estropeo nada, ¿verdad?
—No seas necia.
—¿Tanta cara de estúpida tengo?
—Estúpida estás siendo por ponerte de ese modo.
—Perdón, acabo de entrar y veo a mi esposo flirteando con una empleada, ¿te parece estúpido que te llame la atención? —Se quedaron mirando desafiantes—. ¿Sabés qué? Creo que tenés razón, querido; por lo visto, soy una estúpida por estar en casa a punto de parir a tus hijos y dejar que vos estés acá coqueteando con tu empleada.
—Paula, sólo nos estábamos riendo.
—Claro... y tenía que apoyarse así en vos, porque se estaban carcajeando, ¿no?
—Es suficiente, no creo que tenga que justificarte nada.
—¿Suficiente? ¡Y una mierda! ¿Qué reservas iba a cancelar Ruth?
—Íbamos a salir a almorzar.
—¡Qué bien! Mirá vos, ¡para comer conmigo en casa nunca tenés tiempo! Perfecto, andate a almorzar con ella, no hace falta que anule las reservas. —Paula se levantó decidida a salir de ahí, pero Alex la cogió del brazo.
—Paula, es trabajo.
—¿Trabajo? ¡Y una mierda! Yo no trabajo de esa forma. Sos un descarado.
—Si tuviese algo que ocultar, no lo tendría acá dentro, donde sé que podría entrar cualquiera de la misma forma en que lo hiciste vos. No seas tonta, mi amor, te estás poniendo mal sin sentido.
—No me gustó entrar y encontrarte en esa actitud de absoluta confianza con ella. Si hubiera sido al revés, tampoco te hubiera gustado. Sé que estoy gorda y deformada y que ya ni cosquillitas te provoco. —Paula se echó a llorar y él quiso abrazarla, pero ella lo apartó—. ¡Dejame, estoy enojada!
—Basta, Paula, te amo, no seas boba. Estás hermosa con esa panza, ¿podés sacarte esas ideas de la cabeza?
—Me amás, pero cuando entré tendrías que haber visto tu cara: te pusiste pálido de golpe. Si no tenías nada que ocultar, ¿por qué reaccionaste así?
—Tenés razón, quizá en ese momento tomé conciencia de que no era una situación agradable para tus ojos. Te pido disculpas, pero te juro que no tengo nada que ocultarte. Perdoname, mi amor.
—Estoy harta de perdonarte estas cosas. Deberías poner más distancia con tus empleados. No me parece normal entrar acá y ver que ella y vos tienen tanta familiaridad. Además, Alex, otra persona hubiera golpeado, así que no hubiera advertido lo que yo vi.
—¡Paula, por favor!
—¿Qué tenés con esa golfa? ¿Ya te la follaste?
—Paula, es mi empleada.
—Yo también lo era y me recontrafollabas, ¿o ya te olvidaste?
—Paula, nuestra historia nada tiene que ver con esto. Yo estaba enamorado de vos. Basta, nena, no quiero que llores más. Asumo que acabás de ver una situación atípica y te pido disculpas. Además, te prometo que no volverá a pasar, pero no imagines cosas que no son, te lo ruego.
—Sos un desvergonzado y un fresco. —Paula le estaba gritando con los dientes apretados.
—Tenés razón, tenés razón en todo, pero jamás pasó por mi mente pensar en ella de otra forma. Es sólo una empleada, te lo juro, Paula.
—Vine a buscarte para que almorzáramos juntos y resulta que vos ya tenías plan.
—Perdón, te prometo que iré todos los mediodías a almorzar a casa, si es lo que querés. Soy un desconsiderado, tenés razón; vivimos cerca y bien podría hacer ese esfuerzo.
—¡Basta de darme la razón como si estuviera loca!
—Bueno, ¿y qué querés que haga? Asumo mi error, lo estoy haciendo. —Paula se desplomó en el sofá—. ¿Qué pasa? ¿Acaso te sentís mal?
—No, pero me pesa la panza. —Hizo un mohín y Alex se acercó para ponerle uno de los almohadones en la espalda; se sentó a su lado, la abrazó y le dio besos en el cuello—. No me engatuses, Alex.
—Sí, quiero hacerlo, necesito que me perdones. —Se inclinó para besarle el vientre.
Le costó trabajo convencerla, pero finalmente ella cedió.
—Voy a arreglarme, debo de tener toda la cara llorosa.
—Estás hermosa.
Salieron de la oficina para almorzar, pero Alison los interceptó en el camino.
—No te vayas, Paula, fírmame esto que te pedí. —Se sentaron en la sala y Paula puso su rúbrica en todos los papeles. Alex, mientras tanto, le indicó a Mandy que le pasara cualquier llamada a su teléfono, porque no pensaba regresar.
Cuando estaban a punto de salir a la calle, Jeffrey los detuvo.
—¡Qué bien que los encuentro acá! Y juntos, mucho mejor. Traigo una muy buena noticia.
—¿Qué sucede, Jeffrey? —preguntó Paula intrigada.
—¿Saben lo que es esto?
Alex cogió la carpeta y leyó lo que decía en la tapa.
—Novedades del juicio por los embriones.
—Sí y no pueden ser mejores: el juez ha fallado a tu favor. No hay nada que tus exsuegros puedan hacer.
Alex estaba muy feliz, se había sacado un gran peso de encima. Él y Paula finalmente se fueron a almorzar; la noticia que Jeffrey les había dado había disipado por completo todo su mal humor y consiguieron pasar una tarde hermosísima.
Después del vendaval de aquel día, Paula se presentaba en la oficina sin avisar, pero nunca volvió a ocurrir algo como lo que había presenciado esa mañana. Incluso, en una ocasión, encontró a Alex de nuevo con Ruth Marshall trabajando en unos planos, pero la situación entre jefe y empleada era absolutamente correcta.