Capítulo 7

HABÍAN emprendido el camino de regreso al Club House.

—Mi amor, Mikel estará con María Pía esta noche y, por lo que entendí, él y Michelle...

—No te preocupes, esos dos están acostumbrados a verse con otras parejas, pero creo que Mik está muy enganchado con Mapi. Me parece que Michelle es historia antigua... Además, no nos entrometamos, es su rollo. ¿Te cayeron bien mis amigos?

—Sí, me hicieron sentir muy bien, salvo...

—¿Qué?

—Tu cuñada —Alex respiró hondo y la miró por encima de sus gafas oscuras.

—¿Cómo sabés que Audrey es mi excuñada? —remarcó mientras fruncía el cejo.

—Ella se encargó de explicármelo. Fue bastante grosera y desagradable.

—Quiero saber qué te dijo exactamente.

—No tiene importancia, la puse en su lugar y tus amigas me apoyaron; terminó marchándose.

—Lo siento. ¿Te das cuenta ahora de por qué dudaba en acercarnos?

—Lo que sé, Alex, es que otra vez me encontré en desventaja. Podrías haberme advertido —le recriminó Paula.

—No creí que se comportara así. Quiero saber exactamente lo que te dijo.

—Podrías haberlo considerado, puesto que es la hermana de tu mujer; era obvio que no le sentaría bien verme con vos.

—¿Acaso adoptó el papel de hermana dolida? ¿Me estás queriendo decir eso?

—Quiso hacerme sentir mal, utilizando a su hermana.

—Esta conversación no vale la pena, te aseguro que es una hipócrita.

—¿Por qué decís eso?

—Dejemos esta charla sin sentido, Paula, estamos perdiendo el tiempo hablando de Audrey; no me interesa hablar de ella ni de nadie de su familia.

—¿Te referís a tus suegros?

—Mis exsuegros y mi excuñada; basta, por favor.

—¿Tenés una mala relación con ellos? —preguntó Paula recordando lo que Amanda le había contado de forma confidencial.

—No tengo ni buena ni mala relación con ellos. Desde que Janice falleció, no me hicieron la vida muy fácil, por así decirlo; no quiero ponerme de mal humor, no deseo hablar de ellos.

—Nunca querés hablar de tu pasado.

—De acuerdo, ¿querés que hablemos de mi pasado? —Alex detuvo la marcha—. ¿Y qué hay del tuyo? ¿Qué me dirías si, en este momento, te pidiera detalles de cuando encontraste a Gustavo en la cama con tu mejor amiga? ¿Él estaba arriba y ella abajo? ¿Cómo fue?

Paula le clavó la mirada y él se la sostuvo. Paula se había puesto muy pálida, no era necesario que la hiriera de esa manera; aunque era un tema superado, dicho de esa forma sonaba brutal. De todos modos, envalentonada, le contestó:

—Ella estaba arriba, él la sostenía por las nalgas y escuchaban una canción que normalmente poníamos nosotros cuando follábamos. ¿Qué más querés saber? ¿Te gustaría que te contara si la tenía más o menos grande que vos? ¿O, tal vez, querés saber cuántos orgasmos me provocaba? —prosiguió con sorna, mientras se tocaba la sien—. Dejame hacer memoria de cuánto fue lo máximo en una noche. —Se quedaron mirándose en silencio. Alex se la hubiera querido comer por ese último comentario y ella estaba colérica por lo grosero e hiriente que se había mostrado.

«Tomá, chupate ésa, te creés muy listo y terminaste más cabreado que yo», pensó Paula con rabia. Siguieron caminando en silencio.

—Si estás demasiado apurado caminá solo, porque yo no puedo ir a ese paso, me tira la herida y me causa dolor. —Ella le soltó la mano bruscamente, también muy enfadada. Alex siguió la marcha a su lado, pero aminoró el paso. No volvieron a hablarse durante todo el trayecto hasta el Club House.

—¡Hey, aparecieron! —exclamó Maxi.

—Nos encontramos con unos amigos de Alex —explicó Paula. Alexander se había tirado en una de las tumbonas y no había dicho ni mu.

—¿Con quién? —preguntó Mikel intrigado.

—Jacob, Liliam, Brandon, David, Michelle y Brenda —contestó él.

—Y Audrey —agregó Paula con sorna y se quedó mirándolo; él también la enfrentó—. Esta noche van a venir a cenar.

—¿Audrey también? —preguntó Mikel con inocencia y algo extrañado.

—Dejá de decir idioteces, ¿por qué no pensás antes de preguntar? —espetó Alex y, a continuación, se levantó y se zambulló en el mar. Mientras él se alejaba, Paula ocupó su lugar en la tumbona y se tiró al sol; estaba que se la llevaba los demonios. Nadie entendía nada, pero Mikel intuía lo que había ocurrido, así que, casi en un susurro, les explicó lo que suponía. Sabiendo que se habían encontrado con Audrey, no era difícil imaginar por qué el mal humor.

Tras unos minutos, Paula se había quedado algo adormecida. Se despertó sobresaltada al sentir que las gotas de agua se esparcían sobre ella; Alex estaba todo mojado, sentado en la tumbona a su lado refrescándola con el agua que se escurría por su cuerpo y su cabello. Entonces se acercó hasta que la distancia entre ellos fue ínfima y le habló al oído.

—Nena, tenés una lengua muy afilada.

—Vos también.

—Estuve grosero, lo sé. —Alex cerró los ojos al hablar y le dibujó una mueca con la boca que le demostraba cuánto lo sentía.

—Muy inoportuno.

—También. Luego, en casa, hablamos; hay algo que quiero contarte.

—¿Qué cosa?

—En casa te explico, ¿sí? Ahora sólo quiero que sepas que mi intención no era herirte, pero soy un tonto y siempre termino haciéndolo.

—Te pido disculpas, yo también fui muy poco delicada.

—Yo te provoqué. —Se besaron.

Después de pasar toda la tarde en la playa, regresaron al ático. Se bañaron y cambiaron, y Alex fue hacia la cocina donde estaba Berta preparando todo para la barbacoa. Había hecho varias ensaladas y unos taquitos mexicanos.

—Gracias, Berta, ya puede desentenderse del resto, nosotros nos encargaremos de lo que falta.

Después de cambiarse, Paula bajó a la sala y, guiada por el bullicio de las voces, salió a la terraza. Allí se encontró con todos, menos con Alex, y decidió preguntar por él.

—Está en la cocina, recién lo dejé ahí —le informó Mikel, que estaba preparando la parrilla junto a los demás.

Ella volvió a entrar, cruzó la sala, se metió en la cocina y lo vio, con una mano en el bolsillo del vaquero, junto al ventanal. Su ancha espalda estaba en tensión mientras discutía con alguien por teléfono. Paula se quedó en la puerta, él no había advertido su presencia.

—Me importan una mierda tus motivos, que además no me creo. Han pasado dos años desde que Janice murió y, si decidí rehacer mi vida, no tengo que darte explicaciones, ni a ti ni a nadie. ¡Encima te atreves a pedirme esto porque yo he vuelto a formar una pareja! Ya decía yo que, tarde o temprano, Audrey te iba a ir con el chisme. Ésa es otra desvergonzada, mejor no me hagas hablar, aunque creo que no te asombraría mi opinión. Apuesto que sabes muy bien a lo que me refiero sobre tu hija.

—Veo que pretender tener un diálogo contigo es inútil, careces de sentimientos —contestó su interlocutora.

—¿Sentimientos? Parece un chiste; me hablas de sentimientos cuando, en verdad, no te importa un carajo lo que tu hija deseaba. ¿Qué se te pasa por la cabeza para hacerme semejante proposición?

—Mi hija quería tener hijos contigo, ella anhelaba esos niños que hoy tú me niegas. ¡No entiendo cómo no te conmueve mi dolor de madre!

—¿Que yo te niego? ¿He escuchado bien? Por Dios, ¿de qué me estás hablando? Janice ya no está y no puedo hacer nada frente a eso. Un hijo es una decisión de dos personas y ella ya no está aquí para decidir. Murió y yo no quiero tener hijos con una persona muerta, olvídate de que esos embriones existen y no te hagas la víctima conmigo.

—Lo que pasa es que tú nunca quisiste a mi hija.

—No me vas a hacer sentir culpable, eso ya no funciona. ¿Acaso tú sí la querías? ¡No me hagas reír! Sé que, cuando nos peleábamos, la obligabas a venir a rogarme que volviéramos. Para ti valía mucho más mi cartera que la felicidad de Janice. El amor por tu hija se te despertó demasiado tarde. ¿Tan desesperada estás? ¿Qué pasa? ¿Han dejado de invitarte a las fiestas? ¿La gente no te quiere en los círculos que frecuentabas cuando mi familia y la tuya estaban vinculadas? Hum, qué extraño, ¿verdad? Aunque tú consideres lo contrario, no creo que sea por tu estatus. ¿Por qué será, Rose?

—No te voy a permitir que me hables así. Eres un insolente que cree que todo lo mido con dinero. ¡Tú eres así, el que piensas que todo se soluciona con tu abultada cartera!

—No, por supuesto que no todo se arregla con dinero. De ser así, tu hija no estaría muerta, porque habría dado toda mi fortuna para mantenerla viva.

—Perfecto, no quieres que esos embriones nazcan. Pues quiero que tengas claro que te voy a hacer la vida imposible, te voy a poner una demanda y conseguiré los óvulos. Hundiré la clínica de tu adorada hermana.

—Hazlo, interponme las demandas que quieras, pero no podrás conseguir nada. Infórmate, tu hija firmó un contrato que te va a hacer caerte de espaldas. Te vas a dar de cara contra la pared. Ve a un psiquiatra, Rose, porque verdaderamente creo que no estás bien.

Alex cortó, la dejó con la palabra en la boca y luego se guardó el teléfono en el bolsillo. Estaba tan contrariado que Paula dudó en entrar. Él se había quedado apoyado con las dos manos en el vidrio, con la cabeza colgando. Permaneció así unos instantes y, cuando se dio la vuelta, la vio de pie en la entrada.

—Lo siento, no pude evitar escucharte.

Alex se cogió la frente y suspiró de manera audible; sus ojos buscaron los de ella con impaciencia.

—¿Estarás preguntándote dónde te metiste? —le preguntó con angustia. Su mirada estaba apagada, taciturna—. Te arrastro hacia todos mis problemas, Paula. Lo siento. Siento mucho tener una vida de mierda que ofrecerte.

Paula recorrió la distancia que los separaba con premura y se echó en sus brazos, lo abrazó con fuerza, con ímpetu; necesitaba demostrarle cuánto lo amaba y cuánto podía contar con ella para lo que fuera. Levantó sus manos y le cogió la cara, le acarició la frente para despejarla del pelo.

—Amo todo lo que viene con vos, lo bueno y lo malo, estoy a tu lado de forma incondicional. ¿Alex, te acordás de lo que me dijiste anoche? ¿Querés que también te recite mis votos de matrimonio ahora? Porque a mí tampoco me interesa dónde lo hago; me da lo mismo hacerlo acá o frente a un sacerdote, lo único que necesito es que lo sepas vos, mi amor. —Lo miró con mirada sincera—. Prometo cuidarte en la salud y en la enfermedad, en los buenos y en los malos momentos, prometo amarte y respetarte siempre, acompañarte en tus logros y en tus desventuras, en tus alegrías y en tus angustias mucho más, prometo ser tu apoyo y tu sostén, siempre que lo necesites.

Él la acalló con un beso, se encontraron con desesperación, como si ése fuera el último que fueran a darse. Alex no quería soltarla, le acariciaba la lengua con la suya con urgencia, mientras la ceñía entre sus brazos. Necesitaba que ella sintiera en ese beso todo el amor que le profesaba... Muy pronto el deseo empezó a consumirlos: parecían descontrolados, una pasión desmedida los ahogaba. Se apartó despacio para hablarle, sin dejar de besarla.

—Te amo... Te amo... Sos increíblemente especial para mí, sos la cura a todos mis males, mi paz, mi razón. Sos mi amor, Paula.

—Y vos el mío, Alex. Sos todo y más para mí, sos mi vida.

—Te necesito tanto, Paula, abrazame por favor, abrazame fuerte. —Permanecieron así, en silencio, hasta que Alex decidió hablar—. ¡Dios, nena, cómo necesito hacerte el amor! ¡Cómo te deseo! Me urge demostrarte con mi cuerpo cuánto te amo, siento que si te lo digo no es suficiente —le confesó mientras le besaba la cabeza y le acariciaba la espalda en toda su extensión.

—Yo también te deseo, Ojitos, necesito tenerte dentro de mí, sólo vos me hacés sentir viva. —Alex se separó y apoyó su frente en la de ella, mientras emitía un profundo suspiro—. ¿Es esto lo que me querías contar? ¿Es a lo que te referías en la playa?

—Sí, temo que tendré que afrontar un juicio muy pronto, pero no quiero tener hijos que no sean tuyos.

—Se solucionará, tranquilo, no te angusties. Estoy segura de que algo se podrá hacer. Hay que asesorarse y estar preparados. —Sonó el timbre—. Creo que ahí llegan tus amigos. Vayamos ahora a disfrutar de su compañía y de la barbacoa, y desliguémonos por un rato de los problemas, mi amor. Más tarde, si aún tenés ganas, lo hablamos. Prometo no forzarte a que me cuentes.

—Soy tan cerrado a veces... Me cuesta tanto compartir lo que me pasa..., pero no lo hago por dejarte a un lado. Siempre resolví las cosas por mi cuenta, Paula, siempre fui muy independiente y nunca compartí con nadie la intimidad que hoy tengo con vos.

—Yo tampoco tuve esta relación tan íntima con nadie, Alex. Quizá te cueste creerlo, puesto que estuve a punto de casarme, pero lo nuestro es diferente. El vínculo que nosotros tenemos es auténtico, porque sale de acá. —Le tocó el pecho—. Aun así, entiendo que tenemos formas distintas y, por eso, intento entenderte, pero también me gustaría que me comprendieras a mí.

—Lo intento, Paula. Sin embargo, a veces, mi naturaleza hace que, por el simple instinto de protegerte, te deje a un lado. Te lo dije muchas veces, sólo ansío hacerte feliz.

—Pero la felicidad no es completa si no hay total confianza.

—No quiero que desconfíes de mí.

—No se trata de desconfianza. Hablo de que debemos tener la certeza de que nos podemos decir todo y la seguridad de expresar nuestros sentimientos sin necesidad de privarnos de ninguna de nuestras emociones. Podés confiar en mí, quiero ser tu compañera de vida. Los problemas compartidos siempre son más llevaderos, porque podemos apoyarnos el uno en el otro. Y las discusiones, en fin, los sinsabores también son parte importante de una pareja, porque cultivan la relación y nos vuelven más tolerantes. No quiero decir que nos conformemos, me refiero a que aprendamos a darnos espacio, físico y emocional.

—¡Cuánto tengo que aprender de vos, mi amor! ¡Sos tan sabia en tantas cosas...!

—No, Alex, no soy sabia, soy una gran improvisadora, pero me gusta meditar un poco las cosas. Vos, en cambio, sos más apasionado, más visceral, quizá ésa sea la razón por la cual nos atraemos tanto, porque nos complementamos.

—¡Y decís que no sos sabia! En mi vida, sólo he admirado a dos personas: a mi padre y a mi madre; y, ahora, a vos.

—¡Uf! Eso es mucho, no exageres! No quiero decepcionarte, es mucha la presión que me imponés. ¡Ojitos, decís cada cosa cuando decidís expresarte...!

—Sé que jamás vas a fallarme, Paula, conozco tu alma como tu cuerpo.

—¡Dios, cómo no amarte, si me dejás tambaleante con tus halagos! Me tenés comiendo de tu mano, Ojitos, sos tan seductor. Me atarantás, me nublás la razón; con sólo mirarme, me derretís. —Alex se reía y enarcaba una ceja por la vehemencia con que Paula describía sus emociones—. Además, cuando me ofrecés esa sonrisita de perdonavidas, se me cae el tanga, ¡me hacés decir cada estupidez! ¡No te rías! —Paula se abanicó con la mano—. Alexander, vayamos con tus amigos, salgamos a la terraza porque necesito aire, quiero salir de esta situación. ¡Sos un irrespetuoso! ¡No podés decirme eso sabiendo que estoy convaleciente! —Paula lo cogió por la mano y lo arrastró afuera.

—Esperá.

—¿Qué?

—Dame un beso. Estás loca, pero me encanta tu locura.

—Vos me volviste loca ¡y encima me pedís un beso, con el calor que siento!

—Yo también me muero por vos, me tenés totalmente enamorado, sos la dueña de mi voluntad.

Le sostuvo el rostro y la besó despacio, con muchísima ternura.

Poco a poco, pudieron distenderse; los amigos, la buena comida y la música fueron el condimento especial para una noche tranquila. Estaban sentados en las tumbonas junto a la piscina, algunos dentro del agua disfrutando del maravilloso clima de Miami y otros conversando en la pérgola, al lado de la parrilla.

Paula y Alex tenían sus manos entrelazadas, mientras escuchaban a Liliam y Jacob, que les contaban que, si era necesario, iban a empezar un tratamiento para encargar un bebé.

—¿No te contó tu hermana que fuimos a su clínica?

—No me dijo nada. —Alex intentó hacer memoria, pero no lo recordaba. Es posible que Amanda le hubiera comentado algo, pero, con todo lo que le había pasado a Paula, él estaba seguro de no haberlo registrado.

—Estuvimos allí la semana pasada; estamos cansados de intentarlo sin éxito. De todos modos, hace poco que nos decidimos, pero preferimos que nos hagan todos los estudios y saber de antemano que no hay nada extraño que me impida quedarme embarazada.

—Es que está imposible, Alex, ¿sabes lo que es aguantarla cada mes cuando le llega el período?

Liliam besó a Jacob en la mano, mientras preguntaba:

—¿Vosotros pensáis encargar uno pronto?

—No lo sé, aún no nos lo hemos planteado —dijo Paula mirando a Alex.

—Pues no sé si esperaremos mucho. Yo sé que quiero muchos niños, eso ya se lo dije, pero el cuándo dependerá de lo que nos diga el médico sobre su recuperación.

—¿De qué te han operado, Paula? —Liliam se mostró intrigada.

Alex y Paula cruzaron una mirada furtiva.

—¿Te acuerdas de Rachel, la hija de mi tío Bob?

—Sí, la rubia odiosa que siempre estaba en tu casa.

—Sí, ésa —corroboró Paula—, se le cruzaron los cables y me pegó un tiro.

—¿Qué? Es broma, ¿verdad?

—No, Liliam, no lo es. —Alex fue muy rotundo y abrazó a Paula y la besó en la sien mientras lo decía.

—Sé que no hay una razón válida para terminar con la vida de nadie, pero ¿por qué lo hizo?

—¡Ah, Jacob, es que tu amigo despierta pasiones incontrolables! —intentó bromear Paula para quitarle presión al momento.

—¡Maldición! ¿Y estás bien, Paula?

—Viva de milagro —afirmó Alex.

—No puedo creerlo, me acabo de quedar sin palabras. —Liliam estaba verdaderamente azorada y con los ojos muy abiertos—. ¿Dónde te disparó? ¿En qué lugar recibiste el tiro?

—En el hígado.

—Pero ¿estás bien? —Seguían preguntándole sin salir de su asombro—. Tienes buen aspecto, pero ¿no te ha dejado ninguna secuela?

—Aparentemente, no. Por ahora, estoy en plena recuperación, pero el doctor dice que voy bien. Debo cuidarme bastante todavía; comer cada tres o cuatro horas raciones pequeñas para ayudar a que el hígado no produzca tanta bilis y, bueno, no puedo hacer demasiado esfuerzo físico.

—Nunca hubiese imaginado algo así. Cuando dijiste, en la playa, que te habían operado, supuse que había sido una operación común. —Liliam se había estirado y había cogido la mano de Paula.

—En ese momento, no quise entrar en detalles, os acababa de conocer.

—¿Y ella? Está presa, ¿no, Alex?

—Sí, Liliam, por supuesto, está donde debe estar, pero mejor cambiemos de tema.

—Lo siento, Paula, no fue mi intención que revivas recuerdos tan desagradables.

—No te preocupes, Liliam.

—Dijisteis que os casaréis en agosto, ¿no?

—Sí, el 24 —respondieron los dos al unísono.

—¡Alex, no puedo creer que vayas a contraer matrimonio! —bromeó Jacob—. No es por ti, Paula, no vayas a creer que no creo que pueda casarse contigo; sólo que ver a Alex, así, tan hogareño, se me hace extraño. —Todos rieron.

—¡Menos mal que eres mi amigo, me estás haciendo quedar genial! Después de todo, ya he estado casado antes.

—No te aflijas, Jacob, creo entender a lo que te refieres. Sé que mi hombre no pasa desapercibido allá donde entra. —Le acarició la barba a contrapelo y Alex le sonrió por el halago.

—Ese matrimonio, Alex, aunque no te haga gracia que lo diga, no cuenta. Eso fue un acto de compasión, siempre te lo hemos dicho. —Alex se empezó a sentir incómodo con los derroteros que estaba tomando la conversación. Paula le cogió la cara y lo besó en los labios.

—Vendréis a nuestra boda, ¿verdad? —Ella intentó cambiar de tema.

—¡Por supuesto! No me la perdería por nada del mundo. ¿Será en Nueva York?

—Sí, estamos preparando todo allá.

—¿Vosotros vivís aquí?

—No, mi amor, ellos también viven en Nueva York, y muy cerca de casa.

—¡Ah, entonces, ahora que ya nos conocemos, espero que nos veamos a menudo! Realmente es una casualidad que estén mis amigos aquí. Salvo a Amanda, no veo a nadie más en la ciudad.

—Ya te llamaré y saldremos de compras para vaciar las cuentas de nuestros hombres.

—¡Más quisiera...! —exclamó Alex, mientras ella se acurrucaba entre sus brazos.

—¡Ah, no, nena! Yo te voy a enseñar; a los hombres no hay que acostumbrarlos a gastar poco, porque, si no, cuando gastas de más ponen el grito en el cielo.

Jacob puso los ojos en blanco ante el comentario de Lilian.

—Si Paula se empieza a juntar con mi mujercita, creo que muy pronto tendrás tus cuentas en números rojos; no te lo aconsejo.

—La verdad es que no lo creo. —Alex se dio la vuelta para mirarla y luego se dirigió a sus amigos para explicarles—: Paula es administradora de la empresa y ésa es su especialidad, que no haya números rojos. Es más, no me vais a creer, pero aún no ha aceptado una extensión de mi tarjeta.

—¡Miserable! ¡Te has buscado una mujer que cuide de tu fortuna! Paula, yo que tú desconfiaría cuando éste dice que te ama, creo que sólo te está usando.

Todos se rieron; Paula se apretaba el vientre y, aun así, no podía parar.

—¡Si supierais cómo me cuida! —lo defendió ella frente a las bromas de su amiga.

—¡Por supuesto! Son puras mentiras, mi vida, no la escuches. También es mentira lo que te he dicho hoy sobre que la conocía muy bien. —No podían dejar de reírse.

—Realmente, Paula, no sé cómo lo has hecho, pero lo tienes embobado. No se ha separado en toda la noche de tu lado. Amigo, es obvio que te ha picado el bichito del amor. ¿Me entiendes ahora? Cuando llega, no se puede evitar y te conviertes en un perrito faldero.

Alex y Jacob chocaron sus copas de champán y Liliam le ofreció un guiño cómplice a Paula.

—Necesito tomar mis medicamentos, vuelvo en seguida.

Cuando se quedaron los tres solos conversando, Liliam y Jacob aprovecharon para interrogar a Alex y enterarse a fondo del episodio de Rachel, hechos que él les resumió, centrándose en las cosas más puntuales, antes de que Paula regresara. También les refirió brevemente el estado de la causa y lo angustiada que estaba ella con eso.

—No es para menos, yo creo que si me pasara algo así, no podría salir de casa. Sólo espero que se pudra en la cárcel, no quisiera estar en la piel de Paula. No te preocupes, Alex —le dijo su amiga mientras le daba una palmadita en la mano—, intentaré distraerla cuando sus amigos se vayan. Además me ha caído más que bien, me gusta la pareja que hacéis.

—Gracias, Liliam, la semana que viene viajaré a París y Paula se quedará en Nueva York, porque aún no tiene autorización médica para hacer un viaje tan largo. Creo que su madre volverá a Argentina y ella se quedará en el Belaire con mis padres, pero, si pudieses, creo que estaría muy bien que la visitases, para distraerla.

—Cuenta con ello.

—Aprecio tu amistad... La verdad que supuse que no te caería bien, como eras tan amiga de Janice...

—¿Qué estupidez es ésa? Yo era tan amiga de Janice como tuya, y muchas veces os aconsejé que dejaseis esa relación absurda que os empeñasteis en continuar. Cualquiera podía darse cuenta de que ninguno de los dos se quería realmente; ella estaba obsesionada contigo y, cuando parecía convencida de terminar con todo, su madre la presionaba para que lo arreglarais.

—Ni me hables de Rose, por favor.

—¿Qué pasa?

—Audrey se encargó de comerle la cabeza. Hoy me ha llamado y está dispuesta a hacerme la vida imposible.

—¡Esa sucia de Audrey!

—Chis, que vuelve Paula, ya hablaremos en otro momento.

—Voy a la piscina, ¿vamos, mi amor?

Liliam se levantó, cogió a Jacob de la mano y se alejaron. Paula volvió a ocupar su lugar junto a Alex.

—¿No querés ir a la piscina? Hace calor, date un chapuzón con tus amigos; yo disfruto mirándote desde acá.

—No, mi amor, prefiero quedarme con vos.

—Todos lo están pasando muy bien. Tus amigos y los míos se han integrado en seguida. —Alex sonrió.

—¿No estás cansada? Hoy no has parado.

—No, me siento de maravilla. Creo que el doctor tenía razón: poco a poco, voy a ir recobrando mi energía. Además me pasé todo el día sentada, sólo me moví en la caminata, que fue cortita, y ya está.

—Vení, recostémonos acá. —Se echaron hacia atrás.

Ella se puso de espaldas y Alex, a su lado, de costado, con un codo apoyado en los almohadones de la tumbona.

—Pensaba que tus amigos eran de Miami.

—No, todos viven en Nueva York, pero, con todas las cosas que nos han estado pasando últimamente, no tuve oportunidad de presentarte a nadie.

—Sí, es verdad, pasaron muchas cosas en muy corto tiempo. Hemos ido de fiesta en fiesta y, después, esas pequeñas vacaciones en el hospital.

—Eso fue lo menos divertido de todo.

—Ya lo creo. —Alex le besó la punta de la nariz—. De todas formas, aunque hubiera preferido que no ocurriera, siento que ha servido para unirnos más.

—Yo también lo creo así.

—Haber pasado por un momento tan crítico, afrontar la posibilidad de perderte definitivamente, me hizo reafirmar aún más que lo que deseo es tomarte en matrimonio y vivir a tu lado el resto de mi vida.

—A mí me pasó lo mismo. Antes de que esto ocurriera, ¿tuviste dudas de si estábamos haciendo lo correcto al casarnos tan pronto?

—A decir verdad, cuando compré el anillo, era lo que más anhelaba, pero cuando empezamos a discutir tanto, tuve mis dudas y me planteé varias veces si no era todo un tanto apresurado.

—Yo también lo pensé y me lo pregunté una y otra vez, muchas veces. También tenía miedo de que nos estuviéramos equivocando, pero luego pasó todo esto y supe que era a tu lado donde quería estar. ¿Sabés, Alex? Yo estoy criada a la antigua. En mi familia, el matrimonio es para toda la vida, por eso ésta no era una decisión que tomar a la ligera, aunque una vez estuviera a punto de equivocarme.

—Yo siempre he admirado el matrimonio de mis padres: ellos son una pareja muy sólida, se complementan, se acompañan, nos transmiten su vínculo y nos unen. Por eso, cuando te conocí, supe que eras la persona indicada. Aunque vivías sola y de forma muy independiente, cuando te oí hablar de tu madre y de tu hermano y de tu familia, me transmitiste cuáles eran los verdaderos valores en tu vida. Por otra parte, ahora tengo claro que si Janice no hubiese enfermado jamás le hubiera pedido matrimonio, y eso lo entendí gracias al amor que te profeso.

Se hizo un silencio. Paula estaba encantada de escuchar eso, pero no quería interrumpir la magia del momento, así que le acarició las cejas y decidió sincerarse también ella:

—Si mi padre no hubiera muerto, estoy segura de que amaría a mi madre como el primer día en que la conoció. ¿Sabés? Ellos se encontraron en una fiesta. Mi padre había llegado a Buenos Aires con uno de sus amigos, para ir al cumpleaños de una prima; mi madre era amiga de la homenajeada y los presentaron. Mamá siempre me cuenta que, al principio, todo era muy platónico; se pasaban el día hablando por teléfono, pues antes no se podía viajar tan fácilmente y la distancia entre Buenos Aires y San Rafael era considerable. Una tarde, mi padre la llamó y le dijo que estaba en la capital. Mi madre no podía creerlo. Ese mismo día, se encontraron y nunca más se separaron. Sin embargo, mi padre no lograba conseguir un buen empleo en Buenos Aires y, entonces, decidieron casarse para irse a vivir juntos a Mendoza, para que él trabajara en la plantación de mi abuelo, donde, además, conseguirían casa y comida. Sólo habían estado tres meses de novios. Creo que lo de ellos fue un gran amor, pues no me explico por qué mi mamá no volvió a casarse nunca más. Una vez le pregunté y me contestó: «Paula, lo que viví con tu padre fue tan hermoso que, realmente, no tengo ganas de probar otra cosa».

—¿Nunca volvió a estar en pareja? Julia es una mujer muy linda y debía de ser muy joven cuando enviudó.

—Pues, la verdad es que no lo sé, Alex. Supongo que con alguien habrá salido, lo desconozco, porque ella siempre fue muy reservada. A casa jamás entró otro hombre después de que mi papá muriese y yo me acostumbré a verla sola, pero, ahora que lo pienso, me gustaría que no terminara sus días en soledad. Ella es aún una mujer muy bonita y, aunque no fuera un amor como el que vivió junto a mi padre, bien podría conseguirse otro compañero, alguien que le pusiera el hombro. Mi hermano tiene su familia y, por otra parte, sería egoísta que él se ocupara toda la vida de ella. En cierto modo, al morir papá, Pablo se hizo cargo de todo. Yo, en cambio, aunque tampoco me considero mala hija, reconozco que pensé mucho más en mí.

—Tenés una buena relación con tu hermano, ¿no?

—Sí, Pablo siempre ha sido uno de mis ídolos. ¡Uf!, mi hermano es un ser pensante desde que se levanta hasta que se acuesta; y creo que, mientras duerme, también cavila. Piensa en mi mamá, en su esposa, en sus hijos, en mí, pero, sobre todo, en la bodega: Pablo ama ese viñedo. Cuando papá murió y parecía que todo se iba a pique, él se convirtió en nuestra ave fénix. Estoy convencida de que se exige tanto porque, en cierto modo, desde ese día ocupó el lugar de nuestro padre. Ahora estoy intentando ayudarlo en lo que sé hacer, llevar los libros, pues no me parece justo que me envíe cheques sin que yo mueva siquiera un dedo. Sin embargo, aunque amo esa tierra, no puedo llegar a involucrarme del todo, porque para mí ese lugar significa la pérdida de mi padre: allá se quedaron todos los recuerdos que guardo de él y, muchas veces, me resulta doloroso volver.

—¿Lo extrañás?

—Mucho. Si bien la resignación me acompaña, porque la vida sigue, siempre hay un momento del día en que lo recuerdo, es inevitable. ¡Cuánto le hubiera gustado que le pidieras mi mano! Él era muy tradicional, todo un caballero, así como vos, que siempre vivís pendiente de mí. Mi padre también se comportaba así con mi mamá, siempre estaba besándola, o pasaba por su lado y la acariciaba, o levantaba la vista y se quedaba embobado adorándola. A veces, veo esa mirada en vos y me derrito, como ahora, no sé si seguir hablando o comerte esa boca a besos.

—Te amo, Paula. Si no me sintiera de este modo, no podría mirarte así. Vos hacés que todos mis momentos sean únicos; me quedé embelesado escuchándote, porque es una historia hermosa. Además, me encanta saber todo de vos, pero mi éxtasis viene porque recordé nuestra primera conversación en el Faena, y me di cuenta de que aquel día tuve esta misma sensación de hoy. Cuando me contaste sobre tu familia y sobre Mendoza, mientras desayunábamos, no quería que parases. Entonces, me pregunté por qué te escuchaba tan fascinado si eras sólo una mujer con la que había tenido muy buen sexo. De pronto, te pusiste de pie y me dijiste «Me voy», y yo quería pedirte que te quedaras, pero no me atreví. Recuerdo que te besé y ansiaba pedirte el teléfono y me contuve, pero no pude resistir la tentación de mandar a Heller a acompañarte para saber dónde vivías. Supongo que si no te hubiese encontrado ese lunes en la empresa, quizá me hubiera apostado en la puerta de tu casa hasta verte salir. Pensé en vos durante todo ese fin de semana. Rememoraba, como un estúpido, cada caricia, cada beso, cada gemido tuyo, y sólo quería volver a tenerte entre mis brazos para hacerte temblar como lo había hecho. Me volviste loco, creo que te estaba esperando y apareciste en mi vida como por arte de magia.

—También podías haberle dicho a Mikel que le pidiera mi teléfono a Mauricio. —Alex frunció la nariz.

—No, estoy seguro de que no hubiese hecho eso. No me gusta que nadie consiga las cosas por mí. Cuanto más me cuestan, más las deseo.

—Pero yo fui bastante fácil, Alex.

—¿Fácil? ¡Paula, me moría de celos por Maxi! Estaba seguro de que tenías algo con él y también con tu profesor de tenis. —Ella largó una risotada.

—¿Con Ariel? ¡Yo quería que lo creyeras! Recuerdo aquella llamada en el Faena: estabas muy cabreado pero no querías demostrarlo. No te culpo por creer eso, después de todo, con vos me acosté a las pocas horas de conocerte.

—Yo sabía que no eras una mujer ligera, pero los celos me nublaban. Dios, tendremos una hermosa historia de amor para contarles a nuestros hijos y nietos.

—¿Nietos? Aún no tenemos hijos ¿y ya estás pensando en nietos? —Alex la besó.

Las risas de sus amigos los distrajeron, los sacaron de esa ensoñación y, entonces, cayeron en la cuenta de que no estaban solos.

—¿Siempre vienen todos a Miami?

—Sí, desde hace muchos años. Todos tienen propiedades acá y nos juntamos bastante seguido en la ciudad.

—¿Cuánto hacía que no venías?

—Vine justo antes de viajar a Brasil y Argentina. Desde entonces, no había vuelto; el tiempo que no estuvimos juntos, me dediqué a trabajar sin parar.