Capítulo 3
ENTRARON en la habitación a paso lento. Paula iba apoyada en Alex, que la sostenía por debajo de la axila, guiándola. La herida aún le molestaba mucho. Él la asistió para que se sentara en el borde de la cama y, luego, con delicadeza la ayudó a desvestirse. Fue al baño a buscar un apósito impermeable para heridas y, con sumo cuidado, se lo colocó sobre el vendaje.
—Listo, ahora vamos a bañarnos.
—Hum, me encantará que me hagas mimos.
—Tramposa, no he parado de mimarte.
—Lo sé, pero no me cansaré jamás de recibirlos.
—Ni yo de hacértelos.
Alex la dejó de pie en la entrada de la ducha y se aprestó a deshacerse de su ropa, que dejó sobre el suelo del baño. Luego abrió el grifo y tocó el agua con la mano hasta que estuvo templada.
—Vamos, entremos, ya está a punto. ¿Seguro que no querés que busque algo para que te sientes?
—No, estoy bien así.
Puso jabón en la esponja y le masajeó la espalda, mientras reunía su pelo en una coleta con la mano. Le frotó el cuello, pero no pudo evitar la tentación y se lo besó.
—¿Me extrañas?
—Mucho, pero ya tendremos tiempo cuando estés bien.
—Yo también te extraño, echo muchísimo de menos nuestra intimidad. ¿Creés que es normal que, aun maltrecha, tenga ganas? —Alex se rió.
—Sí, creo que es normal, es por eso por lo que nos amamos. —Le indicó que se diera la vuelta, la puso frente a él y lentamente pasó la esponja por el resto del cuerpo, dejando para el final la parte de alrededor de la herida—. ¿Te duele?
—No, mi amor, sos muy tierno. —Alex se rió y le besó los labios, pero ella no iba a conformarse, poseyó su boca mientras se aferraba a su cuello y él le dio entrada. Cuando el beso se estaba desbordando, Alexander se apartó y emitió un sonoro suspiro.
—Paula, tranquila.
—Sí, lo sé, lo siento.
—Dejame terminar de bañarte.
—Lo que vos digas. —Paula se movió con brusquedad y la herida le dio un tirón—. Sí, creo que es mejor que me bañes, porque me hago la loca y mirá cómo estoy, más cansada que el mecánico de un transformer. —Se carcajearon.
Alex terminó de lavarle el cabello, luego se dio una ducha rápida y cerró el grifo. Le envolvió el cabello en una toalla y con otra la secó despacio. Después Alex fue a ponerse una bata y regresó con una para ella.
—Vení, vamos a la cama, así te recostás y te seco bien la herida. —Con extrema delicadeza, le quitó primero el parche impermeable y luego le hizo las curas.
—¡Hum, cuánta concentración, señor Masslow!
—La tarea lo requiere, no quiero hacerte daño.
—Tus manos jamás podrían hacerme daño, y no te rías con esa sonrisa de perdonavidas; estoy convaleciente y, para más inri, con el período.
—Bueno, eso en otro momento no hubiese sido un problema, ¿no? Podríamos haber usado la puerta trasera, siempre y cuando no tengas cólicos —se carcajearon.
—¡No me hagas reír que estoy sin la faja!
Terminó de curarla con esmero, le puso una venda y, entonces, suavemente, bajó su cabeza hasta su vientre y le depositó un delicadísimo beso.
—Voy a cuidarte siempre, me encanta hacerlo.
—Yo preferiría que no tuvieses que hacerlo por esta razón, pero es lo que me tocó.
—Hey, ¿otra vez triste?
—No me hagas caso, soy una tonta.
La vistió con un pijama, secó su cabello y la ayudó a acostarse; él no tardó en hacer lo mismo y meterse en la cama.
—¿Querés que veamos la televisión?
—Alex... estaba pensando...
—¿Qué pensaba esa cabecita loca? —le preguntó él dándole un beso en la frente. Estaba de lado y con un codo apoyado en la almohada, expectante a lo que ella dijera.
—Quizá deberíamos posponer la boda.
—¿Qué? ¿Te has vuelto loca?
—No, en serio, las entrevistas para definir cada cosa se retrasaron, ¿y si no llegamos a tiempo?
—Ni lo sueñes. Si tengo que pagar el doble por todo lo que haga falta no me importa, pero el 24 de agosto es la fecha y no se moverá.
—Yo tampoco quiero moverla, Alex, pero intento ser realista... ¿qué ocurrirá si no estoy repuesta del todo?
—Paula, hoy estás negativa. Hace nueve días que te operaron y mirá cómo evolucionaste en poco tiempo. De acá hasta la fecha, esto que nos pasa será sólo un mal recuerdo. —Se miraron a los ojos.
—Tenés razón, debemos continuar con todo y no permitir que esto estropee nuestros planes.
—Exacto, mañana iremos a que te quiten los puntos y, poco a poco, podremos recobrar la normalidad.
—Deseo estar bien, quiero regresar al trabajo.
—Me hacés reír, para eso falta mucho todavía. ¡Dudás de si estarás repuesta para la boda y, de repente, querés volver a la oficina! No sos coherente, preciosa.
—Tampoco falta tanto, hay muchos temas pendientes en la empresa y estar sentada frente a un escritorio no implica mayor esfuerzo. Además, estaba preparando un encuentro con Chloé, seguramente muy pronto habrá que viajar a París.
—¿Pensabas viajar? No lo sabía. —Alex frunció el cejo.
—Lo hablamos durante la conversación que tuve con ella en el Four Seasons. Con todo esto, no pude decírtelo, pero se suponía que en estos días lo íbamos a definir. Ella, al final, no podrá venir a Washington y parece que está a punto de conseguir unos locales insuperables.
—¿Y cuándo pensabas decírmelo? ¿Cuando estuvieses con un pie en el avión? ¿Por qué no me lo comentaste ese mismo día?
—Alex, creí que tenía plenas facultades en mi puesto como para decidir algo así.
—Lo sé —admitió él e hizo una pausa—, perdoname, creo que sólo pensar en que debemos alejarnos me pone de mal humor.
—Bueno, tendremos que aprender a gestionarlo.
—Sí, igual, por el momento, olvidate del viaje.
—¿No me digas? ¡Como si no lo supiera, mirá cómo estoy!
—Hermosa, estás hermosa, como siempre. —Le dio un beso en el nacimiento de los senos.
—Sí, encorvada, ojerosa, delgada y dependiendo de vos y mamá.
—Hoy no es tu día. Definitivamente, creo que el período te está afectando, aunque no quieras reconocerlo y digas que no te cambia el humor con él. Yo no estoy de acuerdo.
—Vos me cambiás el humor. Quiero estar bien muy pronto para comerte esa boca y más. —Lo tomó del pelo y lo besó—. Ahora sí, si querés, veamos la tele, pero vos mirás conmigo, nada de traer tu ordenador y ponerte a trabajar.
—Alguien tiene que hacerlo, ¿no?
—Gruñón, pero ahora no, por favor —le pidió uniendo sus manos a modo de súplica.
—De acuerdo, miraremos la tele juntos, ¡cómo decirte que no si me lo rogás de esa forma!
Era de madrugada. Dormían velados por la oscuridad y la calma de la noche. Paula estaba boca arriba; él, de lado y aferrado a su mano, ansiaba abrazarla, pero temía hacerle daño. De pronto, la aparente tranquilidad del sueño de ambos fue interrumpida por los gritos de ella.
—Estás soñando, Paula. Tranquila, es sólo un sueño, mi amor. —Ella se aferró a su cuello.
—Abrazame fuerte, por favor, abrazame. —No paraba de llorar. Alex, por supuesto, la contuvo.
—Chis, tranquila, sólo fue una pesadilla, estamos en casa. —Le besó el pelo.
—¿Va todo bien, hija? Paula, ¿estás bien? Te oí gritar. —Su madre preguntaba desde fuera de la habitación.
—July, tranquila, era sólo una pesadilla. Paula está bien.
—Sí, estoy bien —contestó ella entre sollozos—. Andá a dormir, mamá, y perdoname que te haya despertado. —Julia apenada regresó a su habitación y los dejó solos.
—¿Querés tomar agua?
—No —respondió Paula e hizo un puchero—. Era tan real... —continuó explicando—, la veía a los pies de la cama y me apuntaba con el arma.
—No pienses más, estás acá conmigo, fue un sueño.
—Pero parecía muy real. Tuve la misma sensación que cuando lo hizo. No tenía piedad, Rachel me miraba y me odiaba.
—Estás sensible porque hoy tuviste que relatarlo todo dos veces, pero ya pasó. Tranquila, mi amor, acá estoy con vos, cuidándote y protegiéndote.
—No quiero que salga de la cárcel, Alex, no lo permitas. Por favor, no lo permitas.
—Mi vida, no llores más. Me hace mucho daño verte así. Haré todo lo posible para que eso no ocurra y el abogado y el fiscal también lo harán, pero no te angusties más. —Alex le acariciaba la espalda y no paraba de besarla; estaban sentados en la cama—. Chis, calmate, respirá hondo. De tanto llorar, te va a acabar doliendo la herida y mañana tenemos que ir a que te quiten los puntos y luego... tengo una sorpresa para vos.
—¿Qué sorpresa? —preguntó ella lloriqueando todavía.
—Si te lo digo ahora, dejará de serlo.
—Pero quiero saber, soy muy ansiosa, Alex.
—Por eso no te había dicho nada todavía.
—Sabés cómo distraerme, Alexander Masslow, sos un tramposo. —Él se rió y le besó la nariz enrojecida de tanto llorar, y después se apoderó de sus labios.
—Dejaré la luz encendida hasta que te duermas, ahora acostate otra vez, intentemos dormir, por favor.
Él se puso de costado y, con la mano, le delimitó el contorno de la cara y los labios; le acarició el puente de la nariz y el cejo, intentando que relajara el rictus.
—Te amo, estoy acá, dormí —le susurró muy cerca del oído.
Al final, Paula consiguió dormirse. Entonces, él se dio media vuelta, sin mover demasiado la cama, y apagó la luz; volvió a su posición y se acomodó muy cerca de ella.
—«Mi amor, ansío tanto que todo esto pase muy rápido. No soporto que estés así de angustiada, se me parte el alma cuando te veo llorar.»