Capítulo 18

LA pasión entre ellos había emergido ya dentro del ascensor que los llevaba al piso de la Suite Royal.

—Paula, no puedo creer cómo te deseo, nena. Anoche no pude pegar ojo, di mil vueltas en la cama porque no te tenía a mi lado.

—Yo también te deseo, Alex. Con ese chaqué estás muy hermoso y, con el último baile, juro que tuve ganas de cogerte de la mano y salir corriendo del escenario hacia la suite nupcial.

Alex la besó mientras la sostenía por la espalda, le lamió los labios y extravió su lengua dentro de su boca. Salieron del ascensor y cuando él se disponía a abrir la puerta de la habitación y Paula iba a escurrirse adentro de inmediato, él la detuvo.

—Un momento, debo entrarte en brazos.

En el interior de la suite, todo era suntuoso; destacaban los dorados y los géneros de fina tapicería en beige y marrón, igual que el piano de cola emplazado en una de las esquinas del salón. Alex entró y cerró la puerta de un puntapié y, sin demora, se apoderó de sus labios, los acarició con la lengua y los agasajó con ella, una y otra vez, hasta que Paula abrió su boca. Se desató así una danza loca de lenguas enredadas, de lametazos urgentes.

—¡Al fin solos! —exclamó ella aferrada a su cuello.

—Al fin solos, señora Masslow —corroboró él guiñándole un ojo.

Alex la dejó en el suelo y le hizo una sutil caricia con el reverso de su mano, palpando la sedosidad de su piel. Deslizó sus dedos por el hombro de Paula y por su brazo, hasta llegar a la mano; entonces, enredó sus dedos con los de ella y la separó de su cuerpo para admirarla. La adoró con los ojos de hito en hito, la anheló con gula.

—¿Sos feliz, mi vida?

—Soy el hombre más feliz del mundo. Cada uno de los momentos que hemos vivido esta noche quedarán por siempre en mi memoria. He disfrutado de todos los detalles.

—Yo también. Gracias, Alex, por mirarme como lo estás haciendo en este mismo instante. Gracias por hacerme sentir tan amada.

—Te amo, bonita, te amo con todo mi ser.

—Lo sé, no hace falta que lo digas, porque me lo hacés notar a cada instante. De todas formas, te pido que nunca dejes de hacerlo, me encanta oírlo.

—Cuando te vi hoy por primera vez, en la escalera, con tu vestido de novia, me faltó la respiración —le explicó él mientras la abrazaba y Paula lo escuchaba ilusionada—. Estabas esplendorosa, increíblemente bella, lucías muy actual, sofisticada y glamurosa. Luego, cuando entraste en el salón de ceremonias, ¡Dios!, casi me muero de emoción; parecías una ilusión óptica caminando hacia mí, de tu cuerpo salían destellos que se mezclaban con la luz de las velas. Tenías un aureola irreal con ese traje, eras un sueño, mi sueño —le dijo con voz marrullera—. Y, ahora... —le susurró, acarició sus labios, la separó de su cuerpo extendiendo el brazo y volvió a recorrerla con la mirada—, con este vestido... sos Afrodita, Paula. Sos mi diosa hecha mujer, cada traje que escogiste fue perfectamente acorde a cada momento de la noche, porque con este vestido me ponés muy caliente. Esta tela se adapta como un guante a las formas de tu cuerpo y te juro que sólo estoy deseando quitártelo para descubrir una vez más la sinuosidad de tus curvas.

—Alex, mi cuerpo te pertenece, como también mi alma y todo mi ser. —Se besaron y luego Paula continuó hablando—: Hoy, cuando te vi por primera vez, en la escalera, con tu traje de novio, tuve la misma sensación que el día en que te conocí en el Faena. Fue entonces cuando supe que había sido en ese instante, justo cuando Mikel anunció que venías y yo ladeé mi cabeza para mirarte, cuando me había enamorado de vos. —Él la atrapó nuevamente entre sus brazos.

—Hoy tienen vetas marrones. Increíblemente, tus ojos lucen hoy del mismo verde que el día que me desperté por primera vez a tu lado. Anoche estaban diferentes.

—¡Dios, recuerdo esa mañana! Casi me muero de un paro cardíaco cuando me dijiste eso.

—Esa mañana, yo también estuve al borde del infarto. En aquel momento, no supe entender lo que sentía, pero ahora lo sé muy bien. Cuando abriste los ojos y me miraste, noté mariposas en la barriga y mi cuerpo se estremeció de pasión al ver que me honrabas con tus ojos. Vos también me tenías perdidamente enamorado, aunque yo todavía no lo sabía. —Se quedaron mirando durante un rato—. Hagamos un brindis, brindemos por nuestro amor, señora Masslow.

—Me encanta cómo suena, me embarga saber que ésa soy yo.

Alex sonrió con franqueza y le besó la punta de la nariz. Luego, destapó la botella de La Grande Dame que descansaba en la cubitera, sirvió dos copas y cruzaron sus brazos chistosamente para beberse el champán.

—¿Querés comer algo de lo que hay acá? —le preguntó él señalando una bandeja con frutas y tentempiés; también les habían llevado pastel de boda.

—A vos, quiero comerte. Haceme el amor, Alex, eso es lo que quiero. Deseo sentirme tuya, más tuya que nunca, quiero tenerte dentro de mi cuerpo, ya no quiero esperar más, mi vida.

Alexander la cogió por el mentón y mordió sus labios, después se los besó. Dejó la copa apoyada en la mesa baja de la sala y le quitó la suya; entonces la guió de la mano hacia el dormitorio. Cuando entraron, un camino de pétalos de rosas les marcaba el camino hacia la cama, donde también había unos cuantos esparcidos. Las lámparas bajas estaban encendidas e iluminaban el ambiente junto con las velas diseminadas por toda la habitación. El entorno refulgía expectante, anticipando el momento de los amantes. Se quedaron de pie junto a la cama.

—Dejame desvestirte —le pidió ella y él accedió gustoso.

Paula enterró las manos en sus hombros y lo despojó de la levita; la apoyó sobre la banqueta emplazada a los pies de la cama y luego se ocupó de la corbata. Deshizo el nudo con habilidad y se la dejó suelta alrededor del cuello, sin quitársela del todo. Con prontitud, le desabrochó el primer botón de la camisa y, acercándose provocadora con la corbata cogida por ambas puntas, lo atrajo hacia su cuerpo. Con expresión lasciva, reptó su lengua por la nuez de Adán provocándole un escalofrío; después subió hasta el mentón y se lo mordió, sin dejar de mirarlo. Le pasó la lengua por su labio inferior y entonces Alex, deseoso de mucho más, quiso atrapar su boca, pero ella retrocedió. Deslizó sus manos hasta los botones de la camisa y, mientras se reía oscuramente, los desabrochó uno a uno. Con pequeños tirones, la sacó de dentro de los pantalones y alcanzó con celeridad el gancho de la cremallera, que bajó, dejando al descubierto sus huesos innominados. Deseosa de la anatomía de su hombre, los recorrió con las manos y, sin poder evitar la tentación, se inclinó frente a él para dejarle pequeños y húmedos besos en ellos. Alex, mientras tanto, se había quitado los gemelos y los sostenía en una mano. La ayudó a levantarse y la guió con determinación hacia el lecho nupcial; necesitaba retomar el control.

—Te voy a hacer el amor de forma inolvidable —le susurró al oído—. Quiero que esta primera vez como esposos quede grabada en nuestra memoria para siempre.

Los pezones de Paula se pusieron erectos de repente y casi traspasaron el corsé y el raso del vestido. Las palabras de Alex la habían encendido de tal forma que hubiera considerado suficiente que le levantara el vestido y la penetrase sin preludio. Tragó con dificultad y clavó su vista en la boca de él, se acercó a sus labios y los poseyó con urgencia.

Separándose por breves segundos de ella, Alex dejó los gemelos sobre la mesilla de noche y, con impulso, se quitó la camisa y quedó con el torso desnudo. Después, afanoso, la giró para abrazar su cuerpo y le recorrió el vientre con sus manos abiertas sobre el raso sedoso; le acarició los pechos y los apretó por encima del encaje. La aprisionó contra sus pectorales y comenzó a devorarle el cuello con húmedos besos y tiernos chuponcitos. Mientras, empezó a desabrochar los pequeños botones de la espalda y, cuando lo hubo conseguido, se lo deslizó por los hombros. El vestido cayó al suelo de inmediato, desvelando el cuerpo y las curvas de Paula. Se inclinó para ayudarla a salir de él, lo apartó de sus pies y, haciendo acopio de sus fuerzas, intentó recuperar el dominio de sí mismo. Recorrió con una mano la longitud de su pierna y sus muslos y disfrutó de la tersura de su piel. Paula en liguero, medias y conjunto de corsé y tanga estaba sublime. Apretó los dientes y buscó un poco más de cordura, necesitaba contener sus instintos carnales. Hubiera querido arrancarle el tanga, destrozarlo con sus manos, pero se contuvo y decidió deslizárselo despacio por las piernas, alargando el momento al máximo. Los mullidos lametazos con que regaba sus piernas hacían estremecer a Paula. Se incorporó moviendo su cuerpo con languidez y, en el trayecto, admiró sus nalgas y las recorrió con las palmas de sus manos, transitando su redondez. Se detuvo en la separación entre ellas y le pasó el dedo de abajo arriba, una y otra vez; luego, lo bajó y llegó a su húmeda vagina y lo hundió en ella. Alex entornó los ojos mientras se metía en ella, Paula estaba con las piernas entreabiertas, expuesta a sus caricias y aventurada a esa lujuriosa intrusión, que detenía todas sus funciones corporales. Alex sacó el dedo y se lo llevó a su boca para probarla.

—Hum, estás exquisita.

A esas alturas, Paula ya estaba tan sumamente excitada que le dolían los pezones y su vagina le daba punzadas. Se dio la vuelta y, con un hábil movimiento, lo derribó sobre la cama. Desenfrenada, le quitó los zapatos y las medias y terminó de bajarle los pantalones y la ropa interior, para que Alex, totalmente desnudo, le expusiera su perfecta erección. Sin darse cuenta, y como acto reflejo, ella se pasó la lengua por los labios y lanzó un gemido; luego llevó sus manos a la espalda para quitarse el corsé y le mostró sus pechos. Había quedado tan sólo vestida con las medias, el liguero y los tacones. En ese instante, Alexander se movió apasionado; su esposa era la imagen de la perfección en cuerpo de mujer. Afanoso, se puso en pie y la apretó contra él poseyendo su boca, mientras le acariciaba la espalda con sus manos vehementes. Después, transportó sus dedos a sus redondos senos y los acunó entre sus manos. Paula, aferrada a su nuca, se entregaba a sus besos y caricias, obedeciendo a la sensación de placer que su boca le provocaba. Alex la sorprendió atrapándola de las caderas y la alzó; ella enredó las piernas en su cintura y entonces él la estampó contra la pared. Todo se había descontrolado, estaban invadidos por la pasión y habían perdido el juicio por completo, entregados a sus emociones y necesidades. Alex cogió su pene con codicia y se lo introdujo en la vagina. Maravillado, se quedó admirándola mientras la penetraba y una profunda espiración se escapó de su boca.

—Sos perfecta, Paula. Para mí, tenerte así es algo soberbio. ¿Te gusta que te tenga así?

—Me encanta que estés dentro de mí. Es perfecto, maravillosamente perfecto.

Alex la bajó, sin dejar de penetrarla y la dejó en el suelo, le levantó una de las piernas y comenzó a moverse.

—Voy a penetrarte de todas las formas en que pueda hacerlo, voy a enloquecerte de placer —le dijo mientras se enterraba en ella.

—Sí, mi amor, es lo que deseo.

Él entraba y salía de ella con ímpetu. Paula parpadeó ante esa súbita intrusión, con la boca entreabierta y los ojos cada vez más libidinosos. En su rostro se instaló un gesto de entrega, ante la sensación de satisfacción que su hombre le generaba con su castigo. Alex la penetró unas cuantas veces más hasta que se detuvo de repente. Entonces, la hizo girar y le indicó que dejara las piernas entreabiertas. Le pasó los dedos por la hendidura, comprobando lo empapada que estaba, y Paula se arqueó entre sus manos.

—Te amo, nena, te amo más allá de toda prudencia. —Le hundió el dedo despacio en el orificio del ano, lo metió y lo sacó e hizo que Paula tuviera que tragar saliva—. Me encanta notarte perdida entre mis dedos.

—Alex, no aguanto más.

—¿Qué querés mi vida?

—Te quiero dentro de mí, penetrame, por favor.

—¿Adentro de dónde? ¿Acá? —Hundió el dedo en su vagina, lo giró y luego lo quitó—. ¿O acá? —Lo hundió en su recto y también lo sacó.

—En ambas partes, en realidad.

—Hum, estás muy ambiciosa y caliente hoy. Sólo deseo complacerte, nena, sólo vivo para eso.

Introdujo el pene en su orificio, lentamente, y esperó a que ella se acostumbrara a la intrusión; luego empezó con un meneo lento de sus caderas.

—Más rápido, Alex, por favor, más rápido. —Paula sonó ansiosa.

—Tranquila, nena, calma, mi amor, aún quiero mucho más, para mi placer y el tuyo.

Ásperos sonidos guturales salían de su garganta mientras continuaba enterrándose en ella. Paula, desprovista de toda contención, emitía grititos involuntarios de placer que no podía contener. De pronto, Alexander interrumpió su vaivén y un quejido de protesta escapó de la boca de Paula. Hizo acopio de todo el aire que guardaban sus pulmones y le dijo:

—No pares, mi amor, por favor, no lo hagas.

—Vamos a la cama, mi vida —le pidió él con la voz entrecortada—. Tranquila, es nuestra noche de bodas y no quiero que termine tan pronto.

La tendió de espaldas en la cama y se subió en ella, la apresó de una nalga con la mano y, de una estocada, volvió a penetrarla, mientras enterraba los dedos en su vagina. Se movió unas cuantas veces dentro y fuera de ella, despacio, volviendo a entrar con esa parsimonia que lo caracterizaba, con ese dominio absoluto de su cuerpo y de su sexo. Se movió y, en determinado momento, volvió a detener sus embestidas, dejándola más desesperada que antes.

—Vas a matarme, Alex, me estoy muriendo de ansiedad, ¿qué estás haciéndome?

—Te dije que iba a enloquecerte, pero creo que en el intento voy a terminar yo también perdiendo la razón.

La giró y la colocó boca abajo. Paula estaba entregada de espaldas a él. Tentado le besó la columna, le mordió los omóplatos y volvió a hundirse en ella una vez más mientras le hablaba al oído:

—I love you... I need you to feel how much I love you; I need you to understand... I need to imprint it in your body. You are my love; I promise you to love you forever. [Te amo... Necesito que sientas cuánto te amo; necesito que lo entiendas... Necesito grabarlo en tu cuerpo. Eres mi amor; te prometo que te amaré toda la vida.]

Paula enterró su cara en la almohada y mordió la funda para amortiguar los incontrolables gemidos que sus palabras le habían provocado. Tomó una bocanada de aire y entonces, entre gimoteos, también le habló:

—You are my life too, my source of pleasure. I love you so much, my love. Alex, I’m gonna come... I can’t take it! [Sos mi vida también, mi fuente de placer. Te amo demasiado, mi amor. Alex, voy a correrme... ¡no aguanto más!]

En ese momento de la noche, ambos se entregaron de manera brutal a sentir la indómita pasión que se desataba entre sus cuerpos, que sólo podía ser saciada con la fricción de sus sexos. Los dos llegaron a un orgasmo demoledor; Alex gruñó su nombre, apretó los dientes y dejó escapar un hálito, mientras cerraba los ojos con fuerza, aferrándose a las manos de Paula, que permanecían bajo la almohada apretando las sábanas. Se enterró en ella una vez más y vació su simiente, la llenó de su miel y la regó con su bálsamo sanador. Paula ahogó sus quejidos en el cojín, mientras asía las sábanas con desesperación, disfrutando con los ojos cerrados esas reverberaciones de placer que su cuerpo evidenciaba. Alex salió de ella respirando con dificultad y se recostó a su lado, para intentar nutrir sus pulmones de aire; lo necesitaba. Paula se movió para acurrucarse en su abrazo y escuchar los latidos de su corazón, y la elevación de su pecho cada vez que respiraba. No podía dejar de pasear sus manos por su torso, acariciándolo, y cerró los ojos para grabar en su mente el placer de su olor y el increíble tacto de su piel.

—No quiero dormirme, pero estoy extenuada. Ha sido un día larguísimo, pero no quiero que se acabe.

—Me pasa lo mismo, nena, creo que ya no tengo más energía en el cuerpo. Entre todas las emociones que hemos vivido durante el día y, luego, este orgasmo, me has robado hasta la última gota de mis fuerzas.

—Decime una vez más que me amás, antes de que nos durmamos.

—Te amo, mi amor.

—Yo también te amo.

Alex le besó la coronilla y ella, con gran esfuerzo, levantó la cabeza y lo miró. Él ladeó la suya y, con denodado empeño, buscó su mirada, movió su mano para encontrar la de ella, le entrelazó los dedos y se la llevó a su pecho. Durante unos segundos, se quedaron en silencio.

—¿Qué pasa, mi cielo?

—Te miro, Alex, porque de todas las imágenes que he asimilado hoy, en mi mente sólo deseo quedarme con la de tus ojos, quiero soñar con ellos.

Alexander la recorrió una vez más con su mirada, se dieron un cándido beso y, acurrucados el uno en el otro, se durmieron.