Capítulo 23
EL jet de Mindland aterrizó en el aeropuerto de San Rafael Mendoza en hora. Paula estaba feliz de llegar a su tierra y Alex disfrutaba de su alegría. No habían avisado de que viajaban, porque querían sorprender a todos, así que, al salir del aeropuerto, alquilaron un coche con chófer para que los llevase hasta la plantación.
—Usted es la más pequeña de los Bianchi, ¿verdad? —le preguntó el conductor a Paula.
—Sí, disculpe que no lo reconozca, pero hace bastante que no vivo acá.
—Soy el sobrino de Exequiel, Mariano. No sé si me recuerda, pero yo iba seguido a la plantación y jugaba con su hermano.
—¡Ah! ¿Cómo estás, Mariano? Disculpame el despiste. Te presento a mi esposo, Alexander. —Éste le extendió la mano muy amablemente.
—Mi tío y mi tía nos contaron que se han casado. ¡Uf! Si los hubieran visto, no paraban de hablar del fiestón.
—Pues nos costó mucho subir al avión a ese viejo para que fuera, pero al final lo logramos —dijo Paula con gran cariño.
—¿Vinieron de visita?
—Sí, sólo por este fin de semana. —Siguieron en silencio un rato, Alex contemplaba el paisaje mientras le acariciaba la mano—. Mariano, ¿podrías parar el coche que me siento descompuesta?
Alexander la miró asustado, ella estaba muy pálida. El chófer paró de inmediato en el arcén y Paula salió despedida del compartimento y empezó a hacer arcadas. Alex, que ya estaba junto a ella, le sostenía la frente mientras ella vomitaba.
—¿Te sentís mejor?
—Sí, pasame un pañuelo de mi bolso y la botella de agua, por favor.
—¿Te habrá caído mal algo que comimos en el avión?
—Espero que sea eso, porque si es que voy a empezar con náuseas diarias realmente es horrible. No sé, pero me encontré mal muy de golpe.
—¿Estás mejor? ¿Seguimos?
—Sí, continuemos.
Subieron de nuevo al coche y Paula se recostó en el hombro de Alex mientras él la cobijaba en su abrazo. Poco a poco fue recobrando el color. Finalmente, llegaron al portón de rejas que servía de entrada a Saint Paule. Sobre el arco de medio punto se erigían las letras de hierro forjado que resaltaban el nombre de la bodega. Entraron por el camino que los llevaba hasta la casona y Mariano aparcó el automóvil frente a la puerta de entrada. Guillermina salió de inmediato al oír el ruido del vehículo. Al ver que descendían Paula y Alex, empezó a dar gritos para llamar a todos. La primera en salir fue Sofía y, por detrás, venía tambaleándose Franco.
—¡Hola, mi tesoro! ¿Cómo estás?
—¡Tía, qué sorpresa!
—¿Verdad que los sorprendí? Pero ¡yo también lo estoy! Mirá, este muchachito ya camina, ¡ya era hora, Franco! —Levantó al pequeño y Alex la miró y se lo quitó de los brazos y lo aupó él, pero como el niño era muy dócil no se quejó. Paula saludó cálidamente a Guillermina y Exequiel, que no había tardado en llegar hasta la entrada. Alex también les dedicó un amistoso saludo a los caseros.
El chófer ya había bajado las maletas, saludó a sus tíos y se despidió, pero antes Alex le dio una suculenta propina.
—Adiós, Mariano, un gusto haberte visto —le dijo Paula antes de perderse dentro de la casa. Sofía estaba aferrada a su mano y no la soltaba—. Pero ¿dónde están todos?
—Están en la bodega —le informó Exequiel—. Hay visitas.
—¿Visitas? —preguntó Paula extrañada, pues era obvio que quien había llegado no conocía la bodega y por eso estaban mostrándosela.
—Sí tía, creo que es un amigo de la abuela —dijo Sofía, y Paula y Alex se miraron—. Habla raro, pero también habla como Alex, en inglés, y no sabe español. Yo no fui con ellos porque ya conozco la bodega y preferí quedarme jugando. Y Franco, cuando se fueron, estaba durmiendo.
—¿A quién se refiere Sofía? —preguntó Paula.
—Al señor Luc y su hija, que llegaron anoche de Francia —le contestó Guillermina.
—¡Ah, bueno! Creo que la sorprendida soy yo, entonces.
Alex la abrazó y le besó el pelo.
—¿Querés que vayamos a un hotel? —le preguntó Alex a Paula.
—No es necesario. —Se miraron a los ojos—. Te acabo de decir que no es necesario, ¿o sí lo es? —le preguntó ella con sorna.
—Paula... —le contestó él en tono de advertencia.
—¿Hace mucho que se fueron? —le preguntó él a Exequiel.
—No, cuando ustedes llegaron hacía muy poquito que ellos se habían marchado. ¿Quieren una de las camionetas para ir hasta allá?
—No sé lo que quiere hacer Paula, Exequiel. —La miró esperando una respuesta.
—Sí, vamos, pero nosotros buscamos la camioneta, no te preocupes, viejito.
—Miren que para mí no es molestia, al contrario.
—Está bien, Exequiel, sólo traiga las llaves, nosotros la vamos a buscar —insistió Alexander mientras le palmeaba la espalda.
—¿Puedo ir con ustedes, tía?
—Voy a conducir yo, así que me tenés que preguntar a mí si te llevo —le contestó Alex.
Entre ellos no había habido mucho feeling, pues la niña se había mostrado muy celosa cuando lo había conocido en Nueva York. Sofía miró a Paula para que interviniera, pero ella no lo desautorizó.
—Además, ¿me parece a mí o no saludaste a Alex cuando llegamos?
—No me acuerdo —respondió la niña.
—Yo sí me acuerdo bien y no me saludaste. —Alex se inclinó y le señaló su carrillo. Sofía no tuvo más remedio que darle un beso. Alexander le dio otro a ella y la cogió de la mano.
—Por supuesto que podés venir con nosotros —concluyó.
Franco se quedó con Guillermina y los tres partieron rumbo a la bodega. Cuando llegaron, los empleados los saludaron de inmediato y Paula se cercioró de si su madre y compañía aún estaban ahí.
—Sí, señora, están en la cava —le dijo el capataz.
Bajaron por la escalera y, cuando estaban llegando, la cara de Alex se transfiguró.
—¡Bingo, mi amor! Por lo visto. yo voy a tener que aguantar a la francesa, pero a ti te va a tocar Gaby. ¡Claro, corrés con ventaja! Seguro que Gaby no se queda a dormir.
—Muy chistosa, pero no entiendo qué mierda hace ese idiota acá.
Pablo sintió el murmullo de ellos hablando y se dio la vuelta y los vio bajar.
—¡Paula, Alex! ¡Qué sorpresa!
—¡Hija querida, no puedo creer que estén acá! —Julia salió casi corriendo a su encuentro, se abrazó a su hija y la llenó de besos; luego la soltó, cogió a Alex por la cara y también lo llenó de besos—. Pero ¿por qué no avisaron de que venían?
—Queríamos sorprenderlos, mamá. —Pablo también se acercó a ellos, junto con Mariana, y se abrazaron.
—Pero ¡qué bronceados están! Todavía guardan un color muy caribeño —hizo notar Julia mientras tomaba distancia para mirarlos. Se acercaron hasta donde estaban los demás.
—Bonjour, Luc, Chloé.
—Bonjour, Paula —le contestaron a la vez, y la saludaron con dos besos. Alex también los saludó.
—Hola, Gabriel. —Ella se acercó y le dio un respetuoso beso en la mejilla.
—Hola, Paula, Alexander... —Gabriel le extendió la mano pero Alex se la dejó extendida, sólo le contestó de forma tosca con una inclinación de cabeza.
—Estábamos mostrándole a Luc y a Chloé la bodega y ahora íbamos para la plantación —dijo Julia rápidamente tratando de salvar el mal momento.
—Bueno, yo los dejo —se disculpó Gabriel.
—¡Pero si ibas a quedarte a comer un asado con nosotros...! —se quejó Pablo.
—Te lo agradezco, de verdad, pero mejor lo dejamos para otro día.
—Por mí podés quedarte, para mí no existís —le dijo Alex.
—Alex —le dijo Paula entre dientes.
—¿Qué? —se encogió de hombros mientras la miraba—. Acabo de decirle que para mí no existe, ¿que querés? Que le ruegue que se quede a comer, si quiere hacerlo que lo haga, no me interesa.
—Alex, Gabriel es mi invitado y mi amigo —intervino Pablo.
—Pero da la casualidad de que tu amigo quiere hincarle el diente a mi esposa... Pero no hay problema, cuñado, no te preocupes. Como veo que preferís a tu amigo, mi esposa y yo nos vamos. —La cogió de la mano y quiso irse.
—Un momento —le dijo Paula poniéndose firme—. Si yo puedo hacer el esfuerzo, vos también podés hacerlo.
Chloé hundió su mirada en el suelo, y Alex miró a Paula fulminándola.
—Vamos, Luc, Chloé. Sigamos recorriendo la bodega, vayamos a la embotelladora y luego a la plantación, acompañadme —los invitó Julia a que la siguieran.
Todos salieron de ahí y Alex y Paula se quedaron solos en la cava. El aire se cortaba de la tensión acumulada.
—¿Tanto te interesa que tu amiguito se quede?
—Alex, no seas irracional. Fue muy desagradable lo que le dijiste a Gabriel. ¿Cómo quedo yo frente a Luc? Además, no me olvido de que la zorra de Chloé, según vos, se te desnudó y la rechazaste.
—¿Qué? ¿Todavía tenés dudas sobre lo que pasó con Chloé?
—¿Debo tenerlas? ¡No soy yo quien se está comportando como una troglodita! Y creo que tendría motivos de sobra como para hacerlo.
—Si no lo estás haciendo es porque ella es la hija de la pareja de tu madre.
—Por eso mismo. ¿Sabés lo importante que es para ella que Luc y su hija estén acá? Es la primera vez que entra un hombre en esta casa desde que mi padre falleció. —Hizo una pausa—. Por supuesto que no me faltan ganas de mandarla a la mierda, porque, por más que Chloé me pidiera disculpas en París, no me olvido. Pero ¡lo intento, por mi madre, pero sobre todo por el respeto que merece nuestro amor! Para mí tampoco es fácil. ¿Sabés, Alex? Fue muy molesto que los demás se dieran cuenta de nuestras inseguridades.
Alexander se quedó mirándola con chispazos de fuego en sus ojos azules.
—¿Por qué guardás una tarjeta con su dirección?
—¿Qué?
—No te hagas la desentendida, Paula, la tenés en tu monedero.
—¿Anduviste hurgando en mi monedero?
—No, no anduve hurgando. La vi el otro día cuando me mandaste a buscar la tarjeta de Callinger. ¿Para qué la guardás? ¿Acaso pensás ir a visitarlo?
—¡Sos un... pelotudo, no es justo Alex! —Se puso a llorar—. Ni me acordaba de que estaba ahí, vinimos a contarles a mi familia nuestro embarazo y mirá con lo que me salís.
—Es que no soporto a ese tipo, sé perfectamente que te habló mal de mí en el aeropuerto.
—¡Ah, veo que tu soplón hizo muy bien los deberes aquel día! Bueno, pedile entonces que te relate el cuento completo, porque ese día, cuando él me habló mal de vos, saqué mis uñas para defenderte.
—Sí, pero aceptaste su tarjeta y aún la conservás.
—Sos insufrible, Alex, siempre querés tener la razón. ¿Qué tendría que haber hecho yo cuando llegamos y saludaste a Chloé como si nada? ¡Incluso acepté que le enviáramos una invitación a nuestra boda! ¿Vos habrías permitido que yo invitara a Gabriel? A mí también me duele lo de Chloé y encima me la tengo que tragar, porque tenemos negocios con ellos y, por si fuera poco, ahora mi madre tiene un asunto amoroso con su padre. —Paula se echó a llorar con verdadera congoja; entonces, Alex sacó las manos de sus bolsillos e intentó abrazarla—. ¡Dejame! No quiero que sientas lástima por mí, ya es suficiente la lástima que siento yo de mí misma.
—No es lástima, Paula, te amo, por eso me pongo así.
—Pero me hacés daño, no te doy motivos para que desconfíes de mí de esta forma.
—Lo sé, lo sé, no te angusties, te va a hacer mal a vos y a los bebés. No nos peleemos más. Es que yo sé que él babea por vos y no lo soporto, no aguanto que nadie te desee más que yo.
—Imaginate entonces la visión que yo tengo de ella desnuda frente a vos.
—Basta, Paula, no quiero que te angusties más. Vinimos a compartir con tu familia nuestra felicidad y mirá en lo que hemos terminado.
—No es culpa mía.
—Ya sé que no es culpa tuya, no llores más.
Volvieron a la casa. Los ánimos no estaban como para unirse al recorrido con los demás. Paula se dio un baño mientras Alex le hacía compañía a Exequiel, que estaba preparando un costillar en el asador. Habían decidido darse un espacio, para que a ambos se le pasara el enfado.
—Don Alex, sé que recién vienen de ahí, pero ¿no me acompañaría a la bodega? Me gustaría bajarle un vinito de la última cosecha de mi señor Bianchi a la niña Paula; ella siempre toma ese Malbec cuando viene y la verdad es que están tan altos que yo no me animo ya a trepar hasta ellos.
—Con gusto lo acompaño, pero le voy a contar un secreto que aún no sabe nadie: Paula esta vez no va a beber vino.
—¿Ah, no? —Exequiel se mostró apenado y no entendió mucho lo que decía Alex.
—Está embarazada.
—¡Oh, don Alex, qué gran noticia! —El viejo le palmeó la espalda y hasta lagrimeó un poquito—. Felicidades a usted también, quédese tranquilo que no voy a decir nada, tengo mi boca con siete candados, pero con más razón vayamos a por ese vino: la familia querrá brindar de manera especial cuando sepa la noticia.
—Vayamos, entonces.
—¡Ahora entiendo por qué vinieron sin aviso! —Alex le guiñó un ojo mientras subían a la camioneta—, en cuanto se entere mi mujer, se pondrá a tejer patucos.
A la hora de comer, todos habían regresado ya del recorrido y Alex fue a buscar a Paula, que estaba con su sobrina en la habitación de Sofía. Cuando entró, casi se desternilla de risa, porque estaban jugando a la peluquería y la niña había hecho estragos en el aspecto de su tía, que parecía el león de la Metro Goldwyn Mayer y estaba pintada como un payaso. Alexander intentó contener su risa, pues como las relaciones con la niña no eran muy buenas no quiso que pensara que se burlaba de ella.
—Permiso, ¿les falta mucho? Porque ya vamos a comer. Mi amor, ¡qué hermosa estás! Creo que deberías dejar que Sofía te maquillase y te peinase más seguido.
—¿Cierto que está hermosa, Alex?
—Sí, Sofi, realmente la dejaste más hermosa de lo que tu tía ya es. —Alex le guiñó un ojo.
—Pero yo aún no pude verme al espejo, Sofía no me deja hasta que no termine.
—Te juro que vas a quedar impactada cuando te veas.
—¿Estoy linda?
—Muy linda.
—¿Viste, tía? A Alex le ha gustado. Te lo dije, tenés que peinarte así para ir a la oficina.
—Sí, mi amor, creo que tenés que hacerle caso a Sofía y adoptar ese look. —Paula se acercó a Alex y le habló entre dientes.
—Suficiente, no la incites más que no me va a dejar sacar el maquillaje ni el peinado y voy a tener que ir a comer así.
—¡Oh! Yo creo, Sofía, que tu tía debe salir así y que todos vean lo bonita que la dejaste, ¿qué crees?
—Sí, tía, quiero que mi mamá te vea.
—Te mato. —Paula pellizcó la cintura de Alex mientras le hablaba en tono bajo.
—¡Ay, eso ha dolido!
En eso entró Mariana y fue la salvación para Paula.
—¡Ah, pero que le hiciste a tu tía! Parece el Joker de Batman.
—¿Verdad que está hermosa, mami? A Alex le gustó cómo le queda.
—Sí, hermosa, para suplir al payaso del circo del pueblo. Vayamos a lavarte las manos y la cara, que ya vamos a comer. Aprovechá, cuñada, y andá a hacer lo mismo.
Alex y Paula fueron hasta la habitación que siempre ocupaba ella cuando vivía ahí.
—¿Se te pasó el enfado? —le preguntó él abrazándola por detrás, mientras ella, frente al espejo, intentaba sacarse con una toalla desmaquilladora el emplaste que Sofía le había puesto en el rostro. Paula lo miró a través del espejo, pero no le contestó. Siguió con su tarea mientras Alex le besaba el cuello—. No me contestaste, ¿seguís enojada?
—Un poco.
—¿Y cuánto es «un poco»? —Le dio vuelta y la cogió por la cintura.
—Un poco es un poco.
—Depongamos esa actitud, Pau, no deseo seguir peleando. ¿Puedo decirte algo sin que te enojes aún más?
—Por supuesto.
—A ver, entiendo perfectamente lo que sentís por Chloé, porque siento lo mismo por Iturbe. —Ella quiso hablar—. Chis, en la cava yo te escuché y, cuando tuve que pedirte disculpas, lo hice. Ahora es mi turno. —Ella asintió levemente con una bajada de ojos—. Nena, sé que estás haciendo un gran esfuerzo por tu mamá y por el negocio, y creeme que yo también, pues desde que ocurrió lo de París, no deseo tener ningún tipo de relación con Chloé. Vos estás por encima de todo para mí y quien se meta con vos también se mete conmigo. Cuando recuerdo que pudo ser la causa de nuestra separación, me encolerizo. Ahora, dame un motivo por el cual tenga yo que aguantar a Iturbe y te juro que lo hago. ¿Qué pasaría si un día llegamos a casa de mis padres y resulta que mi madre y Amanda están de lo más felices con una de mis ex? O, mejor, no digamos «una de mis ex», porque el idiota ese nunca fue algo tuyo, ya lo sé —se corrigió antes de que ella lo hiciera—. Digamos, entonces, que llegamos a mi casa y está Audrey, ¿te gustaría encontrarla ahí sabiendo que me tiene ganas? ¿Cómo te sentirías si mi familia la tratase con pompa como si vos no existieras?
—Lo siento, pero mi familia no sabía que nosotros veníamos.
—No se trata de si veníamos o no. ¿Sabés qué? No soy estúpido, sé que tu hermano lo hubiera preferido a él a tu lado y no a mí, sé que no me perdona lo del disparo y me culpa por cada una de tus lágrimas y, en el fondo, lo entiendo. Pero lo que me da más rabia es que, en realidad, no sé si son sus propios pensamientos o los que Iturbe le mete en la cabeza.
—Paula, Alex. —Julia golpeó la puerta interrumpiendo la conversación.
—¿Sí, mamá?
—Permiso. —Asomó la cabeza por una rendija de la puerta antes de entrar.
—Pasá, mami. —Ella entró y los abrazó por la cintura.
—Alex, no quiero que te sientas incómodo en mi casa por ningún motivo. Me encanta que estén acá y ya le pedí a Gabriel que se fuera.
—No era necesario, Julia, no quiero que Pablo se disguste.
—Primero, sí era necesario; segundo, ésta es mi casa; y tercero, por más que mi hijo haya cargado a cuestas a esta familia, no puede arrogarse derechos que no le corresponden. Ahora, dejame decirte algo más: vos sos el esposo de mi hija y, por lo tanto, acá tenés los mismos derechos que Mariana.
Alex besó en la cabeza a su suegra.
—Gracias, Julia.
—No hay nada que agradecer. Ahora vamos a comer. Y vos —sentenció mientras miraba a Paula fijamente—, luego me vas a explicar por qué esa tirantez con Chloé, cosa que presiento desde que fuimos a París.
—No sé a qué te referís; será porque hemos tenido algunos encontronazos en los negocios, mamá. Tuvimos un par de intercambios de opiniones, pero, tranquila, nada que no pueda subsanarse. Me encanta que Luc esté acá, pero me pregunto una cosa, mami: ¿será que dentro de poco voy a tener que viajar a París cuando quiera verte?
—No sé, Paula, dicho así me da un poco de vergüenza, pero seguí tu consejo y lo estoy conociendo.
—¡Tonta! —Paula besó a su madre.
—Muy bien, suegra, déjeme decirle, como hombre, que usted todavía es muy apetecible. Ahora no se sonroje más y vayamos a comer ese costillar, que estoy muerto de hambre.
—Vayamos.
Salieron los tres abrazados.
Todos estaban sentados a la mesa mientras Exequiel servía el asado.
—Guille, ¿y los platos de ustedes?
—Exequiel y yo vamos a comer en la cocina, Julia.
—¡Ni lo sueñes, mujer, te traés los platos y comemos juntos, como todos los días!
—¿Cómo es eso, Guille, vengo a visitarlos y no querés compartir la comida conmigo? —le preguntó Paula.
—¡Ay, niña! ¿Cómo va a ser por eso? Sólo que mi viejo y yo queremos que coman en familia.
—Traé los platos y dejate de bobadas, Guille. ¿O pretendés que todos nos traslademos a la cocina? La mesa de allá no es tan extensa —le dijo Pablo mientras destapaba el Malbec y hacía ademán para servirle a Paula antes que a nadie, pero su hermana lo detuvo, puso la mano sobre la copa y le dijo:
—Gracias, Pablo, no voy a tomar vino.
—Pero es el que a vos te gusta, el de la última cosecha de papá.
—Lo sé, pero no puedo beber alcohol.
—¿Acaso han surgido complicaciones en tu salud por el disparo?
—No, tranquilo, estoy perfectamente, no se trata de eso. —Paula cogió de la mano a Alex y se dieron un beso, luego ella siguió hablando—: Estoy embarazada.
—¡Ay, no puedo creerlo! ¡Mi nena va a ser mamá! —Julia se levantó de su lugar y fue hasta donde estaba su hija para abrazarla con verdadero sentimiento. Pablo también se puso en pie y se acercó a Alex; le dio un abrazo afectuoso, le palmeó la espalda con fuerza y, luego, fue a buscar a su madre y a su hermana y las cobijó a ambas en un sentido abrazo.
—¡Felicidades, pendeja!
Todos se acercaron a saludarlos, incluso Luc y Chloé.
—¡Felicitaciones! Un bebé siempre es una bendición.
—Gracias, Chloé, realmente me siento muy bendecida.
Guillermina y Exequiel se mostraban también muy conmovidos. La que no parecía estar muy contenta era Sofía, pues otro bebé significaba menos protagonismo para ella. De todas formas, se acercó para darle un beso a su tía, incitada por su madre.
—Déjenme llenar las copas y brindemos —dijo Pablo y se ocupó de servir el vino para todos, menos para Paula—. ¡Brindo por mi primer sobrino!
—Hagamos un brindis doble —dijo Alex muy feliz—, porque esperamos dos bebés: estamos embarazados de mellizos.
—¡Dos! ¡Mierda, no saben lo que los espera! No es que quiera desilusionarlos, pero si uno no te deja dormir, ¡imagínense dos a la vez! —exclamó Pablo y la mesa estalló en festejos otra vez.
—Hija, ¿está todo bien? ¿Ya fuiste al médico?
—Sí, va todo perfecto. Me hicieron los primeros exámenes y todos salieron bien.
—No puedo creerlo, pero si hace poquito más de un mes estábamos con los preparativos para la boda.
—Para nosotros también fue una sorpresa. Paula estaba tomando anticonceptivos y se suponía que debíamos esperar unos meses más por la herida —añadió Alex.
—¿Y no hay riesgo para Paula? —preguntó Pablo alarmado.
—No, tranquilo, Pablín, ya fuimos a la consulta del cirujano y todo está en óptimas condiciones. Sólo debo cuidarme durante los primeros meses para no aumentar demasiado de peso, algo que, siendo dos bebés, va a ser más difícil, pero todo está perfecto. No tienen que preocuparse por nada, de verdad.
Había sido un día muy intenso. Por la noche, Alex y Paula se sentaron en la galería del fondo, en una tumbona. Mientras Alex le acariciaba la barriga a Paula, llegó Pablo y se acomodó a su lado. Traía una botella de vino y una copa para él y otra para Alexander, las llenó y le pasó una.
—Gracias.
—¿Disfrutando de la calma de la noche mendocina?
—Así es, hermanito.
—Parece que lo de mamá y el francés va en serio, salieron a caminar.
—No seas celoso, Pablo; Luc es una buena persona.
—No, si no digo lo contrario. Simplemente, me resulta extraño ver a mamá con alguien.
—Pero parece contenta —comentó Alex.
—Sí, mi madre está feliz, no puedo negarlo.
—Cuñado, creo que me voy a llevar unas cuantas botellas de este Chardonnay. Realmente me gusta mucho.
—Ésta es una de nuestras mejores cosechas de este vino. Mañana temprano te hago preparar unas cuantas para que se lleven.
—Gracias.
—Voy al baño, ya vuelvo —dijo Paula y desapareció dentro de la casa.
Se quedaron en silencio hasta que Alex decidió romperlo.
—No confiás en mí, ¿verdad? ¿No me creés digno para tu hermana?
—¿Por qué tendría que pensar eso?
—Me gustaría que me lo explicaras vos, porque realmente amo a tu hermana más que a mi vida. —Alex se sentó en la tumbona, se giró y quedó de frente a Pablo mientras buscaba sus ojos. Había decidido hablarle sin tapujos y decirle todo lo que pensaba de una vez. Bebió de su copa y continuó hablando—: ¿Qué es exactamente lo que te dijo Iturbe de mí para que tengas tan mal concepto de mi persona?
—No sé por qué creés que Gabriel tiene algo que ver con lo que yo pienso sobre vos. —Alex se rió con sorna.
—Sé que me ha investigado. —Se hizo un silencio entre ellos—. Pablo, antes de conocer a tu hermana, mi vida sólo se limitaba a trabajar y a acumular millones y conquistas. Nadie me interesaba más que para echarme un buen polvo y, por suerte, nunca me costó conseguir una mujer para llevarme a la cama. —Pablo hizo un rictus con la boca demostrando asombro—. Lo siento, quizá te suene presumido, pero así era yo, sólo usaba a las mujeres para saciar mi placer. Espero que no te ofendas por lo que voy a decirte, porque te hablaré de nuestra intimidad y quizá te choque. —Pablo lo escuchaba con atención—. Cuando conocí a Paula, ella no era diferente a las demás, no me costó llevármela a la cama. La llevé a la habitación del hotel donde estaba alojado y lo único que quería con ella era un buen revolcón y lo tuve. No se negó a nada, hice con ella todo lo que me apeteció. —Pablo lo miró con desprecio—. Lo sé, dicho así duele, pero te estoy hablando como te hubiera hablado el Alexander Masslow que llegó a Argentina por aquel entonces. Increíblemente, ninguno de mis trucos de seductor resultaron; tu hermana me puso patas arriba, rompió toda la estructura de mi vida; me dejó tambaleando desde el primer momento que estuve con ella y, cuando la volví a ver, supe que no iba a poder olvidarla. Ahora me doy cuenta de que tampoco quería hacerlo, pero entonces me sentía tan omnipotente e irresistible que quería convencerme de que lo único que buscaba con ella era volver a revolcarme porque el sexo había sido muy bueno. Pero ¿sabés qué? Ya me había enamorado. Sí, el presuntuoso Alexander Masslow había sucumbido a la inteligencia, la sencillez, la belleza y los buenos sentimientos de su empleada. Me costó reconocerlo, porque mi esencia quería luchar contra eso. Además, por esos días, aún me castigaba por no haber hecho feliz a mi exesposa, su muerte era un saco de piedras que cargaba sobre mis hombros y sentía que no era merecedor de dar amor a otra persona, ni de que me lo dieran. Sólo buscaba alivio sexual y pretendía vivir mi vida sin involucrarme sentimentalmente con nadie. Me creía tan macho, follándome a una mujer diferente cada vez, que estaba convencido de que lo lograría. Por eso, cuando hubo ese malentendido entre nosotros y Paula no quiso que le explicara lo de mi esposa, no la saqué de su equivocación y me fui, y le rompí el corazón sin importarme nada. Estaba asustado, en parte, por lo que ya vislumbraba que sentía por ella. —Tomó un sorbo de su copa—. ¡Idiota de mí! La dejé destrozada acá y yo también me estaba destrozando por no tenerla. Lloré noches enteras recordándola y no me avergüenzo de decírtelo, ¿sabés lo que hice? Me compré su perfume y, por las noches, rociaba mi almohada para creer que la tenía a mi lado. Por eso, cuando la recuperé, ese mismo día le entregué un anillo de compromiso, porque ya no concebía mi vida sin ella. Tu hermana es la persona con la que quiero vivir y compartir el resto de mis días. Mi mundo empieza y termina en Paula. Me duermo haciendo esfuerzos para no hacerlo, porque la amo tanto que temo no despertar y dejar de verla. —Respiró hondo y miró al cielo antes de continuar—: Cuando Paula recibió ese disparo, creí que me moriría, y no es solamente una frase hecha, te juro que me sentí morir y me asusta este estado, porque a veces entiendo que dependo mucho de ella. El otro día, cuando hicimos el test de embarazo y dio positivo, volví a morirme de miedo. Si el médico no me hubiese garantizado que ella estaría bien con este embarazo, no hubiese permitido que continuara con él.
»Pablo, me acuesto pensando en su bienestar y me levanto con ello en mi mente. Tuve una vida sexual muy activa antes de estar con ella, pero eso se ha terminado, porque sólo la necesito a ella. Tu hermana me complementa y es todo para mí.
Paula llegó de forma inoportuna cuando Pablo estaba a punto de hablar.
—¿Charla entre cuñados?
—Una muy buena charla entre cuñados —sentenció Pablo.
Paula se sentó en las piernas de Alex, le retiró el pelo de la frente y se la besó.
—¿Saben que ustedes dos son los hombres más importantes de mi vida?
—¡Uf, menudo rival me tocó! —bromeó su hermano.
—No, Pablín, rivales nunca. Cada uno ocupa un lugar muy importante e irremplazable en mi corazón. —Ella estiró su mano y la enlazó a la suya.
—Estás cambiada, Pau, te veo afianzada.
—Soy feliz, Pablo. La felicidad nos hace diferentes, el amor cambia a las personas.
Miró a Alex y le besó la punta de la nariz.