Capítulo 16

FALTABA poco más de un mes para la boda y ambos intentaban continuar con sus vidas y, aunque las pesadillas nocturnas de Paula habían regresado, no eran tan habituales.

Durante el día, estaban abocados al trabajo y a las entrevistas para concretar los últimos detalles de la fiesta.

La relación entre ellos era perfecta: cada día se entendían mejor, el amor crecía y la pasión parecía no poder ni querer apagarse.

Aunque eran inseparables, cada uno se responsabilizaba de sus obligaciones laborales. Se acercaba la inminente inauguración de Mindland en Francia y eso significaba que Paula debía ausentarse del país. Si bien, en cierto momento, pensaron en hacer ese viaje juntos, los compromisos de Alex en la empresa lo impidieron.

Paula y Alex estaban abrazados en la penumbra, iluminados sólo por las luces que se colaban por los ventanales de la habitación.

Al día siguiente, ella viajaba a París, aunque no lo haría sola; se iba con Bárbara y con su madre, que volaría hasta la Ciudad de las Luces directamente desde Buenos Aires.

La actividad laboral de Paula le iba a impedir estar en Nueva York el día en que tenía pactada la entrevista con los diseñadores que confeccionarían su vestido de boda. Dado que ya casi no quedaba tiempo para nada, Paula decidió comprar su vestido en París. Resolvería allí todo lo que le había quedado pendiente, sin cambiar siquiera de firma, puesto que también tenían una sede allí. De paso, aprovecharía para elegir el resto del ajuar. Le hubiese encantado que Mariana y Amanda la acompañaran, pero sus sobrinos habían pillado la varicela y su cuñada no podía dejarlos solos. Amanda, por su parte, tenía un congreso en Vancouver donde le habían propuesto ser una de las principales oradoras.

—Hum, voy a extrañarte; sabés que no puedo estar mucho tiempo sin tu cuerpo.

—Serán pocos días. —Él la apretaba contra su pecho.

—Sos mi medicina, Paula, cuando me pierdo en vos, se disipa todo mal.

—¡Decime que me amás! Me encanta cerrar los ojos y que me lo digas de cerca y sentir las cosquillas de tu aliento.

—Te amo, mi amor.

Se perdieron entre besos y caricias y se amaron interminablemente. Alex entró una y otra vez en ella, devorando su cuerpo, sintiéndose dueño absoluto de cada una de sus sensaciones. Paula sabía que sólo ella podía hacerlo vibrar así. Alcanzaron el éxtasis, lograron el encantamiento mágico y la unión perfecta. En pleno orgasmo, sus sentimientos se volvían profundos y únicos; el fuego los abrasaba y los transformaba, durante unos instantes, en un solo ser. Aquella noche, hicieron el amor dos veces, a modo de despedida, porque necesitaban que esas caricias quedaran grabadas en sus cuerpos durante unos cuantos días.

El jueves, Alex tenía una reunión muy importante a la hora en que partía el vuelo, así que no pudo acompañarlas al aeropuerto. En su lugar, fue su padre que, para entonces, ya estaba casi por completo alejado de la empresa.

—¡A punto de embarcar, mi vida! ¡Te amo!

Alex recibió un whatsapp de Paula, se disculpó unos minutos y salió de la sala de juntas para llamarla.

—Nena, no vas a irte sin oír mi voz. ¡Te amo, preciosa! —le dijo él en cuanto ella atendió.

—¡Yo también! —le respondió ella. Bárbara también se acercó al teléfono.

—Adiós, hijo, la cuidaré muy bien. —Paula puso el iPhone en la oreja de su futura suegra.

—Besos, mami, disfruten mucho. Me encanta que te vayas con Paula.

—¡Qué hijo tan celoso tengo!

—No es por eso, confío plenamente en mi mujer. Lo digo porque me encanta lo bien que se llevan ustedes dos; eso me hace enormemente feliz.

—Lo sé, era un chiste, Alex. A mí también me colma el alma la relación que tengo con esta preciosidad. —Le acarició el carrillo a Paula—. Te la paso para que puedan hablar unos minutos más.

Siguieron despidiéndose, diciéndose bobadas y enviándose besos hasta que Alex consideró que debía regresar a la reunión. Además, habían vuelto a llamar a los pasajeros del vuelo por megafonía.

El sábado fue la inauguración de Mindland. Se abrían las tres tiendas parisinas a la vez, pero la ceremonia central y más rimbombante se llevaba a cabo en el local de Saint-Honoré.

Luc Renau y Paula se habían conocido por videoconferencia, así que en cuanto entraron en el local el empresario y ella se saludaron.

—Señorita Bianchi, es un placer; por fin, podemos conocernos en persona.

—Lo mismo digo, Luc; aunque, si mal no recuerdo, nos tuteábamos. ¿No quedamos así en nuestro último contacto vía Skype?

—Cierto, Paula, tienes razón.

—Te presento a la señora Bárbara Masslow, mi futura suegra y la madre de Alexander.

—Un placer, madame. —El francés cogió su mano y se la estrechó con muchísima caballerosidad.

—Y ella es mi madre, Luc.

—Julia Terranova, encantada. —July le extendió su mano mientras se presentaba.

—Bienvenidas a París, espero que disfrutéis de la ciudad.

—Sin duda, así lo haremos —contestó Julia con vehemencia—. Además de la inauguración de Mindland, hemos venido a buscar el vestido de novia de Paula.

—Por cierto, Paula, nos llegó la invitación a la boda. Muchas gracias por tenernos en cuenta a Chloé y a mí para compartir ese momento.

—Esperamos que podáis venir.

—Es muy posible que vaya, esta semana te lo confirmaré; sin embargo, la que lo tiene un poco complicado con la fecha es mi hija. —Paula respiró aliviada al oír eso, pues habían hecho la invitación sólo por cumplir con el protocolo. Aunque tanto Alex como ella esperaban que Chloé no tuviera la desfachatez de asistir—. Ocupémonos ahora del negocio, Paula, quiero presentarte a los empresarios que han venido. Hay algunos amigos inversores que estarían interesados en abrir filiales de Mindland en España, en concreto en Madrid.

—¡Oh, por supuesto, Luc! Cuidemos el negocio, quizá el domingo podrías invitarnos a almorzar y mostrarnos un poco la ciudad, si no estás ocupado.

—Será un placer pasearme por París con estas tres bellas damas. Despreocupaos, yo me encargo de todo, os sorprenderé —dijo el francés mientras fijaba sus ojos en July. Luego se alejó con Paula.

—Amiga, el francés te acaba de echar el ojo —le susurró Bárbara a Julia en cuanto se quedaron solas.

—¡Bárbara, estoy un poco mayorcita para eso!

—¡Para el amor no hay edad, July! Acordate de lo que te contó Paula en el hotel: él también es viudo, y encima es muy buen partido, ¿o me vas a decir que no es atractivo?

—Dios, me muero de vergüenza, Bárbara, ¡estoy acá con mi hija! Además, ya te conté que, después de enviudar, no volví nunca a estar con otro hombre.

—¡Porque estás loca, mujer! Con lo atractiva que sos, te consagraste al celibato. Por otro lado, estoy segura de que tu hija nos habló del estado civil de Renau con doble intención. Tenemos que revertir tu situación, July, debemos encontrarte un buen compañero.

—Ni lo sueñes, no estoy en subasta —afirmó Bárbara clamando al cielo.

Casi al final del evento...

—Paula, ahí llega Chloé. —Luc le hizo señas para que los localizara y se acercara. Pero no venía sola, estaba entrando de la mano de un hombre. Paula le hizo una rápida radiografía a la francesa; tenía una figura escultural y aparentaba ser una auténtica devoradora de hombres, tal como la había imaginado.

—Hola, papá, he venido directamente desde el aeropuerto, así que espero no tener muy mal aspecto. Por suerte, Damien fue a buscarme; si no, no hubiese podido llegar a tiempo.

Su padre la cobijó en su abrazo y le dio un beso en la sien. Paula, al verla de cerca, sintió más rabia todavía. Su inmensa belleza le causó una punzada de ira y los celos se apoderaron por completo de ella al recordar lo sucedido en la suite de Alex, meses atrás.

—Hola, Damien —saludó Luc de forma cordial y con un abrazo.

—Supongo que tú debes de ser Paula, ¿no?

—Hola, Chloé, supones bien. —Le extendió la mano, pero la francesa se acercó y le dio un beso en cada mejilla.

—Te presento a Damien Duval, mi novio.

Paula se puso contenta al saber que ella no estaba sola, pero, de todas formas, la conversación fue un tanto incómoda.

—Julia Terranova, mi madre, y Bárbara Masslow, mi futura suegra.

Se saludaron con dos besos y Damien estrechó la mano de ambas.

—Vaya, has venido muy bien acompañada; veo que Alex te mandó con guardaespaldas.

—No, nada de eso —le replicó Bárbara, percatándose de la ironía en la voz de la francesa—. Mi hijo confía plenamente en esta belleza, están muy enamorados y no existen desconfianzas entre ellos.

Paula le sonrió con dulzura y su futura suegra le hizo una caricia en el mentón. Lo que Paula no sabía era que Amanda, cuando se había enterado de que su madre viajaría a París con ella, la había puesto sobre aviso de lo ocurrido meses atrás con Chloé. «¡Zorra, tomá, chupate esa!», pensó Bárbara satisfecha mientras le ofrecía una sonrisa de lo más falsa.

—Sucede que, aparte de venir por negocios, he decidido comprar mi vestido de novia. Bárbara y mi madre me acompañan porque deseo hacerlas partícipes de este momento tan importante para mí; por eso las he invitado.

Paula se aferró a la cintura de su futura suegra, que la abrazó cariñosamente, y se sintió feliz al demostrarle el vínculo que tenían.

Luc parecía no darse cuenta de la tirantez de la situación: ese hombre estaba tan contento con la inauguración y tan obnubilado con la madre de Paula que todo el resto había pasado a un segundo plano. Julia no terminaba de comprender muy bien el porqué de tan antipáticos comentarios; notaba la tensión en la voz de Paula, pero tampoco pudo prestar demasiada atención, pues la mirada constante y la conversación de Renau la tenían un tanto nerviosa.

Como quedaba poco rato para que la inauguración se acabara, Luc invitó a Damien, que era un abogado muy reconocido en París, a que lo acompañara, pues deseaba presentarle a algunas personas. Se excusaron brevemente y se alejaron, dejando a las mujeres solas. Chloé aprovechó entonces y, disculpándose frente a Julia y la madre de Alex, llevó a Paula a un rincón. Ella aceptó, aunque bastante incómoda.

—Te debo una disculpa. —Paula no le contestó, pero Chloé siguió hablando—: Me he portado como una verdadera zorra y, aunque no me creas, te aseguro que no soy así. Estaba muy mal anímicamente. Damien me había abandonado, habíamos roto y, aunque Alex jamás me dio pie a que yo creyera que podíamos tener algo más... Yo estaba tan mal que vi en él a un hombre tan caballeroso y atractivo, para qué negarlo... —Su discurso era inconexo; las palabras le fallaban en la disculpa y parecía apenada—. ¡Qué puedo contarte que tú no sepas! Lo siento. Quiero decirte que me tomé libertades que no me correspondían y te pido perdón. Paula, sé que enviarte esa foto fue algo muy bajo, pero cuando lo hice estaba en pleno ataque de estupidez irracional. Me sentí rechazada, y por aquel entonces todo me salía mal; lo lamento, me siento muy avergonzada, sólo espero que puedas aceptar mis disculpas.

—Disculpas aceptadas —contestó Paula con sequedad.

—Quiero decirte, además, que Damien es la persona que amo. Lo que intenté con Alex fue una gran estupidez y debo reconocer que sólo lo probé porque quería darle su merecido a mi novio y demostrarle que yo podía olvidarlo. Él nos había visto juntos por casualidad y quise que pensara que... Bueno, mejor no te explico nada más porque tengo miedo de empañar más todo este embrollo. En realidad, Alex siempre se comportó de forma muy correcta conmigo; nuestro trato, por su parte, siempre fue muy profesional.

—Gracias por la aclaración, Chloé, aunque no hacía falta. En realidad, cuando Alex me lo explicó, todo me quedó más que claro, cristalino. Nuestro amor es muy grande y la confianza que nos tenemos es infinita.

—Me alegro mucho, Paula, y me quitas un gran peso de encima, porque cada vez que recordaba mi estupidez me sentía muy afligida. Estuve incluso tentada de llamarte, pero no quería seguir faltándote al respeto. Yo sabía que hubieras preferido que no estuviera aquí hoy, pero me fue imposible mantenerme alejada, pues mi padre está muy ilusionado en Mindland y me rogó que asistiera a la inauguración. —Paula cerró los ojos asintiendo—. Una cosa más y no te robo más tiempo: gracias por la deferencia en la invitación a la boda. Puedes estar tranquila, porque no iré; será mi padre quien vaya en representación de la empresa.

—Si lo deseas, puedes venir con tu pareja y no habrá problema. Tu actitud de hoy habla muy bien de ti y, además, tendremos que seguir haciendo negocios, así que estaría bien que fuéramos subsanando nuestras diferencias, en pro del trato comercial que nos confiere.

—Gracias, lo pensaré, pero no quiero que el día más feliz de tu vida te sientas incómoda con mi presencia. Espero que mientras estés en mi país lo pases muy bien y que encuentres un vestido muy especial para tu boda.

—Gracias, Chloé.

Tras la inauguración, todos se fueron a cenar, menos Chloé, que se disculpó poniendo como excusa su cansancio por el viaje.

A media manzana de Saint-Honoré, estaba la tienda de Pronovias donde Paula había elegido comprar su vestido. En la página de Internet de esa firma comercial, había visto algunos modelos que le encantaron y concertó una cita. Llegaron puntuales y la gerente las recibió a las tres. Paula pidió ver de inmediato los tres modelos que más le habían gustado y, cuando se los probó, no era capaz de decidirse. Bárbara y Julia estaban tan emocionadas viéndola vestida de novia, que no paraban de abrazarse y llorar, y tampoco eran muy objetivas. Finalmente, con la ayuda de la vendedora, y cuando su madre y su suegra se serenaron, logró tomar una decisión.

El domingo por la mañana, Paula alegó que le dolía la cabeza y que prefería no salir. Bárbara también se disculpó aduciendo que iba a aprovechar para visitar a una amiga que vivía en la ciudad, aunque la realidad era otra: ambas se habían confabulado para no ir a la comida con Renau, dado que el francés había expresado sus intenciones con claridad y había llamado a Paula por teléfono para decirle que no se lo tomase mal, pero que estaba interesado en su madre.

—¿Luc, me estás pidiendo permiso?

—No, Paula, sólo deseo ser sincero. Tu madre me gusta y me parece una mujer superinteresante. Sólo necesito su permiso para las intenciones que tengo, pero como tú y yo tenemos un trato comercial, no me gustaría que las cosas se mezclaran y, por eso, he preferido poner las cartas sobre la mesa.

—Pues adelante, Luc; mi madre es mayor de edad y ella decide sobre su vida.

—En ese caso, ¿podría pedirte que buscaras la forma de que viniera sólo ella a la comida del domingo? —Paula sonreía en silencio al otro lado de la línea telefónica.

—Veré qué puedo hacer, Luc, a veces hay que darle un empujoncito al destino. Te paso un dato útil: mi madre, por encima de todo, ama el buen humor de las personas. Dicho esto, te deseo suerte.

Julia no quería saber nada de ir sola a la comida.

—¡Mamá, no podemos dejarlo plantado! Andá vos, por favor, ¿qué tiene de malo? Yo prefiero quedarme acostada acá o el viaje de esta noche será un suplicio; no logré conciliar el sueño por la migraña.

Bárbara había quedado con una amiga y, como era su último día en París, no tenía posibilidad para arreglar otro encuentro.

Finalmente, Julia accedió y Luc Renau la pasó a buscar por el hotel para ir a almorzar.

—Espero no resultarte atrevido —le dijo el francés saliendo del restaurante—, pero considerando que esta noche os vais, me gustaría decirte que me encantaría que nos volviéramos a ver. Lo he pasado muy bien en tu compañía, Julia, tanto en la cena anterior como en esta comida.

—Gracias, Luc, yo también he disfrutado, pero, a nuestra edad, tu proposición suena un poco fuera de lugar.

—¿A nuestra edad? Perdón, Julia, pero creo que para los sentimientos no hay edad. Eres una mujer bellísima.

—Gracias —respondió ella y bajó la mirada, mientras paseaban por los jardines del Trocadéro, tras haber almorzado en la Torre Eiffel.

Luc sacó su móvil y le hizo una fotografía por sorpresa. Julia sonrió y posó para él con cierta timidez.

—Un pajarito me ha contado que para conseguir enamorarte tenía que hacerte reír, pero cada vez que te ríes, el que se enamora soy yo.

—¡Luc, qué vergüenza! ¿Acaso Paula...? —Él le guiñó un ojo, se aproximó a ella, la abrazó y la besó. Julia le siguió la corriente titubeando, pero era imposible ocultar que ese hombre la atraía.

—Lo siento, no pude contenerme. Quiero seguir viéndote, Julia, aunque, en realidad, me encantaría que prolongaras este viaje para que pudiéramos conocernos mejor.

—Debo regresar, pero tengo que confesarte que también me encantaría poder conocerte más profundamente.

—En ese caso, ¿por qué no dar rienda suelta a esta historia? —le dijo el francés y volvió a besarla.

—¡Me siento una quinceañera, Luc! Desde que enviudé no he estado con nadie y ya no recordaba cómo era sentirse así.

—Me ocurre lo mismo. Me quedé viudo hace tres años y, en todo este tiempo, ninguna mujer me ha provocado esta atracción que siento por ti.

El coche de alquiler que las iba a llevar al aeropuerto las aguardaba en la puerta del hotel. Las tres mujeres estaban en el vestíbulo.

—Tranquila, mamá, no te sientas mal por la decisión que acabás de tomar. ¿Sabés? Me hace muy feliz que hayas optado por quedarte unos días más.

—Debo confesarte que me da un poco de vergüenza, hija mía.

—¡Fuera esa vergüenza, mami! ¡Animate a ser feliz! Realmente te lo merecés. Quizá Luc no sea el indicado, o tal vez sí, pero si no lo intentás nunca lo sabrás. ¡Vamos! ¡Arriba ese ánimo! Te juro que me voy pletórica dejándote acá, en París. —Le guiñó un ojo, la besó y después de despedirse, ella y Bárbara salieron del hotel rumbo al Charles de Gaulle.