Capítulo 20
AUNQUE el lugar era tentador para quedarse día y noche en él, el resto de las jornadas no pararon. Había tantas actividades para hacer que no querían privarse de nada. Por otra parte, Alex había planificado todo muy bien. Durante el día, salían y disfrutaban de las atracciones de la región y, por la noche, no paraban de amarse y de entregarse a esa pasión descontrolada que anhelaba sin saciedad la fusión de sus cuerpos.
Les quedaban dos días allí y luego partirían hacia un nuevo destino, así que decidieron prepararse para disfrutar de la sorpresa de la jornada. Alexander había reservado una travesía en velero. A bordo, se dejaron llevar, a la velocidad del viento tropical, por las aguas azul turquesa hacia las playas naturales del mar de Cortés. En el trayecto, avistaron delfines, que parecían atraídos con la estela de la embarcación. Saltaron un rato sobre ella, ofreciéndoles un espectáculo fascinante, hasta que finalmente se alejaron cansados. El velero se detuvo mar adentro, en una zona propicia para tirar el ancla, y Alex, entusiasmado, animó a Paula a hacer snorkeling. Ella nunca lo había probado, pero como no podía negarse a nada que él le pidiese, aceptó gustosa.
—Confiá en mí y nos lo pasaremos genial. Además estaré a tu lado y no permitiré que te pase nada, verás que te encantará. —Alex mojó bien su pelo y se lo echó hacia atrás. Le pasaba las manos con entusiasmo y, como siempre que se ponía a hacer algo, su cara de concentración era un poema. Con ahínco, le despejó el rostro y, luego, hábilmente le colocó la máscara—. Tranquila, mi amor, respirá un poco por la nariz, así provocás que se adhiera a tu piel y quede bien sellada. Ahora relajate para poder disfrutar mucho más. —Ella asentía con la cabeza, entregada a su experiencia, mientras él, con conocimiento, le ajustaba la correa en la parte ancha de la cabeza—. ¿La sentís demasiado ajustada?
—No, está bien ahí.
Luego le colocó el tubo, asegurándose de que estaba en buena posición, junto a la parte delantera de la oreja. Después, la ayudó a ponerse las aletas.
—Bueno, ahora colocate la boquilla en la boca y practiquemos la respiración. Tratá de respirar por el tubo. —Paula, como una buena alumna, hizo todo como Alex le indicaba—. Bien, bonita, ¿ves qué sencillo? —Ella asintió y él volvió a quitarle la boquilla—. Lo mismo será cuando tu cara esté sumergida bajo el agua, te juro que te sentirás igual.
—Sí, parece fácil.
—Lo es, mi amor —le aseguró y la besó—. Por último, cuando patalees, hacelo desde la cadera. ¿Te animás a probarlo? —Paula asintió de nuevo, así que Alex se colocó su equipo con rapidez y se lanzaron al agua—. Bien, primero, hasta que te acostumbres a respirar, lo haremos sólo con el tubo fuera del agua y disfrutaremos de la vista hacia el fondo. Cuando me indiques que te sentís confiada, nos sumergiremos y entonces contendrás la respiración. Luego saldremos para volver a respirar, pero no levantarás tu cabeza hasta cerciorarte de que has vaciado bien toda el agua del tubo, ¿de acuerdo? Soplarás bien fuerte para expulsarla y, si hemos visto algo que nos ha interesado, no dejaremos de mirarlo, porque, si no lo vigilamos, se nos perderá. Respiraremos unas cuantas veces más y volveremos a sumergirnos para seguir contemplando lo que nos había gustado. Sólo descenderemos unos poquitos metros; así que tranquila: el aire con el que puedas llenar tus pulmones, te alcanzará de sobra, ¿me entendiste? ¿Querés preguntarme algo?
—No, creo que he entendido todo, quiero probar ya.
—En ese caso, ponete la boquilla y aventurémonos. Abajo nos hablaremos con señas, dame la mano, no te soltaré.
Paula, fascinada, no quería salir del agua, y no paraba de sacar fotografías y de filmar.
—¡Me encanta, Alex, me encanta! —Se impulsaban con las aletas en el agua mientras se abrazaban y se besaban.
—Ah, ¡me alegra mucho que lo estés disfrutando! Cuando regresemos a Miami, perfeccionaremos tu técnica y te prometo que iremos a bucear.
Después de la aventura, se tendieron en las tumbonas sobre la cubierta del velero para disfrutar del sol. Se tomaron unas bebidas bien heladas y, entre besos y caricias, comieron unos aperitivos de camarón, ceviche, tacos y guacamole.
Luego, Paula se puso a revisar lo que había filmado en el fondo del mar y, al rebobinar la cinta, se encontró con una filmación que no sabía que existía. Se ruborizó de inmediato y Alex notó su cambio de expresión.
—¿Qué pasa? —Ella se cubrió la boca y dejó escapar una risita—. ¿Qué, Paula? —insistió él. Paula le pasó la cámara para que Alex viera las imágenes y, en cuanto las miró, volvió sus ojos hacia ella, su mirada se oscureció y su entrepierna comenzó a latir.
La joven se acercó a su oído mirando la pantalla junto a él.
—Señor Masslow, por lo que puedo ver, cuando dejó la cámara en la mesilla de noche olvidó apagarla. Tengo la sensación de que estaba usted muy desencajado a la mañana siguiente de nuestra noche de bodas y hasta me atrevería a decirle que perdió su autocontrol.
Alex sonrió y le dijo muy bajito:
—Nena, tu cara era un primor; acepto que me descontrolé un poco, pero vos también estabas bastante perdida, mi vida. —Se quedaron mirando las escenas en que ellos eran los protagonistas durante un rato y luego Alex la miró fijamente a los ojos y le habló en un tono casi marcial—: Bajá al camarote y esperame en el baño.
Paula dudó un momento, pero se sintió tentada por la propuesta de su esposo, así que sonrió con picardía e hizo lo que él le pedía.
Alexander no tardó demasiado. Ella lo esperaba expectante, con su corazón latiendo desacompasado por la ansiedad. De pronto, oyó unos golpecitos en la puerta y Paula abrió para que entrara.
—Alex, está toda la tripulación arriba en la cubierta. Se darán cuenta. No sé si hemos hecho bien en venir aquí.
—Están todos muy entretenidos, tranquila. Vamos, nena, lo haremos rápido.
Con premura la giró, le corrió el biquini y le acarició su hendidura. Paula estaba húmeda: era obvio que la filmación también la había excitado a ella. Sin pérdida de tiempo, Alex se bajó el bañador y la penetró; él también estaba sólido y preparado para enterrarse en ella. Se hundió de una estocada y comenzó su vaivén, al mismo ritmo que el oleaje que mecía al velero. Alex se aferró a sus caderas mientras se movía cadencioso y se bamboleaba sin parar. Después de unas cuantas idas y venidas, Paula giró su torso para que él se apoderase de su boca, y él la besó carnal y desesperadamente. De repente, apartó sus labios, le dio una palmadita en la nalga y le dijo entre dientes:
—Levantá la pierna sobre el inodoro, nena, quiero entrar más profundo en vos.
Así comenzó una despiadada intromisión que perseguía el rápido alivio para ambos.
—¿Te gustó vernos follando? —le preguntó él.
—Fue muy excitante, Alex, me encantó mucho vernos en esa intimidad. ¿Y a vos?
—¿No se nota, nena, cuánto me gustó? Me puso loco verme perdido en vos, y sólo deseé volver a estar así, enterrado en tu sexo. —Hablaban entre susurros.
Alex se movió unas cuantas veces más hasta que ambos se corrieron, se guardaron los gemidos para sí y apretaron los dientes cuando consiguieron el ansiado orgasmo. Cuando la adrenalina del momento se pasó y Paula reflexionó un poco, se sintió un poco avergonzada.
—Mi amor, tranquila, somos recién casados. De todos modos, te prometo que nadie se dio cuenta, aunque te juro que esta gente debe de estar más que acostumbrada.
—Si me decís eso, no voy a poder salir de este baño.
—Venga, nena, fue muy lindo. Además, es tarde para arrepentimientos y soy tu esposo, mi vida. —Le guiñó un ojo—. Como en Lupa, ¿sí?, primero salgo yo con mi mejor cara de póquer y después vos. Te amo, nena.
Alex subió a cubierta y, después de unos minutos, lo hizo Paula. Volvieron a tumbarse al sol, cogidos de la mano; a ratos, se miraban con complicidad. Pasaron el resto del día relajados con los sonidos balsámicos del océano de fondo. Divisaron ballenas jorobadas y se deleitaron con el atardecer más bello que jamás habían imaginado contemplar. Los tonos rojizos y dorados en el cielo inundaron el ambiente y el sol desapareció lentamente en el horizonte, hasta casi quitarles el aliento por la belleza del momento.
Durante su última tarde en Los Cabos, fueron a Todos Santos, un pueblecito que originalmente había sido una misión y plantación jesuita, y donde en la actualidad había emplazada una comunidad artística, con galerías y tiendas diversas. Allí compraron joyería de plata hecha a mano, candelabros de hierro forjado y algunos tallados en madera que a Paula le habían gustado, entre otras cosas típicas de la región.
Por la noche, Alex la dejó elegir, así que, entusiasmada, ella optó por ir a un club nocturno. El Pink Kitty era un nightclub vip al mejor estilo de Las Vegas, donde bebieron un poquito de más: tequilas, mojitos y champán; sin duda, una mezcla vigorosa.
—¡Bailemos, esta canción me encanta! —Ambos estaban de muy buen humor y se habían divertido mucho con la salida.
Alex se levantó para complacerla y la llevó hacia la pista, donde disfrutaron al ritmo de Blurred Lines, el tema de Robin Thicke con T. I. & Pharrell. Como siempre, él se movía con sensualidad y la hacía bailar de manera sinuosa a ella también.
—Nena, me calentás si movés el culo de esa forma. —Paula sonrió pícaramente y continuó bailando. Cuando la canción terminó, ella se aferró a su cuello en el medio de la pista y le plantó un escandaloso besazo en la boca.
—¡Cómo me gustan tus besos, Alex!
—¿Te gustan mucho?
—Demasiado. —Volvieron a besarse.
—Vamos, Paula, regresemos al resort. Te aseguro que lo que tengo ganas de hacerte en este momento, acá es imposible.
—¿Y qué tenés ganas de hacerme? Contame, quiero saber si es un plan mejor que quedarnos en este nightclub.
Él la miró y se rió licencioso, luego se acercó a su oído.
—Para empezar, voy a darte muchos más besos, porque recién me dijiste que te gustaban.
—Pero eso también podemos hacerlo acá.
—Sí, pero tengo planeado quitarte toda la ropa mientras te beso y, además, prometo que no dejaré ni un solo rincón de tu cuerpo sin lamer.
—Hum, eso sonó muy tentador, aunque aún no me convence, señor Masslow. Siga explicándome, inténtelo un poco más, pues sé que su imaginación es muy creativa.
Alex volvió a reírse, le mordió los labios y volvió a acercarse para hablarle.
—Voy a enloquecerte entrando y sacando mis dedos de tu vagina, mientras te doy mordisquitos en el clítoris; sé que eso te gusta. —Paula abrió los ojos como platos y le plantó un beso.
—Debo reconocer que eso ha sonado irresistible, incluso, ha provocado que me latiera la vagina con fuerza.
Alex miró a todos lados y, cubriéndola con su cuerpo, tomó su mano y se la puso sobre la bragueta.
—Estoy muy duro, Paula, quiero follarte, quiero meter mi pene en vos y contonearme sin parar hasta que lleguemos juntos al orgasmo.
—Definitivamente, creo que me ha convencido, señor Masslow. Accederé a irme con usted.
Se devoraron con un beso húmedo e impetuoso y luego se retiraron de la disco.
Llegaron al resort riéndose y hablando en voz un poco alta para la hora que era.
—¡Chis! —la regañó Alex mientras la dirigía agarrada por la cintura.
—Señor Masslow... Alex, creo que no debiste dejarme que bebiera tanto, pues no puedo parar de reírme y me siento un tanto volátil. —Cuando no se carcajeaba uno lo hacía el otro y Paula arrastraba un poco las palabras—. Si seguimos riéndonos de esta forma nos van a echar antes de tiempo por romper la tranquilidad en Las Ventanas. Vamos a tener que dormir en el aeropuerto, esposo mío.
—Creo que yo también bebí de más. Por Dios, qué manera de reírnos, me duele cada músculo de la cara de tanto hacerlo. Hablá bajito o nos van a echar en serio.
Cuando entraron en la residencia, tropezaron y fueron a parar de narices al suelo; otro motivo más para reírse durante un buen rato. Se desternillaron de risa hasta tal punto que se quedaron revolcándose en el piso y cogiéndose la barriga.
—Creo que estoy un poco borracha, Alex.
—Yo también, tomamos demasiado tequila.
De pronto, la risa se transformó en pasión y comenzaron a besarse. Alex le pegó un puntapié a la puerta y sus manos deseosas reptaron por el cuerpo de Paula. Se ayudaron a despojarse de la ropa y terminaron haciendo el amor en el suelo.
Se despertaron con un fuerte dolor de cabeza. Paula ni recordaba cómo habían ido a parar a la cama. La resaca era tremenda, pero nadie podía quitarles lo bailado. Después de desayunar, partieron hacia el aeropuerto, donde los esperaba el jet que los llevaría al próximo destino.
El viaje fue corto; llegaron a Nayarit y se alojaron en el hotel Saint Regis, uno de los más exclusivos de la zona, construido en la parte natural de Punta Mita. Al entrar, Paula se quedó fascinada por la armonía que emanaba del lugar.
—¡Alex, esto va in crescendo! ¡Otro paraíso, mi amor!
—Sólo deseo que jamás olvides nuestra luna de miel, quiero agasajarte con todos mis sentidos. —La abrazó y la besó mientras le hablaba sobre los labios—. Mi hermosa esposa sólo merece lo mejor.
—Vos sos lo mejor, mi cielo, ¡lo mejor de mi vida!
Después de comprobar la reserva, los acompañaron hacia la habitación que Alex había elegido, la Suite Presidencial. Era un espacio voluptuoso, que combinaba a la perfección y con un gusto exquisito el arte provenzal con el mexicano. Las texturas utilizadas creaban un entorno sumamente distinguido. La suite estaba ubicada en una villa privada y les ofrecía una vista panorámica y extraordinaria de la playa, un espectáculo fenomenal para disfrutar del maravilloso romance de su luna de miel. Tenían una terraza privada con piscina, jacuzzi y ducha al aire libre, y un servicio personalizado de mayordomo. El entorno natural donde estaba ubicado el hotel era hermosísimo: el mar, la playa, la vegetación, los atardeceres con los pelícanos, cada detalle que sus ojos podían captar era inolvidable, como los días que iban a pasar allí.
Estaba cayendo la tarde y Alex se sentó a hablar por teléfono con Jeffrey. Aprovechando que Paula se estaba dando una ducha, decidió llamar a su hermano para ver cómo evolucionaba el asunto de la demanda.
—Tranquilo, Alex, dejá de preocuparte y disfrutá de tu luna de miel. Cuando regreses, hablamos. Te aseguro que no tenés que preocuparte más de la cuenta. Esto lo hicieron sólo para joderte la vida, pero no pueden conseguir nada.
—¿Me estás diciendo que puedo quedarme realmente tranquilo?
—Hermanito, confiá en mí, sabés que si existiera algún motivo de preocupación no te lo ocultaría.
—Jeffrey, ponete en mi lugar, no puedo dejar de angustiarme. No deseo tener esos hijos. Estoy convencido de que fecundar esos óvulos fue la estupidez más grande que hice en mi vida. Ahora sé que jamás amé a Janice y un hijo debe venir al mundo rodeado de amor y no en estas circunstancias.
—Tranquilo, no hay jurisprudencia alguna en el estado de Nueva York que avale el nacimiento de esos embriones. Tus exsuegros quieren molestarte y utilizaron eso porque no sabían de qué otra forma hacerlo. Sólo intentan fastidiarte, aunque ellos también saben que no llegarán a nada. Pretenden no dejarte en paz, sobre todo porque no pudieron seguir disfrutando del «paquete social Masslow». Vos, mejor que nadie, sabés que esto siempre se movió por dinero. Alex, no les des el gusto de tenerte en un sobresalto continuo, disfrutá de tu vida, de tu esposa; el resto es pura banalidad.
—Lo sé, Jeffrey, pero necesitaba oírlo de tu boca. Hasta ahora, sólo habían sido amenazas, pero tener esa citación en la mano minutos antes de salir de luna de miel me desestabilizó; no me lo esperaba y menos del modo en que lo hizo. Te juro que Rose se arrepentirá de ese acoso y de meterse con Paula, que nada tiene que ver en este asunto. Te aseguro que me voy a cobrar con creces el hecho de que le haya enseñado esa foto a Pau.
—Alex, hermano, entiendo que necesitaras hablarlo con alguien y que me llamaras por eso, pero no le hagas caso a esa perra que sólo quiso opacar tu felicidad. Esa mujer es una resentida, no la tengas en cuenta, no vale la pena. Enterrá tu pasado de una vez, Alex. Paula merece que lo hagas.
—Te juro que lo intento y sé que Paula merece que lo haga, pero esa infeliz no me deja continuar con mi vida.
Estaba tan ensimismado en la conversación con su hermano que no oyó que ella se acercaba, hasta que notó que sus brazos se aferraban a su cuello. Alex estaba sentado en el sofá de la terraza y Paula no había podido evitar oír la conversación. Empezó a besarlo sin parar, mientras él terminaba de hablar. Después de que él se despidiera, dio la vuelta, se acurrucó en su regazo y hundió la cara en su cuello para inspirar con fuerza ese olor que la fascinaba.
—No quiero que te preocupes, no quiero enterarme de que algo te angustia de ese modo y que no lo compartís conmigo.
—Lo siento, no quería transmitirte mi malestar.
—¿Por eso esperaste a que me metiera en el baño? ¿Para qué yo no escuchara? —Lo cogió por el rostro.
—No quiero que te angusties más de la cuenta, Paula.
—Tus preocupaciones son las mías, Alex, ahora somos esposos. —Lo besó con ternura—. Debemos compartir todo, lo bueno y lo malo, eso nos prometimos cuando recitamos nuestros votos. Mi amor, analicemos juntos la situación.
—¿Qué querés que analicemos?
—Todo, hagámoslo de la misma forma que procedemos cuando analizamos juntos un negocio.
—No es necesario.
—Sí lo es, ¿recordás la conversación en Miami?
—Sí, la recuerdo bien.
—Bueno, entonces dijimos que confiaríamos el uno en el otro para aliviar nuestros pesares.
—Pero no quiero mezclarte en esto.
—¿Y cómo creés que no voy a involucrarme si te amo tanto? Decime, ¿cómo vas a hacer para dejarme de lado, si vos y yo convivimos a diario? ¿De qué método te valdrás para ocultarme lo que leo con claridad en tus ojos?
—Te amo, nena, te amo con toda mi alma y lamento mucho este sinsabor.
—Yo también lo lamento, Alex, pero ¿sabés qué? Estos sinsabores que nos tocó afrontar nos ayudan a que nos unamos más. Debés tranquilizarte, mi amor. Ahí están los contratos firmados por Janice, y ella estaba en perfecto uso de sus facultades mentales cuando lo hizo. Además está todo dentro del marco legal, ¿no es así? —Él asintió—. Entonces, pensemos en positivo. —Paula le acarició la frente para borrar las arruguitas que se le habían formado cuando adoptaba ese rictus de preocupación. Le pasó los dedos por la frente una y otra vez hasta que él se relajó—. Sin embargo, también estaría bien que contempláramos el peor escenario, pues es una posibilidad que no debemos dejar de considerar. Juntos es más llevadero todo, mi vida, ¿no te parece? —Alex esbozó una mueca y asintió con su cabeza—. Supongamos que ellos lograran forzarte a dar tu consentimiento para que ese bebé naciera. Bueno, después de todo, sería tu hijo o hija y yo lo querría de igual forma, porque llevaría tu sangre. Y estoy segura de que vos también llegarías a quererlo, porque tu alma es muy generosa. Una vez te dije que te quería completo, con todo lo que viniera con vos.
—Entiendo lo que estás intentando decirme y te lo agradezco; sé que tus sentimientos son buenos, de eso no tengo dudas. Yo también sé que lo querrías y que yo acabaría dándole mi amor; soy consciente de que no estás hablando por hablar, pero no es tan sencillo, Paula. Nuestra vida se convertiría en un verdadero fastidio con Rose cerca de nosotros. Creeme, vos no la conocés, esa mujer es una arpía. Nos pondría pleitos y nos mortificaría por cualquier cosa; sería una situación que, a la larga, podría acabar desgastando nuestra pareja. Por otra parte, ella no se conformaría sólo con ese nacimiento; estoy convencido de que después me llevaría a juicio por la custodia y nos haría la vida imposible. Rose busca dinero y no se quedaría satisfecha sólo con tener un nieto que adorar, como quiere hacernos creer ahora; iría a por todas, pretendería criarlo y no permitiría que vos lo hicieras. Lo que ella desea, de verdad, es tener acceso a mi dinero; lo único que le importa es acceder a determinado estilo de vida.
—¿Tan desmedida es su ambición? ¿No creés que quizá lo haga sólo por tener un pedacito de su hija?
—Rose no tiene sentimientos, Paula. El nacimiento de Janice fue, para ella, el pase a una vida medianamente acomodada. Mi exsuegra tuvo una hija para poder casarse y Audrey nació para que ella pudiera cobrar una herencia. Esa mujer jamás amó a sus hijas. No sabés lo perra que es; es fría, calculadora, hace y deshace con todo lo que tiene alrededor. Las personas son objetos para ella. Mi exsuegro es un pelele sin carácter que sólo hace lo que ella le ordena y que permitió durante toda su vida que su esposa dilapidara su dinero en apariencias. Mi excuñada... ésa es otra zorra, bastante parecida a su madre, que si hubiera podido, se habría acostado conmigo para quedarse embarazada. En determinado momento de mi vida, en que Rose se dio cuenta de mi desequilibrio emocional, también me intentó controlar y yo casi accedí a esto que hoy pretende por los tribunales. Es por ese motivo por el que no se conforma, porque una vez estuvo a punto de conseguirlo; en cierto momento, me manipuló de tal forma, Paula, y me hizo sentir tan culpable por la muerte de Janice, que sólo creía que podía redimirme cediendo a todo lo que su madre me pedía. Pero, por suerte, reaccioné a tiempo y me di cuenta de lo que en realidad pretendía.
—Tranquilo, no te angusties. Sólo fue una pregunta, necesito saber bien a qué debemos atenernos.
—Paula, mi amor —empezó a decir Alex y le dio un sonoro beso—, en todo esto, lo más importante para mí, lo más válido y el único motivo real y fehaciente es que no deseo ser padre de un hijo de Janice. No quiero tener un hijo con una persona que murió hace más de dos años, no lo deseo y, es más, creo que nunca lo quise. Si puedo evitarlo, lo haré. Cuando accedí a esa fecundación, sólo tenía en cuenta su enfermedad y, en mi afán por hacerla sentir bien, no pensé en mí y en lo que verdaderamente anhelaba. Por eso permití que fecundaran esos óvulos con mis espermatozoides; sé que es una opción un tanto controvertida, pues esos embriones, aunque estén congelados, significan una vida en suspenso, pero para mí no tenía un valor emocional especial, sólo eran procedimientos de criogenia. Sólo ansío tener hijos con vos, Paula, no voy a permitir que esos embriones nazcan.
Finalmente lograron distenderse y decidieron comer en la suite. Por la noche, se entregaron a sus besos y abrazos sanadores.
Al día siguiente, fueron a practicar surf. Se habían levantado muy temprano para trasladarse hasta El Anclote, un paraje frente a los condominios de Punta Mita que le habían recomendado a Alex como el sitio ideal para un principiante, teniendo en cuenta que Paula jamás se había subido a una tabla. El oleaje allí era suave, lento y largo.
Llegaron a las playas y se vistieron con los trajes de neopreno. Alex le ató la cuerda al tobillo y, con paciencia, comenzó a explicarle. Tras indicarle varias veces cómo moverse, se internaron en el mar. Sin embargo, para Paula fue muy frustrante al principio, pues hasta le resultaba difícil mantenerse sentada sobre la tabla. Después de un rato, lograron remar hasta el lugar donde rompían las olas
—No lo conseguiré, mi vida, creo que esto no es para mí.
—Vamos, Paula, sí lo lograrás. Prestá atención a cómo coloco mis manos para ponerme de pie. Debés situarlas muy planas y sin cogerte de los bordes, así. —Alex lo hacía parecer muy fácil, pero cuando ella lo intentaba, no le salía y terminaba tumbándose y, por consiguiente, cayéndose al agua; el esfuerzo estaba resultando agotador—. Mirá mis piernas. Te parás y apoyás ambos pies en la tabla. ¿Ves cómo flexiono las rodillas y tiro ligeramente el torso hacia adelante? Venga, intentalo ahora.
—No voy a poder, mi amor.
—Vamos, bonita, sí podrás, juntos lograremos todo. Descansemos un rato y volvamos a intentarlo después.
Alex la tenía asida por la cintura y flotaba por los dos. Luego la ayudó a trepar a la tabla para que se recostara y descansar un poco más. Al final, con mucha paciencia y tesón, Paula lo logró y pudo alcanzar su primera ola de pie. El ejercicio de compartir ese deporte era fascinante, pero Alex se había quedado con ganas de coger una buena ola, así que hizo unas rápidas averiguaciones y se trasladaron hasta Sayulita, a sólo veinte minutos de donde se encontraban. Allí llegaban con fuerza y parecía un lugar muy divertido, con un ambiente excelente.
Paula se quedó en la playa haciendo fotos y grabando en vídeo las habilidades de su hombre. Después de haber pasado todo el día en la playa, por la tarde, regresaron al hotel exhaustos.
Allí, por más que el día hubiera sido muy intenso, hicieron el amor en el jacuzzi y, luego, por la mañana, antes de partir, volvieron a repetir en la ducha, de donde salieron empapados para llegar al éxtasis final en la cama.
—Lo estamos mojando todo.
—No importa, Paula, nada importa. Sólo quiero saciar esta sed que tu cuerpo me provoca.
Alex estaba perdido en el cuerpo de su hermosa esposa. La había colocado en todas las posiciones posibles. Primero en el baño, donde habían conseguido un orgasmo increíble, y cuando estaban a punto de secarse, un casto beso desembocó en otro desmedido y la pasión volvió a aflorar en ellos. Se perdieron el uno en el otro, de forma incansable. Alex volvió a enterrarse en Paula, hasta que ella lo tendió de espaldas en la cama y, mientras trepaba hasta su sexo y se apoderaba de su boca, lo hizo llegar a un éxtasis que lo hizo enloquecer. Alex gritó y rugió como nunca, con el último aliento expelió su nombre y eyaculó temblando, consumido y aferrado a sus nalgas.
El tiempo pasaba a toda velocidad. Ellos parecían no tener descanso. Alex había planeado una luna de miel en la que nada quedara al azar; cada día estaba proyectado a la perfección. Habían llegado ya a la mitad del viaje y se trasladaban hacia Mérida, un lugar con mucha historia.
—En breve aterrizaremos, Paula, éste será el único tramo de la luna de miel en que estaremos alejados de la playa, pero, habiendo venido a México, me parecía imposible obviarlo; los tesoros arqueológicos de esta ciudad son maravillosos.
—Tu decisión me parece perfecta, mi amor. Todo lo que vos decidas sé, sin duda, que es lo mejor; confío plenamente en vos.
Llegaron a la hacienda Xcanatún, que estaba situada a tan sólo cinco minutos de la ciudad de Mérida, en la carretera a Progreso, y a sólo diez kilómetros del centro histórico. Cerca de allí, había diversos atractivos turísticos: emplazamientos arqueológicos, playas y ciudades coloniales que también tenían pensado recorrer.
En la hacienda, los aguardaban con un recibimiento muy cálido y personalizado. Los invitaron con unos margaritas y, de inmediato, les mostraron las instalaciones. Tras un breve recorrido por el lugar, los acompañaron hasta la Master Suite para que pudieran acomodarse y refrescarse.
El encanto de lo antiguo y la comodidad de la modernidad hacían de esa lujosa habitación, con acabados y materiales naturales y exquisitos, un lugar de ensueño que los transportó a principios del siglo XVIII. Alex y Paula estaban fascinados con el lugar, que a ella le hacía recordar mucho a la vida en la plantación. La hacienda estaba emplazada en un enclave muy silencioso, rodeado de una espesa vegetación. En definitiva, aquél era un ambiente idóneo para desconectar de la vida cotidiana de la ciudad y disfrutar de la naturaleza; ideal para sumirse en su mundo propio, el que habían creado juntos y en el cual no les hacía falta más que su mutua compañía.
La primera noche, cenaron en el restaurante una combinación perfecta de comida francesa y caribeña que Alex y Paula disfrutaron de pleno. Mimosos, románticos y muy atentos el uno hacia el otro, intercambiaron tiernas cucharadas en la boca. Paula había pedido, como plato principal, frijoles con cerdo, una receta tradicional de Yucatán; Alex, en cambio, probó los chiles en nogada, otra especialidad típica de la cocina mexicana. Después de cenar, decidieron caminar por los jardines, abrazados y seducidos por la belleza del paisaje y la pasividad del lugar. Regresaron a la terraza privada de la habitación un poco más tarde y se recostaron en una de las hamacas.
—Hum, me encanta el rumor de los insectos en la noche, me recuerda a Mendoza.
—Cuando hice la reserva en Xcanatún, me imaginé que te gustaría, porque yo también lo relacioné con el ambiente de tu tierra. Sinceramente, eso fue lo que me hizo decidir; a punto estuve de reservar plaza en un hotel de la ciudad.
—Qué bien que no lo hicieras, porque me atrae mucho este lugar, me fascina el contacto con la naturaleza; además, ya estuvimos en muchos hoteles. —Se besaron acariciándose la espalda. Ambos tenían las manos metidas bajo la ropa del otro y sus palmas zigzagueaban con ternura sobre su piel.
—Blue eyes, no me sonrías así que estamos afuera. Mi amor, si metieras en este momento tu mano bajo mi tanga te aseguro que podrías saber el poder que tiene tu sonrisa. —Él se pegó a su cuerpo, y le apoyó su sexo para que ella lo notara.
—Mirá lo que tu boca me provoca, nena, ¿sentís lo duro que me ponés?
—Alex, quiero que siempre sea así entre nosotros, es lo que más me gusta de nuestra relación: esta atracción física. Además, quiero que el profundo amor que siento por vos nunca se acabe. ¿Sabés? Antes siempre hablaba con Maxi, bueno, no es un secreto para vos que con él hablábamos de todo, incluso de sexo, y yo siempre le refutaba cuando él me argumentaba que el sexo es una de las cosas más importantes en una pareja. Uno puede sentir cariño hasta por su mascota, pero la atracción sólo sirve cuando la piel te llama. Ahora entiendo lo que él pretendía explicarme; tu piel me atrae, me estremecés tan sólo con rozarme, me excitás cuando te reís y lo que más me asombra es la manera en que puedo expresarte esto que siento.
»Transformaste mi vida en todos los sentidos, Alex, a tu lado me desinhibí por completo; descubrí en mí a una persona que no sabía que existía. Al principio de nuestra relación, cuando pensaba en esto, la atracción física incluso me asustaba. En cambio ahora, deseo que todo sea siempre así, no quiero que sólo permanezca el afecto y que nos acostumbremos a estar al lado de la otra persona; no ansío eso para nosotros. Deseo que vivamos cada día como el primero, porque así es como me hacés sentir cuando estoy entre tus brazos. Para mí, cada vez es como la primera vez que me hiciste tuya.
—Mi amor, yo anhelo exactamente lo mismo. Cuando estoy entre tus brazos me enamoro nuevamente de vos. Cuando te miro, dejo de razonar, me paralizás. Tu piel es como un bálsamo para mí, tenerte y poseerte es todo lo que necesito. No tomes a mal lo que voy a decirte, pero es imposible no comparar. Estuve con muchas mujeres, Paula, pero jamás sentí con nadie lo que siento con vos, lo nuestro va mucho más allá de todo. ¿Sabés? A veces pienso... ¿Cómo explicarte? Creo que el hombre es más carnal que la mujer; ustedes cuando conocen a alguien son más platónicas, pero el hombre lo único que espera, en un primer momento, es satisfacer sus instintos animales. Con vos, eso se une al estremecimiento que me provoca el solo hecho de que me mires, me hables o me dediques una sonrisa. Yo tampoco quiero que nuestra relación cambie, me encanta cómo nos complementamos en todo, hasta en el trabajo. Y en la cama, ¡uf!, nena, cada vez que hacemos el amor encontrás una manera nueva de sorprenderme. Siempre lo noto diferente, cada día confirmo que podés hacerme sentir más y más intensamente. —Alex la besó y Paula se perdió en la danza de sus lenguas. Después, Alex añadió—: No veo la hora de que pasen esos diez meses que dijo Callinger que debíamos esperar para tener un bebecito.
—Yo también sueño con eso, ¿te imaginás? ¿Vos y yo papás? ¡Oh, Dios! Escuchar sus ruiditos y ponerlo a dormir en medio de ambos.
—Bueno, eso no sé. Después se acostumbran y, la verdad, es que en la cama sólo te deseo para mí. No sé si eso estoy dispuesto a compartirlo.
—¡Celoso! —Alex le mordió la barbilla—. ¿Serás un padre consentidor, Alex?
—Supongo que sí, pues creo que me enloquecerá tanto como vos; creo que tampoco podré decirle a nada que no.
—Alex, quiero que lleguemos a viejitos juntos.
—Yo también lo deseo, mi amor.
—Prometeme que, cuando surjan inseguridades, siempre vamos a intentar superarlas.
—¡Eso es obvio! ¿Qué ocurrencia es ésa?
—Es que seguro surgirán complicaciones, Alex, porque, aunque hace un tiempo que estamos muy bien, aflorarán conflictos. La vida no es siempre color de rosa, ésa es la realidad.
—Pero espero que, por ahora, no surja ninguno. Me gusta mucho estar así con vos y anhelo que los problemas sólo sean provocados por cosas cotidianas de convivencia que podamos superar con facilidad.
—Prometeme que si alguna vez se acaba nuestro amor, jamás nos engañaremos, que siempre nos diremos las cosas de frente —le pidió ella.
—¡Paula, recién acabamos de casarnos y estás pensando en que se puede acabar el amor! ¿Tan poco amada te sentís por mí? ¿Tan poco es el amor que sentís por tu esposo?
—No, mi amor, no es eso. Tu amor es tan enorme como el mío, sólo que no sabemos qué vueltas puede dar la vida. Yo me casé con vos para amarte por toda la eternidad, pero ¿cómo predecir el futuro? Sólo te pido que jamás me engañes, no podría soportar un golpe tan bajo por tu parte.
—Paula, te amo y sé que así voy a sentirlo toda la vida. ¿Por qué esos miedos? Quiero que mi amor te dé seguridad.
—Así lo siento, Alex. No hay lugar donde me encuentre más segura que junto a vos y entre tus brazos. Es más, mirándome como lo estás haciendo ahora, me siento la mujer más afortunada. Pero deseo ser realista y no descartar nada de lo que podría ocurrirnos.
—Jamás voy a engañarte, Paula. Jamás podría faltarte tanto al respeto, nunca más pasarás por esa humillación y, menos, por mi culpa. Mi vida, te lo prometo. —Puso los ojos en blanco y prosiguió—: Y no es porque vaya a creer que nos va a pasar, pero si alguna vez se termina nuestro amor, antes de estar con otra persona, te lo diré de frente.
—Gracias. Yo también... —Le tapó la boca con un beso.
—No me lo prometas, porque para mí no cabe la posibilidad de que nuestro amor se termine.
Se besaron con pasión y, en ese instante, desde otra habitación, empezaron a oírse los acordes de una canción que ambos se quedaron escuchando abrazados:
Es poco decir que eres mi luz, mi cielo, mi otra mitad.
Es poco decir que daría la vida por tu amor y aún más.
Ya no me alcanzan las palabras, no, para explicarte lo que siento yo.
Y todo lo que vas causando en mí, lo blanco y negro se vuelve color y todo es dulce cuando está en tu vos y si nace de ti.
Te voy a amar y hacerte sentir que cada día yo te vuelvo a elegir.
Porque me das tu amor sin medir, quiero vivir la vida entera junto a ti.
—¿Sabés quién canta? —preguntó Alex.
—¿Te gusta?
—Me parece una letra muy emotiva y, además, creo que resume de forma increíble todo lo que acabo de decirte.
—¿Qué sorprendente, no, que después de la charla que acabamos de tener suene este tema? Quien la canta es Axel, un cantautor argentino, y la balada se llama Te voy a amar.
Se quedaron mirando mientras la letra seguía.
—Es poco decir que en un beso tuyo siempre encuentro mi paz —recitó Alex; era la última estrofa de la canción.
Se acercó despacio para salvar la mínima distancia que los separaba, le acarició el mentón, le delineó los labios con el dedo y, al final, le mordisqueó el labio inferior y le lamió la boca pidiéndole entrada. Su lengua pulposa la desarmó por completo y Paula accedió. Alex se apartó ligeramente para admirarla en ese estado: estaba con los ojos cerrados y la boca entreabierta. Entonces Paula abrió los ojos y lo miró; la respiración de ambos había cambiado y, sin poder dilatar más el momento, se entregaron a la caricia sanadora del beso, al lametón que sus lenguas se regalaban con pasión.
—Vamos a la habitación, haceme el amor, Alex. Adorame con tu cuerpo como hacés cada noche, dame todo lo que estoy deseando.
Él le volvió a atrapar los labios, se bajó de la hamaca y la ayudó a levantarse. Cuando se tendieron en la cama, Alex intentó serenarse, pero la desesperación que se apoderaba de él era difícil de contener. Le quitó la ropa, se quitó la suya y se enredaron en la cama con urgencia, acariciándose, besándose y rozándose. La cogió del pelo y tiró su cabeza ligeramente hacia atrás para poder chuparle el cuello. Perdido en su piel, la lamió y la enloqueció con la lengua; ella estaba aferrada a su musculosa espalda e intentaba, con la respiración entrecortada, tomar bocanadas de aire que le permitiesen nutrir de oxígeno los pulmones. Él trazó un camino con la boca hasta su pecho. Paula notaba el calor de su aliento en la piel y la ansiedad le carcomía el alma y hacía que su vientre palpitara.
—Te amo, mi amor; te amo, bonita —le decía Alex mientras le daba chupetoncitos en los senos.
Cogió un pezón con la lengua y lo rodeó una y otra vez, lo atrapó entre los dientes y la observó. Paula se arqueaba abstraída. Alexander la aturdía y Paula comparaba sus sensaciones con lo que había experimentado entre otros brazos, pero no existían palabras suficientes para describir las vibraciones que Alex le provocaba. Antes de él, jamás se había sentido así. Rodó sobre él y se subió a horcajadas, inclinó su cuerpo y lo besó con lujuria y apremio mientras ondeaba su sexo sobre el de él. Alex la seguía, agarrada por la cintura, y la aprisionaba contra su piel. En aquel momento, invadido por el deseo, bajó su mano y cogió su sexo dirigiéndolo a la entrada de su vagina, tomó impulso y se enterró en ella. Paula tensó sus músculos y se conmovió ante la intrusión, apretó los ojos con fuerza porque no quería perderse ninguna de las sensaciones que su cuerpo experimentaba. Se sintió volar, levitar, su cuerpo estaba más receptivo que nunca.
—Look at me, look at me always. I need you, I need to see it in your eyes that you caused [Mírame, mírame siempre. Que necesito, necesito ver en tus ojos lo que te provoco] —le pidió él.
—Alex, you are my downfall! [¡Alex, eres mi perdición!] —A Alex le encantaba que ella le hablase en inglés cuando hacían el amor; lo hacía estallar—. Estoy muy caliente.
Alexander la empezó a embestir alocadamente, aferrado a su cintura y totalmente descarriado.
—I need you, I love you too, baby, you’re my doom too! [Te necesito, yo también te quiero, pequeña. Tú también eres mi perdición.]
—No aguanto más, Alex, voy a correrme.
—Dale, bonita, hacelo, dejame mirarte así perdida y entregada.
Paula llegó al orgasmo y su cuerpo se sacudió, tembló y la hizo bramar de pasión. Alex seguía acometiéndola y castigándola con su sexo; movía su pelvis y se enterraba en ella una y otra vez. Paula comenzó entonces a comprimirlo de nuevo, se apoyó en su pecho, le clavó las uñas y lo miró fascinada, se inclinó y le mordió el labio, mientras le decía:
—¡Gracias, mi amor, tengo otro orgasmo!
—Lo sé, nena, lo estoy sintiendo; me encanta verte así.
Alex apretó los dientes, resopló y gruñó de forma ronca y varonil; cerró los ojos con fuerza y se abandonó mientras eyaculaba. Se entregó a la pasión y luego abrió los ojos otra vez, para encontrarse con los de Paula, que lo miraban extasiada y orgullosa, a sabiendas de que era ella la causante de ese placer. Alex contuvo la respiración mientras dejaba que las más brutales sensaciones se abrieran paso a través de su carne.
Se levantaron para ir al baño y luego se acurrucaron juntos en la cama. Alexander la abrazaba por detrás y le hablaba extenuado con un hilito de voz:
—Mañana nos espera un día largo, iremos a visitar Chichén Itzá.
—Hum, tengo entendido que hay muchísimas historias y mitos en esa zona. Pienso enviarle muchas fotos a Maxi y a Mauricio, para que envidien el lugar donde estoy.
—Dormí, porque necesitaremos estar energéticos para hacer todo el recorrido.
—Si no tengo fuerzas, vos serás el único culpable, me agotaste haciéndome el amor.
—Me encanta extenuarte de esa forma —dijo, y le besó la nuca.
Al día siguiente visitaron la zona arqueológica y exploraron las maravillas del mundo maya que aún permanecían en pie allí. Recorrieron la imponente y majestuosa pirámide del Kukulcán, descendieron por la pasarela, admiraron la belleza natural del Cenote Sagrado, se deleitaron con las leyendas referidas por el guía y escucharon con atención todas las explicaciones acerca de la intrigante construcción que se conoce como «el Caracol». La jornada siguiente la pasaron en Celestún. Salieron muy temprano para ver amanecer por el camino y poder apreciar los cientos de flamencos que exponían sus plumajes rosados a orillas del río. Era un espectáculo inolvidable que, sin duda, guardarían en sus retinas para siempre.
—¿Conocías todo esto, mi amor?
—Habíamos venido en un viaje familiar, pero Amanda y yo éramos muy pequeños. Sólo recuerdo lo que he visto en las fotografías que mamá guarda de ese viaje. De adulto, estuve en DF, en Cancún y en Playa del Carmen.
—O sea que sólo el último tramo de nuestro viaje será conocido para vos.
—En cierta forma, porque ahora he planeado un itinerario diferente. Sinceramente, cuando fui a Cancún me dediqué sobre todo a conocer la noche y el descontrol.
—Mejor no me cuentes más, prefiero no saberlo.
Alex la besó.
Era su penúltimo día en Mérida y habían previsto un viaje hasta la isla Holbox, donde realizarían un tour y se embarcarían en una lancha para bucear junto con tiburones ballena. Paula no estaba muy convencida de esta última parte y después de ver el tamaño de semejantes animales, mucho menos.
—No, no —decía con pavor—. Cariño, creo que no voy a atreverme a bajar con semejante monstruo en el agua. Es demasiado grande, estoy asustada, Alex.
—Vamos, Paula, no seas miedosa, es muy seguro. Viste los vídeos que nos mostró Raúl —se refería al guía e instructor—. Además, él nos acompañará, ¿verdad?
—Por supuesto, yo estaré con ustedes en todo momento. Anímese, señora, le aseguro que será una experiencia inolvidable y que, cuando termine, sólo querrá volver a pasar por ella. El señor Alex me dijo que estuvieron haciendo snorkeling en Los Cabos y que le gustó mucho. Le aseguro que esto es mucho más emocionante; no dará crédito al subidón de adrenalina que notará.
Al fin, entre ambos lograron convencerla.
—Definitivamente, meterse en el agua con un tiburón ballena es de locos, Alex.
—Chis, tranquila, si no te sentís segura regresaremos, no quiero que hagas nada de lo que no vayas a disfrutar realmente, Paula. Pero, mi amor, te aseguro que es un animal inofensivo y que les gusta la compañía humana como a los delfines. Sabés que jamás te pondría en peligro.
—Lo sé.
—¿Querés que volvamos a subir a la lancha?
—No, vamos, ya estamos acá, hagámoslo. Ya nos metimos en el agua, pero no me sueltes la mano, por favor.
—Tranquila, señora, sólo nos acercaremos hasta donde usted quiera. De todas formas, la distancia mínima es de dos metros.
—¡Oh, Dios! ¿Dos metros le parece una buena distancia? ¡Yo quiero estar a mil metros de ella! —Alex y Raúl se carcajeaban.
—¿Confiás en mí, bonita?
—Siempre, mi amor, por eso estoy metida en el agua en este momento.
—Bien, entonces intentemos relajarnos y respiremos hondo. Dame un beso, ¿creés que eso te calmará un poco?
—Seguramente.
Raúl tenía razón, Paula se había enloquecido con aquella experiencia y sólo pensaba en volver a realizarla.
—¡Dios, Alex! Gracias por animarme a hacerlo.
—A mí también me encantó, fue algo único. ¡Qué subidón, madre mía!
—Alex, no puedo creer todas las cosas que has organizado para que hagamos juntos.
Esa noche Paula cayó rendida en la cama muy temprano, mientras Alex se tomaba un mojito en la terraza. Luego entró y se quedó mirándola dormir; estaba desvelado, así que se sentó junto a la ventana y aprovechó para enviarle algunos mensajes con fotos a su madre. Desde donde estaba, podía contemplar el sueño reparador de Paula y se sintió afortunado de poder observarla así, serena y reposada. No pudo resistir la tentación de acercarse y se desvistió para meterse en la cama y embriagarse con su olor. Se puso frente a ella y la abrazó por la cintura; entonces, Paula se acurrucó en su abrazo. Él se quedó mirándola embelesado, hasta que el ritmo sosegado de su respiración lo embriagó y se durmió.
Alexander se despertó antes que ella. Tenía todo planeado y estaba ansioso, se vistió a hurtadillas y, cuando estaba terminando, oyó que golpeaban a la puerta y se apresuró para que Paula no se enterara. Era muy temprano, estaba amaneciendo, y él recibió el desayuno que había pedido en la habitación.
—Vamos, bonita, es hora de despertarse.
—¿Qué hora es, Alex? Tengo sueño y estoy cansada, creo que nadar con tiburones me dejó sin fuerzas.
—Lo sé, mi amor, es muy temprano, pero hoy es nuestro último día en Mérida y tengo una sorpresa muy especial para vos.
Que Alex hubiera dicho «sorpresa» era suficiente para que ella se despabilara. Después de desayunar con abundancia, y confiada a donde él la quisiera llevar, se vistió con rapidez y partieron.
A mitad de camino, Alex frenó la camioneta que había alquilado y le cubrió los ojos con un pañuelo de seda púrpura.
—¿Falta poco para que lleguemos? —preguntó ella intrigada.
—Estamos a mitad de camino, aún falta.
—Entonces, ¿por qué me cubrís los ojos desde ahora?
—Porque no quiero que veas los carteles; si no te darías cuenta de adónde vamos y realmente quiero sorprenderte. Además, me costó mucho conseguir esto. —Después de un rato, Paula volvió a insistir.
—No llegamos más, Alex, ¿falta mucho?
—¿Trajiste tu iPod?
—Sí, está en mi bolso.
Alexander se detuvo a un costado del camino para conectar el dispositivo.
—¡Tenés una carpeta de Axel acá! —exclamó al encontrarla.
—Sí.
—Bueno, entonces lo escucharemos, me gustó mucho. A ver si escuchando música dejás de quejarte.
—Lo siento, tenés razón, soy una quejicosa, ¡vos siempre sorprendiéndome y yo protestando por todo! Creo que deberíamos haber planeado la luna de miel juntos, te esforzaste mucho para complacerme. —Buscó su rostro a ciegas y lo besó.
—No seas tonta, mi amor, me encantó hacerlo, sólo pienso en mimarte.
Cuando llegaron, Alex la ayudó a bajar y le hizo señas a quien los estaba esperando para que permaneciera en silencio.
—¿Camina alguien junto a nosotros? —preguntó Paula.
Alexander miró al guía y le guiñó un ojo.
—Es posible... Tranquila, ya casi estamos. —Finalmente llegaron a la entrada. Alex le extendió la mano al guía para estrechársela y el hombre desapareció—. Bien, ya estamos.
Le descubrió los ojos y estaban en la entrada de una caverna. Paula se quedó ciega por un instante después de tanto rato con los ojos vendados.
Descendieron por una escalera de piedra hasta el primer nivel. La inmensidad del lugar era apabullante, igual que el cristalino azul turquesa del agua, iluminada a través de un orificio abierto en la parte superior de la caverna; desde allí colgaban multitud de raíces.
Paula se tapó la boca.
—¡Alex, me he quedado sin palabras! Este lugar es... un paraíso subterráneo, ¿qué es eso que cuelga de ahí?
—Son las raíces de un árbol que está en la superficie y que fueron cortadas, aunque aún viven por la humedad del agua. ¿Te gusta? Será nuestro paraíso personal durante un par de horas.
—¿Cómo?
—Sí, tenemos el lugar reservado para nosotros solos por dos horas; sigamos descendiendo.
Paula se lo quedó mirando atónita; no sabía si había entendido bien.
—¿Estás loco?
—Sí, mi amor, loco de amor por vos. —De pronto se sintió sumamente emocionada y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas sin contención—. ¡Hey! ¿No te gustó mi sorpresa? —Paula se abrazó a su cuerpo y le rodeó la cintura con las piernas mientras lo besaba sin parar por todo el rostro.
—¡Gracias, gracias! ¡Sos increíble! No puedo creer lo especial y amada que me hacés sentir a cada instante.
—Vos también sos increíble, nena, y también me hacés sentir especial y amado a cada momento. Amo mucho eso de vos: tu sencillez, tu emoción, tu entrega y tu agradecimiento constante.
—¡Cómo no voy a agradecerte las cosas, mi cielo, si sos el hombre más dulce que existe en esta tierra! Te amo, Ojitos, te amo por lo que sos, no por lo que me das. No me importaría que fueses un indigente, amo lo que tenés acá dentro, ya te lo dije muchas veces —le confesó señalándole su corazón.
Descendieron hasta el otro nivel de la caverna por una escalera de madera. Se quedaron unos instantes admirando el lugar y luego volvieron a bajar un poco más, hasta una plataforma desde donde se podían tirar al agua.
—Quitate la ropa.
—Pero ¡no traje el biquini!
—Vamos, Paula, estamos solos.
—¿Estás seguro?
—¿Creés acaso que me gustaría que alguien viera a mi esposa desnuda?
Se despojaron de todas sus vestimentas y se arrojaron al agua, nadaron durante un rato y luego se acercaron hasta la parte más baja. Allá, rodeados de ese entorno magnífico y natural, no pudieron evitar que los besos y las caricias se apoderaran de ellos. Se gozaron, probándose una y otra vez. Él la penetró con ansiedad y le hizo el amor en el agua, entre besos, gemidos, grititos, mordiscos y vaivenes interminables. Así cedieron al derroche de pasión salvaje que los consumía. Después siguieron disfrutando durante un rato del tiempo en que ese paraíso personal les pertenecía.
—Jamás voy a olvidar este lugar, quedará para siempre grabado en mi retina, Alex.
—En la mía también; es nuestro paraíso propio. —La besó—. Te prometo que algún día regresaremos.
—Te tomo la palabra y sé de sobra que la palabra de mi esposo tiene mucho valor. Esperaré ese día con anhelo.
Salieron de la caverna y recorrieron los alrededores del cenote, donde también compraron algunas piezas de artesanía. Tras hacer algunas averiguaciones, fueron hasta la ciudad de Valladolid para almorzar en la Taberna de los Frailes, un lugar con un ambiente exquisito y una comida y unos vinos excelsos.
Al salir, pasearon hasta algunos puntos significativos de la ciudad y luego regresaron a la carretera. Estaban a medio camino de Cancún, su última parada del viaje. Casi al atardecer, llegaron al resort Live Aqua, uno de los más exclusivos del lugar, donde un botones los recibió y los ayudó con el equipaje. Después de comprobar las reservas, el personal del hotel los acompañó hasta la suite Sol y Luna, con vistas al mar y a la laguna. Entraron al recibidor y caminaron hasta el salón. Mientras Alex se quedó dándole una propina al amabilísimo empleado, Paula se fue directa al baño para llenar la bañera con hidromasaje y empezó a quitarse la ropa.
—Pedí servicio de habitaciones para la cena. A ver qué te parece: pescados, mariscos y algunos aperitivos más. ¿Te gusta o preferís que bajemos al restaurante?
—¡No! Sin duda, cenar acá es la mejor opción; hoy estoy muerta de cansancio.
—Yo también estoy agotado, aunque el viaje no fue demasiado largo, conducir por carretera me dejó hecho polvo. —Alex estiró sus brazos y su columna vertebral.
—Hum, en ese caso, señor Masslow, nunca mereció tanto un baño con su esposa en el jacuzzi y, como broche de oro, unos buenos masajes en la espalda.
—Es el mejor plan que se me ocurre, no tengo duda alguna.
Se dieron un beso. Paula estaba en ropa interior y él la había cogido por las nalgas. Ella lo llevó hacia el salón de la mano.
—Quiero ver el resto de la suite. Enséñamela mientras se llena la bañera.
De pasada, Alex cogió una botella de agua del minibar y Paula le pidió una gaseosa. Salieron a la terraza desde donde se podía disfrutar de una asombrosa vista panorámica del mar Caribe.
El resto de los días se dedicaron a tomar el sol. Aquella última semana gozaron bastante de la privacidad de la habitación, ya que contaban con una amplia terraza para ellos solos, un salón, un comedor, un bar y un jacuzzi. Algunos días, sin embargo, decidieron bajar a la playa, donde alquilaron una cabaña privada y se deleitaron con las bebidas que Miguel, el asistente privado, les servía muy atentamente. La música chill out del disc-jockey del lugar invadía el ambiente y llegaba discretamente hasta sus oídos.
Una de aquellas noches cayeron en un antro de lo más exclusivo y cosmopolita de Cancún, el Mandala, donde disfrutaron de bebidas y buena música. El resto de los días, ya fuera para comer o cenar, probaron las viandas de todos los restaurantes del resort, pero para la última noche habían reservado mesa en el MB. Allí, la exquisita cocina de autor hacía un énfasis especial en los ingredientes mexicanos. Cuando terminaron de cenar, Paula se levantó al baño.
—¿Tomamos unos mojitos antes de irnos?
—Dale, mi amor, pedilos que regreso en seguida.
Cuando salió del baño, pasó por una mesa donde dos mujeres miraban a su marido sin ningún disimulo y comentaban lo apuesto que se le veía vestido de blanco con ese bronceado. Ella, sin ninguna diplomacia, las miró de mala manera y cuando llegó a la mesa, cogiéndolo desprevenido, tomó a Alex por la barbilla y le encajó un besazo que le quitó el aliento a más de uno de los que estaban allí sentados. Después se sentó en su sitio y, adrede, se aferró a la mano de su esposo, entrelazó sus dedos con los suyos y le besó la alianza. Acto seguido, regaló a las mujeres una mueca de desprecio que les demostró con claridad que él no estaba disponible.
—¿Qué mirás? —Alex dirigió sus ojos hacia el lado donde Paula miraba con tanto ahínco y se encontró con la fisgona mirada de ambas damas—. ¿Paula, te estás peleando con esas mujeres?
—Son unas atrevidas. Llevan toda la noche mirándote de forma descarada.
Él sonrió, se acercó a ella y le habló muy cerquita.
—Sos vos quien me calienta, bonita.
Ella se rió satisfecha, apresó sus labios y se los mordió con posesión.
Terminaron de tomarse el mojito y Paula le pidió que caminaran por la orilla de la playa. Se quitaron el calzado, Alex se levantó los bajos de los pantalones y empezaron a pasear.
—No quiero irme de nuestro paraíso personal —le dijo él—, ¡ah, tendremos que regresar al mundo real mi amor!
—Yo tampoco quiero, Alex, pero debemos de tener miles de asuntos pendientes en la empresa. Además, estaría bien que empezáramos a buscar un apartamento más grande para mudarnos.
—Sí, lo sé, de todos modos, aunque me encantó que estuviéramos este mes tan juntos, también es bueno regresar a la realidad.
—Así es, mi amor, a nuestra realidad y a disfrutar del día a día, porque eso también forma parte de nuestra vida como pareja.
Habían caminado lo suficiente como para alejarse de las luces del hotel y estaban en una zona bastante solitaria y oscura; Paula miró hacia todos lados y, después de besarlo, le dijo:
—Quiero que me hagas el amor acá, en la playa.
—¡Señora Masslow, está usted muy osada! —Alex miró hacia todos lados también, pero el lugar estaba realmente muy desolado—. Vení, alejémonos un poco de la orilla.
Resguardados junto a la vegetación de la zona, Alex se quitó la camisa y la tendió en la arena para que Paula se acostara. Él se tendió sobre ella, la oprimió con su cuerpo y empezó a besarla con desenfreno. Su mano reptó despacio para comprobar las esculturales formas de su esposa, le recorrió cada curva hasta que dio con el bajo del vestido. Celoso de que nadie que pasara viera más de la cuenta, Alex metió su mano bajo el tanga y descubrió que Paula estaba empapada. Resbaló un dedo por su vagina, lo giró y exclamó:
—¡Mi amor, estás muy excitada!
—Sí, Alex, creo que este lugar me estimula en demasía.
Mientras atrapaba nuevamente su boca, Alexander llevó la mano a su bragueta, se desprendió el botón y bajó su cremallera liberando su miembro. Sin demasiados preámbulos, pues el lugar donde estaban realmente no lo permitía, y empalmado como estaba, hábilmente apartó el tanga y la penetró. Una exhalación se escapó de la boca de ambos, disfrutaron inmóviles del contacto que sus cuerpos anhelaban y empezaron a contonearse resguardados por la penumbra de la noche.
—Nena, sos irresistible, cómo me calentás.
—Alex, no puedo creer que te haya pedido que hagamos el amor acá, en la playa, pero ¡me calentás tanto, mi amor, y hace muchos días que tenía ganas de hacerlo! Sólo que no me animaba a decírtelo. Con vos, quiero probarlo todo, todo...
Alex empezó a embestirla violentamente, la acometía con su sexo, mientras ella le clavaba los dedos en la cintura y lo recibía gustosa, con los ojos apretados. Lo sentía acoplado a ella de manera perfecta y, aunque quería contener los gemidos que él le provocaba, se le escapaban de manera involuntaria.
—Te adoro, mi amor, me encanta estar dentro de ti. Dejate ir, nena, estoy advirtiendo la opresión de tu vagina; dejame demostrarte que puedo darte mucho placer, permitime llevarte a donde te gusta tanto estar y saber que únicamente yo te transporto hasta ahí.
Paula se arqueó y él se dio cuenta de que el orgasmo estaba próximo, entonces la embistió con agresividad, casi de forma inhumana, mientras él también se corría. Se quedaron unos instantes asimilando las sensaciones que sus cuerpos habían experimentado, boqueando en busca de oxígeno e intentando calmar sus resuellos. Alex le besó la frente, le apartó el cabello y le habló sobre los labios sin salir de ella:
—Quisiera inventar una palabra para decirte lo mucho que te amo, porque decirte simplemente «te amo» ya no es suficiente. Sos mi luz, mi noche, mi vida, mi muerte, sos todo para mí, sos mi mundo, Paula.
—Inventemos un verbo para definir lo que sentimos, porque me pasa lo mismo que a vos; así que busquemos un verbo exclusivo para nosotros.
—«Te infinito», sos mi infinito de pasión, nena, mi amor por vos no tiene ni puede tener fin. De ahora en adelante, te lo diré así.
—«Te infinito», Alex —probó a decir Paula—. Me gusta, también sos mi infinito, porque mi amor por vos tampoco tiene final.
Se limpiaron con unos pañuelos de papel que Paula tenía en el bolso, se pusieron bien la ropa y se quedaron recostados mirando el cielo. De pronto, se oyó a lo lejos a Axel cantando Eso. Alex se puso de lado y se apoyó en un codo.
—Tú eres la mujer de esa canción, así eres para mí, esa eres tú —repitió y la besó, la abrazó y se quedaron así, disfrutando de la música que les llegaba desde lejos.
Tú eres ese tipo de mujer que de pronto aparece y no da tiempo a pensar...
Eso que me dices con los gestos, eso que me quita el resto cada vez que estoy contigo, eso que es poesía sin palabras.
Una espina que se clava en el centro de mi instinto.
Oye, si te arriesgas, lo vivimos,
y después tú me lo cuentas, si es que hay algo más bonito.
Tengo la manera más directa, más hermosa y más perfecta, que no va si no es contigo...
Tú eres ese tipo de mujer, que me atrapa y me retiene en la punta de su imán. Esas que te llegan por sorpresa y no sabes si es por ellas o es por ti que va a pasar.
Tú eres ese tipo de mujer que uno sueña y pocas veces es posible de encontrar.