Capítulo 17
NO se veían desde el día anterior, cuando ante una jueza y los familiares y amigos más íntimos habían celebrado la boda civil y la cena preboda en casa de los Masslow en Los Hamptons. Ese día, al terminar el evento, Paula se fue a dormir con sus amigas a casa de Amanda y Alex se quedó ahí, con el resto de su familia y los invitados especiales que habían llegado con antelación para los diferentes acontecimientos.
Ya no tenían que esperar más, el día tan soñado había llegado. Desde la mañana, Paula y sus damas de honor se instalaron en una de las suites del Plaza, al igual que Alex y sus padrinos. Tras prepararse durante todo el día para la gran boda, había llegado el momento de encontrarse. El único contacto que habían tenido durante esa jornada había sido telefónico, para contarse lo que estaban haciendo y dedicarse palabras amorosas; ambos estaban ansiosos por verse. Era la hora y ya estaban listos.
Antes de que su hija saliera de la habitación en busca de Alex, July se fundió en un abrazo con ella.
—Mi amor, sé que serás muy feliz. Te adoro.
—Te amo, mamá, en un rato nos encontraremos para las fotos. ¡No puedo creerlo, llegó el día! No quiero llorar, mami, así que mejor me voy ya.
El encuentro se llevó a cabo en una de las majestuosas escaleras de mármol del hotel, que había sido adornada con infinidad de flores blancas. Alex estaba de espaldas al final de la escalinata y Paula empezó a bajar con su traje y su ramo de novia para posar para las fotos y las cámaras de vídeo.
Parecía una princesa. Llevaba un vestido con una larga cola de organza de seda, de diez capas superpuestas, con un escote palabra de honor bordado con flores de tela y plumas, al igual que el bajo de la vaporosa y enorme falda. Su estrecha cintura estaba rodeada por un cinturón de cordellate íntegramente bordado con cristales y piedras preciosas. Llevaba el cabello semirrecogido, con ondas muy marcadas y una tira de piedras enredadas entre los amplios rizos.
Le temblaban las piernas, estaba muy nerviosa y, cuando lo vio parado ahí, de espaldas, creyó que se caería redonda en ese mismo instante. Alex se giró cuando el fotógrafo y el camarógrafo lo ordenaron y se quedó patitieso. No podía creer lo maravillosa que estaba Paula. Esperó a que llegase al final y, en ese instante, como si ambos hubieran escapado de un cuento de hadas, él le extendió su mano, se la besó y se fundieron en un abrazo.
—Mi amor, estás... hermosa. —Las palabras no le alcanzaban para describir todo lo que sentía—. Dejame verte. —La cogió de la mano y la hizo girar—. Parecés una reina, sos mi reina; se me puso la piel de gallina cuando te vi bajar. Abrazame fuerte porque no puedo creer que haya llegado ya el día, nuestro día.
—Vos también estás muy hermoso, tanto que tu belleza es una falta de respeto para el sexo masculino, mi vida. ¿Te dije alguna vez que rozás el pecado con tanta hermosura acumulada? —Se rieron, luego Paula se acercó a su oído y le dijo—: Me ponés muy caliente en ese chaqué. —Ella aprovechó y llenó sus fosas nasales con su perfume, ese que la había embriagado desde que lo conoció.
Alex se rió, echó su cabeza hacia atrás mientras sostenía a Paula por la cintura y volvió a acercarse a su oído.
—No me digas eso, nena, porque me dan ganas de llevarte a mi habitación y hacerte mía. —Se rieron con complicidad.
Aunque los fotógrafos y los cámaras no podían oír de qué hablaban, porque ellos lo hacían entre susurros, tomaron miles de imágenes del momento y de las expresiones y miradas que ambos se regalaron. En sus ojos, se notaba el amor infinito que se profesaban.
Luego la familia y todo el cortejo nupcial posaron junto a los novios. Cuando los profesionales consideraron que había suficientes imágenes de la pareja, volvieron a separarse, no antes de pasar para hacer unas tomas dentro del gran salón, que lucía majestuoso con la decoración que los diseñadores habían ideado. Antes de despedirse, y bajo la atenta mirada de todos sus seres queridos, Alex le dio un beso a Paula que la dejó sin aliento. ¡Estaban tan felices...!
La terraza del gran hotel Plaza también estaba lista para recibir a los invitados a la boda. Una selección de música instrumental de Richard Clayderman y Kenny G, especialmente elegida por Paula, daba la bienvenida a todos. La sorpresa al entrar en la sala de ceremonias era general. Habían colocado un altar espectacular, diseñado especialmente para los novios, decorado con más de cuatro mil ramas de orquídeas y hortensias blancas, maravillosamente dispuestas. En ese marco tan romántico, los invitados tenían la sensación de estar rodeados de una armoniosa naturaleza. Las miles de velas votivas dispuestas en la entrada, a lo largo del pasillo central y a los pies del altar, conferían al ambiente un toque novelesco, exclusivo y único.
Aunque, desde el día anterior, habían experimentado una intensa maratón, los organizadores y el personal del Plaza tenían todo a punto para que la ceremonia saliera a la perfección.
Alex esperaba ansioso y expectante el instante en que sonasen los acordes con que se suponía que debía entrar; eso le indicaría que Paula también estaba próxima a hacer su aparición, aunque, según su criterio, todo estaba demorándose más de la cuenta.
—¿Por qué tarda tanto? ¡Si ya estaba lista! —preguntó Alex a sus padres en voz alta, en tono impaciente.
—Tranquilo, hijo, deben de estar dándole tiempo a los invitados rezagados —intentó calmarlo Joseph.
Alex acariciaba su barbilla con desenfreno, demasiado nervioso con tanta espera. No podía estarse quieto: se arreglaba las mangas, se tocaba los gemelos y los ojales, miraba la hora... Estaba muy impaciente.
—¡Relajate un poco, Alex! Me estás poniendo nerviosa a mí —le pidió Bárbara.
Por fin llegó el momento y empezó a sonar una versión instrumental de Todo lo que hago lo hago por ti; entonces, por la puerta lateral entraron el oficiante de la boda, Alex, su madre y su padre.
—Mamá, me tiemblan las piernas, en mi vida me he sentido así.
—Tranquilo, mi tesoro, todo saldrá maravillosamente bien. Respirá hondo y disfrutá. Es tu momento y el de Paula, grabá cada instante en tu memoria y no te prives de nada.
Julia también estaba en su sitio esperando y le tiró un beso a su yerno, con quien, la noche anterior, había mantenido una extensa, cálida y emotiva charla, en la mansión de Los Hamptons. Alex le devolvió el gesto con un guiño de ojo y una sonrisa nerviosa. Todos los allí presentes vestían de gala.
Alexander tomaba bocanadas de aire continuamente; por el pasillo central de la terraza del Plaza, donde se había montado la escenografía para la ceremonia, empezaron a aparecer Daniela, Clarisa, María Pía, Mariana y Amanda, las damas de honor de la novia. Junto a ellas, entraron Maximiliano, Mauricio, Mikel, Edward y Jeffrey, los padrinos de honor del novio, con el acompañamiento de Mozart, Canon in D.
Cuando todos estuvieron situados, la música cambió y sonó Trumpet Tune, de Purcell. En aquel momento, entró Sofía, sobrina de Paula, que era la encargada de esparcir pétalos por delante de ella hasta llegar al altar, donde Alex la esperaba anhelante.
Cuando la pequeña se colocó junto a July, comenzaron a sonar los primeros acordes de la marcha nupcial y todos se pusieron en pie. En pocos segundos, el recinto se había llenado de emoción y expectación. Alex creyó que se quedaría sin aire; jamás pensó que podría sentirse así: él siempre había sido dueño absoluto de su aplomo, pero el amor que sentía por esa mujer lo superaba.
Paula entró del brazo de su hermano. Estaba increíblemente hermosa y también muy emocionada; a duras penas podía contener el temblor de su barbilla. Para sorpresa de Alex, se había puesto otro vestido. Entonces, él entendió la tardanza. No le quitaba los ojos de encima, no quería perderse ningún detalle de aquella belleza de película que iba a encontrarse con él para prometerse, por fin, amor eterno.
El atuendo que Paula había elegido para casarse era un exquisito modelo con un canesú de encaje transparente, íntegramente bordado con aplicaciones de finos cristales Swarovski. Las mangas translúcidas llegaban hasta los codos y estaban rematadas con el mismo bordado. La prenda dejaba ver el vestido interior, con un escote palabra de honor que permitía vislumbrar el fino y fruncido corpiño. El canesú terminaba en la cintura con un cinturón decorado por los mismos y delicados cristales. La abertura de la espalda llegaba hasta la cintura y dejaba al descubierto su tersa piel. Era un vestido majestuoso. La falda vaporosa, con una larga cola, estaba realizada en tafetán, organza de seda y el mismo encaje del canesú y se entremezclaba en ocho capas, que le daban a Paula el aspecto de una princesa de cuento. Su impecable silueta quedaba realzada por los fruncidos que se marcaban en la cintura. Aunque no se veían, sus zapatos eran de Giuseppe Zanotti y tenían un vertiginoso tacón de aguja, también revestido de brillantes cristales Swarovski; eran fabulosas piezas de joyería.
De su peinado, definido con muchísimas ondas y recogido informalmente en la nuca, salía un larguísimo velo de dos capas, realizado en organza de seda bordada. Los tres metros y medio de tela partían de una delicada peineta con aplicaciones de la misma pedrería que el vestido. Paula era una novia de ensueño. Complementaban su atuendo unos pendientes de diamantes que habían sido de su abuela materna y que su madre le había regalado. También llevaba puesta la pulsera con que Alex le había sorprendido para la ocasión. En su temblorosa mano, cargaba un exquisito ramo de orquídeas y lirios de los valles. Estaba perfecta, inmaculada y radiante.
Alex se estremeció y creyó estar teniendo una alucinación cuando la vio entrar con ese espectacular vestido. Temía que el corazón se le parase. La esperaba de pie con las piernas ligeramente abiertas para encontrar un poco más de equilibrio, ya que sintió que se tambaleaba de la emoción. Tenía uno de sus brazos detrás de la cintura y, con esa postura, parecía un caballero de antaño. Con un nudo en la garganta, pensó que Paula no sólo era una novia bellísima, sino que, además, era la mujer de sus sueños.
El aspecto de Alex no era menos majestuoso. Se había hecho confeccionar a medida un chaqué negro de Ermenegildo Zegna, con levita de un botón y cuello de pico, que había combinado con un pantalón gris marengo de finas rayas. Sobre la camisa de Armani, con cuello italiano y doble puño, llevaba un chaleco cruzado de tres botones, en seda blanca y fileteado en negro, y una ancha corbata de seda natural azul cielo, que conjuntaba a la perfección con el tono de sus ojos. En el ojal de la levita, exhibía una deliciosa rosa blanca y, en el bolsillo, un pañuelo de seda doblado en V del mismo color que la corbata. Sus zapatos de cordones eran de reluciente piel y tenían un delicado logo de Gucci caligrafiado. Sin olvidar el más nimio de los detalles, Alex se había colocado en el doble puño de la camisa unos exquisitos gemelos de Cartier en platino y diamante, muy apropiados para la ocasión, que le habían regalado sus padres. Y, por supuesto, también llevaba el reloj Tourbillon Saphir de Bvlgari, de cristal de zafiro transparente y oro blanco, regalo de bodas de Paula, quien le había hecho grabar: «Me tenés atarantada». Estaba muy apuesto e impecable.
Quedaban pocos minutos para que confirmaran sus votos, que ya habían pronunciado de manera más informal, frente a los testigos y los familiares más cercanos, en la iglesia, puesto que la fe católica sólo aceptaba como legal el matrimonio en dicho lugar. Sin embargo, para ellos, ésta era la ceremonia oficial, la que habían preparado cuidando cada detalle. Al ritmo de la marcha nupcial de Mendelssohn, que helaba las entrañas de emoción, Paula llegó al altar, donde Pablo entregó la mano de su hermana a Alex. Con decisión, Alexander la cogió entre las suyas y se la llevó a los labios dejando un suave, generoso y casto beso en ella.
—Te confío al ser más puro y transparente que existe sobre esta tierra, sólo te ruego que la hagas muy feliz.
—Es lo único que deseo, Pablo, podés estar tranquilo —le respondió Alex y, después, dirigiéndose a Paula, le dijo entre dientes—: Estás increíble, me sorprendiste mucho con el cambio de vestido. —Paula le sonrió arrebatadora.
—Me alegra que te guste, mi amor.
Julia y Bárbara no pudieron evitar derramar lágrimas de emoción; el sentimiento de una madre es siempre inexplicable y ellas estaban pletóricas y rebosantes de alegría. Joseph cogió de la mano a su esposa e intentó ofrecerle cierta contención, aunque él también la necesitaba, pues ver al último de sus hijos realizar sus sueños lo hacía conmoverse como nunca habría imaginado. Maximiliano nunca creyó que se iba a enternecer tanto al ver entrar a Paula por el pasillo central y tuvo que secar sus ojos humedecidos. Mauricio miró a su amigo, en ese momento, y se le hizo un nudo en la garganta a él también; Paula era como la hermanita menor de ambos y el frío abogado se estremeció al verla, haciendo que cayera su dura coraza. Amanda, acorde a su chispeante temperamento, no paraba de sonreír y, si por ella hubiera sido, se hubiese puesto a aplaudir con desenfreno. Jeffrey y Edward se miraron cómplices, pues su hermano menor por fin estaba haciendo realidad su oportunidad de empezar a ser feliz.
Ofelia, en el primer banco del salón, era estrujada con cariño por Alison y Lorraine; se estaba casando su muchacho más mimado y ella no paraba de llorar con desconsuelo. Chad miraba a su esposa y disfrutaba de su felicidad, que multiplicaba la de él a la millonésima potencia. Mariana abrazaba a Franco, que se había arrebujado entre sus brazos, y miraba embelesada a su niñita y a su esposo, que estaban magníficos en el altar. Los abuelos Masslow se sentían orgullosos de la familia que su hijo había constituido y disfrutaban de ver la unión del último de sus nietos. También estaban allí Guillermina y Exequiel, que había hecho un esfuerzo sobrehumano para subirse al avión, pues el viejo le temía a volar más que a nada en el mundo; pero la niña de su señor Bianchi se casaba y no podía perdérselo.
Cuando terminaron los acordes de la marcha nupcial y se acomodaron todos en sus respectivos sitios, el sacerdote dio comienzo a la ceremonia. Explicó brevemente, y con palabras muy alegóricas, el motivo de la reunión y después dio paso a la lectura de algunos pasajes del Nuevo y del Antiguo Testamento. Amanda, la dama de honor principal, leyó uno de ellos, pero a mitad del texto tuvo que parar y contener una lágrima que, sin previo aviso, había intentado escurrirse por su mejilla. Finalmente, llegó el momento de la declaración de intenciones:
—Paula y Alexander, ¿habéis venido aquí libremente y sin reservas a entregaros el uno al otro en matrimonio?
—Sí, padre —contestaron ambos al unísono.
—¿Vais a amaros y honraros el uno al otro como marido y mujer durante el resto de vuestras vidas?
—Sí, padre —volvieron a responder.
—¿Aceptáis amorosamente a los hijos de Dios y los educaréis según la ley de Cristo y de su Iglesia?
—Sí, padre —concluyeron nuevamente, mientras se miraban pensando en los niños que vendrían.
—Dado que vuestra intención es contraer matrimonio, unid vuestras manos derechas y declaraos vuestro consentimiento ante Dios.
Paula y Alex se cogieron de la mano; la de él estaba sudorosa y la de ella fría y temblorosa. A pesar de los nervios, él intentó calmarse e infundirle paz a ella; ése era una de las partes más importantes de la ceremonia. Entonces se miraron fijamente a los ojos y, en ese momento, empezó a sonar de fondo el Arioso de Bach. Alex tomó una bocanada de aire y comenzó a decir:
—Yo, Alexander Joseph Masslow, te tomo a ti, Ana Paula Bianchi, como mi legítima esposa. Prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad. Amarte y respetarte todos los días de mi vida.
Alex le ofreció una gran sonrisa cuando concluyó y sus ojos se llenaron de lágrimas, pero logró serenarse. Entonces le dio paso a ella, que le sonreía amorosamente, para que hablase. Paula también tomó aire y empezó a recitar:
—Yo, Ana Paula Bianchi, te tomo a ti, Alexander Joseph Masslow, como mi legítimo esposo. Prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad. Amarte y respetarte todos los días de mi vida.
Entonces el oficiante concluyó:
—Que el Señor, en su bondad, fortalezca su consentimiento y llene a ambos con sus bendiciones. Que lo que Dios ha unido no lo separe el hombre.
Todos los allí presentes aplaudieron con fervor.
—Ahora, voy a necesitar los anillos —expresó el sacerdote y Mikel, que era el encargado de ellos, buscó en su bolsillo y se los entregó—. Señor, bendice estos anillos en tu nombre. Haz que quienes los usen siempre puedan tener una profunda fe en los demás, que vivan siempre juntos en paz, en buena voluntad y en amor.
Finalizada la bendición, comenzó a sonar el Ave María de Schubert, cantado en vivo por una soprano maravillosa, acompañada por un cuarteto de cuerdas que habían contratado para la ocasión. Mientras su voz y la música se colaban en el pecho de todos los asistentes, el clérigo les alcanzó el platillo que contenía los anillos. Alex cogió el de ella para entregárselo primero.
—Paula, recibe este anillo como símbolo de mi amor y de mi fidelidad. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La alianza de boda, que tenía veintinueve diamantes de corte redondo sobre una base pavé, podía combinarse a la perfección con la sortija de compromiso. Después de colocarla, le tocó a él recibir la suya.
—Alexander, recibe este anillo como símbolo de mi amor y de mi fidelidad. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Los dos se miraron a los ojos en todo momento, con un amor infinito. La alianza de Alex era una banda de platino con seis diamantes de corte redondo, sobre una base con doble guía. Cuando la música terminó, y como era una ceremonia al margen de la misa, el oficiante les permitió expresar sus propios votos.
Se cogieron de la mano y empezó hablando Alex mientras de fondo sonaba Love Story. Él había redactado sus votos la noche anterior, después de hablar con Julia; las palabras le habían fluido desde el alma.
—Te miro a los ojos y es todo lo que necesito para sentirme en paz, porque sólo a tu lado he encontrado mi refugio perfecto; y en tu alma y en tu corazón he hallado el verdadero sentido de la palabra «amor». Mi amor —le dijo y la admiró un instante—, tu amor me ilumina cada día y me hace mejor hombre, además de infundirme seguridad en la vida. En el mismo instante en que te conocí, supe que te habías metido dentro de mi alma y que no saldrías nunca más de allí. Eres la magia de mis días; soy tuyo y eres mía, de eso estoy totalmente seguro.
»Me comprometo a afrontar las dificultades que seguro vendrán, porque nuestro amor se nutrirá con ellas y se hará más fuerte. Me comprometo a cultivar tus sueños, a apoyarte en todo lo que decidas emprender, a ser tu guía, tu compañero y a dejarte ser siempre, porque eso es lo que te hace especial y maravillosa y lo que me enamora de ti cada día. Me comprometo a compartir las alegrías de la vida contigo, porque a tu lado serán mucho más dulces. Me comprometo a cuidarte, a respetarte y a hacerte muy feliz. Seré siempre tu amante y esposo fiel. A partir de hoy, compartiré todo lo que poseo contigo y eso incluye mi corazón. Finalmente, te prometo amor eterno, porque una vida entera no me bastaría para amarte.
Alex le besó la mano y después le tocó el turno a ella, que no había podido contener sus lágrimas. Con un pañuelo que tenía escondido en el ramo, se las secó, carraspeó y, con un hilo de voz, empezó a hablar:
—Te amo por tu belleza, por tu inteligencia y por la forma que tienes de hacerme sentir especial. Intentaré cada día que tú también te sientas tan especial como yo. Hoy estás ofreciéndome cumplir el sueño más grande que toda mujer pueda tener; convertirme en tu esposa es todo lo que anhelo. Siempre seré tu compañera, tu confidente, tu amante y tu esposa fiel. Tú también eres para mí todo eso y mucho más, eres mi mayor reto, y, lo que es más importante, eres el gran amor de mi vida. Te amo como jamás imaginé que se podía amar a una persona. Antes de conocerte, mis días eran todos iguales, pero desde que estoy a tu lado me siento verdaderamente viva.
»Hoy, ante todos nuestros seres queridos, prometo acompañarte eternamente en los buenos momentos y ser parte importante de tus alegrías. Así como también prometo estar a tu lado en todos tus pesares, para hacerlos menos arduos en la medida en que pueda. Prometo intentarlo siempre, cada vez que surja una dificultad en nuestra pareja, porque nuestro amor merece ser grande y perpetuo. Eres la alegría de mis días, la realización de mis sueños y la edificación de mis anhelos. Quiero vivir todo contigo, porque nada podría ser peor que no estar a tu lado. Te prometo fidelidad, respeto y amor eterno. Gracias, amor mío, por hacerme sentir tan amada.
El sacerdote dio la última bendición a la pareja y, entonces, sentenció:
—Os declaro formalmente unidos en matrimonio. Alexander, puedes besar a la novia.
Con los acordes del Aleluya de fondo, se besaron escandalosamente sin importarles nada. Entonces todos comenzaron a aplaudir y a silbar, por supuesto con los barulleros hermanos Masslow a la cabeza. Aunque ninguno de los dos lo deseaba, se separaron y Alex lanzó un puño al aire en señal de triunfo. Estaba exultante y se mostraba extremadamente feliz. Empezaron a caminar por el pasillo, mientras saludaban a quienes los felicitaban a su paso. El cortejo nupcial iba tras ellos. Cuando salieron del salón, se dirigieron a una nueva sesión de fotos, que consistía en dar un paseo por la ciudad con sus damas de honor y los padrinos de boda. En el trayecto, la magia de la noche de Nueva York los envolvió. Alex se detenía a cada rato para darle besos a Paula; no podía contener su necesidad de demostrarles a todos que esa mujer por fin era suya.
—Felicidades, señora Masslow, ya es usted mi esposa. Paula, te amo, mi amor, te amo más que a mi vida.
—Felicidades, Ojitos, por fin somos esposos; soy tan feliz que me cuesta creerlo, Alex.
Los fotógrafos aprovechaban cada instante para disparar sus cámaras y capturar cada uno de los gestos de los novios, al igual que los cámaras.
Durante los días previos a la boda, había habido un gran sentido de la anticipación y de la coordinación entre todas las partes implicadas. En el ambiente, se intuía lo magnífico y suntuoso que iba a ser todo. En el hotel, los invitados habían sido dirigidos al lugar donde se llevaría a cabo el cóctel de recepción y fueron recibidos por los padres de los novios. Allí, donde debían retirar las tarjetas con sus ubicaciones en las mesas, los esperaba un arreglo exuberante de orquídeas, lirios, rosas y hortensias blancas a modo de bienvenida. Clásicos románticos amenizaban el ambiente, mientras degustaban un tapeo acompañado de Veuve Clicquot y otros aperitivos. Finalmente, las puertas del gran salón se abrieron y dieron paso a los invitados, para que se situaran en los lugares asignados. El lujo del espacio y la hedonista decoración que habían llevado a cabo los diseñadores de la boda conmovieron a todo el mundo. A petición especial de Paula, el salón de baile del hotel Plaza estaba lleno de hermosas flores blancas y candelabros personalizados. En cada mesa, habían colocado altos jarrones de cristal con ramas de orquídeas, lirios, rosas y hortensias blancas. En la base de los floreros, un ramo exuberante de rosas y otras flores, así como estilizados candelabros transparentes con velas centelleantes. Aquel romántico ambiente estaba teñido de azul y en el techo se proyectaban imágenes que recordaban a la Vía Láctea. Sobre cada mesa, habían dispuesto unas estructuras de las que caían frondosas cortinas de cristal y velas colgantes. Para bailar, habían construido una pista de baile de espejos negros, donde se proyectaban los nombres de Paula y Alex y la fecha de la boda. Alrededor del gran salón, colgaban pantallas de plasma donde se proyectaba ese mismo mensaje, y en uno de los balcones, podía admirarse el pastel de boda de cinco pisos, creación exclusiva de la talentosa Sylvia Weinstock, sobre una base de rosas y flores de azúcar idénticas a las de los centros de mesa.
De pronto, las luces se apagaron y sólo quedó iluminada la entrada; empezaron a sonar los acordes de Reik cantando Sabes, y Alex y Paula, radiantes, entraron de la mano al salón, caminaron hacia el centro de la pista, entre aplausos y silbidos, y ejecutaron su primer baile.
—No puedo creerlo, soy la mujer más feliz del universo, estoy temblando como la primera vez que oí esta canción en la limusina.
—Cantame al oído, mi amor, cantala para mí como aquel día. —Paula le dio el gusto e hizo lo que Alex le pedía. Él la aferró por la cintura y se perdió amorosamente en su cuello, mientras bailaba con ella extasiado, como si en aquel lugar tan sólo estuvieran ellos dos.
Cuando concluyó la canción se besaron y Alex la levantó de la cintura y la dejó suspendida en el aire mientras la aprisionaba contra su cuerpo. Todos volvieron a aplaudirlos. Después de ese primer baile, empezó a sonar la canción Song for mama, de Boyz II Men, y entonces Alex le guiñó un ojo a Paula.
—Ya vuelvo —le dijo mientras le besaba la mano con ternura y se apartaba de ella, para caminar hasta donde estaba sentada su madre. La cogió de la mano, apoyó sus carnosos labios en ella y la invitó a bailar. Bárbara se levantó emocionada, acunó el rostro de su hijo entre sus manos y lo besó para luego cobijarse orgullosa entre sus brazos.
—Gracias, mami, por estar siempre a mi lado —le dijo al oído.
—Te amo, hijo querido, hoy estás cumpliendo tu gran sueño y estoy totalmente segura de que serás muy feliz, porque la mujer que has elegido como compañera es maravillosa.
—Yo también lo creo así, mamá.
Bárbara le guiñó un ojo, mientras Paula, a un lado, los miraba extasiada de amor.
Cuando terminó de bailar con su madre, la canción se enlazó con You raise me up, cantada por Westlife, y entonces las luces se dirigieron a Pablo. Él cerró los ojos y se puso de pie para ir al encuentro de su hermana, que caminaba hacia donde él estaba sentado.
—¡Pendeja, cómo te quiero! Verte feliz es uno de mis más profundos deseos.
—Podés estar tranquilo y dejar de preocuparte por mí, ahora, porque soy la mujer más feliz de la Tierra. Gracias por todo, hermanito, gracias por vivir pendiente de mí siempre. ¿Sabés? Papá debe de estar muy orgulloso de vos, porque supiste cuidarnos a todos como él lo hubiera hecho. —Pablo le dio interminables besos en la mejilla y la hizo girar en la pista para que ella se luciera con su vestido de novia. El tema, de manera impredecible, enlazó con Blessed, en la voz de Elton John, y entonces fue el turno de July y de Joseph para bailar con Alex y Paula.
—Gracias, Alex, por hacer realidad los sueños de mi hija.
—Gracias a vos por haberle dado la vida para que hoy yo pueda tenerla. Amo a tu hija, July. Como te dije anoche, a veces el amor que siento por ella me asusta, porque si de Paula se trata no puedo pensar. Tu niña me tiene loco. —Julia sonrió oronda y lo besó en la frente.
—Sos mi nuera preferida —le susurró Joseph a Paula—, pero ése es nuestro secreto, si no, mis demás nueras se pondrán celosas.
—Adulador, no te creo nada. A todas debés de decirnos lo mismo.
Joseph se rió.
—Paula, sos un ángel que descendió del cielo para demostrarle a mi hijo que el amor existe. Quiero muchos nietos, ¿me oíste? Aunque no tantos como para que tengas que desatender Mindland.
Paula se carcajeó.
—¡Ya decía yo que sos un interesado!
Friends will be friends, en la voz de Freddie Mercury, comenzó a sonar y, entonces, poniéndose frente a Amanda, Alex hizo una reverencia con una mano detrás de su espalda y le extendió la otra para que se acercara. Su hermana, que estaba muy sensible por el embarazo, se puso a llorar y se acercó a él, que la esperaba en la pista.
Mientras tanto, la novia, con un ademán muy histriónico, se acercó a Maxi y lo agarró de la corbata para ponerlo de pie y llevarlo hasta la pista, pero antes de retirarse del todo señaló a Mauricio:
—Preparate, a mitad de la canción te quiero conmigo. —Le guiñó un ojo.
—Ay, Alex, en mi vida creí que lloraría tanto como estoy llorando en tu boda, parezco boba, pero es que sé que sos muy feliz y lloro de felicidad. Espero que no te enojes por lo que te voy a decir pero, cuando vos te casaste con Janice, yo lloré mucho de amargura, porque creí que nunca serías dichoso a su lado. Y ahora que la vida te dio esta oportunidad, no puedo contenerme. Además, ¡adoro a Paula! ¡Cómo te quiero, hermano!
—Yo también te quiero, nena, y no llores más que estás angustiando a mi sobrino. —Alex se apartó y se inclinó para besarle la barriga.
—O sobrina, ¡ya hablás como Chad! —lo regañó ella.
—Prefiero un niño, porque si es niña y sale con tu carácter creo que no lo podría soportar, con vos me basta y me sobra.
—¡Malo! Yo te dije cosas hermosas y vos sólo pensás en hacerme enfadar.
Alex le habló al oído.
—Puse mi cuota de humor a tus palabras para no ponerme a llorar como un crío, si no, Chad, Jeffrey y Edward se burlarán eternamente de mí. —Después de decirle eso la miró a los ojos—. Hermanita querida, hemos terminado siendo cómplices en esto también. —Alex ladeó la cabeza y le guiñó un ojo.
—Como siempre. ¿Sabés qué, Alex? No vas a poder librarte jamás de mí —afirmó Amanda.
—Paula —dijo Maxi—, amiga de mi corazón, mi hermanita de la vida, estoy muy feliz, increíblemente feliz porque por fin tenés todo lo que te merecés.
—Maxi, no puedo creer lo afortunada que soy, amigo. Siento que estoy a punto de tocar el cielo con las manos.
—Te ayudaré a que lo logres, sabés que siempre podés contar conmigo en todo.
Maxi la sorprendió y la levantó en el aire y ella extendió sus manos como si, en verdad, con la ayuda de su amigo pudiera tocar el cielo. Entonces miró a un lado y vio a Alex.
—Lo siento, Maxi, esta vez no lo lograré con tu ayuda, porque mi cielo está en la Tierra.
—Lo sé, pero eso no puedo dártelo porque ya lo tenés. Ese hombre es tuyo, Paula, y no es un sueño.
Mauricio interrumpió su baile y Maxi, gustoso, se apartó para ofrecerle su lugar, aunque antes de irse besó la mano de la novia.
—Una vez te dije que te esperaba una vida de ensueño y, al lado de este hombre, la tendrás; y no lo digo por los lujos que pueda darte, sino porque el amor que te profesa es infinito.
—Gracias, Mauri, por estar acá conmigo compartiendo este momento.
—No me lo perdería por nada en el mundo. Además, es la única forma que tengo de confirmar que, por fin, nos hemos librado de ti.
—¡Maldito! ¿Ni en el día de mi boda vas a decirme cosas lindas?
Mauricio se carcajeó y la besó en la mejilla.
—Te quiero, Pau, sabés que eso es sólo una pose entre nosotros.
—Lo sé, amigo, por eso te lo permito; yo también te quiero.
La canción terminó y, para finalizar el baile, Alex se acercó de nuevo a Paula. Entonces comenzó a sonar Amazed, de Lonestar, y empezaron a bailar de forma seductora, mientras Alex se llevaba una mano de Paula a la nuca y la besaba apasionado.
—Señora Masslow, ¿sabe usted una cosa?
—¿Qué, señor Masslow?
—Sólo estoy deseando que esta fiesta termine, para por fin poder hacerle el amor a mi esposa.
Paula echó la cabeza hacia atrás y sonrió.
—Señor Masslow, es usted el único culpable de que tengamos que esperar a que termine este fiestón. Le recuerdo que esta gran boda fue idea suya.
Alex asintió con la cabeza.
Cuando terminaron de comer el primer plato, se dio inicio al baile para el resto de los invitados. Paula fue a cambiarse el vestido por el que se había puesto antes de la ceremonia. Se los veía exultantes y sus familiares y amigos estaban contagiados por su felicidad.
Entrada la madrugada, llegó el momento de cortar la tarta y hacer los brindis.
—Ya regreso, mi amor, voy a arreglarme el maquillaje para las fotos.
—Pero no tardes.
—Prometo que estaré aquí de nuevo en un abrir y cerrar de ojos.
Paula desapareció otra vez con sus damas de honor, aunque en realidad había ido a cambiarse de atuendo nuevamente; ésa era su última transformación que había programado para la gran noche.
Muy pronto estuvo lista para volver al salón, con un innovador vestido de líneas muy simples en raso de seda nacarada y escote redondo de tirantes. La prenda estaba adornada con un bonito juego de encajes y una banda que se prolongaba desde el hombro hasta la cintura. La falda era de corte recto y definía sus exquisitas formas a la perfección. En la parte trasera, terminaba con unos graciosos volantes verticales que desembocaban en una elegante cola. El escote de la espalda era redondo y también tenía transparencias de encajes.
Amanda, en complicidad con Paula, fue a buscar a Alex, interponiendo una excusa cualquiera para llevarlo a su encuentro, pues su flamante cuñada quería sorprenderlo una vez más y que él fuera el primero en verla. Paula lo esperaba a mitad de la escalera, de espaldas. Alex, al verla, volvió a quedarse sin respiración, pues su esposa estaba tan sexy y majestuosa que parecía una divinidad. Subió los escalones, mientras ella giraba para ofrecerle una nueva perspectiva de su atuendo. Cuando la alcanzó, atrapó su boca con premura y se la bebió por completo, perdiéndose en un beso mágico que a ambos les robó la respiración.
—¡Dios! ¿No vas a dejar de asombrarme? ¿Tres vestidos?
—Tus deseos son órdenes para mí. Querías una boda majestuosa y tenía que convertirme en una novia acorde a las circunstancias. Además, me fue imposible decidirme solamente por uno de ellos.
—¡Me encanta, estás fascinante! Vayamos a cumplir rápido con todo lo que nos queda de protocolo y metámonos en la suite nupcial. ¡Me muero por perderme en tu cuerpo!
El momento del brindis fue de los más emotivos de la noche, ya que Joseph, Pablo y Mikel les regalaron a los novios unos discursos cargados de sentimiento. Paula y Alex también tomaron la palabra para agradecer la asistencia a sus invitados y, al final, se dedicaron frases amorosas el uno al otro y partieron el pastel.
A lo largo de toda la noche se bailaron ritmos variados y para todos los gustos, pero, como broche de oro, las luces se apagaron y, de pronto, el escenario se iluminó y Alex sorprendió a Paula cuando salió a cantar junto a la orquesta; el resto de los vocalistas le hacían los coros. El ambiente se inundó con las notas de Dime que me quieres, el tema que tan famoso había hecho Ricky Martin. Paula estaba embelesada, no podía creer lo que su esposo estaba haciendo por ella; se sintió increíblemente especial, mientras él le cantaba y le bailaba sobre el escenario. No podía parar de reírse y de aplaudirlo y, al verlo tan sensual, recordó su primer baile en Tequila. Amanda gritaba como loca, como si fuese la presidenta del club de fans de su hermano, y el resto de las mujeres que estaban allí, contagiadas, también chillaban como locas, como si se tratase de una gran figura del mundo del espectáculo. En determinado momento, él se inclinó y estiró su mano hacia Paula; entonces, desde abajo, Maxi y Mauricio la subieron al escenario.
Enciende tu motor, yo soy tu dirección.
Las calles de mi amor quitaron el stop.
Ven y ven y ven
y dime que me quieres en la intimidad.
Sabes que me puedes dominar.
No hay nadie como tú, eres mi cara y cruz.
Mi corazón es para ti.
Pon más velocidad, no tardes en llegar.
Las calles de mi amor quitaron el stop.
Después de ese acto tan original, se fundieron en otro escandaloso beso y decidieron que ya era hora de irse. Paula tiró el ramo, que fue atrapado por María Pía y, luego, con los acordes de Love is in the air, los invitados los despidieron arrojándoles pétalos de flores.