Capítulo 10

LA cena había terminado en el Belaire y Paula estaba sentada en la sala, entre Joseph y Bárbara, tomando una infusión caliente. Sus futuros suegros no paraban de mimarla desde que había llegado.

—Espero que el doctor mañana me dé el alta, no veo la hora de regresar al trabajo.

—Calma, no te apures; tenés que reintegrarte cuando estés repuesta del todo.

—Alex no permitiría que fuera de otro modo —acotó Bárbara sin temor a equivocarse—. Por cierto, estaría bien, Joseph, que fueras limando asperezas con tu hijo, no me gusta verlos tan distanciados.

—¿Qué? ¿Cómo que vos y Alex están distanciados? —se extrañó Paula—. ¿No es cierto, verdad? —Joseph puso los ojos en blanco—. ¿Qué pasó? ¿Por qué no me había enterado?

—Porque son los dos muy testarudos y orgullosos, y prefieren que no te enteres para que no te sientas en medio de ambos.

—Joseph, ¿por qué están enojados, acaso es por el trabajo?

—Ay, nena, no es por el trabajo; es por lo que ha pasado con Rachel. Alex no es un adolescente para comportarse como lo hace. No justifico lo que ella te hizo, pero mi hijo tendría que haber previsto que su ligereza al liarse con ella podía acabar involucrando a toda la familia.

—No es que justifique que Alex se haya tirado a Rachel, y perdón por la expresión, pero, en realidad, creo que ella estaba obsesionada con él desde mucho antes. Cuando me disparó, fue muy clara, dijo que había esperado mucho tiempo para acercarse a él y que, ahora que Janice había muerto, yo no iba a interponerme entre ellos. ¡Incluso me sugirió que la naturaleza había retirado del camino a Janice sin que ella hubiera tenido que intervenir! Además, te recuerdo que sus amenazas empezaron mucho antes, en Buenos Aires, cuando él aún ni le había hecho caso. Joseph, ella tendría que haber entendido su rechazo, lo que ha pasado no es culpa de Alex.

—Todo se ha mezclado, Paula, ella es la hija de mi mejor amigo.

—Creo que lo que más te duele es eso, que hayas quedado en medio de todo, pero no culpes a Alex por la pérdida de tu amistad con él. Tu amigo defiende a su hija y es lógico, porque es su sangre.

—Me duele mucho todo, Paula, conozco a esa niña desde que nació. Estoy muy apenado, lo siento, no la justifico, no me malinterpretes; no te enfades como Alex.

—Te entiendo a vos y también a él.

—Alex te necesita a su lado, Joseph, nuestro hijo te necesita. Bob es, o fue, tu amigo, pero Alex es de tu familia y lo será siempre. Ya ves que Bob también hizo una elección y, por supuesto, optó por su hija —le dijo Bárbara.

—Yo también elegí a mi hijo, pero tal vez si Alex no hubiese alimentado esa obsesión que ella tenía con él...

—¿Cómo saberlo? —le interrumpió Paula—. Rachel tenía estos planes desde hacía mucho, Joseph. Ideó las llamadas que me hacía; este desenlace lo pensó hace mucho tiempo y estoy segura de que hubiera actuado de la misma forma con cualquiera que ella considerase que se interponía entre ambos. Mirá hasta dónde llegó que incluso se hizo con un arma; ¡sabe Dios cuánto hace que la tenía! Sólo espero que la justicia valore eso y que pague por lo que ha hecho, porque, si no es así, no podremos vivir tranquilos.

—No puedo creer que su mente sea tan maquiavélica; realmente me cuesta entenderlo, pero es obvio que lo planificó todo. Hace tiempo que comprendí que no podía recriminarle eso a Alex ni hacerlo el único responsable. Debo reconocer que necesitaba un chivo expiatorio para justificar que Bob y yo nunca más seremos lo que éramos. Lo siento, Paula, acá la única víctima sos vos; Alex tiene razón en eso, pero, a mi edad, el orgullo a veces es difícil de vencer.

—No, mi amor, no es la única víctima, sí la que se llevó la peor parte, pero todos nos hemos visto damnificados por este ardid.

—Bárbara tiene razón. —Paula palmeó la mano de su futuro suegro—. En menor o mayor medida, todos nos hemos visto involucrados en esta situación que generó la mente enferma de Rachel. No permitas que tu orgullo te mantenga alejado de tu hijo, Joseph.

—Pero ¡Alex es un terco que nunca escucha! ¿Por qué es tan cabezota mi hijo?

—¡Ja! ¡No tiene a quién salir! ¿Te estás oyendo? Tu hijo lleva tus genes en la sangre y no sé cuál es más tozudo de los dos —le espetó Bárbara, mientras estiraba su mano por detrás de Paula y le acariciaba el cuello a su esposo. Paula sonrió.

—Prometo que, cuando Alex vuelva, solucionaré las cosas con él.

Joseph cogió la mano de su esposa y se la apretó con fuerza, luego le dio un beso en el cabello a Paula. Cuando terminó su café, anunció que se iba a descansar; estiró sus brazos hacia adelante y se despidió de ambas dejándolas solas en la sala.

Bárbara y Paula aprovecharon la ocasión para definir los detalles de la boda civil que se llevaría a cabo en Los Hamptons. Su futura suegra era una experta en la preparación de eventos, siempre le quedaban estéticamente muy bien, además de ser muy exitosos. Era tarde ya, pero Paula no quería acostarse hasta que Alex la avisara de que su avión había llegado a París. De repente, sonó el aviso del teléfono, era un mensaje de texto de Alex:

—Hola, mi amor, apenas estoy poniendo un pie en el aeropuerto. Cuando llegue al hotel, te llamo. Beso. Te amo.

—Gracias por avisar, yo también te amo. Estoy definiendo con Bárbara algunos detalles de la boda en Los Hamptons. Espero ansiosa tu llamada, estoy deseosa de escuchar tu voz.

Alex leyó el mensaje mientras recogía su equipaje de la cinta y sonrió radiante. Después de salir del aeropuerto y conseguir transporte, llegó al Le Bristol, un lujoso hotel de estilo palaciego en el área metropolitana de París, próximo a las tiendas y a todas las atracciones de la ciudad. Se acercó a la recepción para que comprobaran su reserva y, entonces, el amable conserje hizo que lo acompañaran. El personal que le habían asignado le ofreció una breve visita por las instalaciones del vestíbulo, en la planta baja, donde se encontraban el restaurante y el bar, y luego lo guió hasta la Suite Deluxe, donde se alojaría los días que estuviese en París.

La habitación estaba decorada con tapicerías y cortinas de seda, cretonas y tafetanes que armonizaban con los colores blanco, miel, limón y carmesí de sofás y colchas. El tallado de los muebles era de estilo Luis XV y XVI; los candelabros, de cristal; los tapices y las alfombras, persas. La suite contaba con una espaciosa sala de estar, una entrada independiente y un dormitorio amplio. Desde allí, se podían divisar los magníficos jardines de estilo francés y la terraza, embellecida por macizos de flores. El ambiente estaba perfumado con un intenso aroma a verbena y limón, proveniente de los productos de Anne Semonin distribuidos por el cuarto de baño. Sobre la mesa, una fuente repleta de frutas y agua embotellada le daban la bienvenida. Alexander se acercó a ella y picoteó unas fresas, más por tentación que por apetito, pues ya había desayunado en el avión.

Inmediatamente, miró su Vacheron y calculó la hora que era en Estados Unidos; allí eran más de las tres de la madrugada, pero como le había prometido a Paula que la llamaría, marcó el número. Él también necesitaba de forma imperiosa escucharla. Después de que el timbre sonara tres veces, Paula contestó con voz adormilada.

—Mi amor, me quedé dormida en el sofá de la sala mientras esperaba tu llamada.

—Hola, mi vida, dudé en hacerlo cuando calculé la hora que era allá, pero como te lo había prometido...

—Y bien que hiciste, porque si me despertaba y veía que no me habías llamado, me iba a angustiar. ¿Cómo fue el viaje?

—Tranquilo, hubo un rato de turbulencias, pero el resto estuvo bien. Dormí unas cuantas horas, así que por ahora no tengo síntomas de jet lag.

—¿Qué tal el hotel?

—Cálido, correcto y el personal es muy amable. Mi amor, te dejo para que descanses, voy a darme una ducha, porque dentro de un rato me encuentro con Chloé para ir a visitar los locales. Llamame cuando salgas del médico.

—Por supuesto. Te amo, mi cielo, extrañame mucho.

—No hace falta que me lo digas, sabés de sobra que así será. Vos también extrañame mucho.

Paula estuvo tentada de contarle el encuentro con Gabriel. En realidad, tenía que hacerlo, de eso no cabía duda, pero pensó que no era el momento adecuado. Decidió que lo haría cuando lo llamase al regresar de su revisión médica. Quería dejar que Alex se relajara tras el viaje y que se ocupara de todo durante su primer día en París. Sabía que no se quedaría de buen humor cuando se enterara, así que no quiso arruinarle el día desde el comienzo.

Respiró hondo y fue hacia la habitación; escuchar su voz le había infundido serenidad y templanza absoluta. Ahora sí podría dormir sabiendo que él ya estaba a resguardo y listo para empezar su día de trabajo. Ese hombre representaba su vida misma y había transformado todos sus anhelos. Alex representaba su fortaleza, el sosiego, la seguridad y el amor; a veces, incluso se asustaba de sentirlo con tanta intensidad y es que, a esas alturas, ella era consciente de que dependía mucho de él.

Alex, por su parte, se había dejado caer en uno de los sillones de fina tapicería y se había relajado escuchándola. Tras la corta conversación que habían mantenido, se dijo que empezaría el día con buen pie.

Mientras sonreía embobado, repasaba cada palabra que se habían dicho. La charla no había sido trascendente, y le costaba creer que sólo escuchar su voz lo hubiera dejado en ese estado de fascinación: esa mujer era su droga, una gloria para él. Los días serían largos sin su presencia a su lado. Pero, a pesar de eso, debía concentrarse en los negocios, necesitaba que esos días en París fueran productivos, debía conseguir los objetivos que se había propuesto.

Su teléfono sonó mientras él estaba extasiado pensando en Paula. Miró la pantalla e identificó que se trataba de Chloé, la atendió y quedaron en encontrarse en una hora en el vestíbulo del hotel. Ella pasaría a buscarlo.

Alex dio el visto bueno a todos los locales, aunque seguía sin estar demasiado convencido del de Lafayette Haussmann.

—¿Sabes si el contrato de algún local está a punto de vencerse a corto plazo en esas galerías? —le preguntó Alex a Chloé.

Ella decidió llamar a un amigo, que era el agente inmobiliario que había conseguido los locales. Él les respondió:

—Hay tres, pero lo más probable es que dos de ellos se renueven; el tercero, que corresponde a un local más grande incluso que el de Faubourg Saint-Honoré, es del que no estoy seguro, pero aún faltan algunos meses para que se acabe. Os aseguro que estaré atento y tendréis prioridad; os doy mi palabra de que si se desocupa será para vosotros.

—Perfecto, es importante que sus dimensiones sean mayores que las de éste —le contestó Alex. Finalmente, había decidido seguir el consejo de Paula y esperar a encontrar un mejor lugar una vez ya estuvieran situados dentro de la galería.

Chloé lo invitó a almorzar, había hecho una reserva en un restaurante. Alex estaba famélico y ni siquiera pensó en rechazar la invitación. Se trasladaron en el Porsche Panamera de ella hacia la zona de Champs Elysées, a L’Atelier Étoile de Joël Robuchon. Alex se sorprendió de que el lugar no fuera un típico restaurante francés, sino un local emplazado en el sótano de una farmacia. Estaba decorado en tonalidades rojas y negras, con una iluminación puntual y un tanto estrambótica, que le daba al ambiente un intenso dramatismo. Aunque había mesas, lo mejor era la experiencia de vivir todo el proceso del arte culinario contemplando la preparación de los platillos, como en un bar de sushi. El mejor emplazamiento, por tanto, era en la barra, así que el personal de recepción constató su reserva y, tras esperar unos breves instantes, los acomodaron en un lugar privilegiado.

Como atención de la casa por la espera, mientras decidían lo que iban a pedir, los invitaron a una copa de champán. Ambos se decidieron por el menú degustación y el sumiller les sugirió que lo acompañasen con un Touraine-Azay-le-Rideau 2009 Château de la Roche. Mientras les preparaban el pedido, Chloé levantó su copa para realizar un brindis.

—Alex, tú y yo nos llevaremos muy bien, presiento que haremos muchas cosas juntos. —Lo miró con picardía y una clara doble intención se desprendió de su comentario; luego agregó—: Haremos grandes negocios.

Él le sonrió y levantó su copa respondiendo al brindis que ella había formulado.

—Por el nacimiento de Mindland Francia —agregó Alexander—; conseguiremos que la marca se posicione en el primer puesto frente a la competencia que, sin duda, ya debe de estar enterada de que hemos desembarcado también en París. —Ambos se rieron satisfechos.

La seducción femenina es siempre un tema muy complejo, pero Alex era un experto en advertir las señales. Chloé le había dado signos, durante toda la mañana, de estar interesada en él más allá del ámbito de los negocios; su lenguaje corporal así se lo había demostrado. Se cruzaba de piernas de manera provocativa e intentaba rozarlo cada vez que encontraba la oportunidad de hacerlo; cuando le hablaba, se inclinaba una y otra vez aproximándose a él y hasta se había atrevido a cogerlo de la mano en diversas ocasiones. Pero aunque a Alex le parecía divertido, no estaba en sus planes sucumbir a sus intentos de conquista; sólo se mostraba agradable para tener un buen marco de negociación. En realidad, en esa situación, se sentía como pez en el agua. La conversación se centró mayormente en los negocios, pero ella, en más de una ocasión, lo había llevado a un terreno más íntimo, deseosa de averiguar detalles sobre su vida personal. Pero Alexander encauzaba en seguida la conversación y la retornaba al campo laboral, sin resultar incorrecto ni descortés.

Chloé era una mujer realmente hermosa y muy seductora. Su agraciado rostro estaba rodeado de un bonito cabello castaño oscuro; su boca tenía unos labios carnosos perfectos y más que apetecibles y su mirada era de un azul profundo muy sugerente. Tenía todas las características físicas de una supermodelo de Vogue. Se mostraba segura de su cuerpo; era consciente de que sus curvas exquisitas eran irresistibles para cualquier hombre; llevaba la blusa desabrochada hasta el nacimiento de sus senos y, en más de una ocasión, se arregló el escote esperando que los ojos de Alex se centraran en él. Además, le hablaba paseando su vista por sus labios de forma sensual; sin embargo, por más que la seducción de Chloé fuera más que evidente, él mismo se desconocía. En otros tiempos, no hubiese dudado en llevarla hasta la habitación del hotel para enterrarse en ella, sólo por el hecho de descargar su poderío de macho alfa. No obstante, en ese momento, sólo deseaba que existiera una mayor distancia entre ellos, le hubiera gustado estar comiendo en un restaurante más tradicional, para poner una mesa, al menos, de por medio. Pensó en su chica y la diversión que había sentido en un primer momento por la abierta entrega de Chloé se esfumó de inmediato. Paula había intuido que esa mujer tenía otras intenciones con él y se asombró de su sagacidad. Por otra parte, Chloé era perseverante y estaba decidida a obtener lo que más anhelaba de Alex. Se sentía muy atraída por ese hombre y no iba a desaprovechar la oportunidad de desplegar, a su lado, todas sus armas de seducción.

—¿Tienes planes para esta noche? Quizá podríamos ir a cenar y luego a alguna disco; me encantaría enseñarte el ambiente nocturno de mi ciudad.

—Quizá otro día Chloé, estoy cansado. Creo que estoy empezando a notar el jet lag. Desde que bajé del avión, no he descansado nada y he dormido muy poco durante el vuelo.

—Jure-moi... qu’avant que tu ne partes, nous sortirons.

Alex sólo sonrió, porque, aunque su francés no era muy bueno, la había entendido perfectamente. No le contestó.

Después de comer, ella se ofreció a llevarlo a su hotel, pero él adujo que necesitaba despejarse con un poco de aire fresco y que prefería caminar las pocas manzanas que lo separaban de Le Bristol. A ella no le hicieron mucha gracia sus continuos desplantes, pero tuvo que acceder. Se despidieron en la entrada de L’Atelier Étoile. Chloé se montó en su vehículo y partió. Cuando ella se hubo alejado, él comenzó a caminar por los Champs Elysées hasta que se encontró, de pronto, frente a la Place de la Concorde. Sacó su móvil, estiró su mano y se sacó una foto con el obelisco al fondo y mandando un beso. Abrió el whatsapp y le envió la foto y un mensaje a Paula.

—La próxima vez vendremos juntos. Te amo.

—Hermoso, te tomo la palabra. Te extraño, mi vida, me encanta esa foto. Estoy con Bárbara de camino al médico, cuando salga de la consulta te llamo.

Siguió por la Rue de Rivoli, pasó la Terrasse des Feuillants y llegó hasta la Rue Castiglione que lo llevaba hasta la Place de Vendôme, donde estaban las más prestigiosas joyerías y la emblemática columna napoleónica.

En cuanto Alex mandó esa foto, supo lo que quería hacer; no podía irse de Francia sin llevarle un obsequio para compensarla por haberse alejado de su lado. En la plaza, entró en la famosa boutique de Frédéric Boucheron, un elegante local con paredes revestidas de nogal, arañas de caireles y orlas. El diseño interior era una exquisitez y conjuntaba a la perfección con las joyas que allí se exhibían. Se acercó a las vitrinas donde las alhajas se exponían sobre paños de color púrpura y quedó fascinado. El solícito vendedor le enseñó las piezas de orfebrería y Alexander, después de imaginarlos puestos en Paula, sin preguntar siquiera el precio sacó su Morgan Palladium y le indicó que se llevaba unos pendientes largos y también un brazalete con numerosos diamantes redondos.

—Por favor, preferiría que me los enviaran al hotel Le Bristol, no quisiera andar por la calle con esto encima.

—Por supuesto, monsieur Masslow, se lo haremos llegar.

—Parfait, merci beaucoup.

La distancia que lo separaba del hotel no era demasiada pero, debido al cambio horario, su cuerpo comenzaba a sentir el cansancio, así que prefirió coger un taxi. En el camino, sintió que los párpados le pesaban y hasta le pareció dar un par de cabezaditas mientras esperaban en un atasco. Llegó al hotel y se acercó a conserjería para avisar al gerente de que le llegaría un envío de Boucheron; luego, subió a la habitación, se quitó la chaqueta, la corbata y los zapatos y se dejó caer, rendido, en la espaciosa cama.

Una llamada telefónica lo despertó y, adormilado, cogió el iPhone y atendió.

—Hola, mi amor, ¿te he despertado?

—Me había quedado dormido, aún tengo el horario cambiado.

—Lo siento, Ojitos.

—No lo sientas, no hay nada más maravilloso que despertarme con el sonido de tu voz.

—¡Adulador! Sabés bien cómo decir marrullerías.

—No son marrullerías, es lo que me provocás, entre otras cosas. —Paula lo escuchaba embobada—. ¿Cómo te fue con el doctor?

—Me dio el alta a medias.

—¿Cómo es eso? —Alex se acomodó en la cama, sentado contra el respaldo.

—Puedo hacer todo lo que quiera, mientras sienta que no estoy forzando la herida; eso significa que los límites los pondrá mi cuerpo.

—¿Sexo? ¿Podemos tener sexo? —le preguntó ansioso.

—Casi me muero de vergüenza por preguntarle eso delante de tu mamá. —Alex se carcajeó—. Y no vas a creerme. Al ver lo que intentaba plantear, Bárbara se anticipó y formuló ella la pregunta. Casi me da un infarto, creo que mi rostro en ese momento se puso carmesí.

—Dios, claro que te creo, con mi madre todo es posible.

—Incluso me regañó adelante del médico, y me dio un sermón, diciéndome que no me preocupase, que era lo más natural, que era obvio que tengo esa intimidad con vos... Hasta que le dije: «Bárbara, por favor, es suficiente, me estoy poniendo violeta de vergüenza, no aclares más», y ahí entonces paró.

—En el fondo tiene razón, Paula, es obvio que tenemos una intimidad juntos, despreocupate por eso.

—No me apeno porque ella sea consciente, sino por el papelón que me hizo pasar frente al médico. Ya sabés cómo es tu mamá: cuando empieza con un tema no para. Pero, en fin, el doctor dijo que lo intentásemos sin miedo, que mi cuerpo ya dirá lo que tolera. Y, escuchá bien, porque no vas a dar crédito a lo que voy a contarte. ¡Tu madre le preguntó si sugería alguna postura que fuera menos brusca! —Alex estaba desternillado al otro lado de la línea—. Dejá de reírte, te aseguro que para mí no fue nada gracioso, me sentí muy incómoda. Te juro que yo, en ese momento, sólo quería que Callinger no volviera a hablar del tema, porque entonces tu madre sabría de qué forma lo hacemos. —Alex seguía riéndose, pero intentó seguir averiguando.

—Bueno, dejando de lado la desfachatez de mi madre, ¿podemos o no?

—Sí, el médico me aseguró que podemos con total tranquilidad.

—Quiero tomarme un avión de regreso ya, Paula, mandar todo al demonio acá para llegar y hacerte el amor. Estos días van a ser una tortura, mientras espero para perderme en vos, mi amor.

—Yo también quiero que vuelvas, no puedo pensar en otra cosa.

—No me digas eso nena, no seas cruel.

—No soy más cruel que vos, ¿acaso no oíste lo que acabás de decirme? ¿Cómo creés que reacciona mi cuerpo a tus palabras? Mejor cambiemos de tema, Ojitos, me estoy poniendo colorada de nuevo. ¿Cómo te fue con los locales? Contame, ¿qué tal están?

—¡Perfectos! Hasta el de Lafayette lo es. Dentro del marco imponente de esa galería pasan desapercibidas sus dimensiones. De todas formas, nos cambiaremos a otro más grande en cuanto se desocupe uno.

—¡Ah, qué ganas de estar ahí viendo todo con mis propios ojos!

—Para la inauguración, vendremos juntos. Mañana nos reuniremos con los arquitectos y los diseñadores de interiores. El local de Faubourg Saint-Honoré, por su tamaño, da para crear un proyecto bien pretencioso, como me dijiste que querías.

—Estoy superemocionada, Alex, mañana, cuando salgas de la reunión, quiero que me lo mandes todo.

—Lo haré, preciosa, pero tomatelo con calma.

—Tranquilo, el doctor me dio permiso para trabajar media jornada. Me sugirió que retomase, poco a poco, todas mis actividades para no someterme a tanta presión y que mis órganos no se estresaran. Pero también valoramos que me vendría bien para despejar mi mente, pues le comenté que quería hacer terapia. Le expliqué que me costaba conciliar el sueño y me dio el nombre de un terapeuta, el doctor Kessel. Tengo acá su tarjeta, pero hoy hablé con Edward y, ¡vas a ver qué coincidencia!, me recomendó el mismo que Callinger. Me dijo que es especialista en traumas posviolencia y que es un excelente profesional, que no dude en acudir a él. Me disculpé por no escogerlo a él como terapeuta y me dijo que lo entendía, que, además, siendo mi cuñado, no era muy adecuado. Así que le pediré una cita, porque quiero que recobremos por completo nuestras vidas.

—Lo haremos, mi amor, claro que sí, todo pasará. Dentro de poco, sólo pensaremos en nosotros y en la felicidad que nos espera a lo largo de nuestra vida, porque seremos muy felices, Paula, de eso no me cabe la menor duda. Lo malo va a terminarse, vas a ver.

—Sí, Alex, tiene que pasar esta fase, aunque aún nos queda afrontar el juicio. El doctor me dijo que la terapia me ayudaría también en eso.

—Perfecto, pedí una cita cuanto antes.

—Lo haré, claro que lo haré.

Paula fue cobarde y no se atrevió a mencionarle nada sobre Gabriel. Después de cortar, la invadió una culpa muy honda por no haberlo hecho. Temía que Alex se comunicara con Heller y terminara enterándose así de aquel desafortunado encuentro, que la había dejado con muy mal sabor de boca.

Era viernes por la noche y Chloé estaba tendida en la cama de su apartamento pensando en Alex. Ese hombre se estaba convirtiendo en una obsesión y, además, lo había conocido en un momento de su vida en que se sentía débil emocionalmente; necesitaba que la cuidaran y que la hicieran encontrarse bien. La caballerosidad de Alexander la cautivaba, le parecía un hombre enigmático y quería conocerlo más íntimamente. El teléfono la sacó de sus pensamientos, miró la pantalla y era Damien. Lo atendió a desgana.

—Allô?

—¡Por fin te dignas a atenderme!

—Damien, por favor, ¿para qué me llamas?

—Hoy te he visto, ibas muy bien acompañada en tu coche. ¿Quién es ese tipo? ¿Es tu nueva conquista?

—No tengo por qué darte explicaciones, tú decidiste terminar con nuestra relación.

—¿Tan pronto me has encontrado un reemplazo? ¿Ése es el amor que decías tenerme?

—Piensa lo que quieras, realmente me tiene sin cuidado. Después de todo, tú también vives tu vida, ¿no?

—Chloé, te echo de menos. Hoy cuando te he visto acompañada, me he dado cuenta de que ese tiempo que te pedí no tiene sentido.

—Lo siento, ahora la que necesita un poco de tiempo soy yo.

—¿Me estás hablando en serio?

—Muy en serio.

—Voy para tu casa.

—No, no vengas, no quiero verte.

—Chloé, estoy diciéndote que te echo de menos.

—No, Damien, tú echas de menos que yo viva desesperada por ti, mientras te dedicas a ignorarme.

Le cortó, pero estaba segura de que Damien ya estaba en camino, así que después de colgar, Chloé se levantó de la cama con ímpetu y se metió en el vestidor. Se quitó el pijama rápidamente y se puso un vestido de punto que resaltaba sus sinuosas curvas, se subió la cremallera a toda prisa y buscó un calzado adecuado. Fue hasta el baño, donde cepilló su cabello, se maquilló sutilmente para resaltar la luminosidad de sus profundos ojos azules, aplicó bastante brillo para destacar sus labios y salió. Después de coger su bolso, bajó al aparcamiento. Vivía en la avenida Foche y Trocadéro. Ya en el coche, se desvió hacia la Rue du Courson, donde aparcó un momento frente a Nicolas para comprar una botella de La Grande Dame Rosé.

Nunca había hecho lo que estaba a punto de hacer, pero la empujaba una sensación de asfixia, de placer y de mareo; no le importaba saltarse todas las reglas, sabía que estaba actuando a ciegas, pero confiaba en sus encantos.

Alexander había terminado de cenar en su habitación.

El hotel tenía piscina y sauna, así que con esas comodidades a su alcance, se dispuso a disfrutarlas. Subió a la azotea para dar unas brazadas, cansarse un poco y así poder conciliar mejor el sueño. Después de nadar durante unos treinta minutos, salió de la piscina y regresó a la habitación. Le había llegado un whatsapp de Paula:

—Hola, mi amor... ¿qué estás haciendo?

—Tuvimos el mismo pensamiento, estaba por enviarte un whats, recién regreso de la piscina del hotel. ¿Qué hacías vos?

—Estoy esperando a Liliam; vamos a ir de compras y luego nos encontramos con Jacob, Amanda y Chad para cenar en Per Se.

—¡Qué buen plan!

—Ah, no creas que tenía demasiadas ganas, me tuvieron que insistir bastante para que aceptara.

—Disfrutá, es un bonito lugar, apuesto a que cenarás muy bien. Te recomiendo que pruebes la degustación de verduras, estoy seguro de que te encantará. Cuando voy a ese lugar es lo que pido siempre.

—De acuerdo, lo pediré por vos. Alex, necesito contarte algo, esperá que te llamo.

Paula respiró hondo y marcó el número de Alexander.

—Hola, bonita, ¿qué pasa?

—Hola, mi amor, nada, no te alarmes. Sólo quería comentarte algo que, por un motivo u otro no hice hasta ahora, pero no quiero dejar pasar otro día sin hacerlo. No tiene importancia, pero quiero que lo sepas.

—¿Qué es Paula?

Ella cerró los ojos e intentó utilizar un tono despreocupado.

—El día que viajaste, cuando estaba a punto de salir del aeropuerto, me encontré con Gabriel Iturbe que llegaba en un vuelo desde Mendoza.

Con sólo oír ese nombre, las alarmas y los celos de Alex se pusieron a flor de piel, aunque quiso disimularlo.

—Y...

—Y nada, se había encontrado con mi hermano en San Rafael y Pablín le contó lo que me había pasado, estaba preocupado.

—Le dijiste que estabas bien y te fuiste, supongo.

De los ojos de Alex salían chispazos y apretaba con fuerza su puño.

—Insistió en que tomáramos un café y fuimos al Starbucks del aeropuerto.

—¡Vaya, qué bien! ¿Te divertiste? —comentó él con socarronería.

—Alex, no pienses nada raro. Sólo estaba interesado en mi estado y, además, me contó que su padre no estaba bien, que por eso había viajado. Se limitó sólo a eso, además Heller nos acompañó, podés preguntarle, si querés, porque él lo presenció todo.

—¡Me importa una mierda! Tardaste dos días en decírmelo, ¡andá a otro con el cuento de que te habías olvidado! —le gritó Alex.

—Me estás gritando, no te comportes como un estúpido irracional.

—No, ya sé que soy un estúpido, no hace falta que me lo digas. Yo, en París, trabajando y la señorita tomando un café con su examante.

—¡Alex, sos un grosero! Sabés de sobra que Gabriel no fue mi amante y, si aún tenés esos pensamientos a pesar de que te dije hasta el cansancio que entre nosotros no pasó nada, bueno, en ese caso... no sé qué mierda hacés a mi lado si no confiás en mí.

—Ahora comprendo todo, ya entiendo por qué me lo contás, porque estaba Heller, si no hubiera sido así, te habrías hecho la despistada, ¿verdad?

—¿Pensás eso de mí? Claro, lo que pasa es que el señor Masslow mide a todos con su misma vara. Eso es lo que vos hubieras hecho, ¿verdad? Contame, ¿no fuiste a comer ni a cenar aún con Chloé? Porque esa francesa, a pesar de que asegures que tu relación con ella es sólo profesional, tiene ganas de hincarte el diente. ¿O me vas a decir otra vez que estoy equivocada? Porque esa postura tuya la reconozco muy bien, la aprendí con Rachel. —Paula también gritaba y hablaba sin parar—. Y a mí también me importa una mierda lo que me digas, no soy estúpida, sé darme cuenta de los signos que lanza una mujer cuando está interesada en un hombre. Pero ¿sabés qué? ¡Creo en tu amor y creo en vos por encima de todo! ¡Y andate a cagar, Alex, me hartás con tu desconfianza! Me están tocando el timbre. Ciao.

Paula cortó y lo dejó con la palabra en la boca. Alex estaba furioso; si hubiese estado en Nueva York habría ido hasta la casa de Gabriel Iturbe para dejarle bien claro que se alejara de Paula. Tenía ganas de molerlo a palos porque parecía no entender que con ella no podía tener nada.

—¡Maldición, cuando llegue a Nueva York, ese bróquer de mierda me va a escuchar!

Marcó el número de Paula, pero ella no le atendió. Le envió un whatsapp.

—Atendeme, Paula, porque me estás cabreando mucho.

—Ja, ja, ja, yo también estoy enfadada y no quiero escucharte. Andá a hacerte otros largos a la piscina, así se te pasa la calentura, chulito.

Llamaron a la puerta de la habitación de Alex. «¿Quién mierda será? No he pedido nada...», pensó.

Abrió la puerta con tanto ímpetu que casi la arrancó del marco. Al abrirla, se encontró allí con quien menos esperaba: Chloé estaba allí, de pie, de manera provocativa con una botella de champán en la mano; entró sin permiso, caminó hasta la sala y dejó apoyada la botella de La Grande Dame Rosé en la mesita baja, junto a su bolso. Se dio la vuelta y se quedó quieta mirándolo. Alex se pasó la mano por el cabello, pero no dijo nada. Ella, con un rápido movimiento, llevó sus manos a su espalda y se bajó la cremallera del vestido, que cayó al suelo. Salió de dentro con habilidad y lanzó ligeramente la prenda en dirección a Alex.

Había quedado desnuda frente a él; no llevaba ropa interior. Sus senos redondos y turgentes quedaron apuntando hacia Alexander. Decidida a conseguir lo que había ido a buscar, se agachó con elegancia y cogió la botella que descansaba en la mesita, caminó hacia Alex y le habló muy de cerca.

—¿Lo destapamos antes o después? —le dijo con una voz muy seductora, casi hablándole sobre sus labios.

Alex le quitó la botella de la mano y después caminó hacia donde había quedado su vestido; se agachó y lo cogió. Chloé permanecía expectante de espaldas a él, con los ojos cerrados; lo esperaba ansiosa. Lo oyó aproximarse tras ella, pero Alex la sorprendió colocándole el vestido sobre los hombros y hablándole al oído.

—Eres hermosa —le dijo mientras le pasaba su mano por el brazo y la hacía estremecer—. En otro momento, ni siquiera hubieras tenido que venir de esta forma y desnudarte tomando la iniciativa, porque lo hubiera hecho yo; y créeme que lo hubiera hecho hace tiempo. Me siento muy halagado, de verdad, pero estoy enamorado de Paula y voy a casarme con ella en unos pocos meses.

Ella cerró sus ojos con fuerza y frunció sus labios. Jamás hubiera creído que Alex la rechazaría teniéndola desnuda frente a él, expuesta y entregada. Se dio la vuelta y lo miró fijamente a los ojos; posó su mano en uno de los hombros de Alexander y con el dedo índice de la otra le recorrió el puente de la nariz, bajó a sus labios y le robó un beso sutil, apoyando sus carnosos labios en él. Pero no obtuvo respuesta, él se apartó y enarcó una ceja; luego, sin hablar, frunció su boca, entrecerró los ojos y negó con la cabeza.

—Si quieres podemos tomarnos el champán —le propuso Alex mientras la recorría con la mirada de arriba abajo; Chloé tenía un cuerpo armonioso imposible de no admirar—. Es todo lo que podemos disfrutar juntos.

—No conozco a Paula, pero siento envidia de ella —suspiró con desánimo—. ¡Ay, Alex, nos hubiéramos podido divertir mucho!

Chloé cogió el vestido que él tenía aún en sus manos y se lo puso. Después le dio la espalda y le pidió ayuda con la cremallera; caballerosamente, Alex cogió el cierre intentando no tocarla y lo subió con prontitud.

—Me siento triste.

—No pienses mal, Chloé. Eres una mujer muy bella, es mi responsabilidad, no la tuya.

—Creo que es mejor que me vaya, Alex. Es una pena porque podríamos haberlo pasado muy bien sin que Paula se enterase: hubiera sido nuestro secreto.

Cogió su bolso y salió de la habitación. Estaba contrariada y rabiosa, aunque no quería demostrarlo frente a él. No podía creer que Alex la hubiera rechazado después de que ella se le ofreciera en bandeja.

En el pasillo, sacó una foto de la puerta de la habitación con su móvil y se marchó.