Capítulo 64

La familia que come unida

Aunque a veces dé la impresión de madre posmoderna muy chachi y liberal, les confieso que, en el fondo de la superficie, yo soy muy muy pero que muy conservadora.

Para según qué cosas, la Rottenmeier a mi lado parece Helena Bonham Carter vistiendo a sus hijos.

Sin ir más lejos, y para que se hagan una idea de mi tradicionalismo intenso, les confesaré que de mi casa me traje un «Familia que come unida, permanece unida» como manía que roza lo insoportable.

No vayan a pensar que eso es tontería, oigan, que obligar a sus hijos pre y adolescentes a comer y cenar todos los días en casa, sentaditos enfrente de usted, permite apreciar desvíos caminales en stream. Y arreglar algunos. O por lo menos cojonearlos, cual maternal mosca. Se lo digo yo, que sé de lo que hablo.

Lo que ocurre es que, cuando una emigra y se arrejunta con autóctono, tras años de convivencia, integración y crecimiento familiar, acaba comprendiendo que la vida es un renovarse o morir. Así que para salvaguardar la integridad de este lema en concreto, no me quedó otra que adaptarlo a mi día a día teutón y rebautizarlo como «Familia que come (bien) unida, permanece unida».

Porque es que, verán, de momento y a la espera de esos animadísimos parloteos hogareños al calor de una tortilla francesa, nuestras agrupaciones culinarias se reducen a un monólogo materno bastante repetitivo: «el codo», «la servilleta», «mastica con la boca cerrada», «pordiós, sácate el macarrón de la nariz», «no empujes con la mano»…

Les suena, ¿verdad?

Cualquiera que se haya visto en la tesitura de tener familia, y para colmo alemañola, sabrá lo frustrante que es educar con pan, servilletas y manejo cubertero a tres niños y un alemán.

Aclaro que con manejo cubertero me refiero, sobre todo, a su manera de sujetar el tenedor cuando cortan.

Aquellos de ustedes que almuerzan con teutones saben de lo que hablo. Los que no, sepan que yo quería ser gráfica y deleitarles con una instantánea de la mano del Maromen, pero uno, me dice que tanto dar la koñen con los modales y luego sacar el telefonito en la mesa (y tiene razón), y dos, tampoco es para tanto y él no es ningún mono de feria (y tiene razón en lo segundo).

Haré un esfuerzo ilustrativo para que puedan ustedes escenificarlo: suponga que el filete está vivo y representa una amenaza. Coja el tenedor con su mano izquierda y arponéelo hasta que deje de moverse. Manténgalo bien apuñalado con el reducido bichero mientras lo corta. Coma. Unos siglos de evolución más tarde, cuando los filetes han dejado de sublevarse, el gesto estoqueante se ha relajado notablemente, pero el agarre tipo del tenedor se mantiene.

Imagínense pues lo desesperante que me resulta luchar contra una piara de cerdetes a la mesa cuando uno de los adultos que debería dar ejemplo es el Ferkel mayor y además me lo discute. Pero luego, gracias a Gott, veo que mis polluelos, fuera del hogar, así como por arte de magia comen más o menos bien y me inflo cual pavo orgulloso tantreándome a mí misma que mi machaconería correctiva merece la pena.

Para cuando vivan en España, eso sí, porque el día que recogí al Mayor de su primera comida en casa de una amiguita constaté, muy a mi pesar, que esa insistencia mía estaba fusilando su vida social aquí en las Teutonias. Y la mía también. Porque se me ocurrió, así por sacar un tema mientras el niño se ponía el abrigo, preguntarle a la Mutter que qué tal había comido.

Bueno… ejem… verás, comer ha comido bien —me dijo azorada—, pero se ha enfadado mucho con nosotros.

¿Con vosotros?, pregunté yo, cacho lerda, que habiéndole parido debería haberlo adivinado.

Sí, sí —me aseguraba desconcertada la alemana—, por alguna razón les tiene como manía a los codos y nos ha reprendido por cómo cortamos la carne.

Lívida y apresurada, me dispuse a honorar en secreto mi reputación de madre desnaturalizada, achacando ese comportamiento a la chaladuría obsesiva del niño. Clavadito al padre, pensaba incluso añadir. Pero, castigo divino bien merecido, acercose en ese momento el aludido, ultrajadísimo por la incredulidad de su exfutura suegren, a exigirme una oficial confirmación de que comer así es de cerdos. Y de que se lo digo yo todos los días.