Capítulo 54
Unos crían la fama…
… y otros cardan la lana.
Este capítulo es para socorrer la dignidad de mi querido teutón. Porque el pobre, por mucho que se vuelva solo al mierdapueblo en Año Nuevo frotándose las manos y pensando en sus Vacaciones —de niños, culos, baños, cenas, lavadoras y demás—, se implica como ninguno. Sobre todo cuando me enfado y le grito.
Eso de «el trabajo os hará libres», tan irónico entonces y tan práctico ahora, no vale en esta nuestra Haus. Que trabaje más horas fuera, viaje mucho y llegue cansado a casa no le libra de nada, mucho menos de la segunda parte de su jornada laboral.
Jamás me oirán decir que el Maromen me ayuda. Lo que sí hace es el porcentaje de trabajo hogareño y polluelil que le corresponde, en una proporción justa, igualitaria y directamente proporcional a nuestras ocupaciones gremiales dentro y fuera de casa. A veces.
Mujeres de desentendidos, no me envidien, se lo ruego. Todo lo anterior implica que reclama su derecho a opinar y elegir sobre decoración y atuendos infantiles, y créanme si les digo que, en ese punto, me pasaría la igualdad por donde ustedes bien saben.
Aunque tienen razón. El caso es que el Maromen, tan moderno él, se vuelve siempre desde Madrid en Año Nuevo y nos recoge en el aeropuerto después de los Reyes. Y sí, esos días sale con amigos, se alimenta de boloñesa fría y se traga Misión imposible 1, 2, 3, 4 y, si la hay, la 5. Pero también trabaja, desmonta el árbol de Navidad, cambia las sábanas y las toallas, va a la compra, ordena facturas y papeles, hace limpieza de juguetes, corta leña y una vez hasta montó un perchero nuevo.
Vamos, un placer volver a casa tras Navidad.
Lo digo yo y lo piensa seguro la señora de la limpieza, ese regalo divino que tanto me costó encontrar y que lidia —o por lo menos lo intenta— con nuestro caos pelusero dos veces por semana.
Lo que la mujer de la mopa no piensa ni de koñen es que el orden y el concierto que brevemente reina en su lugar de trabajo es obra de un Mann. Digo yo que pillar al Mann en cuestión dormido, desayunando o corriendo a la ducha cuando tiene Vacaciones no ayuda mucho, ¿no creen?
Aunque esta vergüenza la superaba el Maromen con algo de orgullo, todo hay que decirlo. ¿Qué mejor prueba de su dedicación y rendimiento que el caos dominado? ¿Por qué iba a pensar la buena mujer que era un vago por dormirse si la casa estaba hecha un primor? ¿Verdad?
Pero yo, que de natural soy una aguafiestas y tengo esa malísima costumbre llamada pensar, caí un buen día en la cuenta, mientras admiraba mi recogido hogar al llegar del aeropuerto, de que la señora de la limpieza no admira al Maromen. Ni a mí tampoco. Porque la buena mujer resulta tener también vacaciones cuando no estamos y solo asoma el morro un par de días antes de nuestra esperada vuelta.
Sí, eso es, cuando la casa ya está limpiada, ordenada y organizada. Y sí, pensará eso mismo que pensarían ustedes en su lugar: que la Frau de su hogar lo habrá dejado todo preparadito antes de embarcarse con sus polluelos mientras el mamón de su marido se dedica a descansar y vaguear.
Muy injusto, sí, pero ¿saben lo que les digo? Que se joda. Porque a mí, desde que estoy en casa, se me trata como si viviese de vacaciones, y todo el mundo da por hecho que me rasco el higo a dos manos. He dicho.