Capítulo 16

Rabenmutter

Verán, aquí en las Teutonias yo soy lo que se denomina, con demasiada ligereza y extrema confusión, una Rabenmutter.

No solo porque tenga niños y en mi salón, mi cocina, el pasillo y debajo de todas las camas proliferen vehículos multiformes de tonalidades dispares, no; que ya sé que eso del Raben suena de culen pero no es lo que se imaginan.

Raben en alemán significa «cuervo», y la razón de haber elegido animal tan simpático y colorido es que —por lo visto— tienen la fea costumbre de abandonar a sus polluelos en el nido y escabullirse por ahí de lombrices pardas.

Irán pues ustedes por buen camino si, tras mi lúcida descripción del comportamiento de estas renegrías aves, deducen que por estos nevados y prósperos lares eso de que una madre redunde en sus funciones no gusta un pelo. Y sabrán valorar el grado de su aversión por este tipo de progenitoras si, siendo como son los germanos de naturaleza horchatosa, en un alarde de erudición retórica e ironizante han tenido a bien acuñarnos una denominación tan específica, que debe de ser que eso del Mutter a secas no nos lo merecemos.

Imaginen mi expresión sorpresiva cuando, recién aterrizada en la zona más próspera del país, esa que carece de paro y donde toda familia que se precie habita un chalete en propiedad y conduce dos vehículos seminuevos, me tacharon de madre córvida. A mí, que traía las mechas recientitas.

Y por goleada, además. Por tener un niño de dos años y querer aparcarlo unas horas al cuidado de extrañas, por no haber adoptado el apellido del Maromen, por querer amortizar mis años universitarios, por no ir en chándal a la compra, por no dominar el arte de la pastelería y las manualidades, por obligar a mi pobre cónyuge a tender la ropa o pelar patatas, por parlotear sobre algo que no fuese mi polluelo y no querer llevármelo al ginecólogo.

En definitiva, por ser una egoísta y no demostrar consideración ninguna hacia mis obligaciones como madre y devota esposa.

Por un momento pensé que nos habíamos equivocado de siglo o, ya puestos, de país, porque del motor de Europa no se espera una estas cosas. Sobre todo si encima la presi es mujer —y rubia, para más inri— y nadie la cuestiona. Así que yo me preguntaba: ¿qué demonios habrá hecho la Merkel con sus hijos para poder dedicarse a la escalada política con tesón y esmero?

Muy fácil: no tenerlos.

El resto de teutonas, por si les quedaba alguna duda, van tomando nota. Digo yo que la tasa de natalidad más baja de Europa solo puede significar una cosa, ¿no? O niños, o carrera, o menosprecio social.

Pero como a mí no me gustan un pelo las injusticias y además soy de natural amable y poco rencorosa, dándome así como pena que, teniendo las Raben un apelativo tan desde el cariño, las Mutter de bien se quedasen a secas, he tenido la deferencia de acuñarles un término solo para ellas. Desde el mismo cariño.

A la madre prototipo germana yo la llamo Übermutter. Sin acritud.

Aunque les juro que hay días en que la que me siento Übermutter soy yo; porque tener que lidiar con tres niños, un Maromen bohemio, una casa, un trabajo remunerado y una cultura que considera normal protestar porque alguien plantee la posibilidad de ampliar un poco los horarios de infantil, bien merece una capa.