Capítulo 42
Réquiem por un tablero
Pusimos anuncios en todas las nubes, ofrecimos más del doble de la tarifa normal, seguro a todo riesgo, vacaciones pagadas…
Pocos fueron los valientes candidatos y, después de descartar a los que tenían antecedentes infernales y/o ninguna experiencia en Destroyers, solo nos quedó uno.
Para ser sinceros, no era tan malo el nuevo angelote. Sí que es verdad que no tenía muy dominado el tema frentecantos de las mesas o que no era muy rápido en manos-vitrocerámica, pero por lo demás estábamos bastante contentos.
Hasta una mañana de lunes, que nos dejó plantados sin previo aviso.
Nada más encender mi ordenador, y justo cuando me disponía a empezar a ganar euros, escuché a través del teléfono a la Rottenmeier babeante vociferar frases inconexas plagadas de expresiones acojonamadres: Platzwunde! (Platz = explotar; wunde = herida, tomayá), Kopf! (cabeza), Nähen! (coser), Destroyercito!
Veloz como un rayo y sin despedirme de nadie, abandoné mi puesto de eso-que-me-hará-libre y volé al lugar de los hechos.
Y allí me encontré al Cuñao en brazos de la de las babas, que por un rato laaaaargo fue la de las lágrimas, cantando el cura-cura-sana teutón y con unas gasas en lo que antes era un intacto, suave y precioso párpado derecho de bebé.
Apartar la gasa e hiperventilar fue todo uno: tres centímetros de largo y, así a ojo de Mutter histérica, los mismos de profundidad, borboteando sangre alemañola.
Les advierto que el niño cantaba el cura-sana con una alegría que ya quisiera para sí el ratón de Susanita, y que solo frunció la boquita y soltó un par de lagrimones cuando vio a su madre al borde del colapso por-mi-hijo-ma-to.
Según me contó una compungida profesora, el angelito se encaprichó por sus hueven justo del puzle que estaba justo un par de baldas más allá de su cabeza y, por supuesto, justo justo debajo del tablero de ajedrez. De madera, natürlichmente. Y justo en un despiste de todos los adultos por tropecientos niños que hay, sacó el puzle en cuestión; y el tablero de ajedrez, que comprensiblemente debía de estar aburrido cual ostra en una guardería, decidió acompañarle. Pero eso sí, por su cuenta y riesgo gravitacional.
Por si a alguien le interesa, el tablero ya no se encuentra entre nosotros. Pobre, no pudieron hacer nada por él.
El párpado de Destroyer, en cambio, ostentó orgulloso durante diez días una estupenda colección de tiritas de esas modernas que ponen ahora en vez de puntos. Y el tamaño de un huevo.
Comprenderán ahora que nos planteásemos seriamente comprar un casco para el rubio contuso. Las sabias educadoras, sin embargo, nos desaconsejaron el desembolso. Lo que no me queda claro es si cuando nos dijeron que era por seguridad se referían a que así minaríamos su personalidad o estaban protegiendo al resto de su alumnado.