
DECLAMACIÓN XXIV
(208)
DECLAMACIÓN QUE A SU TIEMPO ENCARGÓ EL MISMO DEUTERIO275
RESUMEN
Con ésta, comienza el último grupo de las declamaciones, de contenido épico, que hemos considerado suasorias. Está dividida en dos partes: la primera presenta el tema en forma de un corto poema compuesto por tres dísticos elegíacos. La segunda es encabezada con el título de alocución.
Diomedes, tras haber llegado a puerto, sufre en tierra firme el naufragio de contemplar la infidelidad de su esposa. Corta captatio beneuolentiae de los oyentes (Tema). Interpelación a los dioses suplicando la continuación de su navegación errante, o la solución de su desgracia (1-2). Descripción de ésta como una prueba extrema a la que le somete la fortuna (3-4). Conducta virtuosa de su mujer durante el tiempo en que el héroe estuvo presente en su hogar: no ambicionó llevar una vida lujosa, se dedicó a la educación de sus hijos (5-6). Cuando faltó la autoridad del varón, cayó en las debilidades propias de su sexo y acabó accediendo a los deseos de un adúltero (7). Manifiesta su propósito de continuar su navegación errante (8).
TEMA
Diomedes276, tras haber arrostrado el mar, cuando ya se sentía seguro, lamenta en tierra firme un naufragio que se ha producido sin agua. Su esposa, aquella por la que había superado esforzadamente múltiples tormentos, se había unido a otro. La causa de la querella es auténtica, aunque con nombre fingido. Os ruego que escuchéis pacientemente sus palabras.
ALOCUCIÓN
[1] ¡Oh, dioses!, si es verdad que nada acontece sin que lo hayáis dispuesto, o vuestro poder está dividido, o sois autores también de las desgracias. Y si el cuidado de los asuntos humanos preocupa a alguno de entre vosotros, concededme la felicidad del que vuelve a casa o el vagabundeo al que habéis puesto fin de manera poco grata. Si hay que decir que el cielo es propiedad de los hombres piadosos, si se conceden alegrías a los mortales a consecuencia de sus ruegos, no mezcléis la venganza a vuestras buenas acciones.
¿Por qué hemos presentado nuestros ruegos para lograr un efecto tal que, con la aprobación del cielo, se preparara [2] la adversidad a partir de una situación próspera? Sedme propicios, por favor, y quitadme de encima las calamidades que me habéis traído: séame devuelto el mar, no vaya a ser que mi honra sucumba en un naufragio en tierra firme. El no tener experiencia de la desgracia, cualquiera que ésta sea, es ya una especie de acontecimiento venturoso277. La ignominia que ha sacudido mi rostro no habría afectado a una persona ausente.
No hubiera creído haber perdido a mi esposa, ¡para mi desventura!, si no hubiera regresado a ella. La calamidad de [3] la que he escapado ha cambiado por completo mi situación. Estuvo más cerca de darme estabilidad mi vagar por el elemento líquido; en mi suelo natal he perdido el puerto que tantas veces alcancé en el fondo del vasto mar278. ¿Es éste el hogar anhelado, cuya evocación me prometía el olvido de los peligros, siendo así que la contemplación actual de mis males podría hacerme desesperar de llegar a sentir alegría en el futuro?
[4] El fin de sus desgracias, ¿para quién ha sido alguna vez la cuna de un recomienzo? ¿Quién ha conocido un nuevo arranque, tras haberse consumado su caída? ¿Ha ocurrido alguna vez que no sean amadas las cosas que se han buscado con afán? ¿Ha sucedido que la evasión de un peligro se haya convertido en desgracia para un hombre? A mí una fortuna funesta me ha abatido continuamente con nuevos golpes; si los cambios de mi suerte se vuelven a peor, que al menos conserve una apariencia sencilla de causarme daño, no vaya a ser que en sus sucesivos ataques se vuelva arrogante.
[5] ¡Escuchadme vosotros, compañeros de desgracias!: tuve una esposa, a quien enseñé a ser pudorosa, de acuerdo con la ley de la naturaleza; la nobleza de su origen había crecido en ella a base de instrucción de manera que, protegida por una doble defensa, de ningún modo podía creerse que estuviera sometida a los ataques del vicio ni que la firmeza de su castidad se dejaría ablandar por la molicie de la lujuria.
[6] No ambicionó nunca los adornos del metal dorado ni realzó la blancura de su cuerpo con el brillo de piedras preciosas; no usó ningún accesorio de lujo, durante todo el tiempo en que fue mi complacencia; supo que los derechos sagrados del matrimonio no se cumplen con deseos de vanidad y que una mujer casada no se ganaba la fidelidad de su cónyuge cuando buscaba otro esplendor fuera de aquel que se desprende de las buenas costumbres. Mantuvo la libre servidumbre de la educación de los hijos, mientras se comportó de tal manera que de una parte mereció que yo la añorara y de otra consideró que su esposo nunca estaba ausente.
[7] Aquella mujer había endurecido su sexo con la firmeza de carácter, hasta que en ella los rasgos de debilidad propios de la manera de pensar femenina echaron a perder su firmeza, al faltarle la autoridad viril. Poco a poco, vacilante en sus principios, se debatía contra las caídas de su sexo y, volviéndose a otras costumbres, le divertían los extravíos propios de las mujeres. Finalmente, sucumbió imitando a aquellas que suelen provocar el llanto de sus maridos. Como se dice, apartó de sus labios la copa de Circe279 y accedió al deseo de un adúltero.
Mas, ¿qué haremos, atrapados como estamos entre angustias [8] e incertidumbres? Acójanos, como si fuera un remedio, una travesía odiosa: que tripulaciones cansadas de remar sueñen de nuevo con cadenas hechas de cáñamo; que la mano derecha se pegue al timón para moderar por medio del gobernalle los movimientos de la popa, frenada por las olas; que el cielo tachonado de estrellas vuelva a ser contemplado por nuestras miradas; que las rutas de la noche se abran a las indicaciones de nuestras órdenes.
Que todo esto sirva de alivio a mis ojos, con tal de no contemplar la tierra donde un matrimonio ha sido profanado: huyamos de la patria en la que nuestro matrimonio se ha convertido en algo tal, que hasta el haberlo perdido me avergüenza y que los dioses no tengan a bien recibir mis súplicas280.