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DECLAMACIÓN IX
(85)

INTRODUCCIÓN CUANDO ARÁTOR INGRESÓ EN EL AUDITORIO116

RESUMEN

Comienza esta declamación, como es habitual en las composiciones escolares de Ennodio, con algunas consideraciones genéricas a propósito de la actividad literaria, que viene facilitada, e incluso sólo es posible, cuando se está lejos de los negocios del foro. Entonces el ánimo es capaz de lanzarse al mar de la oratoria y orientarse en él sin ningún otro tipo de preocupaciones (1-2).

Y es que el orador, como el marino, necesita perseguir un solo objetivo (3). Es tarea del maestro recoger todas las cualidades de los alumnos que se le confian para darles una unidad (4). El autor se dirige al profesor que formará a Arátor, Deuterio, para, tras dirigirle una serie de alabanzas, asegurarle que habla de sí mismo, que en su infancia se dispersó en múltiples actividades: de ahí la dureza de su lengua, por falta del ejercicio de la escuela (5). Sigue una larga enumeración de antítesis por medio de las cuales alaba la elocuencia del maestro de gramática, en contraposición a las deficiencias propias (6-8).

A partir de este momento, el autor concentra su discurso en la presentación del nuevo alumno, a quien le unen lazos de afecto (9) y cuyo nombre —«Arador»— es muy apropiado para que, mediante un esfuerzo análogo al del agricultor, dé un día el fruto que se espera de él. A continuación interpela al alumno, a quien dirige consejos que son otras tantas metáforas, tomadas de la vida del campo (10-11). Así llegará a ser llamado el Gran Arador (12-13).

Pasa a desarrollar una verdadera obiectio en la que se defiende del reproche de ser parcial, alegando razones de afecto hacia el joven (14-15). Continúa aduciendo argumentos de clase social y de caridad (16). A todos estos motivos para ocuparse de Arátor se suma el hecho de que ambos son discípulos del obispo Lorenzo, cuyas virtudes se ensalzan en un tono panegírico, con el que acaba la disertación (17-20).

[1] Es bien conocido de todos los mortales que los días libres de negocios fomentan el arte de hablar y que, una vez eliminadas las tormentas de las preocupaciones, refulge más la serenidad de los discursos. Los ingenios no pierden su clarividencia, si no son ofuscados por las nieblas de las ocupaciones. La inspiración mira a los que están libres de la solicitud por una sentencia judicial y un ánimo despreocupado está en condiciones de dedicarse a la grandilocuencia de las declamaciones.

Quien surca temerario los tenebrosos mares con los remos, encomienda al gobernalle su pecho libre de preocupaciones y está atento al rumbo del timón, ocupándose exclusivamente de que la nave se ajuste a las órdenes del capitán. Entonces, [2] los frenos de cáñamo se abandonan de intento a los vientos; entonces, los mares, largo tiempo libres, son hollados por el esfuerzo de los remeros y el hombre entra en las indomables masas de las ondas marinas con ánimo de dominarlas y conocer las rutas inciertas que señalan las estrellas. Entonces, al contemplar la Estrella de la mañana, las Pléyades, Cinosura y todo lo que muestra la ruta117, el camino del hombre se orienta hacia la vía del cielo, a condición de que la mente no sea atormentada por ninguna duda provocada por una ocupación extraña ni la incertidumbre, maestra de la inercia, aporte noticias inquietantes.

Mas si el ánimo duerme, embotado por una perezosa [3] somnolencia, o bien, excitado por discordantes estímulos, se distrae por desviadas rutas, entonces aquel cuyos miembros han sido apartados de la preocupación propia de la prudencia por el destructor118 de las almas, es incapaz de concentrarse con todas sus fuerzas en el objetivo que se ha propuesto. Es siempre ineficaz y se aparta119 del éxito de su misión aquel que no es capaz de mostrar lo que vale con un modo unitario de comportamiento.

Es propio sin embargo de un buen maestro determinar [4] —sopesando el origen del pequeño arroyo serpenteante que se le entrega cuando apenas ha arañado la tierra con las uñas— cuál es su cauce unitario, descubrir las cualidades que tiene por nacimiento y reunir las fuerzas de su caudal, no a partir de las aguas que en realidad ha recibido, sino de las que pudo haber recibido120.

[5] Si me preguntas, ¡oh maestro venerable!, dechado de libertad, testigo de tan buenas cunas, pulidor de ingenios, modelador de brillantes inteligencias, ¿a propósito de qué te he dirigido estas palabras?, confieso que me he hablado a mí mismo; me he desahogado yo, a quien en los años infantiles dominaron opresoras ocupaciones diversas, propias de una ignorancia adormecida, y una profunda tristeza, madre de la incultura; yo, a quien no fue dado liberar su cerviz de rudas tareas, a fin de que mi persona se adornara con las bridas del estudio121. El hecho de que mi lengua sea áspera, y no esté decorada con ninguna fioritura de estilo, es consecuencia de mi falta de inteligencia; el hecho de que olvide lo que sé es propio de la falta de ejercicio.

[6] La búsqueda apasionada de la pureza de la lengua alienta en tus aulas122. A ti, mientras a mí me olvida, te cuenta entre sus ciudadanos la excelsa Delos123. Tú avanzas como dueño espléndido de la fuente de Castalia124. Yo, por el contrario, apenas introduzco en mis sedientos labios una gota vacilante de un líquido putrefacto. A ti te enriquece con su flujo continuo, como a su colono, la cosecha del saber, sin interpolar ninguna distracción; a mí, por el contrario, apenas me brinda, de los hórreos de sus riquezas, el pobre alimento de una judía125. Tú, ¡feliz de ti!, eres solicitado para que con tu diestra fortalezcas la libertad que se encuentra al borde de la ruina: yo, que temo hasta los bienes de este siglo, estoy encerrado en un rincón de la iglesia126.

Dime, por favor: ¿qué ha movido poco tiempo ha a tu [7] elocuencia insigne a volver sus ojos hacia mí, que estoy en una posición tan lejana a la tuya? Fueron más bien otros los que formaron los ornatos de tu palabra, hombres a quienes las joyas que adquirieron a través de las elegancias latinas proporcionaron una fama que perdurará también entre las futuras generaciones. A mí, que soy inferior en mi manera de hablar y estoy secuestrado por mis deberes, me conviene tan sólo mantenerme en un afectuoso silencio.

¿Para qué soliviantar ahora almas que ya han sido formadas [8] en otra concepción de la vida? ¿Para qué vas a atraer de nuevo hacia ti a un hombre ya distante por un largo trayecto de camino, en cuya vida, así como es lamentable no haber merecido ser alabado, así también habría sido un crimen haberlo sido127? Tuyos128 son, no lo dudes, tuyos o de aquellos que vendrán a continuación, si acaso pueden ser encontrados.

[9] Pero, si me lo permitís, vuelvo mis palabras al joven a quien los auspicios del día de hoy han destinado a formar parte de tu auditorio y con quien me une una infancia común129. A pesar de que encomiende sus primeros pasos con un discurso desmañado, me impulsan a pronunciarlo las exigencias de mi afecto por él. Nos sometemos al yugo del amor obligados por la necesidad y, mientras posamos nuestra mirada en las personas queridas, perdemos de vista lo que sería decoroso para nosotros130. Aunque debería haberle acompañado el discurso de su padre, sin embargo el que yo pronuncio no está lejos del de un progenitor. También mi profesión —¡por supuesto!— te debía un discurso.

[10] ¡Feliz, es el augurio de tu nombre en círculos cultos!131: Cuando se dispone a enriquecerse con los frutos de la ciencia, (este joven) promete, incluso con su nombre, poner el esfuerzo necesario para hacer esos estudios. Hiende, joven egregio, el dorso de las tierras feraces; hinca el diente curvo del arado con su aún nueva hoja; practica en el suelo de los estudios todo aquello que conviene al mejor arador.

[11] Cuando hayas investigado a fondo los secretos que ocultan los campos, encontrarás allí a Deuterio, quien te devolverá, con la fertilidad de la elocuencia, los gérmenes multiplicados en espigas y el sudor que hayas derramado. Aprende ya desde ahora a espigar la riqueza dé la lengua con la hoz del arte y que un nuevo césped crezca, tras haber sido segado por la guadaña. Sea cortado todo aquello que haya producido la sombra infecunda de los sarmientos. Que tus vides extiendan tan sólo las ramas que dan esperanza de producir uvas.

Es necesario que rindas de acuerdo con tu origen; que [12] tu respuesta esté a la altura de nuestros deseos y, cuando te adornes con las espigas granadas de la ciencia, entonces será oportuno llamarte «el gran Arador». En consecuencia, que la esperanza del premio alimente en ti el afán por lograr la alabanza. He leído que no es un capricho de la fortuna si de cuando en cuando, entre los torpes rebaños de incultos, entre los cuales yo soy el número uno, sobresale un verdadero hombre de letras.

No tengas miedo a la presión a la que están sometidos [13] los hombres instruidos: merece más alabanza una instrucción rudimentaria que la cumbre más elevada de los incultos132.

Su propia conciencia eleva a los doctos y si alguna vez sufren la oposición de las olas inciertas de los tiempos, soportan las adversidades, que hay que atribuir más a la época que a su culpa.

Algunos dicen que mi presentación de Arátor —ciertamente [14] rústica, a la que he entretejido una recomendación—, puede haber halagado tan sólo a una persona a quien la necesidad, que le ha privado de cariño, proporciona un amor sustitutivo de la patria potestad; (a una persona) al servicio de cuya alabanza ha prestado esclavitud temporal una lengua, que, poniéndose al servicio sólo de personas vivas y presentes, cuanto más juega con imágenes brillantes en la exposición de ciertos conceptos, tantas más dificultades encuentra en revelar una riqueza conceptual133.

[15] Pues algunas veces el estilo proporciona a los instruidos una tupida capa para sus razonamientos, cuando envuelve en dulces halagos los oídos de quienes no han hecho ningún mérito. Mas, manténganse lejos de nuestra intención semejantes propósitos. A nosotros nos conviene saber esto y odiarlo134. Los prudentes evitan con más cuidado las cosas conocidas que las desconocidas. Si el amor no me inspira, en alabanza de los amigos, palabras que se forman en la profundidad de la conciencia bajo el dictado de la caridad, yo me tambalearé en el género literario de los discursos135, bajo la carga de la obra que he acometido.

[16] Yo he presentado por tanto unas declamaciones, que son espejo de mi alma, a un hombre de mi clase, a quien mi ingenio ha servido sin fraude, porque entre personas iguales hay amistad sin sospecha de adulación y siempre que no hay por medio el temor a algún poder, entonces se comprueba la confianza sincera entre personas que se quieren. Para mi no vale la pena que un amigo haga por obligación lo que no se impone a sí mismo como favor.

[17] Algunos sin embargo opinan que una persona de iglesia tendría la obligación de poner su palabra más al servicio de un cristiano huérfano a quien se confía al ejercicio de las letras. He dicho huérfano, aunque, por una feliz desgracia de la naturaleza, se ha convertido en su padre el padre común y obispo136. Él, que es consuelo de los afligidos, alimento para los hambrientos, vista de los ciegos, pie de los cojos: tan variadas muestras de su piedad, tantas especies de su misericordia redundan en provecho de su persona.

Y ahora la famosa bondad natural de mi señor Lorenzo, [18] que acude en socorro de las necesidades del mundo, se ejercita en servicio de este jovencito. ¿Para quién, a decir verdad, no seria ésta una feliz desgracia? ¿A quién no le favorecería haber perdido el padre si, como consecuencia de un cambio ventajoso, se le concede haber encontrado a uno de tal categoría? No profano con palabras inadecuadas las cualidades, imposibles de describir, de un varón tan eminente.

Éste es aquel cuya autoridad es suave o cuya dulzura, [19] terrible; que cumple la función de maestro en la iglesia, de maestro en casa, de maestro en la mesa, de maestro en los juegos; que nunca quiere que sus discípulos le imiten; cuya conversación, cuidada hasta el detalle, muestra a los discípulos, al emprenderlo él, el camino que lleva al cielo. Pues merece menos alabanza el enseñar bien, si no muestras lo que debes enseñar con tus obras137.

Una vez aceptado por este hombre, ¿de qué le habría aprovechado [20] mi discurso a un joven, a quien espera el éxito, a partir de los méritos de su instructor, y la ventaja por haber superado su orfandad? Le bastan los ruegos de su patrón, por medio de los cuales, imbuido de las mejores enseñanzas, merecerá elevarse hacia las metas más sublimes.

Obra miscelánea. Declamaciones
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