
OPÚSCULO VII
(8)
Decreto, cuando se ordenó a todos los obispos que tuvieran compañeros de vivienda
RESUMEN
Quien ha renunciado a las seducciones de la carne vive para cumplir los mandamientos de Dios en inocencia sincera y goza de buena fama (1). No le afectan las calumnias. Aún más, éstas se vuelven contra quien las propala, mientras la víctima de la maledicencia brilla aún más (2). Los detractores piensan, sin embargo, que han caducado las leyes antiguas y no caen en la cuenta de que conservan para siempre su vigencia (3). Las almas santas se fortalecen en las contradicciones, como afirma san Pablo (4). Como los árboles que han echado raíces profundas, esos hombres siguen adelante hacia la meta, poniendo por testigo a su conciencia (5).
No obstante, los obispos reunidos en sínodo, llevados por su preocupación por la salvación de las almas y por la necesidad de salir al paso de las acusaciones que se habían presentado hacía poco contra quien detentaba la cátedra de Pedro, (6) quieren acabar con ese tipo de enfermedad dentro de la Iglesia, también para no ser tildados de negligentes y no dar pie a malentendidos (7).
Aparte de esas razones, les impulsa a adoptar esta medida el deseo de evitar las ocasiones de pecado y tapar la boca a los calumniadores (8).
Sigue el texto del decreto, avalado por consideraciones éticas de valor general (9) y por citas de la sagrada Escritura y de san Ambrosio (10). La composición acaba con una amonestación en tono exhortativo (11).
[1] A nadie le cabe duda de que todo hombre que, por amor a la ley de Dios, ha dominado las seducciones de la concupiscencia camal con un modo de vida ejemplar y ha arrancado de raíz, con la hoz de los mandamientos divinos, los sarmientos erróneos de su comportamiento para arrojarlos a un fuego que da vida, cultiva aquellas plantas que dan fruto y son de provecho para el arreglo de cuentas final, aquel en el que los preceptos divinos se cobran los intereses que han producido año tras año. A nadie le cabe duda asimismo de que ese hombre se congratula tanto de la autenticidad de su vida virtuosa [2] como de la luz que irradia su buena reputación511. Tampoco se debe sospechar que la antorcha de una conducta meritoria pueda ser extinguida por el soplo de la maledicencia, ya que el esplendor de una vida intachable, aunque sea mordido por el diente del envidioso, rechaza la sombra de cualquier habladuría venenosa. Las tinieblas que intentan extinguir una luz, se revuelven contra su autor; la difusión de la noche no acaba con el resplandor de las estrellas; la lucha contra las tinieblas contribuye a dar fuerza a la claridad; la presencia de la esfera lunar es más eficaz cuanto más se retira el día y encanta con su propia luz a medida que pone en fuga la ajena. No es enviado bajo jurisdicción externa el que asume por propia iniciativa la tarea de hacer luz sobre un asunto.
Pero como mentes perturbadoras estiman que no deben [3] atenerse a las prescripciones precedentes, pensando que, con el tiempo, envejecen los preceptos de los profetas que dicen la boca del murmurador será arrancada de raíz512 (como si se debiera respeto solamente a las prescripciones nuevas y las leyes antiguas no estuvieran vigentes para castigar a los culpables), siendo así que Dios, el Señor de los tiempos, ha gobernado la edad antigua por medio de los profetas y dispone también la moderna, puesto que siendo uno y el mismo el Creador de las leyes del bien entre los hombres, mantiene vigente para los tiempos posteriores lo que anunció ya a nuestros antepasados...513
Mas volvamos a nuestro tema. Las almas santas son [4] sometidas a prueba por las habladurías de los envidiosos; incluso consideran como un aumento de su gloria todo lo que un acusador aporte contra sus obras meritorias, como exclama el doctor de las gentes: los hombres son estimulados por las contradicciones514. Como es habitual en los [5] árboles, que han llegado a penetrar en la tierra con raíces poderosas —desafían el ímpetu de los vientos y menosprecian los ataques de las tempestades con la fuerza de su propia estabilidad—, así esos hombres, rechazando las tinieblas de una maquinación farisaica que hubiera podido afectarles, muestran a través de su transparente serenidad los rayos de su buen comportamiento. Porque, cuando cualquiera de ellos encuentra objeciones a su paso, avanza en su estimación interior hacia la esperanza del triunfo, con su conciencia por testigo.
[6] Nosotros, sin embargo, a quienes estimula la cura pastoral, a quienes ha sido encomendada la vigilancia por la salvación de las almas, para que no se nos pierda nadie ni de los más elevados ni de los mínimos, sobre todo cuando se nos ofrece ante los ojos el ejemplo reciente de aquella situación penosa, cuando los dientes de los enemigos, provocando un tumulto en su proximidad, mordieron con tanta rabia al que se sienta en la sede apostólica y se ocupa del gobierno de casi todas las iglesias y se elevó —sin que su indignación fuera justa— el furor de algunos que buscaban su ruina...515 [7] Nosotros, que queremos acabar con esta plaga de enfermedades, no vaya a ser que alguno de los nuestros sea insidiado —tomando lo que es una negligencia por un comportamiento inicuo— y tenga que salir al paso, como reo de una acusación que presenta las apariencias de verdad, de aquellos que, según dicen, no temen los testimonios vivos de los hombres, mientras —es nefando decir esto— dan por acusado convicto al desprevenido incauto y creen que ha cometido un crimen todo aquel que, se estima, pudo haberlo hecho. Nadie piensa que los ojos de Dios son más temibles que los de los hombres. Se cree que la soledad fomenta el pecado y que quien no se encuentra acompañado admite la maldad en lo más profundo de su alma, como si no estuvieran patentes al cielo los crímenes encerrados en las entrañas del alma y no pudiera castigarse el mal que el hombre no conoce... Nosotros, en la [8] convicción de que se puede atribuir a la necesidad una cosa que es fruto del esfuerzo virtuoso; y de que —por ser el hombre guardián para el hombre— se puede entender la pureza como miedo (aplicando así la maledicencia a otro orden de cosas); nosotros, queremos ante todo cortar las ocasiones de que nos maltraten; además, recordando la disciplina antigua, tendemos todo tipo de mano sacerdotal a quienes están en peligro de perecer y apartamos del precipicio de la ruina a quienes actúan a impulsos de estímulos diabólicos, para que los charlatanes aprendan a guardar un religioso silencio, al menos tras el decreto presente.
Queremos por tanto que ningún sacerdote que observe las [9] leyes antiguas o modernas y que ningún clérigo, en ningún lugar, viva sin la compañía de una persona bien probada516. O, si la escasez de sus bienes no le permite tener un compañero, que él mismo se haga compañero de habitación de otro. Que entre los eclesiásticos sea público todo lo que ocurre: rechácese todo tipo de oscura clandestinidad: que tenga muchos testigos de sus actos, todo el que debe a Dios su inocencia. Que vean los envidiosos cómo el que aporta testigos de sus actos desea que se someta a prueba su conducta: que se tenga por un modo de vida mal orientado, el que no desea ser conocido.
Ciertamente, para un alma con un mínimo de conciencia [10] recta, es digno de castigo quien constituye un motivo de peligro para otro, porque mientras deja abierto el acceso a sospechas, es causa de daño para el hermano y quien proporciona incentivos de pecado, él mismo presenta el cuello a la muerte, como dice el divino y santo escritor: No calumnies pura que no seas arrancado de raíz517. Y el confesor Ambrosio: Muchos no dieron motivo para el error y lo dieron para la sospecha518. Esta sospecha es muerte para el que la concibe, pero no carece de pecado el que la provoca.
[11] Por tanto, sometidos a la autoridad de la sede apostólica de san Pedro o su titular el Papa, que desea cortar de raíz estos vicios, sancionamos como una ley que debe mantenerse, junto con los mandamientos del Dios y redentor nuestro, que ningún eclesiástico de los citados órdenes519 se atreva a comportarse de modo diferente al que hemos dicho anteriormente; y que todos aquellos que lo pretendan, con menoscabo del pudor, sufran daños en sus dignidades. Puesto que es un gran mal que una persona dedicada a Dios no obedezca las advertencias saludables, que nadie tenga consigo mujeres extrañas, aparte de las personas señaladas por los cánones520, no vaya a ser que actuando así, aunque su vida sea inocente, incurra en peligro de tener mala fama.