
OPÚSCULO IX
(14)
Bendición del cirio pascual.
RESUMEN
I. Prefacio y alabanza a Dios por su obra creadora (1-4). Es digno y justo pagar a Dios, alabándole con la voz, la deuda que hemos contraído con Él al recibir este don. Si no lo hiciéramos, seríamos unos animales irracionales (1). Sería imperdonable no reconocer que Le debemos todo (2).
Se describe la obra de la Creación: Dios hace la luz, separa el cielo de la tierra y ésta última de las aguas (3). Crea las estaciones del año; el día y la noche (4).
Alabanza a la noche pascual y su símbolo: el cirio (5-6). Es imposible cantar dignamente la noche en la que se presenta a la vista, como en ninguna otra, el contraste entre las tinieblas y la luz, la servidumbre del pecado y la redención (5). Ofrecimiento a Dios del cirio iluminado, en el que participan el agua, la cera y el fuego (6).
Alabanza del misterio pascual (7-8). Esta ofrenda no tiene nada que ver con los sacrificios paganos ni con los ritos judaicos, propios del Antiguo Testamento. A ejemplo de Cristo, por ella ofrecemos nuestros cuerpos (7). Se compara el cirio con la columna que guió al pueblo a la salida de Egipto y era signo de la presencia divina (8).
Ofrecimiento del cirio (9). Se ensalza la virginidad de las abejas, que les permite trabajar sin interrupción en la fabricación de la cera (9).
Petición de ayuda divina ante las dificultades, de frutos para el trabajo de la tierra, que vuelve a la vida en primavera, y de especial protección al obispo y al clero (10-11).
[1] Es digno y justo. Verdaderamente es digno y justo que todo lo que hemos recibido de Ti, Señor, lo paguemos al menos con el precio de la voz. Y aunque nuestra lengua en ningún modo pueda responder con palabras a los beneficios de su autor, desea sin embargo ponerse al servicio del divino misterio, que es para lo que ha sido creada. Pues mientras la naturaleza de los demás animales posee unos sentidos embrutecidos, groseros, inciertos, la criatura humana por disposición divina sobresale con tanto más esplendor por cuanto ella sola puede conocer al Creador en su plenitud.
Ella se debería equiparar ciertamente y con razón a los animales irracionales528, que andan en rebaño, si, olvidando los dones divinos, guardara para sí el bien de la lengua que el [2] cielo le ha concedido529. Porque así como absuelve de pecado el no tener qué ofrecer en las santas ceremonias litúrgicas, así es una cosa digna de expiación el hecho de sustraer algo que hay obligación de presentar a Dios. Pues deben ser sometidos al mismo juicio el que por naturaleza nunca habla y el que no devuelve a su autor el don de la palabra. Por tanto, Señor, autor de este instrumento espléndido, creemos, en nuestra humildad, que te devolvemos una pequeña partecita de nuestra deuda, al reconocer que te lo debemos todo.
Pues ¿quién otro sino Tú, con una autoridad que tenía el [3] poder de separar, solidificó como con una plomada la totalidad de la fábrica del mundo por medio de una divina orden instantánea530, cuando en primer lugar, por obra de tu mandato, la tierra se hizo firme y, después de que las mareas de las aguas se retiraron al mar, comenzó a padecer sed la que antes estaba anegada?531 ¿De quién, sino de tu inescrutable providencia, es el jugo del que se nutren las semillas germinadas? ¿Quién da calor a las que están anegadas, quién destila humedad para las que arden de sed? ¿Quién sino nuestro Dios empalma una [4] con otra las sucesivas estaciones, en las que los frutos de la tierra ahora hierven con el calor del sol, luego se hielan con el frío, ahora reviven con las temperaturas templadas y en otro momento resurgen con el agua que han bebido?532 ¿Quién hizo todas estas cosas de la nada y además, abriendo la puerta de la luz, la separó de la negra intensidad de la noche eterna? Y ¿quién, lleno de piedad, hizo para siempre, con una disposición digna de alabanza, que después de la claridad de la luz no se tuviera temor de las tinieblas que volvían día tras día533?
[5] ¿Qué pregonero digno y elocuente te describe a Ti534, cuya obra, una vez terminada su distribución, se hace más agradable por su sucesiva variedad; a Ti, por cuyo mandato la luz, por cuanto, de cuando en cuando, se apaga, es más apetecible que si permaneciera por siempre535? He aquí que aquella célebre noche, que hasta ahora había oprimido al mundo con el yugo de una crudelísima rendición, libera a los pueblos de las cadenas de una esclavitud violenta y se convierte, ella que hasta ahora había sido origen de la servidumbre, en madre de la libertad.
[6] En la liturgia de esta sacratísima noche te ofrecemos, Padre santo, la luz de este cirio, por el que es expulsada la oscuridad antigua. Sus tres elementos se unen entre sí con un lazo común, casi místico. De ellos, la cera ha sido preparada, con ingredientes de néctar, por una virginidad fecunda, el agua ha proporcionado la mecha de papiro para alimento del fuego y la luz se toma del cielo536. Aquí, donde todo lo dirige la sabiduría divina, la voz humana no tiene nada que consagrar. Aquí, donde nace sin coito lo que se ofrece, reconoce su aroma el hijo de la Virgen que nos trae la salvación. Pues aquí no se huele [7] el fuego de la Pancaya537 en altares donde se quema incienso, ni será inmolado un buey que muge porque ha sido golpeado para su triste función de víctima, ni ha degollado la espada del sacerdote, que hace las veces más bien de carnicero, una cría de dos dientes538: para la reparación de la eternidad perdida es suficiente que el cordero haya sido inmolado, no por nosotros, sino para nosotros539.
Váyase lejos de aquí el sacerdote540 judío, que por las cicatrices en las ingles acostumbra a contar el número de almas ganadas por él, que las ha herido. Las ofrendas en honor de nuestro Cristo se realizan con una sobria sencillez. La cruz, el agua y la profesión de fe consuman la dedicación de nuestro cuerpo.
Así pues, te pedimos, Señor, que, al igual que en el misterio [8] que fue el tipo541 de éste, cuando la columna condujo a la multitud de antaño, así ésta de ahora guíe al otro lado de las aguas a la que tiene que renovarse542: que se abra para nosotros el camino preparado a través del mar y se seque una calle polvorienta en medio de las olas. Aquí no hay nada en lo que se diferencien lo viejo de lo nuevo o lo moderno de lo antiguo. Tú eres siempre el mismo señor y sacerdote, igual en méritos al profeta543 por cuya oración las aguas se secan, para que el hebreo pueda pasar, el egipcio sea aniquilado y sólo la culpa experimente el naufragio, al ser sumergidos los cuerpos en el agua.
[9] Te presentamos pues, Señor, esta ofrenda de la casta operaría y este hijo de la madre intacta, por el cual la tierra merece tener lo que es del cielo. Las abejas liban en sus colmenas la miel para provecho divino544; la razón es que no conocen la unión matrimonial con vistas a (tener) una numerosa descendencia no vaya a ser que, mientras se ocupan de los abrazos de la copulación, pierdan tiempo de trabajo y tengan que esperar a que el vientre abultado dé a luz su fruto. Éste pueden extraerlo del néctar de las flores con la boca más rápida y eficazmente que del semen masculino545.
[10] En el cuerpo luminoso de este cirio te pedimos pues, Señor, que nos concedas el don de tu bendición celestial; y si uno, siguiendo tus mandatos, ha tomado un trozo de este cirio contra la furia de los vientos, contra el soplo de las tempestades546, que le sirva de refugio singular y sea para los fieles [11] una protección contra el enemigo. Tú has hecho coincidir el tiempo de tu pasión y resurrección con la época anual de primavera en la que los brotes en las plantas se abren a un nuevo follaje y junto con el Señor, creador de las semillas, todo nos cobra nueva vida después de que las tierras estaban yertas por el frío y los ríos frenados por el hielo547; por eso, te pedimos que nos concedas muchos frutos de la tierra. Haz nuestro lo que nos muestras y, conservando la integridad de nuestro obispo y de todo su clero, concédenos la prosperidad de los tiempos sin ninguna adversidad.