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DECLAMACIÓN XVI
(223)

CONTRA AQUEL QUE COMO PREMIO PIDIÓ EN MATRIMONIO A UNA VIRGEN VESTAL

RESUMEN

El orador interpela a los jueces exponiendo sus cargos: este hombre ha conseguido que el triunfo militar se convierta en duelo, que los dioses se arrepientan de haber escuchado las súplicas. Su pretensión es impía, porque su único anhelo es pasar a la posteridad como adúltero (1-2). Con su conducta se ha convertido de libertador en tirano (3). Ennodio asume la voz de los ciudadanos para manifestar su decepción: quien se presentaba como libertador, suplanta los abusos del enemigo, que no se habría comportado más cruelmente (4). Interpela al acusado, para hacerle entrar en razón, con un doble argumento: los temores de los ciudadanos ante el asedio (5-6) han sido confirmados por el vencedor, tanto si ha obtenido la victoria gracias a sus oraciones, como si la intervención de los dioses a su favor ha sido gratuita, es decir, sin haberla pedido (7). En cualquier caso, el hado no será favorable al rapto de una vestal (7-8).

¿Podéis creer, oh jueces, que por culpa de éste se han [1] mezclado los lamentos con los cantos de victoria y que el sabor del triunfo ha resultado desagradable a causa del premio que ha solicitado? ¿Sois capaces de imaginar que los dioses se sientan ofendidos por el cariz que han tomado los acontecimientos y que se arrepientan unas divinidades que han acogido sus súplicas?

Ante vosotros está el más impío de los hombres, uno que nos obliga a lamentar que haya vencido a los enemigos de nuestra patria; uno que —una vez acabadas las acciones bélicas—, al poner precio a sus esfuerzos, nos recomienda a los enemigos y a la guerra; uno que piensa que se han acabado ya las víctimas exigidas por la calamidad bélica —salvo las que se ofrecen para aplacar la ira de los habitantes del cielo—, para que su ciudad pierda lo que se supone que ha adquirido gracias a él182.

[2] El genio de este guerrero no ambiciona ser reproducido en cuadros o estatuas, ni exige pasar a la posteridad esculpido en bronce: piensa que su único premio consiste en personas a quienes imputar el cargo de adulterio183. Si tú te has expuesto a los avatares de la guerra para que a nosotros nos avergüence nombrar lo que solicitas por tu esfuerzo, nosotros, por nuestra parte, no podemos atribuir nuestra victoria a unas personas escandalosas184.

No has hecho la guerra a impulsos de un amor piadoso, [3] tú que, tras haber vencido a los adversarios, te has encontrado dentro de la ciudad con el pudor: inútilmente has expulsado a los enemigos, tú que en el triunfo haces sus veces. Mantuvimos un estatuto libre y virtuoso, mientras estábamos a merced del destino: hay que evitar el triunfo de hombres prepotentes, que nos reduce al estado miserable de súbditos.

Opinamos en efecto, ¡oh, lumbreras de la curia185!, que éste ha sido arrastrado a pretensiones horrendas a través de [4] crímenes de poca monta. ¡A través de cuántos escalones el ejercicio del delito le ha conducido hasta este punto: a comprarse vicios a través de hechos merecedores de alabanza!186

Nosotros creíamos que, mientras pasaba su vida en tiendas de campaña e invitaba al cuerpo a adquirir los síntomas de la fortaleza por medio de éxitos duros de lograr, era a impulsos del amor cívico, para que, gracias a sus hazañas militares, ni las ciudades fueran pasto de las llamas, ni el vicio llegara a apoderarse de las vírgenes sagradas. Pues bien, lo que éste ha alcanzado con tantas heridas es que otro no se apoderara del botín de sus crímenes.

[5] Ahora se comprende claramente lo que te debo, ¡oh, tú, el más cruel de los hombres!, por cuya intervención sufro las consecuencias de la derrota, a pesar de ser vencedor. Decidme vosotros, ¡oh, paladines de la libertad!, ¿a qué hemos tenido miedo —un miedo que se apoderó de nuestros ánimos— en medio del clamor de las trompetas de combate, mientras nos amenazaban de muerte la siega de hierro, el relincho de los caballos?

[6] Creo que hemos temido que el rigor de las cadenas ahogara los cuellos libres de nuestros padres; que el inviolable pudor propio de las madres pereciera en el asalto a la ciudad; que la virginidad consagrada, entregada a la adoración, fuera pisoteada por la antorcha del vencedor; que la castidad puesta al servicio divino fuera hollada por el arrogante enemigo; que una fuerza hostil privara a nuestros cuerpos libres de su condición humana y que nuestra honestidad, humillada hasta el extremo, fuera víctima del deseo del adversario.

[7] Te pregunto, oh héroe magnánimo: ¿qué tipo de mal has apartado de tu patria, si, al alcanzar la victoria, has pretendido lo que yo me temí mientras el favor de los dioses sumaba a tus golpes la muerte de los enemigos187? Ahora dudo de que pidieras a seres superiores que te ayudaran en aquella necesidad. Si lo hiciste, al haber dejado atrás los peligros, ¿amenazas a sus sacerdotes en vez de hacerles la ofrenda que les debes? Si, por el contrario, no apoyaste con la oración las hostilidades, ¿qué es lo que te debo a ti, a quien ha hecho libre, sin que él lo pidiera, la general prosperidad que nos ha sido deparada?

[8] Si eres capaz de razonar, es mucho lo que debes a los dioses, por haberse preocupado de quien les suplicaba; más todavía, si te dieron la victoria sin tú pedirlo. Creo que, al volver de la batalla, veneraste en primer lugar el templo y que diste las gracias precisamente allí de donde, ahora que tus manos están ociosas, intentas arrancar un botín. Me llena de temor el pensamiento de que, después de que los templos no han sido consumidos por el fuego, el éxito favorable188 de la guerra pueda llevarse prisionera a una virgen vestal189.

Obra miscelánea. Declamaciones
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