XXX
Elena llevaba ya diez días en aquella casa, sin que ningún hecho anómalo o inexplicable hubiera acaecido. Pese a todo, su actividad era frenética por las tardes y los fines de semana (sus ratos libres), y siempre estaba de aquí para allá: tomando medidas, pensando mientras observaba las paredes, anotando cosas en un pequeño cuaderno de tapas negras, hablando por teléfono con gentes distintas...
—¿Qué piensas?
Ella miró a Carlos, volviendo de algún lugar en el que sus elucubraciones la tenían atrapada y alejada de la realidad.
—Que qué pienso...
—Bueno, quizá estés empezando a dudar...
—Mira Carlos. En esta casa hay algo extraño, lo noto. No sé qué es. Pero hay algo. A lo peor es hay un vecino que ronca, o una vecina que roba ropa del tendedero —bromeó.
Él rio casi sin ganas. El tiempo pasaba y no avanzaba. Y lo peor de todo es que ahora también había perdido el contacto con Laura. Aunque odiaba aquel maldito aparato, aunque odiaba aquel sonido terrible, luego llegaba la voz de su hija, y con esa voz la posibilidad alucinante de volver a rencontrarse con ella de alguna forma.
—¿Mañana vas a ver al tal Padre Salas?
—Sí... y no me apetece en absoluto. Lo hago por mi padre, lo hago porque el pobre hombre quiere ayudarme y no he sabido cómo decirle que no.
Elena se levantó de la mesa en la que se encontraba, entretenida con algunos papeles, y se acercó hasta él, con el gesto firme y decidido.
—Sabes, Carlos... A veces pienso que el único que de verdad no se cree tu historia eres tú mismo...
Carlos la miró confundido y contrariado.
—No te entiendo.
—Sí, mira... Marta me llamó a mí; tu padre siempre ha estado a tu lado, e incluso ha implicado a una tercera persona; y yo misma llevo diez días y no he puesto tu palabra en duda en ningún momento...
Carlos quedó sumido en un profundo silencio, hasta que le preguntó, casi como pidiendo auxilio:
—¿Y qué piensas que debo hacer?
—De momento... Cambiar de actitud, y empezar a colaborar de verdad. Hablar conmigo, ser sincero en tus respuestas, ir a ver al Padre Salas con absoluta confianza, investigar...
—¿Investigar?
—Sí. Por ejemplo, hasta el momento no me has dado ningún detalle acerca de tu mujer: qué sabía, hasta qué punto pensaba que Laura estaba loca o había sido poseída...
—Pero ya te he dicho que ella y yo no...
—Y tu mujer, ¿no tenía ninguna amiga?
Él se quedó unos breves instantes pensando.
—Bueno, Alicia sólo tenía una amiga, lo que se dice una amiga de verdad. Se llama Ana, y es arquitecta.
—¿Y no has hablado con ella? ¿Qué te ha contado?
—Sólo hablé con ella una vez... tras la muerte de...
—Vale, pues tendrás que volver a hacerlo.
Aquella mujer valiente y decidida le tenía sorprendido. Conforme pasaban los días admiraba más su espíritu y vitalidad, y se alegraba de estar compartiendo todo lo que le estaba sucediendo con ella. Se alegraba de que Marta le hubiera recomendado confiar en su amiga.