XVI

Aquella noche a Carlos le había costado dormirse más que de costumbre, como si su ánimo ya presagiara el sueño que iba a tener a continuación:

“Alicia conducía su coche y Laura iba sentada detrás. Las dos conversaban relajadas. El vehículo descendía tranquilamente entre árboles, por una carretera estrecha que de vez en cuando se abría en alguna curva, dejando unas maravillosas vistas.

—Laura, no te quites el cinturón.

—Mamá, es que me molesta mucho.

—Pues si te molesta te aguantas.

—Es que no puedo jugar.

Alicia observaba a su hija de reojo por el retrovisor. La niña tenía algunos animales de plástico sobre el asiento trasero, y trasteaba con ellos, haciendo sus voces.

—Ponte los animales sobre las piernas, y de ese modo podrás jugar sin necesidad de girarte.

—Vale... —dijo Laura, con desgana.

Había llovido por la mañana, y el cielo se había quedado de un gris suave que concedía una belleza aún mayor al verde de los árboles y las plantas. Alicia se sentía relajada, contenta de haber pasado aquella mañana de lunes en compañía de su hija, paseando por el monte.

—¿Te lo has pasado bien?

—Sí, muy bien.

—¿Qué es lo que más te ha gustado?

—¡Cuándo ha empezado a llover y nos hemos metido en esa cueva tan pequeña las dos apretadas!

Alicia sonrió. Había sido muy divertido. Si no hubiera sido por aquella pequeña cueva se hubieran calado hasta los huesos.

—¿Tienes ganas de ver a papá?

—Muchas, muchas, muchas.

—Yo también.

Aunque iba despacio, tenía que llevar cuidado al conducir, porque el firme no estaba seguro. El agua caída después de casi un mes sin llover había dejado el asfalto muy resbaladizo. Recordaba que lo mejor en estos casos era no acelerar, no frenar con brusquedad y jugar mucho con el embrague.

—Mamá, estoy empezando a sentirme mal.

Alicia volvió a mirar a su hija por el retrovisor. La niña tenía cara de angustia, y se revolvía en su asiento.

—¿Quieres vomitar?

—No lo sé, es como un dolor muy raro.

La madre tuvo un extraño presentimiento, y quiso concentrarse en la carretera, al mismo tiempo que trataba de calmar a la niña.

—Si prefieres paramos, o te bajo la ventana para que te dé el aire y te sientas mejor.

—Creo que... creo que ya sé lo que me pasa...

—No, por favor. No empieces Laura.

Alicia trataba de tener un ojo en la carretera y otro en su hija. La niña apretaba los dientes, como intentando acallarse. Y de repente comenzó a gritar:

—¡Mamá, mamá, me duele mucho!

Laura se retorcía ahora con una violencia inexplicable en la parte de atrás del coche, y seguía gritando, cada vez con una voz más grave, cada vez con una voz más alejada de la suya propia.

—¡Mamá, sálvame, ya vienen a por mí! ¡Mamá, mamá!

Alicia trataba de controlar sus nervios, pero sin querer aceleró el vehículo. Cuando volvió a levantar la vista para mirar a su hija por el retrovisor pudo ver la imagen más terrible que jamás hubieran contemplado sus ojos: la niña tenía el rostro retorcido, en una expresión como de pánico incontrolable, la lengua medio fuera de la boca, los pómulos hinchados y los ojos, casi desorbitados, completamente rojos y brillantes. Aterrorizada y ya sin control sobre sí misma ni sobre sus actos, Alicia se dio cuenta de que se aproximaban a una curva a gran velocidad, y pisó el freno con fuerza. Luego gritó, gritó con todo el aire que le permitían sus pulmones”.

Carlos se despertó, sudoroso, y gritó con todas sus fuerzas, gritó como su mujer lo había hecho en el sueño. Y siguió gritando durante cerca de una hora, hasta que cayó exhausto sobre la cama.