Capítulo Quinto
Era lunes y tenía que ir al colegio. Estaba especialmente contento porque había soñado, porque había conseguido soñar con aquello que más me gustaba: los árboles. Y había sucedido algo increíble: había soñado que era un árbol, y había sido maravilloso.
—¡Un árbol, menuda memez, menudo rollo! —gritó Quique “el gordo” cuando le expliqué mi sueño en el recreo.
—Pues a mí me parece muy bonito —dijo Marta.
—Es que a ti te parece bonito todo lo que haga Dani —replicó Quique “el gordo” sacando la lengua.
El resto del recreo lo pasé con los brazos en alto muy quietecito. Había conseguido unir de repente mis dos pasiones en una sola y al mismo tiempo: los árboles y hacer de estatua.
Los días que siguieron fueron muy raros, porque yo que nunca había soñado ni había tenido imaginación no dejaba de pensar cosas. Una tarde se lo expliqué a mi abuelo, a ver si él entendía lo que me podía estar sucediendo.
—Son los libros, Dani. Poco a poco se van metiendo en tu cabecita y están consiguiendo que recuperes la capacidad de soñar, de imaginar.
—Ya... pero, ¿para qué me sirve esta capacidad nueva?
—Bueno, te sirve para divertirte, te sirve para aprender mejor...
—Está claro.
Mi abuelo se me quedó mirando un buen rato, como buscando la respuesta exacta que me dejara contento y satisfecho:
—Pero te sirve, sobre todo, para alcanzar aquello que más deseas. Sin los sueños no sería posible haber hecho determinadas cosas. Edison soñó que creaba una bombilla, y lo hizo; Colón soñó que surcaba el mar y demostraba que La Tierra era redonda, y lo hizo... yo mismo soñé que me casaba con tu abuela, y al final pude hacerlo de verdad.
No estaban mal aquellos ejemplos, aunque pensaba que en verdad era imposible que pudiera aplicarse a todo en la vida.
—Pero hay cosas que no pueden conseguirse, hay cosas que son imposibles.
—Bueno, ¡recuerda a Juan Salvador Gaviota!
—No sé, eso un libro.
—A ver, ¿cuál es tu sueño?
Entonces yo me puse algo colorado, porque pensaba que iba a quedar como un tonto, pero al final le respondí:
—Yo quiero ser un árbol.
—¡Vaya! Si que es un sueño difícil. Tendremos que trabajar mucho.
—¡Cómo! —exclamé, alucinando con el hecho de que mi abuelo estuviera pensando en ayudarme.
—¡Qué pensabas! Acaso te creías que no íbamos a luchar por tu sueño. No te prometo nada, pero te aseguro que lo intentaremos.
Y mi abuelo se metió en su biblioteca, y empezó a estudiar cómo narices podría un niño convertirse en un árbol.