XXVIII

Su padre estaba un poco dolido, aunque entendía que no era el mejor momento para hacer ninguna clase de reproches.

—Tienes que confiar en mí con más rapidez, contarme las cosas tal y como te sucedan.

—Lo sé...

—Tu padre es el que de verdad siempre va a estar ahí.

—Papá, todo esto es tan duro. Hay mañanas que me miro al espejo y no me reconozco.

—Te noto más... taciturno, como más alejado de todo.

Carlos sabía que de alguna forma le había fallado a su padre, que seguramente debería de haber contado con él antes de recurrir a terceras personas. Pero también estaba la vergüenza de ir alimentado en él la idea de que su hijo deliraba, y que los delirios, lejos de ir perdiendo fuerza, cada vez cobraban mayor intensidad.

—Me cuesta asimilar lo que está sucediendo. Papá, sabes que hasta ahora era un hombre empírico, sujeto a la realidad más firme, muy alejado de cualquier planteamiento... místico...

—Lo sé.

—Sin embargo ahora... No sé qué pensar ya. Tengo dudas de todo, tengo dudas hasta de mis propias percepciones. A veces llego a planteamientos absurdos: ¿es cierto que ahora mismo estoy hablando contigo o es una quimera que crea mi mente?

Esteban caminó alrededor de su hijo. Aquel paraje al que solían ir, aquel lugar alejado de todo ruido y cercano al estanque, era ideal para hablar de cualquier tema. Era también el sitio que escogió para comunicarle que su madre había muerto.

—Por eso te he llamado. Cuando me dijiste lo de esa mujer... Elena. No sé, no quiero cerrarte ninguna puerta... Pero pensé que yo también debía aportar mi granito de arena. Y he hecho algunas gestiones...

—¿Qué clase de gestiones? —inquirió Carlos, confuso.

—No... Ya sabes que en la Comunidad hay todo tipo de gente, y de muchos países. Hablé con el Padre Salas, creo que no lo conoces.

—Apenas conozco a nadie de tu Comunidad.

—Bueno... El Padre Salas es mexicano, aunque lleva en España cerca de diez años. Ahora trabaja para un periódico, y colabora con distintas ONG de la Iglesia, pero antes era cura en pleno ejercicio. En México tenía su propia iglesia, y oficiaba misas.

Carlos percibía que su padre estaba alargando la introducción porque de alguna forma temía llegar al final de su disertación.

—Papá, por favor, dime ya qué tiene que ver este hombre conmigo...

—El Padre Salas hizo algunos exorcismos en el pasado, hace muchos años. Ahora está alejado de todo aquello, pero yo le he pedido...

—¡Papá!

—Por favor, déjame terminar. Yo tampoco creo mucho en todo esto, aunque sea hombre de fe. El propio Padre Salas no hubiera aceptado seguir con el tema sino fuera por la amistad que nos une, y que sabe que yo no soy hombre que se anda con tonterías. Me escuchó con atención...

—¿Y qué te dijo?

—Me dijo que no podía emitir un juicio de valor sin hablar contigo, sin visitar la casa, sin estar en la habitación de Laura... Pero que por lo que le contaba... era muy posible que mi nieta hubiera podido ser poseída por el demonio...

Carlos luchaba otra vez en su fuero interno. Por un lado su yo racional se rebelaba contra aquellas hipótesis, pero por otro su corazón le arrastraba a seguir escuchando a su padre, y darle una oportunidad a aquel hombre que sólo ansiaba ayudarle.

—Y ahora qué debo hacer —claudicó.

Esteban esbozó una leve sonrisa, aunque reprimiendo su alborozo, no fuera a contrariar a su hijo ahora que le abría la oportunidad de echarle una mano.

—Sólo desea verte, y hablar contigo. Si es posible, le gustaría que fueras el próximo sábado por la noche a la misa de la Comunidad.

—No pienso asistir a la misa, lo sabes.

Su padre sabía bien que por mucho que lo había intentado, y por mucho que había insistido en que no todos los que formaban parte de la Comunidad eran firmes creyentes, nunca había conseguido que ni se acercara a la iglesia.

—No tienes por qué estar con nosotros. Puedes esperar afuera. Pero tras la misa, él quiere tener la reunión contigo allí, cerca del altar.

—No lo entiendo —dijo Carlos, a la defensiva.

—El Padre Salas dice que allí el demonio no tiene poder ni alcance, y que de otro modo puede enturbiar tus palabras, o su propio juicio. Desea al menos que la primera versión que le des a él esté libre de toda influencia... externa...

Carlos no pudo reprimir una carcajada, aunque el fondo de su ser maldita la gracia que le hacía todo aquello. En verdad, ya empezaba a ansiar poder hablar con aquel hombre que seguro le escucharía con atención, y quizá tuviera respuestas para las voces que oía de su hija. No perdía nada por recibir la ayuda del Padre Salas, como tampoco estaba perdiendo nada por estarla recibiendo ya de Elena.

—Está bien, iré a verlo. El sábado iré contigo a la misa.

Su padre no pudo evitar abrazarlo con fuerza. Aquel abrazo no era tanto para apaciguar a su hijo como para darse ánimos a sí mismo. Dios le estaba poniendo pruebas demasiado difíciles en los últimos tiempos e iba a necesitar de todo el poder de sus creencias para no perder la esperanza. Eligió muy bien sus siguientes palabras, no sabiendo si estaban en lo cierto, o si eran el comienzo de una demencia incipiente y fraternalmente compartida:

—Carlos, ten confianza. Si es cierto que Laura está en el infierno, te aseguro que va a tener a un puñado de gente dispuesta a luchar para sacarla de allí.