XIII

Su padre lo observaba consternado, y pese a su talante siempre ágil y positivo, le costaba encontrar las palabras adecuadas. Pese a que ya había pasado por experiencia dramáticas a lo largo de su vida, no se sentía preparado para afrontar aquella situación.

—Es terrible...

—Papá, lo terrible no es ya que no conociese a Laura, es que además mi hija sufría enormemente y yo estaba a su lado sin darme ni cuenta.

—Yo tampoco he llegado a conocerte a ti todavía...

—Pero es diferente, ella me necesitaba. Quizá tú no me hayas comprendido algunas veces, pero siempre te he tenido a mi lado cuando ha hecho falta.

Esteban cogió un pedazo de tierra húmeda y lo apretó con todas sus fuerzas. Aquella tierra le daba seguridad, la presión que ejercían sus dedos exprimiéndola también. Llevaba ya muchos años en aquel lugar apartado del mundo civilizado, aunque no muy lejos del mismo. La soledad y el silencio habían sido el refugio en el que los recuerdos no podían alcanzarle y morderle con sus fauces implacables. Miró el cielo, despejado y casi sin nubes, intentado encontrar las palabras adecuadas.

—Y qué ahora. ¿Qué quieres hacer exactamente?

—Saber, saber la verdad.

—¿Qué verdad, Carlos?

—No sé. Quiero saber el porqué de esos dibujos, quiero conocer más a mi hija, quiero no sentirme culpable por todo...

Carlos miró a su padre con un deje de súplica en los ojos.

—No eres culpable de nada, absolutamente de nada, espero que no tardes mucho en entender eso.

—Papá, eso es muy fácil de decir.

—No. ¿Qué pretendes? No se puede echar el tiempo hacia atrás, y nada de lo que hagas o inicias ahora con respecto a Laura va a cambiar lo que ya ha sucedido.

—Al menos puede cambiar mi forma de ver el mundo, y también puede ayudarme a levantarme cada día.

Esteban comprendió que su lucha iba a requerir de muchos esfuerzos y de un contacto constante con su hijo. Lo veía al borde de un precipicio y tenía que encontrar la manera de evitar que cayera en él.

—Carlos, vas a tener que elegir. O te embarcas en la búsqueda de la verdad acerca de Laura, o lo dejas correr y paras ya todo esta historia.

—¿Y tú qué me aconsejas?

Su padre apretó los dientes, antes de responder:

—Abandona... No vas a ganar nada en absoluto, Laura ya está muerta, está en manos de Dios. Si no lo haces, me temo que acabarás perdiendo el juicio.