XV
Había decidido pasar la tarde en aquel parque tranquilo. Había elegido el banco más alejado del bullicio, aunque podía observar desde la distancia cómo los niños disfrutaban de los columpios, del tobogán y de un pequeño castillo de madera. Las risas llegaban hasta sus oídos apagadas, absorbidas en parte por los cipreses, por los pinos y por el aire que se abría hacia el cielo. Una pelota de goma se escapó, y fue a parar a sus pies. Una niña fue a buscarla, y llegó hasta donde él se encontraba.
—Señor, ¿puede darme la pelota?
—Claro —respondió Carlos, lazándosela.
—Señor... parece usted muy triste...
Y la niña se alejó rápidamente con la pelota entre sus brazos. Y Carlos quedó sumido en una soledad más inmensa todavía, y ya no escuchó nada más en toda la tarde.