XXVII
Aquella mujer se movía con seguridad por la casa, como si ya hubiera estado en ella muchas otras veces, como si fuera una vecina cualquiera, acostumbrada a las paredes y los muebles.
—¿Puedo abrir esas puertas?
Carlos se sentía un tanto cohibido, casi asustado. Sus respuestas eran torpes e inseguras:
—Esto... sí, claro... si es necesario...
—¿Las había clausurado?
—Sí...
—Es normal. No se preocupe. Necesito escudriñar cada palmo de esta casa. Espero que no se moleste.
—No, no...
—¿Le pasa algo?
—No... Pensaba que Marta vendría con usted, nada más.
La parapsicóloga sonrió.
—Ella prefiere mantenerse al margen. No cree mucho en todo lo que hago, ya sabe. Aunque debo decir que con su caso todo es distinto, está empezando a tener... dudas.
Elena se dirigió hacia la habitación de Laura. La abrió sin dilaciones, como no concediendo tiempo a Carlos para el arrepentimiento. Tenía que ser rápida, tenía que ser fría. De otro modo, no haría bien su trabajo, y la historia que le había anticipado Marta el día anterior por teléfono le había encantado. Elena era una apasionada de las ciencias ocultas, aunque para vivir tenía que conformarse con pasar consulta como sicóloga en un centro de salud de barrio. Cada vez que surgía la oportunidad de intervenir de forma directa en cualquier tipo de manifestación anómala, no se lo pensaba. Afortunadamente, aunque su trabajo no le daba mucho dinero, le dejaba las tardes y los fines de semana completamente libres.
—¿Entra conmigo?
—Prefiero esperar —dijo él, negando con la cabeza.
Aquella habitación era igual a la de cualquier niña de la edad de Laura, con muchos detalles rosas y con póster de películas y series de dibujos animados enmarcados y colgados de las paredes.
—Está todo muy ordenado —comentó Elena, alzando levemente la voz.
—Salvo algunas cosas y papeles que había por el suelo, no he tocado nada desde...
—Entiendo.
La parapsicóloga fue mirando aquí y allá, sacando ropa de los armarios, consultando libros de las estanterías, revolviendo la colcha que cubría la cama...
—Era una niña metódica, ¿me equivoco? —inquirió.
—Bueno... Sí, todo el mundo dice que era muy inteligente.
—¿Todo el mundo?
Carlos interpretó al instante el tono desconcertado de aquella pregunta que se le formulaba.
—No se puede decir que mi relación con Laura fuera... genial. Yo estaba en mis cosas, en el trabajo, y apenas le dedicaba tiempo. Cada vez me doy más cuenta de que era para mí una absoluta desconocida.
—Pero ella le quería mucho —dijo Elena, con seguridad.
—Eso... creo...
La mujer regresó con un librito de tapas rosas y rematadas con un borde de cinta blanca. Tenía dos salientes dorados, para fijar un candado en los mismos. Lo traía abierto por la mitad.
—Le leo: “mi papá es el mejor padre del mundo, y siempre estará ahí para defenderme y ayudarme”.
—¿Qué es eso?
—Parece un diario. No es que haya muchas páginas escritas, no más de cuarenta, pero seguro que resultará interesante. ¿No sabía que su hija escribía un diario?
—Ya le he dicho...
—Está bien, está bien.
Carlos miró con curiosidad a Elena. Era una mujer extraña, de ojos y cabello oscuros, y mirada intensa y un tanto enigmática. Todavía no sabía si podía confiar en ella, aunque dadas las circunstancias no le quedaba otra alternativa.
—Me gustaría que se quedara a dormir aquí. No piense mal, pero creo que sería bueno...
—Ya lo había pensado. Marta me ha contado lo del radio-despertador. Desde luego que me quedaré con usted.
—Tendremos que dormir juntos... La cama es grande.
Elena le lanzó una abierta y cómplice sonrisa a su interlocutor.
—No sufra. Sólo vamos a dormir juntos, como cuando en el colegio salíamos con los compañeros de excursión.
—Perdone... Toda esta situación...
—Espero que empiece a soltarse. Le voy a necesitar sincero y abierto, pues de otro modo no le podré ayudar.
—Lo intentaré.
La parapsicóloga se acomodó en un sillón, y comenzó a hojear el pequeño diario. De súbito, sus ojos se detuvieron en una página en concreto, y las pupilas se le dilataron.
—¿Qué sucede? —preguntó él, extrañado.
—Bueno... Sería algo casi normal en una adolescente... Y quizá... Pero dadas las circunstancias, creo que debemos analizarlo con mucho detenimiento.
Elena le tendió el librito abierto por una página, y le señaló el centro de la misma, en el que con la letra de su hija había escrito a lápiz, y con mucha firmeza:
“TENGO QUE MATAR A MAMÁ”.